En agosto

Adiós a la primavera que quedó atrás. El paso de las estaciones, que ya había transcurrido dos veces a lo largo de dos orillas del mar. Dos sombras proyectadas por las hojas y ramas de los árboles, dos aires respirados entre labios cansados. Para ellas, las diferencias podrían ser infinitas, y no fue sino hasta que pusieron un pie de vuelta en el suelo familiar de su hogar que pudieron notar lo bien que podía saber el aire, o lo agradable que era el viento en sus espaldas. Después de todo, había un solo lugar al cual podían llamar hogar, y la primavera nunca sería la misma en otra parte. En esas horas anhelantes, todos se habían despedido de una primavera inolvidable, dejando que las últimas memorias se desvanecieran junto con la cola de una estela blanca de vapor.

Y en cuanto a aquella quien se quedaba atrás, se quedó observando. Desde las ilustres rayas blancas que marcaban las nubes, hasta que todo se deshacía en el tono gris más ligero, aquella que se quedaba atrás observaba con algo de nostalgia, suspirando, aunque fuese sólo para aliviar las tensiones que había en su corazón. Por sólo un poco más, Ichika Nakano se quedaría aquí. Debía quedarse aquí, pues la joven actriz tenía un último asunto sin terminar en este escenario antes de poner su vista en otro.

Contaba los días, y contaba las noches. En abril, volvió a agraciar a las cámaras una vez más con su actuación, igual que lo hizo muchas veces antes, y lo volvería a hacer en el futuro una y otra vez. Apareció como un personaje secundario, "Ruby Chang", una estudiante de intercambio asiático-americana en una comedia romántica, "El Dormitorio de las Chicas", que aparecía para sacudir el idilio amoroso de una de las actrices principales y su novio con el que acababa de romper recientemente. Entre los sets, Ichika se sometió a un estricto régimen de entrenamiento para su papel como "Samantha", una de las principales rivales antagónicas de la película "Boxed Out!", dirigida por uno de los directores más renombrados de Hollywood. Como resultó, el director pensaba que sus estrellas debían someterse al mismo entrenamiento intensivo por el que pasaban los boxeadores reales para que su película saliera perfecta, e Ichika nunca se había sentido más exhausta que la noche después de terminar su última escena.

En mayo, grabó una canción. Su primer y único sencillo de su estadía en Norteamérica, un producto solitario de sus años de entrenamiento vocal y estudio de lenguaje. Una tonada de dos lenguas, letras tanto en inglés como en japonés que tejían hábilmente los sonidos ya familiares. Se titulaba "Los Colores de mi Viaje", y ella cantaba las palabras con toda la honestidad de su corazón, sobre el nuevo mundo pintado que aparecía frente a sus ojos, y por el anhelo de volver a su hogar y ver a sus seres queridos que la esperaban al final de su largo viaje. Para ser su primera canción, fue muy bien recibida, más de lo que ella o sus colegas jamás creyeron que sería para tratarse de un pequeño proyecto secundario. Y aunque podría haber perdido su tiempo en los reflectores, sus hermanas y su prometido al otro lado del mar no se cansaban de repetirle la letra, aunque fuese sólo para avergonzarla.

En junio, apareció en la portada de una revista de trajes de baño. Su figura adornaba las páginas impresas, invitando a todas las miradas culpables y admiradoras a disfrutar del calor de otro verano en California. Posada en la playa en una página extendida con un bikini crochet por 75 dólares, o atrayendo los ojos a una de las muchas otras piezas de la colección de verano, empezando por los 40 dólares. A decir verdad, Ichika nunca había visto el producto final que llegó a los anaqueles de la tienda, al menos hasta que recibió una regañina de su amiga Erika, un día que descubrió que su hermano pequeño estaba colgando recortes y posters de tamaño real de Ichika por toda su habitación.

Y en julio, en el último fin de semana de Julio, Ichika se encontraba de pie en la acera de abordaje del Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, cargando su equipaje. Se acomodó sus gafas de sol mientras el chofer llevaba sus maletas, sonriendo y asintiendo mientras decía: – Muchísimas gracias, Paul.

– Ciertamente, Srta. Nakano. – dijo el hombre alto y de traje, haciendo un saludo con su gorra. – Espéreme aquí un momento, traeré un carro para sus maletas.

– Lo aprecio mucho. – Ella suspiró, arreglándose la chaqueta de tartán que colgaba sobre sus hombros. Arriba de ella, el rugido de un motor a reacción hizo eco sobre la entrada del aeropuerto, y volvió a acomodarse las gafas de sol sobre sus ojos al ver cómo despegaba el avión. Respiró profundamente, y luego volvió a suspirar.

– Parece que por fin es hora, ¿eh? – El eco de unos tacones de plataforma resonó junto a ella, saliendo por la puerta del lado de la calle del taxi. – Dos años realmente pasan volando.

Ichika asintió. – Gracias de nuevo por venir a verme partir, Erika.

– Ya sabes que no me perdería esto por nada del mundo, chica. Ahora, sé que es algo tarde para preguntarte esto y todo, pero ¿estás segura de que estás bien con esto? Quiero decir, las cosas empiezan a ponerse cada vez mejores para ti aquí, y...

– Sí, estoy segura, Erika. Mi respuesta seguirá siendo la misma que las otras veces. Ya deberías...

– Ya lo sé, ya lo sé. – Erika se encogió de hombros. – Es sólo que, ya sabes, el presidente pediría mi cabeza si no lo intentaba al menos una última vez, para convencerte de quedarte.

– ¿Otra vez el presidente? Pero si ya decliné su oferta la semana pasada.

– No sólo es el presidente. Había muchas más personas preguntando por ti en la fiesta del estreno el fin de semana pasado, pero como no te apareciste, y ya que no tienes más un agente, terminaron preguntándome a mí. Recuerdas al Director Bennett, ¿correcto? Sí, ese Bennett. Bueno, su director de reparto fue quien vino a preguntar, pero aun así, ya me entiendes. Y no me hagas empezar con los demás que prácticamente rogaban que te quedaras. Tienes suerte que no se filtrara la información de tu vuelo.

– Estás exagerando, Erika.

– ¡No, lo digo en serio! Prácticamente todo el mundo quiere mantener este lindo rostro tuyo aquí. – Erika se puso la punta de los dedos sobre el pecho, como si la hubiesen herido de tal forma que nunca sanaría. – Sigues rompiendo los corazones de todos a donde quiera que vas, ¿no lo crees?

Ichika se rio. – Bueno, entonces dales de mi parte mis más sinceras disculpas, pero la respuesta sigue siendo no.

