III
—Hola, soy Eduardo Cárdenas y sinceramente estoy nervioso de pararme frente a ustedes —hablo. Se escuchó algunas risillas por sus palabras y más por afirmar estar nervioso cuando estaba parado en frente de más de treinta alumnos desconocidos,—y es curioso ya que soy un orador y no debo tener miedo a hablar en publico —se ríe— Si, si, debo estar mintiendo ¿No? —empezaron a reírse algunos de mis compañeros, entre ellos mi amigo.
—Nos han dicho siempre que debemos vencer el miedo a hablar en público, sin embargo, he aprendido que vencer no es la palabra adecuada para decir que hablas con fluidez en frente de un público, sino gestionar. El miedo nunca va ha desaparecer y es algo bueno en parte, pero cuando te hace perder oportunidades eso si es malo, como el no poder declararte a tu crush —se mencionaron varios nombres en murmullos, y si no supiera que es un desconocido declararía que me mandó una indirecta— una mejor puntuación por una mala exposición, conseguir un trabajo o perder el acceso a la universidad porque te pusiste nervioso en la entrevista. —Callo unos segundos.
—Lo que vengo a proponerles hoy no solo son herramientas para que puedan gestionar su miedo al hablar en público, es algo más grande que nos puede ayudar a conseguir nuestras metas ¿como? dirán —nadie le respondió —no perder oportunidades—afirmó—. En este volante —alzó uno que tenía en la mano—. Está la información de un curso de oratoria donde diversas personas capacitados en el arte de hablar en público enseñaran en ocho seminarios todo lo referente sobre la oratoria y de lo que en verdad consiste esta rama.
Lentamente paso por cada sitio entregando los volantes, en algunos sitios se quedaba uno segundos respondiendo algunas preguntas que le realizaban. Al llegar a la mesa que compartía con Hans nos entregó uno a cada uno de su volante y antes que se retirara mi amigo le preguntó.
—¿Me puede decir el número a donde me debo comunicar para mayor información?
—Claro, le anoto. —Saco de su bolsillo un papel que lo dobló en dos para empezar a escribir un número con un lapicero que sacó del bolsillo de su camisa.
—No, dicte el número. —dijo Hans cuando escuchó seguramente el compacto del lapicero con la hoja.
El joven le dictó el número y mi amigo lo escribió en braille con su punzón en su bloc de notas hecha con hojas de cartulina que encajaba con su regleta. Agradeciendo luego al chico por su ayuda. Me quede visualizando el volante que me dio y solo fui consciente de su partida cuando entró la profesora de Ciencias y Tecnología, con su característica energía positiva que sacaba una sonrisa a la persona más amargada o a un grupo de adolescentes que viene a estudiar en feriado.
Solo faltaba un par de minutos para la salida, según la laptop de Hans. El profesor de Ciencia Sociales daba las ultimas indicaciones para un ensayo relacionado con el terrorismo en el Peru y nuestro punto de vista sobre las ideas que tuvieron sus cabecillas. Cuando terminó de explicar pidió que guardáramos nuestros cuadernos y retirarnos una vez tocara el timbre si teníamos nuestros espacios limpios.
Logre recoger algunos papelitos que se cayeron cuando cortaba las hojas que nos dio la profesora en la hora anterior y una vez tirado en la basura regrese a mi sitio para recoger mi mochila.
—¿Puedes botar esto en el tacho, Oli? —preguntó Hansel. No le gustaba andar en el aula cuando todos estaban alborotados y existía la posibilidad que alguien tropiece con su bastón.
Toco el timbre.
—Claro—, hable entre el ruidoso sonido. Me entrego solo un papel y antes de tirar al tacho me fije que era una hoja donde había escrito por el llamativo de que escribía con púrpura hace años, lo desdoble y encontré en la parte exterior lo imprimido de la encuesta. Era imposible que sea la de él, me había dicho nada más entrar que ya le había entregado a Miguel. En una parte note unos números escritos con una letra que no era la mía. Estuve unos segundos agarrando la hoja y el recuerdo de lo sucedido esta tarde hizo que lo relacionara con el momento de aquel chico que vino esta tarde.
9532
Repetí en voz baja los números, intentando de esa manera memorizarlos. Era mucha coincidencia todo esto y la única manera de saber que esta encuesta pasó por su mano era preguntando a Hans. Lo tiré y volví a mi sitio, algunos de mis compañeros ya se habían retirado, entre ellos el que se sentaba a mi lado. Agarré mi mochila y mis materiales de EPT encaminándome a retirarme, intrigada de saber que otra persona que no conocía a conciencia sobre lo que realizaba tuviera una idea errónea del proyecto a cual lo ponía mucho ahinco.
Para mi suerte Miguel se acercó cuando bajaba las escaleras nublando los ideas que rondaba mi mente cuando me recordó de nuestra conversación que teníamos pendiente, acompañándome parte del camino a casa por primera vez.
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