Al disiparse el polvo

Un traqueteo pesado acompañaba el lento rodar del mecanismo sobre sus cabezas. Con cada tirón y alza de la puerta, trozos pequeños de luz solar se filtraban por las rendijas en el viejo frente. Una enorme ventana rectancular reveló frente a ellos, cubierto desde el interior con un papel de resina marrón estirado hasta las cuatro esquinas. Una vez que atravesaron la puerta abierta, lo primero que saludó a los visitantes fue el sofocante olor del polvo y aire viciado.

- ¿Están bien los dos? – preguntó la voz más joven detrás de ellos. – ¿Papá? ¿Oniichan?

- Estamos... bien. – Isanari tosió fuertemente, jalándose el cuello de la camisa para cubrirse la boca. – No entres todavía, Raiha-chan. Está lleno de polvo aquí adentro. *Fiu*. Realmente necesitamos airear este lugar. Fuutarou, ¿puedes conseguir algo para mantener la puerta abierta?

Fuutarou intentó replicar, pero solo pudo lanzar una fuerte tos seguida de un asentimiento. Ingresó al cuarto pobremente iluminado, echando una larga mirada al lugar. Sillas cubiertas de manteles opacos se sostenían sobre las mesas cuadradas, olvidadas del animado ruido de la compañía. Estantes vacíos que bordeaban las paredes cercanas y opuestas, hambrientos de los deliciosos olores que alguna vez adornaban su espacio. Telarañas enrolladas en las esquinas. El largo alcance del mostrador había quedado manchado de capas de polvo, y el chico que soñaba despierto solo podía recordar a ese niño joven e ingenuo que se sentaba junto a la esquina cerca de la pared, mirando las espaldas de sus padres mientras viajaban por el ajetreo de la otrora llena de vida panadería.

Monótona, polvosa, y deprimentemente solitaria.

- ¿Encontraste algo, Fuutarou? – preguntó Isanari detrás de él. – ¿Por qué te tardas?

- ¡Perdón! Aguanta, ya encontré algo. – Cogió una de las sillas cercanas encima de las mesas.

- Bien, bien... – asintió Isanari. Con pasos lentos, el hombre alto se paseó por el interior, echando miradas muy largas a vistas familiares, con una gran sonrisa en el rostro. – ¡Muy bien, ustedes dos! Raiha-chan, Fuutarou, es hora de hacer nuestro mantenimiento de rutina. Yo me ocuparé de las cosas de atrás.

- Yo revisaré la cocina. – replicó Fuutarou. – ¿Tienes las llaves, papá?

- Sí, están por allá.

- ¿Y qué hago yo? – preguntó Raiha, dando un paso al frente animada. – ¡Puedo ayudar!

- Puedes pararte por allá. – dijo Isanari. – Enciende el interruptor de la luz cuando te avise, y asegúrate que esté apagado cuando te lo diga. Necesitamos asegurarnos que todo está bien en el panel de circuitos.

La niña de ojos alegres asintió con entusiasmo. – ¡Entendido!

Cada año, los tres miembros de la casa Uesugi se encontraban revisitando la vieja panadería familiar. Panadería Uesugi, un nombre simple pero humilde, adecuado para sus humildes dueños. Juntos, hacían un mantenimiento rutinario alrededor de las funcionalidades básicas que operaban el día a día de cada tienda. Tenían que asegurarse que las tuberías de agua potable y drenaje estuvieran operacionales. Tenían que confirmar que la electricidad siguiera funcionando en todos los artefactos y aplicaciones. Un ojo cuidadoso tenía que vigilar en caso de cualquier posible signo de infestación que pudiese haber ocurrido por los largos períodos de negligencia.

Y por supuesto (todo por la mujer cuyos sueños todavía residían dentro de estas cuatro paredes) un poco de limpieza por aquí y allá.

Aunque pasaría un largo tiempo antes de que esta humilde panadería volviera a abrir sus puertas, ninguno de ellos podría imaginarse un tiempo donde se perdieran esta ocasión especial. Por ocupadas que estuvieran sus vidas, nada tomaba mayor precedencia, ni siquiera para el apretado horario que hacía la vida de un estudiante universitario. El segundo semestre de Fuutarou ya había comenzado unos meses antes, marcando hoy una especie de punto medio en el semestre académico. Poco más de ocho meses desde que puso un pie en la universidad por primera vez.

- ¡El agua de la cocina está bien! – avisó Fuutarou. Válvulas rechinantes y algo oxidadas se cerraron con un giro de la muñeca.

- ¡Grandioso! – respondió la fuerte voz de Isanari desde el cuarto de atrás. – Raiha y yo casi terminamos en este cuarto. Raiha-chan, ve a ver si Fuutarou necesita ayuda limpiando la cocina.

- ¡Entendido! – El mechón con forma de pluma fue lo primero que Fuutarou vio cuando la pequeña niña le dio la vuelta al mostrador para entrar a la cocina. – ¡Hey, Oniichan! Papá me dijo que...

- Ya escuché. – Fuutarou le entregó a su pequeña hermana una máscara facial desechable. Él llevaba puesto un delantal blanco con un diseño floral sobre su ropia de diario, y una bandana de tela blanca cubriéndole el pelo. – Toma. El polvo volará por todos lados cuando abramos las ventanas para airear un poco el lugar. Yo puedo trapear los pisos, ¿crees que puedas tomar aquellos trapos y aquella botella de spray para limpiar el mostrador? Espera, ¿de qué te estás riendo?

- Nada. – se rio su pequeña hermana. – Es solo que ahora pareces un verdadero amo de casa. Se te ve muy bien, Oniichan.

- Muy graciosa. – Fuutarou rodó sus ojos mientras se ponía unos guantes de goma. Luego sumergió el trapeador en el balde de limpieza y se movió para limpiar la cocina. – ¿Qué tal va tu segundo año de secundaria, Raiha? ¿Te estás divirtiendo?

Raiha asintió. – ¡Ha sido muy divertido! Ya hice muchos nuevos amigos, y mi profesora guía dice que te recuerda.

- ¿Profesora guía? – Fuutarou se bajó un poco la máscara, mostrando la curvatura de sus labios mientras pensaba. – Segundo año... oh, ¿no estás hablando de Kamiya-sensei? Eso me trae recuerdos. Me sorprende que todavía me recuerde.

- Por supuesto que sí. Kamiya-sensei me contó que no podría olvidar tener un estudiante como tú en su clase. Me contó un montón de cosas sobre ti.

- De alguna manera, no creo que me guste como suena eso...

Raiha no pareció captar la indirecta. – Como que nunca parecías hablar mucho, excepto cuando hacías o contestabas preguntas, que siempre te quedabas solo durante el almuerzo, y que siempre sacabas calificaciones perfectas en tus tareas. Me dijo que nunca tuvo un estudiante como tú antes. Nadie jamás había pasado un año entero sin responder mal ninguna pregunta...

Fuutarou lo recordaba. Debían haber pasado poco más de seis años. Segundo año de secundaria, el año siguiente a su autoproclamado encuentro que le cambió la vida con esa niña de su edad en Kioto. Una de las quintillizas Nakano, como terminó de averiguarlo cinco años después. Pensar en ello solo le recordaba lo imposible que parecía todo. Era el inicio de la aparente transformación de su vida, que siempre asumió que sería para mejor, algo que se mantendría con él por los próximos cinco años. Cuando la vida se convirtió en estudiar y estudiar más, hasta que de nuevo, ese desastre entrometido volvió a su vida. Excepto que esta vez, había vuelto multiplicado por cinco.