– Puedo respetar eso. Aunque ¿te molesta si soy honesta por un segundo?

– Adelante.

– Mm... – Su amiga empezó a tararear, pensando cuidadosamente sus palabras. – Bueno, ¿cómo debería decirlo...? Ya sabes, es como...

– ¿También estás pensando que podría ser un mal movimiento? – preguntó Ichika. – Irme de aquí, quiero decir.

Erika asintió. – No diría un "mal" movimiento. Pero sí es muy arriesgado. – Erika se puso la mano en la cadera, suspirando. – Mira, estoy segura de que no necesito decirlo, pero la mayoría de la gente mataría por tener éxito aquí, y ya tú sabes lo difícil que es ser una actriz allá afuera. Diablos, luego de que abandoné la preparatoria, tuve que trabajar como camarera durante varios años antes de conseguir mi primera oportunidad. Tendrías que volver a empezar de cero si regresas. – Erika volvió a encogerse de hombro. – Es sólo que siento que, como tu amiga, es mi deber ser realista contigo. ¿Segura que estás bien con todo eso? ¿Totalmente bien?

Ichika se quedó pensando en silencio, apoyándose contra uno de los divisores de concreto. Ciertamente, no era demasiado tarde para hacer la llamada, para volver al reino de las estrellas y el estrellato, donde cada nombre era una conexión y cada llamada telefónica podía cambiar vidas. Ella lo sabía bastante bien. Para algunos sería una tierra de sueños de luces, cámara y acción. Agracias la pantalla y tener tu nombre acompañado por aplausos. Y al mismo tiempo, podría ser el cementerio de lo que alguna vez fueron los sueños más brillantes, borrados como si un bolígrafo tachara sus nombres. Si los fantasmas de cada actor y actriz fallidos estuviesen rondándole encima tanto como la sombra de cada avión que pasaba por allí, sin duda la condenarían. Era la amargura y angustia que vivía en la sombra de cada estrella brillante. Cada teléfono que no sonaba, cada mordida tras la crítica, y cada cheque que sólo duraría hasta el siguiente.

De nuevo, eso ya lo sabía. Ella sabía que el talento florecía en muchas esquinas del mundo, nutrido línea tras línea, esperando a que los reflectores le dieran sólo una oportunidad. Sólo una persona tonta echaría por la borda su oportunidad. Y sólo una todavía más tonta echaría por la borda las oportunidades que ella había recibido. Sin embargo, a lo largo de estos veintiún años que ella había llamado su vida, Ichika no era ajena a la idea de ser considerada una tonta.

– Más segura de lo que nunca he estado. – sonrió Ichika. – Había tomado mi decisión desde que abordé aquel vuelo. Sin importar lo idiota que pueda sonar, se los prometí a todos en casa, y a mí misma. Ya me divertí lo suficiente aquí.

Erika se rio. Haría falta otra actriz para poder distinguir una sonrisa genuina comparada con las que se daban para las cámaras, y no había ninguna duda en la mujer que estaba frente a ella.

– Bueno, entonces eso es todo. – le extendió la mano. – Y también, como tu amiga, es mi trabajo animarte, ya sea que estés aquí, o en el buen y viejo territorio nipón. Rómpete una pierna por allá, ¿quieres, chica? Ah, qué diablos estoy diciendo, ¡ven aquí!

Le dio un tirón a la mano estirada de Ichika, y la atrapó en un abrazo largo y fuerte.

– ¡Ack! – Ichika apenas logró sacar eso de sus pulmones. – ¡Erika! ¡Me aprietas!

– ¡Sólo aguántate un poco! ¡Vamos, puedes soportarlo!

– ¡Eri...ka!

Con su última despedida, Ichika procedió a atravesar la terminal del aeropuerto, cargando su equipaje en el carrito. Ya había pasado por la locura regular que solía ser el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles suficientes veces para, incluso siendo una actriz reconocible, escurrirse con facilidad entre la corriente de personas moviéndose y llegar a su terminal de abordaje. Para su sorpresa, el agente de seguridad reconoció a la joven actriz cuando le pidió presentar su pasaporte, e Ichika tuvo que hacerle un gesto rápido para que no hablara demasiado fuerte. Aparte de ese pequeño incidente, Ichika finalmente pudo encontrar un momento de descanso en el café de la terminal, observando los minutos contando hasta que llegó la llamada de abordaje.

Una hora y cuarenta y seis minutos. Se puso a pensar para sí misma lo divertido que había sido todo. Dos años antes, esa versión de sí misma se veía tan joven e ingenua cuando atravesó estas mismas puertas. Recordaba los breves ataques de pánico que sufrió buscando traducciones en su teléfono, y deslizándose por los mapas. Recordaba su primera conversación confusa con un taxista, y las incontables veces que se perdió en la ciudad. Ahora, mientras se acomodaba las gafas de sol sobre sus ojos y la bufanda alrededor de su cuello, Ichika no pudo evitar sentirse orgullosa de sí misma y de la idea de ser reconocida en público. Durante su tiempo en los Estados Unidos, había protagonizado tres películas, fue actriz de reparto en otras siete, estrella invitada en cinco shows de televisión, tuvo papeles menores en otros seis, fue actriz de voz en dos películas, actuó en una producción teatral, produjo un sencillo de música, tuvo once entrevistas por varias plataformas de los medios, le crearon un pequeño club de fans e incluso ya tenía su propia página en Wikipedia.

Y luego de deshacerse de las muchas máscaras que llevaba, todo se redujo a un largo y catártico suspiro mientras se bebía su café, observando el interminable cielo azul por la ventana.

– Japón, ya voy de regreso.

(–0–)

A estas alturas, ya debía haber leído la pantalla más de cien veces. Fila tras fila de vuelos programados, apilados en la misma secuencia desde que puso un pie en las puertas de llegada de los pasajeros, y ningún paseo de ida y vuelta podría hacer que el reloj se moviera más rápidos. ¿Cuántas veces había estado mirando el vuelo ANA 105, dudando de la verdad de los caracteres en negrita que decían muy obviamente "Aterrizado"? Les había dado dos minutos antes que su impaciencia diera paso a murmullos entre dientes. Cada rostro sin nombre que emergía desde esas puertas era sólo otra persona que retrasaba la llegada de Ichika, y en cierto momento, Fuutarou seguramente se dio cuenta que sus sentimientos de desdén se estaban volviendo muy pronunciados por todo su rostro.

