Era gentil
Todos decían que ella era gentil. Que no había nada más preciado en esta vida que un corazón amable. Tan vibrante como los rayos dorados del sol, su benevolencia y su sonrisa que siempre partía las nubes y le daba vida hasta a las hojas más tímidas. Cuando pensaban en ella, le decían que su nombre era como el sol que brillaba durante las cuatro estaciones. Cuatro estaciones que enmarcaban los días del año, y ella siempre brillaría igual. Mientras pudiese pararse sobre sus dos piernas, sus pisadas siempre resonarían al lado de otros, lista para ir a dondequiera que la necesitaran. Estaba en su naturaleza.
Pero lo más importante de todo, Yotsuba tenía que recordar respirar. Siempre habría alguien en alguna parte que necesitaría su ayuda; alguien cuyos días se iluminarían más con ella. Pero eso no significaría nada si no recordaba ayudarse a sí misma. Era un poco vergonzoso de admitir, pero Yotsuba se había tomado bastante tiempo para aprender algo que era así de obvio y simple. Se sentía agradecida por haberlo hecho. Y ahora que estaba de pie encarando el aire de finales del otoño, la chica que soñaba despierta lentamente permitió que el gentil fresco del aire llenara sus pulmones. Colocó una mano sobre su pecho terminó y lentamente comenzó a contar los segundos dentro de su cabeza.
– "Uno... dos... tres..."
Y entonces, finalmente, pudo respirar. – Ya casi llega el invierno... – murmuró Yotsuba, apartando algunas de las hojas caídas con la punta de sus sandalias. Un ligero frío recorrió su piel y rápidamente se ajustó el cuello de su yukata. La brisa se había vuelto más fría en los últimos días. La tela vieja y desgastada que componía su atuendo era poco apropiada para lidiar con los días más fríos, y la edad difícilmente ayudaba. Había trozos de tela que se habían descosido en los extremos de las mangas, y también se había descolorido notablemente. De hecho, si Yotsuba recordaba los días que pasaron en Toraiwa cuando eran niñas, probablemente estas fueran las mismas ropas que llevaron los primeros visitantes de la posada, o tal vez incluso fueran más antiguas que eso.
Yotsuba se apoyó contra la puerta abierta, observando las delgadas ramas de los árboles añadiendo una hoja rojiza más a la pila de otoño. En retrospectiva, Yotsuba no se había imaginado lo mucho que su abuelo había invertido en la posada. En estos últimos meses, su abuelo le había dicho muchas cosas. Le dijo que todos los caminos por los que transitó en su vida (incluyéndola a ella, sus hermanas, y los extraños) restaban hechos de diferentes historias, y dejaban marcadas diferentes cicatrices. Igual que su madre, un alma cansada merecía un breve respiro. Un momento para descansar. Le dijo que era necesario alguien que era gentil, alguien que supiera la carga que podría llevar un corazón para poder ofrecer consuelo en las adversidades. Le dijo que eso era lo que significaba la hospitalidad.
Había muchas otras cosas más que Yotsuba quería aprender. Un montón de cosas que todavía podría aprender, si tan solo hubiese suficiente tiempo.
Su abuelo había fallecido durante una tarde de agosto. Parecía que apenas había sido ayer cuando ella y sus hermanas se habían reunido junto a él. Aunque el anciano logró encontrar la fuerza para volver a Toraiwa, su condición lentamente había empeorado con el cambio de las estaciones. Tal vez siempre había querido que su último lugar de descanso fuera dentro de las paredes que siempre había conocido. El lugar que le ofrecía la mayor paz. En esos cortos días, su abuelo había instruido a Yotsuba en el cuidado y etiqueta apropiados que venía con tomar el manto de un posadero. Le enseñó cómo manejarlo, cómo mantenerlo, y cómo ayudar a aquellos que encontraban su camino más allá de las puertas de entrada.
Otra vez, Yotsuba suspiró. – Si tan sólo hubiera más tiempo, abuelo. – Sus dedos descansaban sobre el marco de madera de la puerta, sintiendo el traqueteo de la vieja puerta. Comparado a cuando las cinco podían visitarla juntas, el terreno de la posada de Toraiwa se encontraba en mejores condiciones. No exactamente en su mejor momento o como para volver a ser operacional, pero tampoco se veía tan llena de polvo o decrépita. Simplemente se encontraba bien. Lo bastante bien para sacarle una sonrisa al rostro de su abuelo mientras daba sus lentos y endebles paseos por los pisos de madera limpios, dejando que sus ancianos ojos se fijaran en el verde jardín. El ligero olor de las plantas que iban floreciendo le acariciaba la nariz.
