Rota
Me desperté con el sonido de las cortinas de su habitación golpeando las ventanas.
Olía a lavanda. Todo olía a lavanda. Las sábanas que cubrían mi cuerpo desnudo. Las almohadas que reposaban mi cabeza. Su ropa, la cual estaba tirada en el suelo.
Mis manos comenzaron a temblar. Mi cuerpo entero comenzó a temblar. Cerré los ojos con fuerza. Inspiré con lentitud y solté el aire entre mis labios de forma entrecortada.
Mi mente volvió a la noche anterior. Él y yo, en el banco de siempre. Él con su chaqueta de cuero que tantas veces le había visto puesta. Yo con la sudadera que sabía que odiaba. Mis manos escondidas bajo mis muslos. Las suyas apretadas con fuerza en un puño.
- No me vas a dejar - afirmó, con esa voz que tanto me gustó la primera vez que le conocí.
- No puedo... No puedo más. - confesé, en un sollozo contenido.
Bufó y soltó una carcajada al aire.
- ¿Ahora te haces la tonta? Joder, parece mentira que haya tenido que soportarte todos estos años.
Tragué saliva. O al menos lo intenté, porque el nudo en la garganta me lo impidió.
- Lo siento - dije, sabiendo que no tenía nada de por qué disculparme. No cuando tenía sus manos marcadas en moratones por todo el cuerpo.
- ¿Lo sientes? - se giró bruscamente a mirarme. Sus ojos negros se clavaron tan profundamente en mi que tuve miedo. Tuve miedo de que me destrozase por completo. Porque él tenía ese poder. Siempre tuvo ese poder sobre mi - No has sentido nada en tu puta vida. Estás rota. ¿Quién crees que te va a querer? Nadie. Porque no eres nada. El único que siempre ha estado junto a ti soy yo. ¿Y ahora me vienes con estas?
- No es justo - susurré - No eres justo conmigo.
- No te das cuenta de lo ridícula que suenas, ¿verdad? Siempre has sido así. Para el mundo, siempre has sido la chica más perfecta, pero no lo eres. Eres un quiebre emocional.
- Vete a la mierda - farfullé, cabreada, pero con lágrimas resbalando por mi rostro.
- ¿Ves? Ahora lloras, haciéndome creer que el malo soy yo. Pero estoy harto. De ti y de tus putas tonterías.
- No eres bueno para mi. Nunca lo has sido - susurré, evitando mirarle.
Soltó un gruñido y le dio un puñetazo a la madera del banco. Temblé de pies a cabeza. Y él lo vio. Sabía que le temía. Y le gustaba.
- Todos saben que eres incapaz de tomar decisiones sin mí. Eres débil. Por eso siempre vuelves.
No pude controlarlo más y rompí a llorar. Rompí cada una de mis fibras. La sensación de asfixia se aferraba a mí, recordándome que no era libre, que nunca lo había sido desde que él entró en mi vida.
- Siempre haces todo un drama de las cosas. No sabes ser feliz, no sabes disfrutar de lo que tienes - continuó, su tono de voz goteando desprecio. Viéndome llorar, él seguía y seguía y seguía. Porque le gustaba verme sangrar. - Siempre estás buscando algo para pelear, algo para arruinar. No puedes conformarte con lo que te doy, siempre quieres más.
Sus palabras me atravesaban como cuchillos, cada una cortando un poco más profundo. Había escuchado todo eso tantas veces que había empezado a creerlo. Durante años, me había convencido de que su forma de amarme era la única que merecía, que si alguna vez intentaba escapar, el mundo me devoraría. Su control había sido siempre disfrazado de protección, sus celos de amor, y su manipulación como una preocupación sincera por mí. Pero yo sabía la verdad. Sabía que él nunca me había dejado ser quien era, que había moldeado cada aspecto de mi vida para que se ajustara a su versión de la perfección.
Pero... Pero le quería. No podía evitarlo.
- No te quiero - musité, sabiendo que mentía. - No te quiero. Te odio.
Sus manos se apretaron de nuevo en puños.
- Odio que esto sea como una prisión. Odio todo de ti. Te odio. - mis ojos se clavaron en los suyos - Te odio. Me das asco.
Lo que pasó después, quedó nítido. Como las tantas veces que había sucedido.
Levantó su mano y, en un instante, en un solo segundo, el bofetón sonó por todo el lugar. Estalló dentro de mi.
El sonido resonó entre los árboles. El tiempo pareció detenerse.
Me llevé una mano a la mejilla, donde el ardor comenzaba a manifestarse. Ya estaba acostumbrada. Volví a cerrar los ojos.
Se produjo el mismo silencio de siempre. Comencé a contar.
"Uno. Dos. Tres".
Su respiración comenzó a relajarse.
"Cuatro. Cinco..."
- Lo siento - comenzó a decir - Joder, lo siento. No quería. Tú... Tú me haces hacer esto, ¿te das cuenta?
Me sujetó por los hombros y me atrajo hacia su pecho. Mi corazón latía con fuerza. Y sus brazos, aún sabiendo que eran los que me destrozaban, me hicieron calmar mi tormenta interior. La misma que me provocaba él, que ironía.
- Lo siento. Te quiero. Te quiero como nunca podré querer a nadie más. No me dejes. Te quiero.
Inspiré su aroma a lavanda. El mismo que estaba inspirando en esos momentos en su cama. Justo el mismo que volví a oler cuando sus brazos se deslizaron por mi cintura y su nariz se hundió en mi cuello.
- Buenos días, princesa.
Volví a temblar. Sabiendo que no tardaría nada en volver a crearme otro moratón en la piel.
Sabiendo que volvería a vomitar sangre en el lavabo. Sabiendo que tendría que ocultar todas las cicatrices. Sabiendo que tendría que limpiarme las heridas.
Sabiendo que no tardaría nada en matarme.
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