Paciencia, paciencia. El pensamiento se repetía una y otra vez en su cabeza, como si necesitara regañarse a sí mismo. No había razón para descargar su frustración en esa familia de tres que pasaba por allí y en el confuso niño pequeño que se preguntaba por qué este hombre de aspecto japonés e intimidante se apoyaba tan cerca de las barandas. Fuutarou suspiró. Esperaba que Ichika hubiese programado un vuelo más conveniente para volver a casa, pues el vestíbulo de llegada estaba repleto a reventar. La gente se chocaba los hombros constantemente, y se revolvía cuando tenían que atravesar con equipaje con ruedas.

– Señor, por favor no bloquee la salida. – le indicó un miembro de la seguridad del aeropuerto para que se apartara. – Los pasajeros necesitan espacio para pasar.

– Perdón. – replicó Fuutarou.

– Si está esperando a algún pasajero, por favor sea paciente. Ya vendrán, el avión acaba de aterrizar.

– Sí, lo siento. Yo...

– Por favor entienda y espere en el área correcta, señor. No puede quedarse aquí.

– Ya, ya lo sé. Ya estaba a punto de... – Fuutarou intentaba explicarse, pero el de seguridad ya se había dado la vuelta. Rodó sus ojos y volvió a buscar un lugar donde pudiera ver a los pasajeros restantes. Justo al hacerlo, sintió un toque en el hombro, y su expresión se iluminó al darse la vuelta. – ¡Ichi...!

Pero lo que escuchó fue una voz grave y brusca, recitando en un japonés muy pobre: – ¡Hey, hey, Takashi! ¡Cuánto tiempo sin vernos! ¿Cómo has estado, hombre?

– Hu... ¿huh? – Fuutarou parpadeó. Miró a sus dos lados, preguntándose a quién le hablaba el extraño vestido en esa camiseta floral y shorts de carga. – ¿Me estás hablando a mí?

– Vamos, viejo, ¡soy yo! ¡Tristan! ¿Qué estás di...? – Hizo una pausa, y luego de echar un vistazo a la cara de Fuutarou, empezó a hablar en inglés. – Oh, ups. Perdón, me equivoqué de persona. Lo siento. Uh, quiero decir... gomennasai.

El extranjero se alejó, y antes que Fuutarou pudiera normalizar la ceja que había arqueado, recibió otro toque en el hombro. Esta vez, no tuvo tiempo de asumir nada, pues la voz venía de una mujer mayor, que le estaba mostrando su teléfono inteligente a la cara.

– Disculpa, jovencito. – le dijo. – Estoy buscando esta puerta, pero no la encuentro. ¿Sabes dónde está? ¿Hablas inglés?

Por razones que él mismo desconocía, Fuutarou respondió: – Uh... puedo hablar un poco.

La mujer le acercó el teléfono aún más a la cara. – ¿Sabes dónde está esta puerta? La he estado buscando y no puedo encontrarla.

– Umm... está en la sección de "Llegadas", señora. La sección de "Partidas" está por allá.

– ¿Huh? ¿Cuál departamento? ¿Departamento de qué? Ya voy muy tarde y estoy buscando...

Partidas. – repitió, esta vez más lento, y luego señaló al extremo opuesto del aeropuerto. – Par-ti-das. Es por allá.

La mujer asintió, y sin dar las gracias agarró su equipaje y se fue por el corredor, desapareciendo entre la multitud de personas. Y por supuesto, Fuutarou no pudo ni terminar su suspiro antes de ser llamado de nuevo.

– Disculpa. – le dijo un hombre de traje, hablando en japonés perfecto. – ¿Sabes por dónde se recoge el equipaje?

Fuutarou señaló la muy obvia señal a pocos pasos de ellos, completa con una enorme y gruesa flecha que señalaba a la izquierda. – Es por allá.

No esperó siquiera a que el hombre mostrase posible gratitud, simplemente quería volver a su lugar cerca de los pasajeros del vuelo ANA 105. Quería ser la primera cara que Ichika vería cuando atravesara esa puerta, y lo último que necesitaba era más distracciones.

– ¿Hola? – preguntó una voz en inglés.

Fuutarou reaciamente giró sus ojos, desviando su atención de los pasajeros en llegada, ya peleando contra el gruñido que se generaba en su garganta. – Perdón, yo...

Y como si apenas hubiera suficiente espacio para enterrarse en su torso, Fuutarou sintió como cada uno de sus sentidos captaban las piezas familiares que manchaban sus esperanzas y deseos durante los últimos meses. Recordó aquel manojo de aromas dulces y decadentes que calentaban los extremos de su cuello. Vainilla, ámbar blanco y almendras, suficiente para intoxicarlo.

Ella estaba allí, enterrada en sus brazos, con el abrigo en sus hombros todavía bamboleándose cuando ella corrió hacia él, con cada parte tan impaciente como él lo estaba. El ala de su sombrero se aplastó contra su pecho, deslizándose ligeramente para revelar su cabello rosa y corto debajo. Mientras ella lentamente levantaba la mirada para verlo, Fuutarou al fin pudo ver el ligero azul marino que ahogaba sus ojos.

Y con una sonrisa, ella dijo: – Tadaima, Fuutarou-kun. Te extrañé.

Él nunca aprendía. Cada vez, ella siempre lograba sorprenderlo, y las primeras palabras que salían de su boca serían diez a la vez, como si fuera un choque de autos entre sus labios.

– Yo...ah, Ichi... Hu... ¿huh? Wah... ¿cuándo...?

La sonrisa en los labios de ella se hizo aún más grande, pero ella le regaló algunos segundos para ordenar su mente. Luego de eso, la mirada en su rostro era algo que ella atesoraría más que nada en el mundo.

Y finalmente, Fuutarou se rio. – Okaeri, Ichika. También te extrañé.

Le dio un rápido beso en la mejilla, que ella le devolvió con gusto. – Perdón, no pude estar allí para recibirte de inmediato. – dijo Fuutarou, acercándose para ayudarle con su equipaje. – No esperaba que bajaras tan rápido.

– Los de primera clase suelen salir más rápido. – dijo Ichika. – Y gracias por ayudarme con mi equipaje.

– Primera clase... claro... – Fuutarou rodó sus ojos. – Casi me olvido. Debe ser muy agradable.

– ¿Hmm? ¿No viajaste con mis hermanas cuando viniste de visita? Debería ser igual, ¿no?

– Para tus hermanas, claro. Tu padre... bueno, él arregló clase económica para mí. Perdón, quise decir económica premium.