...
– Ah... – dijo mientras se detenía junto a una de las flores en el jardín. Sus viejos dedos acariciaban los delicados pétalos, sonriendo. – ¿Yotsuba, éstas son nuevas? ¿Las plantaste aquí?
– Oh, yo, um... sí, lo hice. – replicó ella. – Er... ¿qué te parecen? ¿No quedan bien aquí? Pensé que se verían... ya sabes...
– No... no... creo que lucen perfectas.
...
Ahora, mientras la Yotsuba del presente tocaba suavemente las puntas de los pétalos de las flores, no pudo evitar recordar esas palabras tan reconfortantes. Iba a necesitarlo todo. Era lo menos que Yotsuba podía hacer. Era lo único que tenía confianza que podría hacer. – ¿Cómo eras capaz de hacer todo esto tú solo...?
Luego de estirar un poco sus músculos, Yotsuba se giró y recogió los implementos de limpieza que tenía junto a ella. Su mente debió haberse quedado soñando despierta, hasta que la devolvió a la realidad el sonido de un balde que se volcó, derramando agua espumosa por todo el piso.
– ¡Ah, rayos! – exclamó Yotsuba. Rápidamente empezó a recoger las herramientas de limpieza, hasta que todo lo que quedó fue un charco jabonoso. Empezó a mirar alrededor, murmurando para sí misma. – Necesito una toalla... necesito una toalla... toalla... toa... lla...
Su búsqueda la llevó hasta detrás del mostrador de recepción, más allá de donde estaba el cuarto de almacenamiento donde se guardaban las comodidades de los clientes. Empezó a buscar dejando de lado las yukatas dobladas, las almohadas, mantas, pañuelos, toallas...
– ¡Ah! ¡Las toallas! Aquí están...
– ¿Yotsuba? – la llamó una voz, haciendo eco por los pasillos. – ¡¿Yotsubaaaa?! ¿Estás aquí abajo...? ¡W-w-whoa! ¡AHH!
Yotsuba se levantó de golpe, apenas a tiempo para escuchar la voz cercana soltar un grito ahogado. Un chillido sonó desde donde se deslizaban unas sandalias por el suelo, y Yotsuba apenas pudo advertirle demasiado tarde mientras rodeaba el mostrador. – ¡Oh Dios mío! ¡Itsuki, de verdad lo siento! – se disculpó con su hermana. – ¡Acabo de derramar agua y todo el piso está resbaloso!
– Ya me di cuenta... – dijo Itsuki con un ligero quejido. – Ay... ay...
– Lo siento... – Yotsuba soltó una media risita, dándole la mano a su hermana para ayudarla a levantarse. – ¿Te lastimaste en alguna parte?
– Sólo en mi... ay... en mi trasero. Aterricé muy duro. – Una vez que se puso de pie, Itsuki se jaló su yukata para desarrugarla, y luego bajó las palmas hasta la parte inferior de su espalda, sintiendo las porciones de su ropa que se habían empapado. El desagradable olor de tierra y jabón se había colado entre la tela, e Itsuki hizo una mueca al mirarse su cuerpo. – Ahora tendré que volver a cambiarme...
– ¡Déjame ir a buscarte una muda de ropa! Mejor todavía, deberías meterte a las termas. Espérame aquí... oh, probablemente debería poner un letrero de piso mojado. Me pregunto si habrá uno allá atrás...
– Yotsuba, sólo estamos nosotras dos aquí. – Itsuki colocó una mano sobre sus caderas, lanzándole una mirada avergonzada. – La única persona para quien podría haber sido útil era yo.
– Je... tienes razón. Por cierto, ¿qué es eso que llevas cargando todo el rato?
Itsuki bajó la mirada, observando el libro que estaba apretando en las manos contra su pecho. Rápidamente hojeó las páginas, yendo de una cubierta a la otra hasta que finalmente exhaló un suspiro de alivio. – Oh, gracias al cielo. Me preocupaba que se hubiera arruinado.
– ¿Qué cosa?