- ... y pensó que yo sería igual que tú. – continuó Raiha, sonando un poco más frustrada a medida que seguía. – Quiero decir, ¡creí que sacar 91 en mi primer examen no era tan malo! ¿Por qué se siente como si la hubiera decepcionado o algo? ¡Y la tarea de secundaria es todavía más difícil!

- Y se pondrá más difícil. Tendrás que asegurarte de permanecer entre los primeros si quieres entrar a una buena preparatoria.

- Sí, sí, ya lo sé...

Los dos hermanos continuaron limpiando la cocina. Nubes de polvo se dispersaban ante la primera bocanada de aire fresco. Capas de polvo y mugre desaparecían bajo la pasada de un viejo trapo, dejando atrás el reflejo de un limpiador satisfecho. Cada esquina del cuarto eventualmente comenzaba a brillar con los residuos del trapeador que se deslizaba sobre ella. Todo el tiempo, los hermanos Uesugi intercambiaban algo de tiempo de calidad para ponerse al día juntos. Después de todo, Raiha estaba bien entrada en su vida como estudiante de secundaria ahora, y como cualquier niña de su edad, no le faltaban palabras en relación a cada detalle menor. Antes de darse cuenta, había transcurrido poco más de una hora.

Limpiándose el sudor de la frente, Fuutarou se irguió de pie con su trapeador apoyado contra la pared. – ¡Listo! Ni una sola mancha.

- ¡Hicimos un buen trabajo! – Raiha sonrió ampliamente. – Eso ya debía ser lo último, ¿verdad?

- Mm... casi, pero no del todo. – Fuutarou regresó hacia la mesa principal de la cocina, donde un mantel doblado había sido colocado debajo de varias piezas de herramientas y aparatos. Algunas cosas que había dejado antes al aire para que se secaran. Todavía tenemos que poner algunas de estas de vuelta en las repisas y los cajones. Dame una mano, ¿quieres?

La niña asintió, aunque no pasó mucho antes de que Raiha se detuviera. Se rascó con los dedos en la sien, y frunció el cejo ligeramente.

- ¿Pasa algo? – preguntó Fuutarou.

- No estoy segura de dónde va la mayoría de todo esto. – Raiha levantó un componente plástico de algo que desconocía totalmente. – ¿Qué cosa es esta?

Ella observó cómo su hermano colocaba la parte sobre un dispositivo cercano. – Es un gancho para la masa. Va aquí en la batidora de pie.

- ¿Batidora... de pie? ¿Qué hace eso? ¿Es como una batidora normal?

- Más o menos. Se usa cuando se hace pan. Las batidoras de pie se usan más para... bueno, en realidad, déjame que te explique la diferencia entre... – Sin ninguna invitación real, Fuutarou comenzó una exhaustiva explicación sobre los detalles y flujo de trabajo en una cocina profesional. Cada artefacto y herramienta específico fue acompañado por una breve explicación para unos ojos y oídos muy atentos.

- Sí que sabes mucho de esto, ¿verdad, Oniichan? – dijo Raiha tras algunas rondas de explicaciones. – Ahora que lo pienso, seguramente te gusta mucho hornear, ¿eh? Incluso en la universidad, sigues trabajando en panaderías a tiempo parcial.

- ¡Sí que lo hace! – Rodeando la esquina, Isanari acababa de entrar a la habitación luego de terminar con el mantenimiento general de la vieja panadería. Tenía manchas de aceite negro, tierra y una telaraña enrollada en su camiseta, que se quitó con un trapo limpio. – Deberías haberlo visto cuando era un niño. Le encantaba totalmente este lugar.

Fuutarou le restó importancia con la mano. – Eso fue hace mucho. Solo aprovecho lo que sé.

- ¡Y seguro que sabes, por supuesto! – continuó Isanari. – Lo conocía todo muy bien. Fuutarou siempre nos molestaba a mí y a tu mamá, preguntándonos si ya era lo bastante mayor para trabajar en la panadería. Incluso dijo que era su sueño de toda la vida.

- ¿En serio? – Raiha escuchaba atentamente a su parlanchín padre mientras simultáneamente miraba imaginativamente a su hermano mayor. La curiosa, pero difícilmente convencida mirada en su rostro era una con la cual Fuutarou estaba más que familiarizado. Siempre era así cuando su padre tenía algo que decir sobre él en su juventud, y la intuición de Fuutarou nunca se equivocaba. – ¿Te encantaba tanto, Oniichan? ¿Es por eso que trabajas en panaderías?

- Como dije, fue hace mucho tiempo. – replicó el hermano mayor. – Era demasiado joven para trabajar, así que solo observaba. Mamá fue la que me enseñó lo básico de cómo hornear pan. Dijo que sería bueno aprenderlo para cuando yo... – Fuutarou bajó la mirada, observando su propio reflejo grisáceo en la vieja bandeja para hornear que tenía en las manos. Los años habían venido y se habían ido para ese niño ingenuo que miraba quedamente las espaldas de sus padres desde su asiento especial en la esquina. ¿Cuáles partes de él seguían llevando esas mismas ambiciones que tenía de niño, y cuáles partes de eso se mantenían en esa cuna delicada llamada nostalgia? ¿Y exactamente qué significaba el hecho de estar de pie en este cascarón vacío de una panadería, y que le trajera ese sentimiento distante de melancolía en su corazón?

Las palabras habían salido de su boca incluso antes de darse cuenta. – Cuando yo... fuera lo bastante mayor para trabajar aquí. Con mamá y papá.

Raiha miró solemnemente a su hermano mayor.

La sonrisa alegre en el rostro de Isanari se apagó ligeramente al ver a su hijo mayor. Cruzó los brazos sobre el pecho, apoyándose de espaldas contra la parte superior del mostrador. Por muchas veces que hubiese disfrutado de revivir los viejos recuerdos, siempre había esa sensación de anhelo por algo dejado atrás. Sus ojos observaron la habitación, y dejó salir un largo y cansado suspiro. – Eso me recuerda... debería apurarme y devolver la llamada a los cobradores. No quisiera que nos interrumpan durante la cena...

Fuutarou chasqueó los dientes, y su gesto enfurruñado se intensificó. – ¿Esos tipos de nuevo? ¿No se pueden largar por una vez? Si ni siquiera estamos a inicio de mes todavía.

- Ya, ya... – Raiha bajó la mano, tratando de calmar a su hermano. – Es...

- Se están poniendo más y más insistentes. – suspiró Isanari. – No podemos evitarlo. Esta calle se ha vuelto mucho más popular como distrito comercial en los últimos años. Una vez que las compañías descubran que este lugar ha estado vacío desde hace más de una década, harán lo que sea para echarles sus avariciosas manos encima. Incluso algunos tipos de traje se me acercaron el otro día, ofreciéndome una enorme suma de dinero por nuestro alquiler.

- Bastardos. Todos ellos. – Fuutarou rodó los ojos. – No estarás pensando seriamente en...

- Diablos, claro que no. ¿Qué clase de pregunta es esa? – Isanari sacó el pecho. – Le prometí a tu madre que mantendría este lugar en buena forma. ¿Qué clase de marido sería si empiezo a ser negligente con estas cosas? – Miró arriba con los ojos entrecerrados. – ¿Oh? ¿Esa luz de allí está parpadeando? Creo que habrá que reemplazarla también...

- Sí... – Fuutarou asintió lentamente. – Supongo que podría pasar algo más de tiempo limpiando también...

Raiha intentó colarse en su conversación. – Uhm... yo puedo ayudar si... quiero decir...