– ¡Pft! – Ichika luchó contra el impulso de estallar en risas. – ¡¿En serio lo hizo?! ¡Perdóname, pero eso es muy gracioso! Nunca pensé que papá fuera tan mezquino, pero supongo que todavía necesita tiempo para acostumbrarse a ti. Ya han pasado cuatro años.

– No es que me queje. – Fuutarou se encogió de hombros. – Pedir su bendición ya se sintió demasiado. Le agradezco que haya ofrecido pagar mi boleto en primer lugar. Es un gran hombre, en serio, aunque todavía me aterre a veces.

– Ustedes dos pueden ser tan idiotas a veces. ¿Cuándo entenderán que el otro es inofensivo? – se rio Ichika. Los dos caminaron por el aeropuerto, dirigiéndose hacia el área para recoger el equipaje restante. Mientras tanto, Ichika caminaba por la pasarela, haciendo ocasionalmente algunos contoneos alegres al dar un paso. Después de todo, luego de estar atrapada en un asiento durante once horas le hizo muy mal a sus músculos, y dejó salir todo el cansancio que tenía en un largo suspiro. – ¡Ahh! ¡Qué bien se siente volver a Japón! ¡Y esta vez permanentemente!

– Tienes mucha energía, Ichika. – señaló Fuutarou.

Ichika revisó uno de los dos diales en su reloj. – Apenas son las ocho de la noche allá en California. Además, ya dormí suficiente en el avión. Aunque probablemente me desplome en cuanto llegue a casa. Oh, por cierto, Fuutarou-kun.

– ¿Hmm?

– ¿Te parece que sueno diferente?

– ¿Diferente cómo?

– Es decir, ¿te parece que digo las cosas de manera diferente a como lo recuerdas? – Ichika apoyó su mentón sobre los nudillos. – No estoy segura. Erika mencionó que hay una gran diferencia en la forma como hablan los japoneses-estadounidenses y los japoneses nativos. Ha pasado un largo tiempo desde la última vez que he podido hablar tanto en japonés, así que me preocupa un poco que las chicas en casa puedan pensar que adopté algún acento.

– Hmm... – Fuutarou lo pensó un momento. – Pues no oigo nada diferente. ¿Por qué? ¿Crees que haya cambiado?

– Bueno, Nino hizo un comentario hace unas semanas de que empezaba a desarrollar un acento de "Valley Girl" por haber estado en California por tanto tiempo. Dijo que estaba bromeando, pero cuando se lo dije a una de mis amigas allá en Estados Unidos, dijo que también podía oírlo un poco.

– ¿"Valley Girl"? – Fuutarou levantó una ceja. – ¿Qué significa eso?

– Es como... hmm... es como cuando estiras ciertas partes de una palabra, y luego termina en una pregunta, ¿algo así? – Ichika exageró un poco la pronunciación, pero no estaba segura de estar dando a entender bien la idea. – ¿Entiendes a lo que me refiero?

– Hmm... no, no lo entiendo. Para mí suenas igual.

– Bueno, es... ¿sabes qué? Mejor olvídalo. – Ichika se encogió de hombros. – Quizás a ti no te suene tan obvio, ya que hablamos por teléfono todos los días. Sólo me preocupa un poco que se me cuele entre mi japonés. Mi amiga dijo que era por culpa de mi "intoneishion".

– *Ejem*, Ichika. – Una voz vino de pronto detrás de ella. – Se pronuncia "in-tow-nei-shn".

Ichika sonrió, ya sabiendo quien era antes de darse la vuelta. – Jaja, ahora eres bastante estricta, ¿no, Itsuki-chan?

La chica de gafas se acercó más, rodando dos enormes maletas a sus costados.

– Bueno, ahora soy profesora, después de todo. Bienvenida a casa, Ichika. – Abrió sus brazos para darle la bienvenida a su hermana mayor. Su abrazo era tan apretado y abrumador como Itsuki siempre lo recordaba, incluyendo hasta el último abrazo que le debía desde el año pasado.

– ¡Estoy muy orgullosa de ti! – dijo Ichika con un ligero chillido en su voz. – Ah, cómo desearía haber podido estar aquí cuando recibiste tu certificado. Por favor, por favor, por favor perdona a tu hermana mayor por ser tan horrible.

– ¡Ya te dije que está bien, Ichika! ¡En serio! – dijo Itsuki entre los apretones de su torso. – Ya me adelanté para recoger tu equipaje. Veo que recordaste utilizar esas etiquetas de equipaje que Raiha-chan y yo hicimos para ti.

– Por supuesto que lo hice. Resultaron perfectas, gracias de nuevo. Oh, Fuutarou-kun, ¿podrías ser bueno y ayudar a Itsuki-chan con mis maletas?

Hubo una breve pausa, y Fuutarou brevemente se aclaró la garganta. – Sí... sí, claro. Eso haré.

– ¿Hmm?

Ichika levantó una ceja mientras observaba a su prometido caminar de manera incómoda. Había algo muy extraño en la forma en que Fuutarou se aproximaba a Itsuki, ya que ninguno de los dos se molestaba en ocultar cómo volteaban sus narices. Cuando Fuutarou cogió una de las maletas que Itsuki estaba rodando, la hermana menor soltó la agarradera, como si buscara alejarse de alguna peste. El equipaje de treinta y dos kilogramos le cayó encima a Fuutarou, e Itsuki se fue con un ligero "Hmph" entre dientes.

– Oi. – gruñó Fuutarou, hablando en voz baja. – Creí que íbamos a...

Itsuki lo ignoró. – Iré a buscar el carrito, Ichika. Dame unos minutos. – Y sin esperar, la más joven de las hermanas Nakano, y los primeros pasos le sonaron un poco más fuertes de lo normal.

– Cielos... – Ichika echó una mirada. – ¿Acaso ustedes dos se pelearon o algo?

– Intenta quedarte atrapado en el tráfico con una... – Se detuvo en seco, negando con la cabeza. – Olvídalo. No es nada.

Ichika se rio, cogiendo la agarradera del equipaje más pequeño para llevarlo ella misma. – Algunas cosas nunca cambian para ustedes dos, ¿eh? Vamos, dime lo que pasó. Lo último que quisiera en este momento es que el viaje en auto a casa sea incómodo.

Luego de algunos momentos para pensar en ello, Fuutarou suspiró. – En serio no es nada. ¿Recuerdas esas cosas que les di a las cinco en la preparatoria, cuando nos graduamos?

– Umm... – Ichika hizo memoria por un momento. – ¿Algo que nos diste? ¿No podrías ser un poco más...? ¡Oh! ¿Hablas de esos certificados de graduación?