– El libro de enseñanzas de Uesugi-kun, el que me prestó. – Itsuki se lo enseñó. El título rezaba "Los ABCs para convertirse en un buen profesor". A primera vista, el libro mostraba signos de desgaste. Las esquinas de la cubierta y las páginas parecían orejas de perro, enrolladas hacia arriba toscamente sin importar lo mucho que las aplastaran hacia abajo. El lomo estaba imbuido con una línea dentada y pálida que bajaba por todo el medio, como una grieta en una vieja carretera, sin duda por haber sido abierto y hojeado en todas sus páginas repetidamente.
– ¿Estuviste hasta tarde estudiando de nuevo? – preguntó Yotsuba. – Vi tu luz encendida anoche.
– Yo... podría haber estado repasando algunas páginas antes de irme a la cama.
– ¿Aunque tu siguiente semestre de la universidad todavía no empieza? Deberías tomarte este tiempo para descansar, Itsuki."
– Sí, ya lo sé. Es sólo que, cuando pienso en mi examen de certificación, no puedo evitar pensar que hay tanto que todavía puedo hacer.
– Pero todavía te quedan algunos años, ¿verdad?
– No quiero dormirme en mis laureles. – replicó Itsuki. – Dos años pasarán antes de que me dé cuenta. Lo único que sé es que, para cuando tenga que sentarme y tomar ese examen, lo primero que voy a desear es tener más tiempo. Si tengo tiempo de sobra, ¡debo pasarlo estudiando!
– Sabes, empiezas a sonar como Uesugi-san. – se burló Yotsuba. – Y es mi deber como hermana detenerte antes que te vuelvas una gruñona igual que él. Ahora, debes estar muriéndote de hambre, ¿no? Cámbiate para que podamos desayunar.
Itsuki cruzó los brazos, gruñendo entre dientes. – Supongo que tienes razón. En ese caso, ¿puedes sostener esto por mí? – Le entregó a Yotsuba el viejo libro de enseñanzas. – Volveré pronto. Las batas de sobra están en el cuarto de donde saliste, ¿verdad?
– ¡Sip! Están a mano derecha cuando entras. Las de adultos están en el estante más alto, y los kimonos para mujeres están más cerca de la puerta.
– Gracias.
– ¿Te parece bien lo usual para desayunar? ¡Creo que ahora sí logré atinarle a la receta del abuelo!
– Oh, eso estaría bien. Pero ¿segura que no quieres un poco de ayuda? Puedo bañarme rápido y...
– ¡Nop! – la interrumpió Yotsuba, agitándole un dedo enfrente de la nariz a su hermana. – Ya te lo dije, Itsuki, estás aquí para ayudarme a practicar. Tú eres mi invitada, y un buen anfitrión tiene que saber dar su hospitalidad. Todo comienza con una comida bien preparada. Ahora, ¿vas a bañarte y cambiarte, o quieres comer sentándote con el trasero todo empapado?
– Bien, bien... – Itsuki se dirigió hacia el cuarto de atrás, cogiendo una muda de ropas limpias antes de regresar a las termas. Su hermana ya había salido corriendo, para ocuparse rápidamente del derrame que provocó antes. En la distancia, Itsuki podía escuchar el ruidito de los implementos de limpieza chocando y tintineando unos contra otros hasta que se desplomaron en el suelo, acompañados por el gruñido torpe de su excesivamente entusiasta hermana. Por un momento, Itsuki pensó en asomar la cabeza y preguntarle a Yotsuba de nuevo si de verdad necesitaba algo de ayuda, pero la quinta hermana sabía muy bien la clase de respuesta terca que obtendría.
– Va a estar bien... espero... – Itsuki sacudió su cabeza. Sería sólo por unos días, pero durante su descanso entre trimestres universitarios, se imaginó que le vendría bien un cambio de ritmo cuando se trataba de estudiar para su futuro examen de certificación como docente. Todavía faltaban algunos años antes de poder tomar el examen, pero no le haría ningún daño empezar pronto. Además, ella atesoraba este lugar. Estas viejas paredes parecían estar más brillantes estos últimos meses; estos pisos tan meticulosamente fregados crujiendo bajo sus pies. Igual como su madre había encontrado tranquilidad en el vapor de las aguas termales, Itsuki había encontrado que todos sus pensamientos revueltos lentamente se disolvían mientras su cuerpo se hundía en el baño caliente. Algunas tiras de su cabello rojo se habían deslizado fuera de los dobleces de su toalla, cayendo bajo sus cejas y junto a sus mejillas antes de volver a colocarlos de bajo descuidadamente, dejando salir un suspiro cansado para desinflar su pecho.