Un momento de silencio cayó sobre toda la panadería familiar. Atrapados entre las primeras sílabas de un tema diferente y la duda sobre la idea, ninguno de los dos hombres contemplativos era capaz de encontrar una palabra apropiada para donde estaban. En vez de eso, continuaron de pie en ese lugar, dejando que la nostalgia los abrumara.

- ¡Ah, ya tuve suficiente! – Raiha, que se había quedado callada, de pronto los había jalado por la tela de sus camisas, sacándolos de soñar despiertos de manera tan sombría. Ambos miraron hacia abajo, sorprendidos de ver a Raiha sujetándolos de sus camisetas, como si tratara de juntarlos. – Es igual que todos los años que venimos aquí. Puedo verlo; debe ser muy doloroso recordarlo. Y cuando ustedes dos empiezan a hablar sobre mamá de este modo... yo también empiezo a sentirme triste...

La niña luchaba por encontrar las palabras correctas. Sus mejillas se hinchaban aún más entre más frustrada se sentía consigo misma, hasta que finalmente cedió y dijo lo que tenía en su mente. – Pero eso es porque me siento... mal por ustedes dos. Yo... yo nunca conocí a mamá. No como la conocieron ustedes. Sé que ella era realmente bonita y amable, que amaba esta panadería, y... que esa es la razón por la que siempre volvemos aquí. Y... eso yo...

- Raiha... – dijo Fuutarou, inseguro de qué palabras debería decirle a su hermana pequeña.

- ¡Agh! ¡Ya ni siquiera sé lo que estoy diciendo! – Raiha apretó ambos puños, golpeando uno de ellos contra un lado de su cabeza. – Es solo que... yo... ni siquiera sé por qué me siento así... me siento mal porque no puedo estar triste como ustedes. Me siento rara por necesitar una razón para estar triste y... ¡eso es muy raro! ¿Estoy siendo una mala hija para mamá? ¡No lo entiendo!

- No, lo que dices tiene mucho sentido, Raiha. – Isanari dejó salir otro largo suspiro. Se colocó junto a ella, colocándole una mano sobre el hombro. – Perdóname. Seguro debiste sentirte excluida, ¿no? Te arrastramos aquí con nosotros, y has tenido que soportarnos mientras nos deprimimos como un par de idiotas tristes.

- No, no quise decirlo así. – dijo Raiha. – No es que no sienta nada. Me encanta venir aquí, es solo que... este lugar, siento que debería ser una memoria feliz, ¿no creen? – Miró hacia las alacenas en lo alto, a las repisas con utensilios de cocina que colgaban de ella. – Cuando estamos aquí, cuando hablamos sobre mamá... tal vez yo no haya hablado con ella, pero tengo la sensación de que ella habría querido que este lugar fuese feliz.

Hubo otro breve silencio. Raiha giró lentamente por toda la habitación, terminando donde estaba su hermano mayor. – ¿Me equivoco? – les pregunté.

- No... no te equivocas... – Fuutarou se rascó atrás de la cabeza. Entre más desviaba la mirada de su atenta hermana, más se acercaba a él ese sentimiento distante. Sentimientos que provenían de la intranquilidad de su corazón entre más tiempo se paraba dentro de estas cuatro paredes. Sentimientos de culpa al recordar cómo veía sangrar a su familia con cada billete y moneda que les quitaban de sus bolsillos. Él quería que este lugar fuese una memoria feliz, realmente lo quería. – Es solo que... no sé si mamá habría estado feliz de vernos así.

La mirada en el rostro de Raiha se tornó cabizbaja.

- Vernos vivir en ese diminuto apartamento. Escuchar cómo nos acosan los cobradores de deudas. Me hacen pensar... – Se inclinó contra el mostrador. – Me hace pensar que mamá se habría sentido culpable. Que tal vez... ella querría que nos olvidáramos de ella y siguiéramos adelante.

- Mamá... no querría eso, ¿verdad? – dijo Raiha. – A ella no le habría gustado, ¿verdad?

- Tampoco dije que eso fuera lo que yo quería. – Fuutarou sacudió la cabeza. – Quiero estudiar. Quiero trabajar duro para conseguir un buen empleo, y esforzarme para sacarnos de esta estúpida deuda. Ya estoy harto de ella. – Apretó su puño con fuerza. – Y tal vez si lo hiciera, no me sentiría tan mal por volver aquí todo el tiempo. No me sentiría como si... estuviera decepcionándola por tardarme tanto.

- Fuutarou. – Isanari dio un paso al frente. Tenía una mirada aguda en sus ojos, la misma que Fuutarou siempre ignoraba cuando miraba a su propio reflejo. – Conocí a tu madre desde la preparatoria. Comenzamos a salir cuando estábamos en tercer año. Observé a esa mujer durante años mientras construía este lugar desde abajo. Era su sueño. ¿Realmente crees que así es como estaría si nos viera hoy día?

- Yo... – Fuutarou se mordió la lengua. – No es mi intención pensar mal de ella. Solo quise decir que...

- Bueno, es un hecho que tienes toda la razón. – lo interrumpió abruptamente Isanari. Los dos hijos voltearon a verlo con los ojos muy abiertos. – No podrías haber acertado más. Tu madre era amable, gentil y cariñosa, pero también pedía perdón a menudo, a veces dudaba, y era demasiado considerada. Cuando los dos empezábamos a discutir, siempre era ella la que se disculpaba primero, aunque fuese mi culpa. Siempre se culparía por todo, y ella... – Puso una mano sobre el mostrador, deslizando los dedos lentamente sobre la superficie. – Ella habría querido que abandonáramos este lugar hace mucho tiempo.

Fuutarou y Raiha intercambiaron miradas entre sí. No había nada que pudieran decir tras escuchar algo como eso.

- ¡Pero déjame decirte otra cosa! – Con el pecho en alto y el pulgar presionado contra su esternón, el hombre rubio proclamó orgullosamente. – Esa mujer a quien llamas tu nombre, ¡se casó conmigo! Ella sabía que yo era un tipo muy terco desde el momento en que tuve que pedirle cuatro veces que saliera conmigo hasta que finalmente dijo que sí.

Siguió riendo felizmente para sí mismo. – Y cuando le dije que la amaba, lo primero que me preguntó fue "¿Por qué yo?". Todavía no podía aceptar después de tanto tiempo que podía ser feliz, así que necesitaba a un idiota como yo que se lo recordara. Por eso, cuando estoy aquí y pienso en tu madre, siempre mantengo mi promesa. No dudo por un segundo que fue feliz hasta el momento en que se fue de este mundo.

Colocó una mano sobre la cabeza de cada uno de sus hijos, desordenándoles el pelo. – ... Y lo feliz que era cuando estaba con todos nosotros. – Miró hacia su mano derecha. – Especialmente contigo, Raiha.

- ¿Conmigo? – Raiha miró a través de los mechones de pelo desordenados frente a su cara.

Isanari asintió. – Ya lo sabes. Cuando tu madre enfermó, fue poco después de darte a luz. Sin ella, esta panadería no habría tenido oportunidad. Digo, ¡solo mírame! Tu viejo no es capaz de hornear pan para salvar su vida. Pero... aunque no estuviera yéndole bien, incluso cuando tuvimos que cerrar este negocio, tu madre se veía tan feliz como el día que me enamoré de ella.