– Sí, esos. Fue hace mucho tiempo, ya hace como tres años, y para ser honesto, hasta casi me había olvidado de ellos. ¿Todavía tienes el tuyo?

– Debería estar todavía en mi cuarto aquí, no me lo llevé a Estados Unidos.

– Entonces ya debe haberse perdido para siempre, entiendo.

– ¡Hey! – Ella le dio un golpe con el hombro.

– Era broma. Como sea, fue hace mucho tiempo. Es sólo que, más o menos... se me escapó de la mente que Itsuki declinó recibir el suyo en el momento.

Ichika asintió. – Ahora todo vuelve a mí. Sí, ya recuerdo. Dijo que todavía había más que podía aprender de ti sobre ser una buena profesora. Supongo que de verdad te tiene en gran estima.

Oír esa última oración hizo que la mirada de Fuutarou se cayera un poco más. – Claro...

– Ah... creo que ya sé qué pasó. Lo perdiste.

– Eso... quiero decir, no exactamente...

Le contó a Ichika de su breve riña. En esencia, Itsuki finalmente había recibido su cerfiticado de enseñanza luego de años de duro trabajo, en el cual Fuutarou había jugado un papel importante. Le contó de las muchas veces que Itsuki acudía a él con preguntas en relación a algunos de sus estudiantes, cómo llegar a los más problemáticos, y lo importante que era que un profesor encontrase su propio método de enseñanza que le ayudara a resonar mejor con sus estudiantes. Él aprendió cosas sobre sí mismo como tutor que no sabía hasta que las dijo en voz alta. Y ese era uno de los puntos donde Fuutarou sentía que podía relacionarse con Itsuki, incluso aunque los dos terminaban poniéndose a discutir luego de pasar cierto tiempo en su conversación.

Entonces, llegó este día. En alguna parte durante las dos o poco más horas que pasaron atrapados en el tráfico en hora pico, Fuutarou se sorprendió cuando Itsuki le profesó que ya sentía que estaba lista para recibir su reconocimiento después de todo este tiempo.

...

– Me llevó un poco de tiempo. – dijo Itsuki más temprano esa mañana. – Pero finalmente creo que he encontrado mi nicho como profesora. Sé que no puedo ser exactamente como mi madre, y eso está bien. Lo único que lamento es que ella no podrá recibir su propio reconocimiento. Fue la maestra más importante para mí, pero después de ella, la persona a la que más admiro sería...

Cuando el tráfico volvió a atascarse, la quintilliza más joven volteó a ver a Fuutarou en el asiento del pasajero, sonriendo de una manera que le heló la sangre al chico.

– ... lamento mucho todos los problemas, pero creo que ya estoy lista para aceptar tu regalo, Uesugi-kun.

Fuutarou no supo por qué lo hizo. Tal vez fue la pura inocencia y alegría tras esa sonrisa que le quitó cualquier esperanza de mentir, poner una excusa, suspenderlo, o cualquier otra cosa, pero tuvo la sensación de que su cuerpo lo forzaba a decir las siguientes palabras con toda honestidad.

– Yo... – Una gota de sudor se formó en su cejo. – Me olvidé de dónde lo puse...

...

En el tiempo presente, Ichika, sentada en el lado de la agarradera de su equipaje, escuchaba el relato de Fuutarou.

– Entonces... – empezó a decir con una lenta cabezada – ... realmente lo perdiste.

Fuutarou se aclaró la garganta. – ¡Todavía no hay certeza de eso! Estoy seguro de que está allí en alguna parte. Había muchas cosas sucediendo en ese momento, y además, ¡he estado viviendo en Tokio la mayor parte de los últimos tres años! Hasta le pedí a Raiha que echara un vistazo y lo buscaba.

– ¿Al menos te disculpaste con ella?

– Lo intenté, pero...

– Quiero decir, ¿una disculpa genuina y honesta, Fuutarou-kun? ¿Sin poner excusas? – Ichika le pinchó la mejilla con un dedo. – Mmm... eso pensé. Ya sé cómo son ustedes dos, después de todo. Itsuki-chan eventualmente se abrirá si eres amable con ella. – Sacudió su cabeza. – Honestamente, ¿por qué te resulta tan difícil decirle a ella exactamente lo que me dices ahora mismo? Ambos son muy tercos. Veré lo que puedo hacer al respecto, ¿de acuerdo? Pero tendrás que disculparte con ella.

Fuutarou suspiró. – Tienes razón. Lo siento. No quería que tuvieras que lidiar con esto luego de un vuelo tan largo.

– ¡Eso es lo que hace Ichika-oneesan! – Ichika guiñó el ojo. – Ah, creo que esa es Itsuki-chan llamándonos ahora. Parece que pronto estará afuera.

Al abrirse la puerta automática, Ichika finalmente saboreó el fresco del aire de la primavera. El aire le daba la bienvenida, como si el mundo la llevase de la mano y la acompañara en cada paso que daba afuera, como si los sonidos del concreto contra sus tacones fuesen tan grandes como el filamento de una alfombra roja. Una brisa gentil soplaba por el paso subterráneo, murmurándole cada sentimiento de las palabras "Bienvenida a casa", como si le levantara los bordes de su cabello, y la joven actriz devolvió la sonrisa.

Por un rato más, lo saboreó. Decidió capturar cada imagen, sonido, aroma y gusto que hubiera en el viento. Sin duda que habría incontables veces más en las que tendría que cruzar estas puertas de nuevo (donde tendría que ver más del mundo y actuar en muchos diferentes escenarios) pero nada podría capturar la tranquilidad de volver permanentemente a casa.

Quería saborearlo, ya que no tardaría mucho después de entrar a la carretera, y el paseo en alto se convertiría en todo el desorden tan familiar de su casa.

– ¿Ya se lo dijiste, Uesugi-kun? – Itsuki le echaba una mirada fulminante al espejo retrovisor, justo a tiempo para ver a Fuutarou rodando los ojos.

– No es como que tú hayas sido muy sutil con ello. – espetó Fuutarou. – Y sigo creyendo que todavía estás haciendo mucho rollo por algo tan pequeño. Ya dije que lo sentía.

– ¿Llamas a eso una disculpa? De todas las... – Le echó una mirada fugaz a Ichika, y luego volvió la vista a la carretera que tenía en frente. Por lo breve, pudo ver que su hermana mayor se veía sorprendentemente calmada, casi como si se pudiera quedar dormida con una sonrisa en el rostro en medio de ellos dos picándose entre sí. – Ichika, ¿qué fue exactamente lo que te dijo? ¿Acaso exageró alguno de los detalles?