Qué alivio. El pensamiento no cruzaba por su mente a menudo, pero un futuro sin las Termas Toraiwa le dejaba una dolorosa cicatriz en las murallas de su corazón. Una pieza menos que probaba la existencia de su madre y de su abuelo en este mundo. Su abuelo había, comprensiblemente, cuestionado la idea. El pasado era simplemente eso, el pasado. Las cinco tenían sus propias vidas por vivir, igual que su madre y su abuelo lo habían hecho. Tal vez llegaría un día cuando realmente tuvieran que decirle adiós a este lugar, ya fuese como las mujeres que eran hoy, o las mujeres que serían en el futuro, pero no habría ningún sueño que valiera para dejar atrás un legado como este.
...
– ¿Segura de que esto es lo que quieres, Yotsuba? – le había preguntado su abuelo aquel día cuando se reunieron en su cama del hospital. – Tu madre, tu abuela y yo ya hemos vivido nuestras vidas. Ya estamos en paz con Toraiwa. Ustedes deberían hacer lo que quieran por su propia felicidad.
– Estoy segura, abuelo. – había respondido Yotsuba. – Nunca he estado tan segura de algo en toda mi vida. Por favor.
– Incluso así, tal vez no... – Su voz lentamente se alargó hasta caer en silencio. Una larga mirada fue todo lo que necesitaba. Una sola mirada en esos ojos azules, brillantes y llenos de vida como el mar, pero de alguna manera, sin espacio alguno para enmascarar dudas.
– Por favor. – repitió Yotsuba. – Por favor enséñame, abuelo.
...
De cierta manera, Itsuki se sentía algo culpable, tanto ahora como en aquel momento. Tenía sentido que el abuelo estuviera algo reacio a la idea. Por supuesto, no tenía razones para dudar de Yotsuba, de hecho todos se sentirían emocionados con la idea. Y por esa razón, Itsuki no pudo evitar preguntarse, ¿era demasiada carga para echársela encima? Ninguna de las cinco hermanas valoraba este lugar menos que las demás, pero parecía algo egoísta, de manera extraña, confiárselo a una sola hermana para que lo cuidase, mientras las demás hacían lo que quisieran. Itsuki se preguntaba para sí misma, ¿estaba mal sentirse un poco culpable? ¿No sería tener otro día, semana, mes, año, o incluso años donde pudiera en cualquier momento meter sus pies en estas aguas un poco conveniente para...?
El ruido de la puerta deslizándose la sacó de su divagación, haciéndola pararse derecha con una chispa en su espina.
– ¡La comida está lista! – exclamó Yotsuba, dando algunos pasos firmes dentro del baño de mujeres. – ¡Itsuki! Llevo un rato llamándote, ¿no me escuchaste?
– ¿H-huh...? – Itsuki se incorporó. – Espera, ¿me llamabas? Perdón, yo...
Yotsuba se rio, entregándole una toalla a su hermana. – Bueno, ¡no importa! Ahora te vine a buscar, así que vamos. Vístete y ve al área del comedor. ¡Pude escuchar tu estómago gruñendo desde antes de entrar!
– ¡¿G-g-gruñendo?! – Itsuki se rodeó el estómago con los brazos. – ¡Eso no es cierto! ¡No estaba haciendo ninguna clase de ruido!
– ¡No, estoy segura de que lo escuché! Hizo un sonido muy largo, extraño y grave, que sonaba algo así. *Ejem*, ggrruuu...
– ¡Ya basta, Yotsuba! ¡Te lo estás inventando...!
Las dos cayeron en silencio, cuando un fuerte rugido se filtró entre los brazos apretados de Itsuki, que no pudo más que apretarlos más, como si eso pudiera ahogarlo. De manera rígida, se fue poniendo de pie, rodando sus labios entre sus dientes mientras su cara se ponía de un rojo brillante.
– Ah ja... – Yotsuba soltó una media risa burlona. – Parece que mi corazonada estaba...
– ¡M-mira! ¡Ya voy a salir, ¿está bien?! – Itsuki salió a toda prisa del agua, enrollándose la toalla alrededor del pecho. – ¡Listo, ahora sólo déjame vestirme!
