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Es imposible que alguien comprenda cómo esa reunión destrozó mi espíritu. Jamás me había enfrentado a tantas personas que estuvieran de acuerdo en llamarme enfermo.
Antes de estar encerrado en esa fría iglesia, no me sentí culpable por el vídeo. Tampoco estaba orgulloso. Solo me daba igual. Como toda mi existencia. ¿Qué importaba si me gustaba chupar pollas? ¿Por qué eso podía importar siquiera?
Pero en la Iglesia importaba. Joder, sí que importaba. La hermana Georgette pasó una hora hablando de cuántos pasajes de mierda encontró en la Biblia diciendo que me iría al infierno.
Que estaba mal.
Que debía estar arrepentido.
Y que Dios me perdonaría.
Joder. Ni yo podía perdonarme a mí mismo ¿Por qué Dios lo haría?
Ese día algo se perdió en mí, algo que estoy seguro de que nunca seré capaz de volver a encontrar.
Estaba roto para siempre.
Bryan no preguntó nada cuando me subí al auto en silencio, ni tampoco me dijo algo cuando comencé a llorar en el asiento trasero. Se lo agradecí en mi interior. No tenía fuerzas para seguir explicándome frente al resto.
«Mierda, mierda, mierda».
Entré en la casa, con las lágrimas cayendo en silencio por mis mejillas. Y me sentí estúpido.
Tenía rabia conmigo por haber hecho lo que hice, y por no haber peleado ni un poco para evitar que esto pasara. Me odiaba por haber sido tan idiota, tan ingenuo, como para creer que el vídeo realmente daba lo mismo, que el mundo lo olvidaría, y que en cosa de días el chiste perdería su gracia y todo volvería ser como antes.
El alarido de frustración que sonaba en mis entrañas pronto exigió salir, y mi voz retumbó en un eco por las paredes mientras mis cosas estallaban en el piso. Pensé de cuántas formas me habría gritado mamá por tirar mi mochila, y solo recordarla me hizo llorar aún más.
Mamá jamás me habría obligado a ir a la "Reunión de Católicos en Redención".
La estúpida congregación de hermanas de la escuela ofrecía esas reuniones de apoyo para hombres homosexuales que buscaban su camino a la redención ¿Que si a mí me importaba ser católico o encontrar el camino a la redención? Pues nadie me preguntó. Mucho menos Rick cuando me apuntó en la lista de asistencia. Según el acuerdo de tutela que Rick había firmado al reclamar mi custodia, yo debía recibir un tratamiento por mi "adicción a las drogas". Por alguna extraña razón, las reuniones de la congregación eran aceptadas como reemplazo de esa terapia.
Y no, no estaba en contra de las terapias. Mientras estuve en la Residencia de Servicios Sociales me tocó vivir muchas, algunas nada convencionales.
Pero ninguna como la de la Iglesia.
La hermana Georgette consideraba que mostrar el puto vídeo con Jared al grupo era lo mejor para empezar mi camino a la redención.
No importó cuánto protesté, o cuántas veces intenté pararme y evitarlo. Me tuve que quedar allí, en silencio, mientras mi cuerpo temblaba de rabia al recordar esa noche arrodillado frente a Jared. Vi cómo esos vejetes se retorcían en sus asientos, sedientos de tocar sus tristes pitos al escuchar mi arcada retumbar por los parlantes de la Iglesia.
Mi piel se derritió en la vergüenza. Y el recuerdo de cuando el video se hizo público volvió con claridad a mí. Recordé cuando escuché por primera vez mi arcada en el pasillo de la escuela, y el sonido de las risas que siguieron. Recordé los primeros comentarios que llegaron a mis redes, y que se extendieron por toda mi existencia virtual como una gangrena. Pronto no hubo método que les detuviera.
Día y noche. Gente subía el vídeo, me etiquetaba, lo reeditaba. Se reía a mis espaldas. Publicaba mi dirección. Me acosaba en la calle.
Y eso era de lo que me enteraba, porque desde entonces no podía dejar de pensar cuántos viejos asquerosos estarían viendo el vídeo desde una página porno de mala muerte. O cuántos críos lo estarían editando para una página de memes...
¿Cuánto tiempo pasaría antes que pudiera ser libre de esa maldita tortura?
Entonces apareció Laura, el ama de llaves de la casa. Salió de la nada y corrió a buscar mi abrigo tirado en el piso para colgarlo en el ropero.
Había olvidado que tenía criadas hasta para limpiarme el culo de ser necesario.
Traté de disculparme con ella, pero pronto me di cuenta de que era inútil.
—No inglés— dijo con un claro acento mexicano tras escucharme.
Suspiré incrédulo e hice mi mejor esfuerzo para recordar las vagas clases de español que tuve de pequeño.
—Perdón— respondí con un pésimo acento. — Perdón. Esto no pasar. Esto mal. Estuvo mal.
Ella me sonrió y negó con la cabeza, como si mi frase le divirtiera. Quizá mi acento me hizo ver encantador. O seguro me vio botar el alma llorando y decidió darme un respiro. De cualquier forma, se lo agradecí. No podía lidiar con nada en ese momento más que con las lágrimas que amenazaban hacer estallar mis ojos.
Y no quería hacer más el ridículo frente al resto. Quería estar solo, y ahogarme en las notas agridulces de Pink Floyd. Así que hice mi mejor esfuerzo por sonreír y escabullirme en silencio a las escaleras. En mi cabeza la única imagen que tenía en mente era la cama. Quería dormir hasta desaparecer de la faz de la tierra. O darme una ducha tan larga que me desintegrara como la arena. Incluso lanzarme de la ventana sonaba como un buen panorama.