– No, no. Creo que fue bastante objetivo con todo. – dijo Ichika. – Entiendo bien lo que pasó. Mira, Itsuki-chan, Fuutarou-kun ya sabe que metió la pata hasta el fondo esta vez. No sé cada detalle, pero creo que ya los dos han tenido tiempo para enfrirarse un poco. ¿Qué tal si lo intentamos de nuevo, hmm? ¿Tal vez deberías escuchar a Fuutarou-kun una vez más?

Itsuki pensó por un momento y luego suspiró. – Tienes razón, Ichika. Lo siento, no debería ponerme así cuando acabas de regresar. Supongo que estaba algo... irritable, ahora que lo pienso.

– No es gran cosa. El tráfico también me suele volver loca, créeme. – se rio Ichika. – Medio me esperaba que esto fuera a suceder cuando descubrí que sólo ustedes dos venían para recogerme.

Una vez que hubo una breve pausa, Fuutarou finalmente se aclaró su garganta. – Gracias por eso, Ichika. Tienes toda la razón; realmente fui muy injusto todo el tiempo. Así que, uh... Itsuki.

– ¿Sí? – replicó Itsuki, todavía sin quitar los ojos de la carretera.

– Te debo una disculpa. Lo siento, y lo digo de verdad. – Fuutarou empezó a murmurar para sí mismo, tropezándose un poco al inicio de las palabras antes de continuar. – Debí saber lo mucho que significaba para ti, y restarle importancia de esa forma fue muy injusto de mi parte.

– Está... bien, Uesugi-kun. No debí haber hecho tanto escándalo por eso. – Se rio ligeramente por lo bajo. – Después de todo, sólo es un pedazo de papel, ¿verdad?

– Sí, pero aun así... – Fuutarou se reclinó en su silla. – Te lo debo, así que lo encontraré. De hecho, cuando llegue a casa, te prometo que pondré todo el lugar patas arriba hasta que lo encuentre. Estoy seguro de que está... – Se detuvo cuando su bolsillo empezó a zumbar. Era su teléfono, así que contestó. – ¿Hola? ¿Raiha? No, no lo estamos. Sí, ya la recogimos, está en el auto ahora mismo con nosotros.

– ¿Raiha-chan está llamando? – Ichika volteó a mirar.

Su voz sonaba ahogada por el auricular del teléfono, pero Ichika podía alcanzar a distinguir las palabras que Raiha intentaba decir. – ¿Estoy oyendo a Ichika-Oneechan en el fondo? ¡Ponme en altavoz! ¡Quiero saludarla!

– Ichika. – dijo Fuutarou. – Raiha dice que quiere...

– Ya la escuché. – respondió Ichika. – Adelante, ponla en altavoz. ¿Hola? ¿Raiha-chan?

– ¡Ichika-oneechan! – Una voz mucho más audible y alegre resonó con fuerza por el altavoz. – ¡Bienvenida de vuelta! ¿Tuviste un buen vuelo?

– Claro que sí, gracias por preguntar. Y me alegra mucho estar de vuelta. ¿Qué tal te va trabajando con Nino y Miku?

– ¡Son increíbles! Son tan buenas jefas que a veces hasta me aburro los días que no trabajo. ¿Itsuki-neechan también está allí?

– Sí, pero ahora mismo está al volante.

– Hola, Raiha-chan. – Itsuki se inclinó un poco para hablar por el teléfono. – No trabajes más de la cuenta. No querrás terminar como tu hermano.

– Hey. – Fuutarou le lanzó una mirada por el retrovisor, y la quintilliza le sacó la lengua. El chico volvió su atención al teléfono. – Como sea, Raiha, ¿alguna razón para que estés llamando?

– ¿Hmm? ¡Oh! Claro, lo siento, casi se me olvida. ¡Encontré eso que me pediste que buscara!

– ¿Eso?

– ¿Sí, recuerdas? ¿Eso que escribiste a mano y pusiste en un marco? ¡Bueno, ya lo encontré! Estaba enterrado en el closet, debajo de muchas de tus antiguas cosas viejas de la escuela. Había tantas cosas pesadas que tuve que escarbar entre ellas para poder sacarlo. Aunque está lleno de polvo, y el marco está muy golpeado. Y tiene una pequeña grieta en la esquina. Oniichan, creí que habías dicho que esto era muy importante. ¡Deberías haberlo cuidado mejor si ese es el caso!

Fuutarou tuvo que tragarse el aliento. Por la esquina del ojo, pudo ver que los nudillos de Itsuki se ponían blancos sobre el volante. Su mente empezó a correr por incontables cosas que pensó que podría decir, cualquier cosa que pudiera decir, pero sólo una cosa escapó de su boca ya abierta.

– Uhh...

– ¿Hola? ¿Oniichan? ¿Sigues allí?

– Puede que tenga que llamarte después, Raiha-chan. – respondió Ichika.

– No me vuelvas a dirigir la palabra, Uesugi-kun.

– Ah, jaja, es bueno estar en casa.

...

En la calle, bajo las sombras de los altos edificios que los rodeaban, se encontraban de frente a las amplias puertas automáticas de vidrio arriba de unas cuantas escaleras de piedra. Había árboles de ginkgo sembrados en baldosas enmarcadas cuadradas al frente, todavía vibrantes con sus hojas verdes de agosto. El edificio era una pila de varios pisos de condominios, cerrados con un vidrio teñido de turquesa en el exterior. El lobby era visible desde donde estaban, de color marrón chocolate y beige iluminado por unos aros de color ámbar en las paredes.

Las ruedas del equipaje de Ichika se detuvieron lentamente mientras rodaban sobre el concreto. – Entonces, este es el lugar, ¿eh?

– Sexto piso, segunda habitación desde el fondo. – Fuutarou asumió su lugar junto a ella. – No es ni de cerca como tu castillo en los Estados Unidos, o incluso en Tokai, pero tiene una buena vista de Tokio desde el patio, y la estación no está muy lejos.

– Me encanta. – Ichika aspiró profundamente, olvidándose de las últimas oraciones. – ¡Realmente me encanta! No puedo creerlo, se siente tan...

– Guárdatelo para cuando lo veas por dentro. – Fuutarou sostuvo un pequeño sobre, dentro del cual estaba la segunda de las dos tarjetas de acceso marcadas con el número de la habitación.