(–0–)
Un aroma agradable y estimulante. La carne rosada de un pez se partía al deslizar sin esfuerzo sus palillos, como si su frágil longitud de madera fuera tan afilada como el cuchillo de cualquier chef. Suave y tierna. La carne se tambaleaba entre una forma suelta, lista para colapsar al menor empujón; y lo suficientemente duro para mantenerse unido mientras se levantaba sobre un montón de arroz fino. Si su apetito le permitiera la paciencia, Itsuki se habría deleitado con la idea de tomar los sabores uno por uno. Las guarniciones en escabeche que se asentaban en su lengua, la sopa de miso que le calentaba las entrañas y el espectáculo de todo lo que se mostraba con tanta elocuencia frente a ella. Eso por sí solo era una señal de mejora, y si hubiera tenido paciencia para ello, Itsuki habría felicitado a su hermana.
En vez de eso, sus labios preferirían enrollarse mucho más a los extremos de sus palillos, tarareando una dulce melodía de sal y sabor que hacía contacto con su lengua. Junto a ella, Yotsuba se sentaba pacientemente sobre sus rodillas, sosteniendo un plato para servir sobre su regazo mientras observaba a su hermana hambrienta pasar uno tras otro los platos que preparaba.
– Debes haber estado muy hambrienta, Itsuki. – dijo Yotsuba con una risita.
Itsuki se limpió la boca con una servilleta. – Lo siento. Cuando me desperté, eché un vistazo rápido a algunas de las secciones que leí anoche. Quería que fuera un repaso rápido, pero antes de darme cuenta, ya era pasada la hora del desayuno. Oh, gracias.
Yotsuba terminó de servirles té, deslizándole una taza a Itsuki en su lado de la mesa. – Okada-san y Fujita-san me enseñaron algunas cosas sobre servirles a los clientes. Me ayudaron mucho con la presentación.
– Okada y Fujita... Ah, las antiguas empleadas del abuelo, ¿verdad? ¿Pasaron a visitar de nuevo?
Yotsuba asintió. – Esta mañana cuando estaba limpiando. Hasta me preguntaron cuándo estaríamos listas para abrir de nuevo, así podrán venir y trabajar aquí. Jaja...
– Son unas señoras muy agradables. – dijo Itsuki, sorbiendo su té. – Les debemos mucho por cuidar del lugar mientras el abuelo estaba enfermo.
– Sí. Me dijeron que el abuelo fue un buen jefe para ellas, y que quieren volver a la hospitalidad. – Yotsuba suspiró.
– ¿Pasa algo?
– No es nada. Estoy segura que no quisieron hacer daño con eso, pero realmente se siente como si debiera apresurarme. Quiero hacer bien todo esto y hacer un buen trabajo igual como lo hacía el abuelo. ¿Sabías que el abuelo sólo tenía dieciocho años cuando abrió Toraiwa? ¡Dos años más joven que nosotras!
– Yotsuba, no deberías sentirte tan apresurada. – dijo Itsuki. – El abuelo hacía las cosas a su manera, y tú también...
– Ya sé que no debo apresurarme. – añadió Yotsuba rápidamente. – Sólo es que a veces pienso en ello. Nada más.
– ¿Estás segura?
– Estoy segura. Más importante, ¿por qué no desayunamos primero? Si seguimos hablando se nos va a enfriar. Quiero saber qué piensas.
– ¡Oh! Tienes razón. – Sujetó los palillos en sus manos, siguiendo su postura (un hábito que desarrolló por su hobby ocasional como crítica de comida). Había pasado un largo tiempo desde la última vez que asumió esa personalidad; la universidad le quitaba mucho de su tiempo estos días.
Con cada plato que probaba, Yotsuba se inclinaba ligeramente hacia ella. Respiraba pausadamente mientras observaba a su hermana, preguntándose exactamente qué clase de pensamientos corrían por la mente de alguien que juzgaba su cocina. – Entonces... – preguntó Yotsuba, alargando la última sílaba de sus palabras – ... ¿qué tal está...?
– Hm... – Itsuki se quedó pensando por un momento.
– ¡Por favor, sé brutalmente honesta conmigo, Itsuki! Si voy a servir esto en el futuro, necesita ser perfecto. Nunca pude descubrir la forma en que lo hacía el abuelo, pero creo que así está bastante cerca, ¿verdad? Sé directa conmigo.
– ¿Honestamente? No creo que sepan similar en absoluto. Son completamente diferentes en... bueno, si tengo que decirlo, en todo.
Aunque estaba pidiendo la opinión más honesta y dura, Yotsuba no pudo evitar desplomarse un poco, dejando caer su espalda contra los pisos de tatami. – ¿En serio...? Pero esta vez tenía tanta confianza...