Volvió a reírse, y miró a Raiha. – Porque logró traerte a este mundo, Raiha. Esta panadería no era el único sueño de tu madre. Cuando eras muy pequeña, ella te sostenía en sus brazos, y te decía que crecieras para ser una mujer amorosa, inteligente y fuerte. Sabes, te pareces mucho a ella en este momento. Igual que las veces que se enojaba con Fuutarou, tenía esa costumbre de murmurar para sí misma mientras lo regañaba.

Raiha moqueó. – ¿De... verdad?

- ¡Por supuesto! De hecho, incluso Fuutarou tenía la misma mirada exacta cuando lo regañabas.

- No finjas que mamá no te regañaba a ti también, papá. – le corrigió Fuutarou rápidamente. – Puede que haya sido muy joven, pero todavía lo recuerdo. De hecho, estoy seguro de que eras al que ella regañaba más.

- No tengo idea de lo que hablas. – se rio fuertemente Isanari, e igual como solía serlo, el infinito optimismo del padre era abrumador y contagioso.

La calidez de momentos preciosos en el pasado, presente y futuro llenó el pequeño espacio. Durante el resto de la mañana y bien entrada la tarde, la familia Uesugi disfrutó de la compañía mutua. Ahora que el hijo mayor vivía más lejos, momentos como este eran más escasos. Fuutarou compartía historias (que sonaban más como actualizaciones) de su segundo semestre de la universidad. Isanari hablaba de otro trabajo eventual que había tomado y los eventos que habían sucedido en su casa ahora que Fuutarou ya no ocupaba espacio. Raiha todavía no había agotado sus relatos de aventuras como estudiante de secundaria, detallando todo desde los nuevos amigos que había hecho hasta los otros profesores que la alababan por sus diligentes hábitos de estudio.

- Realmente me sorprendes, Raiha. – comentó Fuutarou mientras se preparaban para volver a cerrar la panadería. – No lo había pensado hasta papá lo mencionó, pero realmente parece que has crecido mucho.

- ¿De verdad lo crees? Bueno... de hecho, últimamente he estado viendo muchas de las películas de Ichika-neesan. – Raiha se cubrió la boca con la palma sujetando su puño cerrado. – Ella es... genial. Quiero ser una mujer genial y madura como ella cuando sea mayor.

Fuutarou miró a su hermanita menor. Tenía la vaga idea desde cuando se conocieron por primera vez, pero esa mirada en los ojos de Raiha era de genuina admiración. Había escuchado de Itsuki que el resto de las hermanas Nakano a menudo hablaban por el teléfono con su hermana pequeña. Itsuki había dicho que no querían que Raiha se sintiera sola, sabiendo que su hermano ya no estaría alrededor a menudo, y con aprobación total de Isanari, las dejaba llevarse a Raiha a que saliera a pasar el rato con ellas de vez en cuando.

Entre las quintillizas Nakano, Raiha parecía esforzarse por no mostrar favoritismos obvios. Por supuesto, Itsuki siempre era el primer punto de contacto (para deleite de la Nakano menor) cuando la estudiante de secundaria necesitaba la compañía de sus cinco hermanas mayores, y ninguna parecía conectar tan bien con ella como la quinta hermana. Yotsuba era la que siempre convertía cada conversación en una salida, nunca dejando a Raiha quedarse en su casa si la cuarta hermana podía evitarlo. Tanto Nino como Ichika parecían tomar sus roles de hermanas mayores demasiado literalmente, formando un interés en sus asuntos académicos y su vida escolar, con algún que otro trozo de sabiduría de Nino sobre cómo estar siempre a la moda, aparte de algunos consejos sobre los chicos cuando Isanari no estaba escuchando. Y Miku era el balance perfecto para contrarrestar el caos, ofreciendo el placer tranquilo de juegos y libros entre las otras que siempre estaban más activas.

Aunque con Ichika, las cosas eran un poco diferentes en su relación. Una hermana, que a veces no estaba disponible, pero no era distante. Igual que el día que la hermana mayor y la niña se conocieron formalmente, Ichika había dejado una fuerte impresión con Raiha. Una especie de conexión que la estudiante de secundaria no había conocido antes, apegada a su infantil inocencia.

Ella era una presencia femenina confiable en quien podía poner todas sus admiraciones. Una mujer que trabajaba incansablemente contra todas las adversidades para perseguir sus sueños. Una hermana mayor que siempre podía desmenuzar los problemas en su mente. Y una novia amorosa que siempre mantenía a su amargado hermano como alguien humilde. Esa era Ichika Nakano.

- ¿Has estado viendo algunas de las películas de Ichika? – preguntó Fuutarou. – Algunas de ellas se pueden poner bastante violentas, ¿sabes? Y aterradoras. Creí que no te gustaban esas cosas.

- De hecho, comencé a interesarme recientemente. – Raiha volteó con una expresión presumida. – Muestra realmente lo mucho que sabes sobre mí, Oniichan. Considera esto tu castigo por dejar a tu hermana pequeña sola mientras te vas a Tokio. Hmph.

La expresión del chico se tornó neutral. – Espera un minuto. Estoy empezando a sentir que hice algo malo sin razón. ¿Estás entrando en una fase rebelde o algo?

Otra vez, Raiha se dio la vuelta. – Hmph.

Antes que Fuutarou pudiese formular otra pregunta, Isanari se había girado hacia ellos. – Oi, Fuutarou. Hablando de tu novia, el viejo Maruo me llamó hace poco. Se me había ido de la mente.

Al escuchar ese nombre, Fuutarou se quedó en una postura rígida, como si su rostro frío y casi sin vida le estuviese mirando de frente. –¿El señor Nakano...? Te... ¿te llamó?

- ¿Hm? – Raiha volvió a asomar la cabeza a la conversación. – ¿El padre de las quintillizas? ¿Quiere hablar contigo, Oniichan?

- Sí. – dijo Isanari, mientras continuaba empacando despreocupadamente sus pertenencias. – Me dijo que le hiciera saber cuándo será la próxima vez que estarás de vuelta en Tokai. Dice que piensa que ustedes dos deberían tener otra conversación, o algo por el estilo.

(-0-)

Entre esas largas horas de clases, libros y exámenes, los placeres simples como fines de semana para visitar su hogar se hacían cada vez más infrecuentes. Un momento para recuperar el aliento, para disfrutar de la compañía de amigos y familiares, sin la amenaza de asignaciones y exámenes inminentes, en tanto uno fuese lo bastante diligente. Aliviar el estrés, sin preocupación alguna.

Todo eso se fue con una sola oración pronunciada.

Una ligera fatiga se había impuesto en las últimas veinticuatro horas de la agenda de Fuutarou. Entre girar y retorcerse en su futón la noche anterior, y distraerse tanto durante el desayuno que se le enfrió, nada podía sacudirle esta sensación de espanto que se revolvía en su estómago. ¿Exactamente de qué querría hablar el padre de las quintillizas Nakano con él? ¿Y por qué un hombre tan ocupado como Maruo Nakano pondría de lado su valioso tiempo para encontrarse en persona don él?

Entre más pensaba Fuutarou en eso, más creativa parecía ponerse su imaginación de lo que jamás él creyó que podría. Al menos, ver algunos sitios familiares le ayudó a calmarse un poco su nerviosa mente.

- Oh, vaya, vaya. Tenemos una cara familiar. – Un hombre delgado de cabello castaño claro, atado ligeramente en una coleta baja, acababa de colocar un anuncio afuera de su tienda. Llevaba ropa de cocinero con las mangas arremangadas hasta los codos. La mirada en sus ojos no encajaba del todo con su sonrisa, pues se notaba algo cansada con esas ojeras. – Escuché de Nakano-san que vendrías a visitar hoy. ¿Cómo te va la vida universitaria, chico de Tokio?