Ichika la tomó, acariciando el firme plástico entre su pulgar y palma. Otra tarjeta de acceso, igual que las muchas que había tenido antes en toda su vida. Muchos lugares a los que alguna vez llamó hogar, enlazados con las múltiples memorias que la habían hecho la mujer a quien reconocía en medio de los charcos luego de la lluvia. Estas puertas una vez la llevaron a paredes efímeras, y al mismo tiempo, liberaban su alma como si el viento la llevara. Recordó lo fría que se sentía la habitación las noches que su madre llegaba tarde a casa, y lo asustadas que estaban de los bichos que se arrastraban por la puerta. Recordaba ir corriendo para ver la vista desde el balcón en Pentagon el día que Maruo las dejó entrar por primera vez. Recordó las humildes y delgadas paredes que rodeaban el primer apartamento bajo su nombre, y recordaba también el azul puro del océano que se estiraba más allá del horizonte desde un lugar más lejano en el mundo.

Todos los lugares que una vez llamó hogar, pero sabía que ninguno de ellos sería para siempre.

Pero aquí, con una mano sujetando las cuatro esquinas plásticas que constituían otro hogar, y la otra mano sujetando la de su pareja, Ichika podía ver su futuro. Un nuevo lugar al cual llamaría su hogar, excepto que esta vez, deseaba hacer que durase todo lo posible. Incluso para siempre, si todo lo que necesitaba seguía detrás de esa puerta.

Respiró profundamente de nuevo, recordándose que todavía quedaba mucho por hacer. – Gracias de nuevo por conducir, Itsuki. ¿Segura que no fue demasiado?

– Para nada, Ichika. – Su hermana le sonrió, ofreciéndole un último abrazo. – Volveré a mi hotel, ¿todavía estamos pendientes de ir a comer mañana antes de que vuelva a casa?

– ¡Por supuesto! Tú y yo tenemos mucho en qué ponernos al día.

– ¿Segura que no te afectará el cambio de horario?

– Puse cinco alarmas por si acaso. Además, tendré a Fuutarou-kun aquí para seguridad extra de despertarme, ¿verdad?

– Claro. – asintió Fuutarou. – Y umm... Itsuki, de nuevo, yo...

– Está bien, Uesugi-kun. – suspiró Itsuki. – Ha sido un día muy largo, y ya no tengo más energía para discutir contigo. Raiha-chan y yo lo arreglaremos, así que no tienes que preocuparte por nada.

– Entonces, todo lo que me queda por decirte es, gracias, Itsuki. – Fuutarou se rascó detrás de su cabeza. – Entonces... ¿supongo que te veré la próxima semana? Ya deberíamos estar establecidos para entonces.

Ella asintió de vuelta. – Sí, espéranos a todas que vengamos aquí. Todas me han estado mandando mensajes de texto todo el día; no pueden esperar a verlos, y también el nuevo lugar. – Itsuki se cubrió los ojos del sol mientras miraba hacia el nuevo edificio. – Felicidades a ambos, y cuídense.

Tomaron caminos separados, y tras darse un momento para asimilarlo todo, Ichika y Fuutarou dieron un paso al frente. Por todo el recibidor había un aroma de madera y lavanda, pasando por un jardín de rocas y una salida hacia un patio que estaba muy bien cuidado, y ascendieron seis pisos hacia su nuevo apartamento. Fuutarou decidió dejar que Ichika hiciera los honores, y con un solo toque de su tarjeta, finalmente pudo entrar.

Lo primero que notó fue cómo resonó su tacón al entrar. El sonido rebotó por las paredes y por el estrecho pasillo, en todo el vacío apartamento. Pequeñas tablas de madera en el piso, repisas vacías, paredes sin retratos y closets sin nada de ropa colgada. Totalmente limpio, un lienzo que podían llamar suyo.

Había cajas de aspecto familiar apiladas contra la pared en el lado más lejano de la sala. – El resto de tus cosas deberían llegar para mañana. – señaló Fuutarou mientras entraban. El chico dio los primeros pasos adentro, haciéndole un gesto a Ichika con ambos brazos estirados. – ¿Y bien, qué te parece? No se ve tan mal por dentro, ¿eh? Entre nosotros dos, creo que estaremos bien.

Ichika asintió, con un poco más de excitación de lo que quería, y continuó mirando la habitación. No era que hubiese mucho que ver en un cuarto vacío, pero ella seguramente debía haber girado sobre sus talones dos, tres, y ahora cuatro veces, imaginándose hasta la última posibilidad. – Es perfecto, Fuutarou-kun. Es más que suficiente, y es todo nuestro. En serio, no puedo darte las gracias lo suficiente por seguir adelante con esto.

– Dale las gracias a tu papá también, por ayudarme a encontrar el lugar. Bueno, todo lo que hizo fue presentarme a la agencia correcta, pero jamás habría conseguido el lugar sin su ayuda.

– Te aseguro que lo haré. – Ichika se paseó hasta el área de la cocina, deslizando sus dedos por la encimera de mármol. – La cocina tiene mucho más espacio que tu último lugar. Mira, podemos empezar a hacer nuestras comidas justo aquí, sin necesidad de pedir para llevar todo el tiempo.

– Creo que estás hablando por ti, Ichika. – Fuutarou se rio y luego fue hacia el lado opuesto de la encimera. Señaló el espacio abierto y vacío que tenía al lado. – ¿Y qué te parece esto? Podemos poner nuestra mesa para comer por aquí en alguna parte. Podemos incluso tomarnos un café juntos por la mañana.

– Eso suena perfecto. Oh, pero necesitaremos más espacio para la mesa.

– ¿Cuánto espacio crees que necesitaremos?

– El suficiente para acomodar cuatro personas más... ¡no, espera! Tal vez más, en caso de que Raiha-chan decida visitar también.

– ¿En serio estás planeando como si fueras a vivir con todas tus hermanas?

– ¡Hey, nunca se sabe cuándo podrían venir de visita!

Fuutarou rodó sus ojos de manera juguetona, pero se rindió en tratar de discutir de manera inútil. Quizás no fuese tan mala idea tener algo de espacio extra, sólo por si acaso. Giró su atención hacia el extremo opuesto de la habitación. – Podemos conseguir un sofá como el que tienes en el apartamento de tus hermanas, y también un televisor.

– ¡Oh, absolutamente, un sofá es esencial! – Ichika se inclinó muy animada sobre el mostrador. – Consigamos uno agradable y cómodo, en caso de que quiera dormir en él.

– Pero la cama no estaría tan lejos. El dormitorio está justo allá.

– No lo entiendes. Caer dormido en el sofá es uno de los mayores placeres de la vida. Especialmente con el sonido de tus shows favoritos en el fondo, y después de un día largo y agotador...