– L-lo que quiero decir... – Itsuki cambió su tono al ver la expresión derrotada de su hermana – ... es que eso no necesariamente es algo malo, más bien es como... lo que quiero decir es que probablemente sería mejor si...
– ¡Argh! ¡Está bien! ¡De acuerdo! – Yotsuba se puso de pie de un salto, apretando los puños. – ¡A la próxima vez sin duda! Haré que me salga bien, así que espero que tengas apetito.
Itsuki agarró los extremos de las mangas de Yotsuba cuando estaba a punto de irse a la cocina. – No me dejaste acabar, Yotsuba. Ahora, vuelve a sentarte. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan alterada? ¿Tienes algo en tu cabeza?
Yotsuba suspiró, descansando sus codos sobre la mesa del piso. Estaba jugueteando con otro par de palillos, enrollando uno alrededor de uno de los platos hasta que se hizo una pila torpe. Luego de un rato, finalmente habló. – Sabía que no iba a ser fácil...
– ¿Hm? – Itsuki ahogó una respuesta en su boca llena, ya que había seguido comiendo.
– Hacerme cargo de Toraiwa, quiero decir. El abuelo me enseñó mucho antes de morir, y aun así siento como si no hubiera aprendido nada. Nunca fui buena para cocinar, ni siquiera un poco. Soy pésima para limpiar, al punto que dejo desastres por todo el piso donde la gente se resbala. –Yotsuba se masajeó el hombro, soltando un gruñido cansado. – En serio... la única cosa que puedo hacer aquí de manera decente es el trabajo físico. Soy demasiado tonta para entender este tipo de cosas.
– Espera, espera. No digas cosas como esa sobre ti, Yotsuba. A ese ritmo vas a terminar creyéndotelas. – Itsuki estiró la mano sobre la mesa, cogiendo algunos de los vegetales en escabeche que Yotsuba había picado antes.
– ¿Eso de verdad te gusta? – Yotsuba levantó una ceja.
– Nunca dije que no me gustara. – replicó Itsuki, colocando felizmente los vegetales en su boca. – Al abuelo le gustaba más agregar un poco más de col y jengibre, y cortaba los pepinos más delgados. ¡Pero la forma como tú lo hiciste también es muy buena! Al ser más grueso tiene más textura, y también creo que usas más sésamo. Así puedo saborearlo mucho mejor.
– Whoa. Eso... en realidad es correcto. ¿Cómo lo dedujiste todo? – Yotsuba ladeó la cabeza. – Itsuki, ¿acaso eres alguna clase de crítica de comida o algo?
– ¡¿Q-q-qué?! – Itsuki casi se ahogó con los últimos bocados. – ¿Qué te hace decir e-eso? ¡Por supuesto que no!
– ¿Oh? Bueno, creo que serías una buena, estoy seguro. – Yotsuba se encogió de hombros. – Entonces... ¿te gusta?
Itsuki asintió. – Claro que sí. De hecho, estoy disfrutando mucho de mi comida. No tiene que ser exactamente igual a la del abuelo, ¿sabes? Si cocinas esto para los visitantes, creo que sería más que suficiente. Es exactamente lo que yo querría, algo que tiene el sabor hecho en casa.
– Itsuki...
– Además. – continuó la quinta hermana, recogiendo sus últimos bocados de salmón a la parrila. – ¿Se te olvida una de las cosas más importantes que el abuelo dijo sobre llevar la posada?
– Je... – Yotsuba soltó una risita seca, rascándose detrás de la cabeza. – Dijo tantas cosas y todas sonaban muy importantes.
– Mamá también solía decirlo. Nos dijo que el abuelo se lo había enseñado. Creo que iba algo así... – Juntó los palillos entre sus labios, tarareando sus pensamientos. – La naturaleza nunca se apresura, y aun así todo siempre se logra.
– ¡Ooh! Creo que esa la recuerdo. El abuelo siempre solía decir eso, porque también podía aplicarse a las personas. Decía que la gente viene aquí cuando necesita...
– ... cuando necesita desacelerar un poco. – completó Itsuki, mirando a Yotsuba. – Y creo que eso también se aplica para ti, Yotsuba.
– ¿Para mí?
– ¿No lo crees así?