Fuutarou le devolvió el saludo. – Gusto de verlo otra vez, jefe. Y las cosas en Tokio van bien, gracias por preguntar.

- Ya no eres mi empleado, Uesugi-kun. Por favor, llámame Ohta-san o manager, como prefieras. – El manager de Revival se puso de pie, sacudiéndose el polvo de su uniforme de cocinero. Notó la expresión similar de cansancio en el rostro de Fuutarou, a pesar de ser muy temprano. – Te ves... bien.

- Admito que he estado mejor. – se rio secamente. Sus ojos se dirigieron a la fachada de su viejo lugar de trabajo. Igual que como lo recordaba, aunque con algunos retoques y alteraciones aquí y allá. La pastelería ahora tenía una capa de pintura mucho más brillante, y su exterior se había extendido con un área de asientos al aire libre, con mesas debajo de sombrillas. Los pasteles habían sido movidos para colocarse en un panel de vidrio mucho más amplio, lo que fácilmente atraparía la atención de cualquier persona que pasara. – El lugar se ve bastante bien. ¿Ha estado remodelándolo?

- Así que te diste cuenta. – Ohta dio un guiño de aprobación. – Le hice algo de trabajo durante mi hospitalización. Nakano-san tiene un buen ojo para la decoración. Ella ayudó a elegir algunos de los arreglos que puedes ver aquí.

- ¿Oh? ¿Así que lo hizo Nino?

El chef pastelero asintió con confianza. – No está del todo mal, ¿verdad? ¡La abundancia de nuevos clientes sin duda creen que sí! Nakano-san está adentro, por si te lo preguntabas.

- Grandioso, gracias. – Se despidió de él mientras se disponía a entrar al local. – Gusto de verlo, je—Ohta-san. Me alegra ver que le vaya bien en su negocio.

Adentro, las paredes y muebles de su viejo lugar de trabajo se veían igual a como lo recordaba. Había mesas de cabina en las paredes, y mesas cuadrada alineadas en columnas, reformadas alrededor de colores cálidos de beige, marrón claro y oscuro. Un espacio abierto que invitaba el aroma placentero de postres dulces y deliciosos, atrayendo el ojo hacia las vidrieras que mostraban ma mercancía. Tal como Ohta lo había mencionado no-tan-humildemente, el interior estaba repleto de clientes y empleados yendo de aquí para allá. Algunas caras familiares lo reconocieron, intercambiando un saludo formal.

Y sentada en una mesa cercana vio un familiar listón con forma de mariposa, atado limpiamente en una coleta.

- ¡Oh, Fuutarou! – La quintilliza sonrió cálidamente. – Buenos días.

- Buenos días, Nino. – Fuutarou le devolvió la sonrisa. – Las cosas han estado muy ocupadas aquí, ¿eh?

Para su sorpresa, la quintilliza no reaccionó. No se había dado cuenta de lo abruptamente que la sonrisa en su cara se tornó en un puchero; y las cejas sobre sus ojos se arqueaban formando un gesto enfurruñado antes de voltearse.

- ¿Huh? ¿Dije algo malo...?

Se vio interrumpido por un ligero golpe por detrás de su cabeza. Dicho golpe provino de una bandeja de hornear vacía, sostenida por la mano de una chica casi completamente idéntica, incluyendo el solitario listón de mariposa que sujetaba el cabello rojo-rosáceo.

- Honestamente... – Nino le lanzó una mirada, cruzando uno de sus brazos sobre el pecho. – No lo pensarías dos veces si nos recortáramos el pelo y dijéramos que somos Ichika, ¿verdad? Ya ha pasado cuánto tiempo ¿y todavía no eres capaz de distinguirnos?

- Ni... ¿Nino? – Solo entonces fue que Fuutarou notó que los uniformes eran ligeramente diferentes, uno de los cuales pertenecía a Komugiya, la panadería rival cruzando la calle. – Espera, entonces... ¿eso significa que tú eres Miku?

Miku se encogió de hombros sarcásticamente. – Parece que la universidad no puede enseñarte todo. Sí, soy yo. Buenos días otra vez, Fuutarou. – La tercera hija se jaló el listón de mariposa sobre su cabeza. – Accidentalmente me mojé el cabello en un charco esta mañana, así que Nino me prestó uno de sus listones. Gracias de nuevo, Nino.

- Ni lo menciones.

- No pueden culparme por confundirlas esta vez. – dijo Fuutarou con un suspiro. – Especialmente si van por allí usando los accesorios de la otra.

- ¿Y? ¿Crees que puedes seguir usando eso como una excusa? Papá y el abuelo no parecen tener un problema.

- Eso... es diferente.

Miku se rio. – ¿Hmm? ¿Diferente cómo? Creí que nuestro abuelo ya te había enseñado la respuesta hace más de un año, ¿o ya se te olvidó?

- ... Si esto sigue así – continuó Nino – terminarás proponiéndole matrimonio a la quintilliza equivocada, y ninguna de nosotros sentirá pena por ti, Fuu-kun.

- Sí, sí... – Fuutarou se masajeó detrás de la nuca. Cuando se trataba de estas chicas, era imposible que no fueran un dolor de cabeza. La mirada en su rostro dijo más que suficiente, y el antiguo tutor dejó salir otro suspiro. – Fue mi error, supongo. Tendré más cuidado a la próxima.

- Solo estábamos jugando, Fuutarou.

- Por cierto, ¿qué estás haciendo aquí, Miku? Tú trabajas en la panadería cruzando la calle. Conociendo como son los managers, estoy seguro que Ohta-san estaría haciendo un escándalo si tu manager estuviese mandando una espía o algo.

Miku solo se rio en respuesta.

- Está aquí por esto. – Nino le entregó a su hermana la bandeja para hornear cuadrada. – El jefe dice que Mihara-san quiere darle las gracias por toda su ayuda. Oh, y que espera que no haya sido demasiado de improviso.

- No fue ningún problema. Igualmente, Mihara-san dice que no dude en pedirnos ayuda si hay otra cosa que Ohta-san necesite.

- Los dos de verdad deberían hablar estas cosas directamente, ¿no creen? ¿Por qué siguen enviándonos de mensajeras todo el tiempo? Si estamos cruzando la calle.

Notando la mirada perpleja en el cejo de Fuutarou, que no se había movido desde que entró a la tienda, las dos hermanas Nakano se tomaron el tiempo de detallar los recientes desarrollos entre sus lugares de trabajo. Como sucedió, la tensión entre los dos locales se había disuelto curiosamente durante el último año. Ninguno de los trabajadores estaba exactamente seguro de cuándo sucedió, pero tuvo que haber sido en algún punto durante la reapertura de Revival. Algunos de los trabajadores más chismosos argumentaban que fue un poco antes, durante la larga hospitalización de Ohta tras su accidente en motocicleta.

Los detalles eran un poco difusos, y los trabajadores de ambos negocios nunca coincidían al cien por ciento en los detalles, pero una cosa en la que todos estaban de acuerdo era que los dos dueños difícilmente parecían estar saltándose al cuello uno a la otra. Tal vez fuese porque Mihara, la dueña y manager de Komugiya, admitió culposamente haber causado el accidente, pero Ohta actuaba como si ese incidente nunca hubiera ocurrido. En vez de discusiones amargas entre harina y fuego, Ohta y Mihara casi parecían evitar conscientemente causarse problemas uno a la otra. Revival había adoptado un menú enfocado más en sus pasteles, pies, cornettos, sándwiches, y bebidas de café, todo con una inspiración más occidental. De la misma forma, Komugiya se enfocaba en hacer favoritos locales, enfatizando más las cookies, croissants, donuts, y pastelillos de crema. Ninguna se solapaba, como si hubiese un acuerdo privado entre ambos.

