XIII

Llegue a la fiesta y me veía condenadamente bien, según palabras de Fran al usar la camisa que se compró en un viaje a México cuando era mas joven, lo que Eileen le refuto que nadie en la cárcel estaría bien y me regaló una cuchara deseándome suerte en poder salir de ella ¿era una clase de amuleto? le entregue a Fran antes de salir de su casa y él negó aceptarlo, teniendo que llevar.

Traía ahora mi billetera, el celular, una cuchara, la tarjeta y el regalo de Sebastián en la mano, una cosa vulgar con los otros regalos que recibirá. Y eso se sabía por el lugar donde se posiciona el local.

Eso era obvio, el combi me dejó a tres cuadras del lugar del sitio y bastaba con ver el sitio para saber que el transporte público no era permitido por las residencias. Me tocó caminar y a unos metros lo visualicé por los focos que alumbraban al aire. La fachada estaba normal, solo un hombre de esos que con un puñete en el estómago hace que te revuelques en el piso me recibió y pidió la tarjeta, le entregue y luego que me escaneara con los ojos me invitó a pasar, quizás para ver si no era un colado. Al entrar entendí lo de la fiesta mexicana por el arreglo de un espacio con globos en forma de piña y sombreros, una silla elegante y otros adornos que solo lo haría un profesional en esto de los arreglos. Al costado de este estaba la entrada oficial que lo enmarcaba una tela de esos que usan para eventos de color rojo, al ingresar, un lugar multicolor presencie por los mantos que cubrían las mesas que estaban ubicado en todo el lugar que no eran huancaínos, ayacuchanos, arequipeños o de otro lugar del país, era algo que seguramente representaba a México por que las rayas eran mas anchas y aseguraría que en las clases de Historia el profesor nunca dijo que las culturas del país hayan utilizado esas técnicas de tejido que seguramente usan en estas de llevar en cada raya ancha un color fuerte y terminar con un pálido. Alcé los ojos al techo que era el cielo oscuro con guirnaldas de colores entrelazadas con luces de diferentes colores que se unían al medio del lugar con una lámpara gigante que parecía ser de papel y contrataba con su luz blanca. Eran las nueve y media de la noche según mi reloj, que era diferente al que siempre utilizaba, existiendo pocas personas en el lugar, mayormente adultos, alrededor de las diferentes mesas, observe a la distancia un pequeño kiosco improvisado que llevaba el título de bar y a un hombre con mandil sirviendo una bebida a una señora. Una mesa grande había al final donde estaba un arreglo de globos y el nombre del cumpleañero en la parte de detrás y encima cubierto de un manto unas tortas que se miraban coloridas desde la distancia. A su lado había uno más pequeño donde había cajas de regalo donde los invitados colocarán los obsequios para el cumpleañero. Había quedado varios minutos en la entrada haciendo que mi actitud sea sospechosa para otros por lo que empecé a caminar todavía embelesado del lugar, chocando con una persona. Al levantar la cabeza pude ver a una menuda mujer que debía tener solo unos cuantos años mas que yo intentando recoger las cosas que se había caído del piso, su cabello rubio suelto se posaron en mis hombros llamando mi atención, observe el piso y ahí estaba la tarjeta, lo recogí al estar tirado, debía tener mucha fuerza para poderme derribarme con su metro ¿cincuenta? Me pare y sacudí mis pantalones jeans verde petróleo, ella también lo hizo y luego agarró mi mano y lo estrechó con sus dos manos. Eso fue extraño.

—Disculpe, Raquel Delgado para servirle ¿Me puede decir su nombre?

—Eduardo Cárdenas —respondí. Ella buscó entre los papeles seguramente mi nombre, parecía ser la encargada del evento o como se llame a los que reciben a los invitados.

—Su mesa es la 15. Lo va a poder visualizar ya que en el mortero está colocado en un letrero el número.

—Gracias.

Camine hasta el lugar asignado, nadie todavía estaba en la mesa, decidí ir a dejar el regalo y regresar. Al sentarme, pude visualizar mejor el centro de mesa que era en verdad un mortero pero no de madera sino de piedra. Dentro había un separador con varios dulces en su envoltura que desconocía haber visto alguna vez y al exterior había pequeños botaneros a su alrededor con pequeños bocadillos que eran apetecibles a los ojos. Agarré uno de los dulces para probarlo, abrí su envoltura y pude ver un caramelo salpicado con seguramente azúcar rojo molido. Lo metí a la boca y al instante sentí que iba a morir de la extrema "picantes y acidez" del "dulce", iba a escupirlo y solo porque las otras mesas estaba con personas recién sentándose en su sitio hizo detenerme y ser torturado por cinco minutos hasta que se derretío el caramelo en mi lengua.

—¿Eduardo? —trate de realizar una mueca que no sea de disgusto al ver a uno de mis compañeras de clase.

—Hola Verónica.

—Somos compañeros de mesa. —comentó colocando su cabello rizado cenizo detrás de sus hombros descubiertos. Vino con esos vestidos playeros comunes en verano.

—Eso parece.

Se sentó y observó con curiosidad también el centro de mesa.

—¿Has probado uno de estos? —pregunto.

—No te recomiendo. —le respondí.

—Eres un aguafiestas, Eduardo. —agarró uno que era como un chupetín— no parece ser tan malo. —Comentó. Yo sólo levanté mis hombros, le había advertido y ahora era su decisión probarlos o no. Fue obvio que eludió mi consejo. Lo abrió y lo lamió, sus ojos se abrieron y enrojeció su rostro pero tenía una sonrisa que nadie creería que acaba de comer lo más picante del mundo.

—Esto está delicioso, le voy a decir a Sebastián el número de la dulcería que le vendió este manjar.

—Enserio ¿Manjar?

—Eduardito, esto —enseñó su chupetín —es lo mejor que puedes probar en tu vida.

Dirá lo peor, pero no la contradice.

Seguimos conversando, al rato aparecieron los tres miembros restantes de la mesa, todos compañeros de la clase.

Pasó una hora, y se podía notar la diferencia del lugar por las muchas personas que existia en el sitio, todos se vestían de manera informal que le dan un toque de frescura al ambiente y no el de estoy conteniendo el aire para no reventar el vestido o me ahorca la corbata. No había meseros y todos se servían lo que deseaban en el bar donde aparte había tres barriles con agua de jamaica, tamarindo y horchata. Me había acercado dos veces y probé los dos primeros, era la primera vez que probaba esos sabores y sabía que no iba a ser el último. Cuando regresaba de traer mi tercer vaso, obviamente del último. La lámpara central se apagó dejando que las pequeñas de colores brillen con mayor intensidad. Entre susurros y exclamaciones de los presentes estas también se apagaron dejándonos la luna como único alumbramiento. Algunos prendieron las linternas de su teléfono logrando alumbrar algunas mesas, se escuchaba conversaciones bajas por el desconcierto de la oscuridad hasta que una risa inundó todo el lugar, era de esa que los mariachis utilizaban antes y durante sus presentaciones. Fueron de varios segundos que en este momento más de uno creía que estaba en medio de un escenario de una película de terror.

La lámpara central se prendió iluminando el escenario central y hay parada estaba una persona con traje charro.

Liliana. 

Hola, un nuevo capitulo y empezamos esta fiesta. 

¡Felices fiestas patrias! 

Para que nos ambientemos un poco del lugar donde es la fiesta y lo que se observa aquí existe imágenes que me inspiraron este capitulo. 

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