Antes de que pudiera llegar al segundo piso, la puerta de entrada se abrió tras de mí, y mi corazón se detuvo por un segundo. Rick había llegado.
—... Para mañana, necesito que agendes la reunión con los prospectos que estuve conversando...
«¿No debía estar en el trabajo hasta las 6?».
—Sí, Señor Holly— respondió Karen, la asistente personal que seguía como perro faldero a mi padre.
—Y necesito que escribas a Saint Joseph para reagendar la reunión con el director... — mi padre se interrumpió a sí mismo. —¿Cómo estuvo la sesión?
Me había visto.
Me congelé en mi lugar por un segundo. Toda mi vida había sido el chico rudo que no lloraba con nada, pero los últimos meses había aprendido a llorar incluso en silencio. Para mi suerte ya era todo un experto.
Rick le entregó su chaqueta a Laura y dejó a un lado su maletín. Me hizo un gesto con dos dedos para bajar.
—Vamos a mi estudio, tenemos que hablar.
Y antes que pudiera terminar su frase, Karen ya se encontraba siguiéndolo. Entonces decidí armarme de valor, a sabiendas de que no podría soportar más de esas reuniones cuando apenas había ido a la primera y estaba a punto de volver nadando a Londres.
—Claro, porque ahora sí me vas a escuchar.
Creo que puedes intuir que de aquí en adelante absolutamente todo se fue al carajo.
Mi papá se detuvo en seco al escucharme. Su cuerpo se veía imponente al medio del pasillo. Karen casi quedó aplastada en su espalda al detenerse.
En el fondo de mi cabeza había una vocecilla que decía una y otra vez "Calla, Marc... ¡Calla, Marc!", pero a la mierda. No iba a hacerle caso.
—No hay nada que te pueda decir que te haga feliz— dije con sarcasmo. —Por eso es más fácil mentir ¿No?
Laura rápidamente salió del recibidor y se perdió entre los grandes pasillos de la casa. No hablaba inglés, pero la tensión era legible en un lenguaje universal.
Rick respiró hondo y su cara se deformó durante un segundo. Pasó una mano por su pelo y me dio la espalda, como si una mosca hubiera zumbado por su oreja.
Dios. Hasta el día de hoy odio cuando alguien me ignora mientras le hablo. En ese momento solo podía pensar en que quería despedazar al viejo. Pude sentir la sangre en mi cuerpo literalmente hervir de rabia.
Armándome de la mayor cantidad de valor que había tenido en mi vida, apreté ambos puños, sonreí sarcástico y continué con mi actuación, mientras me acercaba cada vez más a él, desafiante.
—Vale... Te miento entonces: "Me encanta ir a una estúpida reunión a escuchar cómo me iré al infierno por mis pecados"...
—Basta— susurró él.
«Prepárate, Hollywood, porque aquí voy».
—¡Ya sé! "¡Ya me puedo ir de vuelta al jodido Londres, pá! ¡Ya no me gustan las pollas!" Y así tú puedes seguir tu estúpida vida de ricachón de mierda, y olvidarte UNA VEZ MÁS de que tienes un hijo llamado Marc-
¡Baf!
Y en un latido de corazón, mi cara estaba mirando hacia un costado y la piel de mi mejilla ardía como si me hubieran lanzado contra un bloque de hielo congelado. Apenas pude sentir la lágrima inerte que cayó de mi ojo, y solo entonces razoné que Rick me había abofeteado.
Toqué mi piel, tan desconcertado que ni siquiera pude reaccionar ante el dolor. Mi alma había salido volando de mi cuerpo.
Rick me observó incrédulo, como si no fuera capaz de reconocer lo que había sucedido. Por un segundo pensé que se disculparía, pero no tardó en recomponer su amargo rostro.
—Vete a tu cuarto.
Otra lágrima. Mierda.
Le miré enfadado y corrí como si me persiguiera el diablo por las escaleras.
Quizá me lo merecía, pero no lo esperaba. En mis adentros me maldije por no saber reaccionar, y por estar llorando otra vez.
«Mierda, mierda...»
No me di cuenta de en qué momento pateé la televisión del cuarto, hasta que sentí el piso cubierto de pequeños y finos cristales. Tampoco tengo memoria de haber despedazado mi nueva computadora, ni de cuándo saltaron los componentes de la reluciente consola.
No fue hasta que sentí mis nudillos rojos que me di cuenta de que estaba rompiendo mi cuarto. Y entonces, solo escuché silencio.
Me dejé caer sobre la puerta hasta quedarme en el piso, sin lograr calmarme. Mi mejilla me ardía como nunca, jamás en mi vida me habían abofeteado así. En la escuela me había peleado varias veces, pero ningún golpe se comparaba ni de cerca con lo que estaba viviendo.
Rick me había partido el alma en dos. Después de esa tarde, creí que nunca más sería capaz de llorar y realmente sentir algo. Mis ojos ardían por las lágrimas que caían a borbotones de mis mejillas, y me costaba encontrar el aliento entre cada bocanada desesperada en el llanto. Esa tarde me desarmé en mi rabia, hasta que no fui capaz de sentir nada. Ni mis lágrimas, ni mi aliento, ni mi corazón. Lloré y despedacé todo a mi alrededor hasta que no fui capaz de sentir las piezas que se habían roto en mí. De esa forma ya no tenía que recomponerlas, porque nunca más volverían a encajar en su lugar.
Me había convencido de que nada en mi existencia tendría alguna vez el más mínimo sentido... pero apareció él.
Y todo se puso de cabeza otra vez.
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