- ¿Así que eso es lo que ha estado pasando entre ellos? – Fuutarou parecía mucho más sorprendido de lo que habían estado Nino y Miku cuando se enteraron de ello. – No tenía idea de que terminarían acercándose tanto. Interesante...

- Los vimos venir juntos al festival durante nuestro tercer año... – le recordó Nino. – ¿En serio no te diste cuenta?

- Por supuesto que Fuutarou iba a ser el que no tenía idea. – dijo Miku, soltando una risita a medias. – Dejando eso de lado, llegaste muy temprano. Por lo que nos dijiste, se suponía que vendrías a ver a nuestro padre pasado el mediodía, ¿verdad?

Solo por un poco más, Fuutarou deseaba poder haber disfrutado de la bendición que era la ignorancia. Algo de respiro para esa sensación innecesariamente ansiosa, aunque fuese solo para retrasar lo inevitable. – Oh sí... – fue todo lo que pudo decirles, mirando de izquierda a derecha. – Eso, uhm... es correcto...

- ¿Estás bien? – Nino le tocó un lado de la cabeza con un dedo, mirando a la rígida figura que solía llamar su tutor sobresaltarse con el primer toque. – Whoa, de verdad estás tenso. ¿Qué te tiene tan nervioso?

- ¿Nervioso? ¿Es que no conoces a tu propio padre? Estoy a menos de una sola mala impresión, encima de muchas otras más, de que ese hombre me mate únicamente con mirarme. Especialmente luego de la última vez que nos vimos; ¡claro que estoy nervioso!

Nino y Miku intercambiaron una ceja levantada con la otra. – Tú no crees que papá sea aterrador, ¿verdad, Nino?

- ¿Yo? Por supuesto que no. Papá es dulce y amable todo el tiempo. ¿No es así, Miku?

La tercera quintilliza asintió estando de acuerdo, y Fuutarou respondió con una mirada de total confusión. – Oigan... estamos hablando de la misma persona, ¿verdad? ¿Maruo Nakano?

Ambas replicaron con un simple "Sí" al unísono, y Nino se dispuso a continuar. – Bueno, ¿qué esperabas? Estás saliendo con una de sus hijas, así que es obvio que sea extra cauteloso contigo. Y se siente responsable porque fue él quien te contrató como nuestro tutor, después de todo.

- ... e incluso cuando solo fuiste nuestro tutor – añadió Miku – hubo algunas veces en que cruzaste la línea. No puedes culparlo por querer asegurarse que te comportes de la mejor manera cuando estás con Ichika.

- Bueno, no es que quiera ser grosero o algo, pero... ¿hay alguna esperanza de tratar de caerle bien? ¿De alguna manera? Es que no importa lo que haga, siempre parece que termino haciendo algo que lo hace odiarme todavía más.

Nino se encogió de hombros, sin estar convencida. – Ahí no te podemos ayudar. Papá siempre nos ha querido, y tiene buen ojo para juzgar a la gente. Es una orden muy grande para alguien que no le ha caído muy bien a la gente en general por tanto tiempo.

- Eso fue innecesario. – Fuutarou la fulminó con la mirada, que ella le respondió con una sonrisa traviesa. Luego continuó. – Bueno, supongo que no hará daño preguntar. Ese sujeto debe haber nacido con esa mirada en el rostro.

Miku se rio. – Oh vamos, no es tan malo. Una vez que lo conoces, en realidad es muy, muy dulce. – Miró hacia abajo, con una sonrisa sentimental en los labios. – Como cuando aún lo estábamos conociendo. Nunca habíamos tenido un padrastro. Bueno, nunca habíamos tenido un padre realmente, así que todas estábamos algo asustadas con él. Papá parecía ser muy estricto, y casi siempre lo veíamos vestido de traje. Itsuki y yo éramos las que más miedo le teníamos al principio.

Ambos, Fuutarou y Nino, escucharon atentamente mientras Miku hablaba con cariño sobre sus recuerdos.

- Pero, ¿saben?, pienso que también fue por ese entonces. Papá nunca tenía muchas cosas que hablar con nosotras al principio. Realmente no entendíamos de lo que hablaba, y siempre estaba fuera de la casa. Pero... cuando hablaba sobre mamá, siempre tenía la sonrisa más gentil en el rostro. Podíamos darnos cuenta que realmente la amaba y la atesoraba. Después de eso... no pudimos encontrar ninguna razón para pensar que era una mala persona.

Miku miró a Fuutarou. – Espero que algún día, ustedes dos puedan llevarse bien. Después de todo, tú tampoco eres una persona tan mala, Fuutarou. – Revisó la hora en su teléfono. – Ah, creo que ya me quedé demasiado. No quiero dejar esperando a Mihara-san.

- ¡Cuídate, Miku! – Nino se despidió de ella.

- Y gracias por el consejo. – dijo Fuutarou. Al darle la espalda, el listón de mariposa que le amarraba su cabello quedó a la vista. – ¡Oh! Y Miku...

- ¿Hm?

- Tu cabello se ve bien amarrado así. Es un cambio refrescante verte sin tu cabello cubriéndote la cara. Deberías hacerlo más a menudo.

La tercera quintilliza se detuvo en la puerta, colocando una mano contra el marco de metal de la entrada. Tomando suavemente la boina blanca que llevaba sobre su cabeza, y pasándose la mano sobre sus mechones, Miku apenas logró responder de inmediato. Su voz salió pobremente disfrazada, como si fuera un simple murmullo. – S... sí... gracias, Fuutarou. Nos vemos, uhm, más... más tarde...

El suave tintineo de la campana resonó cuando la joven panadera abandonó la tienda.

- A veces, Fuu-kun... – Nino se le puso al lado cruzándose de brazos. – No estoy segura de si me equivoqué respecto a que eras un idiota, o si de alguna manera eres un idiota aún mayor de lo que pensaba.

- ¿Huh...? Espera, ¿qué se supone que significa eso?

- Nada, nada. – Se despidió con la mano mientras volvía a la cocina. – No te preocupes, tengo que volver a mi turno y estaré muy ocupada, así que ni siquiera trataré de espiar tu conversación con papá. Buena suerte.

- Honestamente... – masculló el chico, pero rápidamente se acordó de algo. – Oh, y por cierto, Nino...

- ¿Hm? ¿Qué cosa? – La segunda hermana giró sobre uno de sus talones, quitándose el mechón de cabello que acariciaba su hombro. – ¿Tratas de jugarme una a mí también? Adelante, solo inténtalo. Me siento bastante linda hoy con mi peinado y maquillaje, así que lo que digas no me sorprenderá.

- Como dije, no sé de lo que hablas. – Suspiró mientras negaba con la cabeza. – No, solo quería decir algo que se me olvidó la última vez que hablamos. ¿Cómo va tu aprendizaje en este lugar?

- ¿Oh, eso? Va bien, podría decirse. – Nino se encogió de hombros fingiendo humildad. – Ohta-san sabe mucho más de lo que aparenta.