Por un rato, Yotsuba se sentó callada. Sus dedos encontraron su camino hacia la taza de té que se había servido a sí misma hacía un rato, aunque no se había tomado el tiempo para saborear el primer trago. Pequeños rastros de calor todavía quedaban en los hoyuelos de cerámica que encajaban en sus dedos, no tan calientes como le habría gustado, pero mejor disfrutarse temprano que tarde. Recordó las incontables veces que encontró a su abuelo sentado así, observando los colores de la estación danzando en diferentes tonos. A veces él ni siquiera la notaba, y a veces estaba profundamente dormido.
Cuando su abuelo falleció, les dejó todas sus posesiones a sus nietas. Las Termas Toraiwa Hot Springs fueron heredadas a nombre de las cinco en partes iguales, junto con el resto de sus ahorros. Dijo que sería suficiente como para mantener el lugar a flote durante los próximos dos o tres años, tal vez más, si reducían las ventanas de la temporada que la posada permaneciera abierta. Himakajima era una islita pequeña y casi imperceptible, cuyo único atractivo para los visitantes era lo cálido de las estaciones y un verano sin preocupaciones en sus playas arenosas. Por esas razones, y también que su abuelo sólo podía contratar algunos asistentes a corto plazo, las Termas Toraiwa únicamente abría durante finales de primavera y hasta finales del verano.
– Desacelerar un poco, ¿eh...? – repitió Yotsuba para sí misma. – ¿Estás diciendo que debería tomarme más tiempo?
– Si es lo que necesitas hacer.
– ¿Crees que no debería hacer las cosas exactamente como las hacía el abuelo?
– Si eso es lo que quieres hacer.
– Entonces... – Volvió a alargar la última sílaba de sus palabras, hasta dejarlo en un quedo tarareo al recordar lo que todos siempre le decían. Que había veces en que había que seguir adelante, tomar decisiones y acciones. Y con igual frecuencia, había veces en las que tenía que bajar la marcha, quedarse tranquila, detenerse y pensar en los pasos que había dado en este largo y agotador sendero era la vida. Para Yotsuba, parecía demasiado fácil obsesionarse por las cosas que no sabía. ¿Cuántas veces más tendría que confundirse antes de darse cuenta lo natural que era no saber? Después de todo, ese era el primer paso para aprender.
Una mano colocada sobre su pecho, y los lentos segundos que comenzó a contar en su cabeza. Uno... dos... tres, y finalmente, respirar. En alguna parte de este amplio mundo suyo, en esta pequeña esquina de esta diminuta isla, había un lugar donde ella era necesaria. Un lugar apacible. Un lugar donde los viajeros cansados que lo necesitaban tuvieran un breve respiro y un sitio donde reposar sus cabezas. Cada huésped sería honrado, cada huésped sería tan importante como el anterior, incluso si dicha persona debía ser la propia Yotsuba. Por ahora, sólo había una cosa que podría tranquilizarle la mente, cuando los días se ponían más difíciles de lo acostumbrado.
– Hey, Itsuki. – dijo finalmente Yotsuba. – Antes de que regresemos, ¿crees que podrías hacerme un favor?
– ¿Hm? ¿Qué clase de favor?
Yotsuba se puso de pie lentamente, soltando un gruñido largo y aliviado mientras sus brazos se alzaban en alto sobre su cabeza. La luz de la mañana se filtró a su habitación, y el pensamiento de algo de aire fresco no hizo más que deleitarla mientras se dirigía hacia la ventana, dejando que la fresca brisa otoñal soplara por sus cabellos. Se giró hacia Itsuki, sonriendo. – ¿Crees que podrías acompañarme a hacer unas compras? Creo que... podría hacer un poco más de trabajo de jardinería la próxima vez que venga a Toraiwa.
(–0–)
"Estimado y respetado huésped:
Muchas gracias por su interés en la posada Toraiwa. En este momento, nos encontramos cerrados hasta nuevo aviso, debido al reciente fallecimiento de Takeshi Mihara, el anterior dueño de esta posada, y nuestro querido abuelo. Por más de cincuenta años, la amabilidad de Mihara-san trajo confort y tranquilidad a todos aquellos que vinieron a nuestras puertas. Honraremos su servicio a la comunidad y le desearemos un descanso eterno junto a su esposa, Setsuko Mihara.
Para mayores detalles sobre la futura reapertura, puede ver nuestro sitio web o seguirnos en...
Firmado, Yotsuba Nakano, cuarta nieta mayor."
Esta historia continuará...
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