– Eso suena como algo que diría un viejo.

– O también puede ser tu lugar para dormir si te portas mal, Fuutarou-kun. – Ichika le lanzó una sonrisita diabólica. – Quizás entonces no te quejarías.

Él levantó las manos, y luego se rio. – Entendido.

De esquina a esquina, fueron sacando sus sueños uno tras otro. Un espacio privado donde Ichika pudiera ensayar sus líneas para su audición, y un estudio donde Fuutarou pudiera hundirse en sus libros y garabatear sobre sus páginas. Eligieron en cuál esquina pondrían a su gato, Tappi, para que pudiera disfrutar la vista de la ciudad, y en cual quedaría mejor un estante para los libros o algo más. Imaginando y reimaginando, como niños jugando a la casita. Sólo unos minutos habían pasado, y aun así el apartamento no se sentía del todo igual a cuando cruzaron la puerta.

– Probablemente sigues exhausta luego de todo ese viaje. – señaló Fuutarou, al ver a la joven actriz tratando de reprimir un largo bostezo. – Vamos, déjame ir a prepararte el baño.

– Gracias, Fuutarou-kun. Siempre eres muy dulce conmigo.

– Es lo menos que puedo hacer. Sé que por ahora no hay mucho, pero ponte cómoda en alguna parte.

– Claro. Llamaré a las otras para ver cómo están en casa.

– Enseguida vuelvo.

Para cuando Fuutarou volvió a salir del baño, un ligero y suave resplandor dorado se había metido a la habitación. La luz del sol se reflejaba en los pisos vacíos y las paredes limpias, lentamente haciendo que la habitación adoptara un tono naranja. Un ligero viento soplaba por entre las persianas de la ventana entreabierta, y sin obstrucciones silbaba por el cuarto como si fuera el sonido de un túnel. En ese momento, una sensación de calma se asentó en su corazón. Algo hizo que Fuutarou anduviera de puntillas con cuidado para salir hacia el chorro de luz que se filtraba por la puerta del baño y por el pasillo. Alrededor de la esquina, y de manera más constante al oír una suave respiración, Fuutarou sólo pudo sonreír cuando sus ojos se posaron en ella.

No debía haber pasado mucho desde que se fue, pero no le sorprendió para nada que fuese todo el tiempo que necesitaba para encontrar a la joven actriz, su pareja, su prometida, descansando tranquilamente, sentada sobre el suelo apoyándose de espaldas contra la pared. Aún seguía vestida con su ropa de calle, con las mangas de su chaqueta resbalándole por los hombros.

Suspirando quedamente, Fuutarou se colocó suavemente junto a su pareja. Ichika inclinó su cabeza sobre el hombro de él en cuanto se sentó. – El baño ya está listo, Ichika. – le dijo. – Vamos, despierta.

– No estoy... dormida... – murmuró Ichika, presionando su mejilla contra él. – No... estoy...

– Vamos, todavía traes puesta tu ropa.

– Está bien, está bien... – Se forzó a levantarse a regañadientes, y con otro bostezo largo, empezó a estirarse. Por un momento, se quedó allí, al lado de Fuutarou, mirando cómo las piernas de ambos apuntaban al apartamento vacío. La brisa volvió a soplar algunas corrientes, y la luz del sol volvía la habitación de un tono cerca al ámbar. – ¿Hey, Fuutarou-kun?

– ¿Hmm?

– ¿Crees que lo hice bien mientras estuve allá afuera?

Sin dudar ni un segundo, él asintió. – Por supuesto que sí. Te veía todo el tiempo. Estuviste increíble.

– ¿No crees que fue una pérdida de tiempo o algo así?

– Definitivamente no. ¿Por qué? ¿Hay algo molestándote?

– Un poco. – Ichika le agarró su mano, entrelazando delicadamente sus dedos con los de él. Le encantaba cómo se sentía, lo cálida que era la palma de su mano, y lo firme que sujetaba la de ella. Luego, deslizó sus dedos hasta su muñeca, para poder ponerle la mano justo encima de la cabeza de ella. – Todavía no me has halagado lo suficiente. Vamos, dime cuan orgulloso estás de mí. Sigue diciéndome lo grandiosa que estuve.

Fuutarou se rio suavemente. – Lo siento. Tienes razón. – Deslizó su mano por el cabello de ella, ocasionalmente metiendo sus dedos entre los pelos. – Buen trabajo, Ichika.

– Más. – Hizo un puchero, y luego descansó su cabeza en el hombro de él.

– Sí, sí... estuviste asombrosa allí afuera, Ichika. No podía quitar mis ojos de ti ni por un segundo. Soy tu mayor fan, y te estaba animando cada día que estuviste lejos. Si no me crees, siéntete libre de revisar mi historial de búsqueda.

– Ja. ¿Seguro que no voy a encontrar algo sucio? – se rio ella.

– Inténtalo todo lo que quieras. Pero Ichika... – Bajó la mirada para verla, en esos redondos y profundos ojos azules. Observó esa parte suave de sus labios que se abría mientras respiraba, y el tinte rosa que coloreaba sus mejillas cuando estaban así de cerca. Su mano apartó algunos de sus mechones, y colocó suavemente sus labios sobre la frente de ella. – Estoy muy orgulloso de ti. Y también, estoy feliz de que hayas vuelto a casa.

Ella sonrió, y luego se acercó para darle un rápido beso en los labios. – Y yo estoy feliz de haber vuelto, Fuutarou-kun.

Ambos continuaron sentados, mirando su habitación como si de pronto pudiese cambiar más allá de un espacio vacío si esperaban lo suficiente. La ventana abierta cargaba los sonidos del mundo exterior, los autos que pasaban, las familias regresando a casa de haber salido, los ruidos de la gente entrando y saliendo hacia la noche de la ciudad. Un mundo en el que habían encontrado un nuevo lugar para ellos, y un nuevo comienzo entre incontables otros, tanto pasados como futuros por venir. Por un tiempo, se quedaron tal como estaban.

Y así sin más, hasta que finalmente, tras una última mirada alrededor de la habitación, Fuutarou suspiró con pesadez.

– ¿En qué piensas? – preguntó Ichika.

– Estaba pensando que, ahora que te vas a mudar conmigo aquí, Ichika, probablemente esta será la última vez que veré este lugar así de limpio. Así que probablemente deba disfrutar de la vista mientras du... ¡hey! ¡Au, au, esa es mi mejilla!

– ¿Qué te dije acerca de portarte mal, hmm, Fuutarou-kun?

Esta historia continuará...


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