Fuutarou asintió. Las cosas realmente eran diferentes desde la última vez que vino aquí. En ese entonces, él y Nino eran colegas de trabajo, y entre ser su tutor, su superior en el trabajo, y que ella lo perseguía sin descanso con su amor, tuvo que admitir que se le hacía fácil ver a la segunda hermana como alguien muy testaruda e inmadura. En ese entonces al menos. Pero ahora, la chica frente a él no era una pastelera ordinaria en Revival, sino una aprendiz verdaderamente reconocida, y manager de turnos bajo el mando de Ohta, el dueño del negocio que era la pastelería cada vez más popular, Revival.

- Estás trabajando muy duro, ¿no es así? – Le ofreció una sonrisa sincera. – No es fácil tomar aprendizaje de negocios mientras eres un estudiante a tiempo completo. Eché un vistazo a tus calificaciones hace poco, y realmente puedo ver que no mentías al decir que lo tomabas en serio.

Entre el corto lapso que formaron sus palabras y que ella cautelosamente pensara en ellas, Nino difícilmente se esperaría que una mano gentil se posara en su cabeza. – Buen trabajo. – dijo Fuutarou. – Estoy orgulloso de ustedes, y de su duro trabajo.

Su mano solo estuvo allí por unos cuantos segundos antes de que ella calmadamente la apartase. No cruzó miradas con él más allá a de este punto, por miedo de que él fuese a ver esa sonrisa tonta e ingenua en el rostro de ella. – Ichika de verdad te ha cambiado mucho, ¿eh? – murmuró quedamente.

- ¿Hm? ¿Dijiste algo?

- Nada... q-que tengo que volver al trabajo.

Y con eso, Fuutarou se quedó de pie solo en la pastelería. Aún tenía algunos minutos. Suficiente para tomar un asiento y ordenar un pequeño café. Suficiente para quedarse inmerso en los sonidos de la platería y porcelana, los altos y bajos del jazz, y el sonido de los clientes charlando.

Cuando llegó la hora, y apareció el hombre estoico y vestido con traje, Fuutarou ya había logrado sacudirse lo último de sus nervios. – ¿Desea algo de tomar, señor Nakano? – preguntó Fuutarou cortésmente tras el saludo formal.

- No frecuento lugares como este, así que no hay necesidad. – replicó Maruo.

- ¿Nada en absoluto? ¿No quiere al menos un café mientras estamos aquí?

Maruo lo pensó por un momento, apenas haciendo audible su respiración. – ... Supongo que un café estará bien. ¿Lo sirven solo en este lugar?

Un gusto como ese difícilmente sorprendía a Fuutarou, y los dos continuaron aclimatándose a la compañía del otro. Siempre había ese silencio corto y contemplativo que acompañaba la presencia de Maruo Nakano, y cualquiera en la posición de Fuutarou se sentiría comprensiblemente abrumada al estar frente a la expresión seca del hombre mirándole de frente. Sin embargo, como Fuutarou eventualmente se daría cuenta algo tarde en su vida, la paciencia era una virtud cuando se trataba de entenderse con otras personas.

- Te ves bien, Uesugi-kun.

- Gracias. – Al principio, Fuutarou habría pensado que la frase era simple sarcasmo, hasta que recordó que Maruo no parecía ser el tipo de persona que hacía bromas. – Usted también se ve bien, señor Nakano. Sé que debe estar muy ocupado con su trabajo en el hospital, así que debo preguntarle ¿para qué deseaba verme hoy?

Maruo cruzó una pierna por encima de la otra, descansando ambas manos sobre su rodilla. – Simplemente deseaba tener una charla contigo, Uesugi-kun.

- ¿Una charla?

- Sí. Pienso que los dos debemos conversar al menos por una vez... como adultos.

Uno de los trabajadores llegó con el café que Maruo había ordenado, y tras una expresión de gratitud, el hombre se tomó lentamente su tiempo en tomar los primeros sorbos. Esto le dio a Fuutarou suficiente tiempo para pensar en lo último que Maruo había dicho.

Como adultos. Repitió las palabras dentro de su mente. Allí fue cuando Fuutarou se dio cuenta, no tenía problemas en mirar a Maruo directamente a los ojos mientras hablaban. Sin sutilezas en sus declaraciones, sin ninguna dinámica formada entre sus posiciones.

- Como adultos... – repitió Fuutarou, esta vez en voz alta. Si hubiera un solo momento en el que su cuerpo actuaba de manera separada de sus pensamientos, habría sido en esa sonrisa de aspecto tonto que tenía en la cara, como si por fin hubiese sido validado luego de tanto tiempo.

- No te equivoques. – continuó Maruo. – Creo que ambos ya sabemos uno del otro más que suficiente a estas alturas. Comenzamos como empleado y empleador, y hemos dejado muchas, muchas más impresiones en el otro de lo que se esperaría de este tipo de relación.

Fuutarou soltó una risa nerviosa. – Claro... nunca tuve la oportunidad de pedirle disculpas por todas esas veces. Hubo... definitivamente algunas ocasiones en las que debí haber medido más mis palabras al decirle lo que pensaba.

- No es que particularmente me agrades, Uesugi-kun. – declaró Maruo secamente, y esta vez, Fuutarou no pudo contener la mirada en su rostro. Pero antes de responder, Maruo continuó. – Y tampoco creo que tengas que agradarme. Aunque me sorprendí de descubrir que tu relación con Ichika todavía sigue en marcha.

- ¿Le sorprende que sigamos saliendo? – Fuutarou sintió que el lado izquierdo de su cara se arrugaba ante esa declaración. – Seré honesto con usted, señor Nakano, eso es horriblemente hiriente de su parte. Parece que estuviera presionando a Ichika para que terminara conmigo.

- Un poco de eso, Uesugi-kun. – Maruo revolvió un poco el líquido oscuro de su café. – Y un poco de lo segundo también.

- ¿Discúlpeme? ¡Yo jamás pensaría en algo así! Ichika es... bueno, yo la amo sinceramente...

- Hay mucho de que sé sobre ti, Uesugi-kun. – interrumpió Maruo. – Sé que eres impulsivo, que no tienes respeto por tu empleador, y que te gusta implantar ideas muy testarudas en chicas fácilmente impresionables.

Maruo tomó otro largo sorbo de su café. – Pero... también hay cosas que no sé de ti. No sé si serás un buen hombre para mi hija, ni tampoco sé si tendrás la paciencia y decencia para cuidar de una de las hijas de Rena. Porque todas... heredaron mucho de ella. Igual de alegres, e igual de testarudas.

Antes de darse cuenta, Maruo había dejado que los recuerdos volvieran a invadirlo. Recordaba esos días de adolescencia que pasaba en admiración infructuosa. Recordaba las incontables veces que había pasado junto a la cama de hospital, completa y estúpidamente enamorado, y simultáneamente sintiéndose que se desmoronaba con cada día que pasaba. Recordaba toda la dedicación que un solo hombre podría haber tenido por la mujer a quien amó, la misma mirada reflejada en ese semblante enfurruñado que se sentaba enfrente de Maruo.

- Entonces voy a demostrárselo. – dijo Fuutarou, y por un momento, parecía que Maruo se oía hablar a sí mismo. – Tal vez no le agrade ahora, y quizás nunca llegue a agradarle.

- No he venido aquí para que me convenzas, Uesugi-kun. – El hombre puso su café de vuelta en el plato. – Como te lo he dicho, ya hemos dejado suficientes impresiones uno en el otro. Y aunque he expresado mi desagrado muchas, muchas veces, simplemente no puedo ignorar los deseos de mi hija. Especialmente no al ver lo profundamente sincera que parecía Ichika en persona. – Maruo cerró los ojos, suspirando. – Independientemente de mi actitud hacia ti, Uesugi-kun, estás aquí para quedarte.

- Aquí para quedarme... – Fuutarou repitió las palabras. En la euforia de todo, incluso en medio de las brillantes luces y ojos que observaban, apenas pudo recordar los detalles que lo rodeaban en ese momento. No las palabras que murmuraban las personas en la audiencia, ni tampoco las cosas sin sentido que Itsuki murmuraba para sí misma junto a él, y especialmente no cómo reaccionó Maruo. – ¿Eso significa que usted...?

- Tómalo como quieras. – Maruo se inclinó hacia atrás, cruzando su otra pierna. – Al menos, respetaré las decisiones de mi hija. Ichika es una adulta, y del mismo modo, tú también lo eres, Uesugi-kun. Como padre, lo único que puedo hacer es respetar eso.

- Entonces... ¿he de suponer que no es mucho pedirle comenzar de nuevo?

- No totalmente. – La respuesta vino sin una pizca de duda. – Ya te he dicho esto antes; mis hijas se han vuelto mucho más testarudas luego de involucrarse contigo. No tengo problemas en relación a las matrículas de educación, y aun así Nino y Miku insisten en mantener sus trabajos. Deberían estar enfocando sus esfuerzos enteramente en la educación, igual como lo hace Itsuki. Y Yotsuba, extrañamente, parece estar evitándome. Antes, solía dejarme mensajes a mi teléfono cuando estaba ocupado trabajando...

De nuevo, Maruo suspiró. – Se ha vuelto un problema.

- Si me permite, señor Nakano... – Fuutarou levantó cautelosamente una mano hacia el frente. – Tal vez no me corresponda decir esto, pero... ¿no estará por casualidad... desahogándose conmigo?

- No me gustan las bromas, Uesugi-kun.

- No estoy bromeando. – replicó Fuutarou, ignorando la afilada mirada que le dirigían. – De hecho, hablé un poco sobre usted con mi papá, señor Nakano.

- Isanari... – El simple murmullo de su nombre hizo que Maruo pusiera una cara sombría. – Puedes estar seguro que cualquier cosa que ese hombre te haya dicho sobre mí la habrá exagerado al extremo, y harías bien en deshacerte de tales pensamientos.

Fuutarou se rio. – Quizás. Pero, si hay algo que elijo creerle, sería esto... – Se inclinó al frente, descansando los codos sobre sus rodillas. Entrelazó sus dedos mientras bajaba la mirada un poco más. – Yo nunca creí que fuese diferente mientras crecía, pero mi padre es... joven. Mucho más joven de lo que la mayoría pensaría que es, por tener un hijo de dieciocho años.

Maruo permaneció en silencio.

- No solía pensar mucho en ello, pero es claro que mis padres me tuvieron cuando eran apenas un poco mayores de lo que yo soy ahora. Yo... no puedo imaginarme cómo deben haberse sentido, al convertirse en padres tan repentinamente. Durante mucho tiempo, siempre pensé en mi padre como alguien demasiado despreocupado, y no esperaba mucho cuando se lo pregunté por capricho.

»Pero me contó muchas historias sobre cómo ustedes dos siempre parecían estar peleando por todo. Lo frecuentemente que se metían en discusiones en los pasillos. Las veces que él trataba de escaparse de clases, y usted estaba allí para detenerlo. Y lo mucho que usted admiraba a la madre de las quintillizas.

- Todo eso es desde su perspectiva. – dijo Maruo. – Es cierto que Isanari y yo nunca nos podíamos ver a los ojos, pero eso no le da derecho a él de decir ese tipo de cosas. Te equivocas si piensas que remotamente éramos cercanos entre nosotros.

- Es cierto. – replicó Fuutarou, aunque el ligero aire de su tono parecía implicar algo de duda. – Pero me dijo algo sobre esto. Ser un padre... es algo que cualquiera puede hacer; ser un buen padre... bueno, eso es un poco más difícil. Mi papá era joven cuando se convirtió en padre, y me dijo que, siendo honesto, no sabía si podría ser un buen padre. Incluso ahora, admite que está algo inseguro.

Miró directamente a los ojos de Maruo. – Y esa es la única cosa con la que mi papá sentía que podía identificarse con usted.

Maruo se contuvo un comentario rápido, en vez de eso enfocando toda su energía en mantener el semblante serio de su cara. Aunque no pudo ocultar totalmente el breve momento en que sus ojos se ensancharon. – Eso... difícilmente sería la verdad.

- Pero difícilmente sería una mentira, o eso creo yo. – replicó rápidamente Fuutarou. – Usted una vez me dijo que tiene sus fallos como padre. Y aun así, aceptó a cinco hijas idénticas bajo su cuidado cuando tiene la misma edad que mi papá. Les ha proveído lo que necesitan y las ha protegido. Y si me permite, sería tal como usted lo dijo antes; ambos hemos dejado nuestras impresiones. Luego de pasar tanto tiempo con esas chicas, y aprender de usted a través de ellas, creo que es justo que yo también tenga mis impresiones de usted, señor Nakano.

- ¿Oh? – Maruo entrecerró los ojos, como si marcase al joven estudiante universitario por esa audacia. – ¿Y cuáles son?

- Que usted no es un mal padre para esas chicas.

Hubo una ligera duda en los ojos de Maruo. Fue casi como si el hombre estuviese preparado para refutar cualquier comentario ingenuo que se atreviera a salir de la boca de Fuutarou, pero cuando finalmente salió, se quedó con un simple "hmm" en su voz.

- Usted hace más que solo proveerles. – continuó Fuutarou. – Las conoce a la perfección, y más importante aún, confía en ellas ciegamente. Ichika con su actuación; Nino, Miku e Itsuki con sus trabajos y con la escuela. Y eso también se aplica para lo que dijo antes sobre Yotsuba. Si puedo actuar fuera de línea solo por un momento más, yo diría... que tiene sentido que se preocupe un poco por ella. Un padre no puede evitar preocuparse. Pero estoy seguro que en el fondo, Yotsuba entiende que lo que usted está haciendo es darle espacio para descubrir las cosas por sí misma.

Fuutarou sonrió. – Para mí es muy claro que usted ama a esas chicas, y no hace falta decir que ellas lo aman a usted también.

Hubo un extendido silencio en su mesa. Rodeados por el ruido de una tarde en el café, los dos permanecieron en sus asientos. Maruo volvió a coger su taza, llevando la fría cerámica hacia sus labios, solo para darse cuenta que ya se había terminado su café.

Maruo se preguntaba, entre esta vida desordenada y expeditiva vida suya, ¿cuántas veces podría decir que tomó las decisiones correctas? Más todavía, ¿sería apropiado preguntar cuántas veces había dudado de sí mismo? Rena Nakano era un sueño ferviente en su vida, una llama permanente que ardía desde el primer día y seguiría así para siempre, inspirando al hombre que miraba al espejo cada mañana. Aunque su tiempo en este mundo seguía solo en la memoria, aquellos pensamientos y ambiciones que ella le inculcó ardían muy brillantes cada vez que observaba los rostros de sus hijas. E igual que esa llama cambió su vida, también lo hicieron las ascuas que dejó, tanto para él, como para este rostro extrañamente familiar que estaba frente a él.

Con un largo y reflexivo suspiro, Maruo colocó su taza de vuelta en la mesa. Sus ojos se giraron hacia la ventana cercana, observando cada detalle pequeño y brillante que iluminaba el sol a mitad del invierno.

- Eso... – Maruo cerró lentamente sus ojos – ... no es algo en lo que necesite tu validación, Uesugi-kun.

Esta historia continuará...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top