Capítulo 3. Shelley
Cuando era niña, mi mamá me preguntó, con una seriedad e interés radiante, como si de verdad quisiese saber mi opinión; —¿te gustaría ser la Reina del baile de primavera?— A esa corta edad solo te preocupan dos cosas: que tus padres te quieran y, que sepan que tú los quieres. Yo respondí que no y cuando ella me pidió una razón, sin pensarlo mucho dije — porque las reinas son malvadas—. Fui fiel a mí misma, pero, lo cierto era que yo no conocía la maldad. Desde que pude mantenerme en pie yo quería ser una princesa; crecí creyendo que el príncipe azul estaba ahí afuera y el amor prohibido me parecía romántico. Siempre me pregunté por qué si dos personas se querían y podían estar juntas, no lo estaban. De nuevo mi inocencia me traicionó, tonto, ¿cierto? Que te acuchilles tú mismo. Después, algo se desconectó. Los colores brillantes de dibujos animados se convirtieron en opacos, sin vida, como un severo daltonismo. De la noche a la mañana, citando a mi mamá, la tristeza se volvió mi mejor amiga. Dejé de sonreír y la pequeña niña que concursaba y bailaba en todas las fiestas de cumpleaños desapareció; para mí, yo era la misma de siempre, para mi mamá, me convertí en otra. No recuerdo mucho como inició, solo la imagen de corrientes eléctricas entre las personas, el rostro de decepción de mi mamá y Julia Roberts en un túnel, diciendo que solo era una chica, pidiéndole a un chico que la amara. Las letras de los subtítulos bailaban, mi corazón también. Mi cabeza, estaba en un abismo. Tomografías; ver mi cerebro en diferentes perspectivas, un papel negro azul a contra luz y diagnósticos de varios doctores. No fueron nada alentadores; —Su hija está perfectamente bien— decían, pero en realidad lo que querían decir era —su hija está perfectamente mal— Pues si todo estaba bien allá arriba, ¿por qué yo no? Fue cuando creció; la idea, esa que empecé a pensar casi a diario, esa que me absorbe, que me detesta; quizás haya algo malo en mí -¿qué dijiste?- me preguntaban, -yo no he dicho nada- contestaba. Y era cierto. Malos pensamientos, aprendí a vivir con ellos. Los destellos me acompañaban como una advertencia amigable, flotaban en el aire, a contra luz. A diferencia del aura, los destellos me permitían controlar mi cuerpo. Después, todo ocurrió muy rápido. Existieron días en que no lograba levantarme de la cama, en otros, tenía episodios en el salón de clases o la cabeza dentro del bote de basura esperando no volver a vomitar. El lugar más seguro llegó a ser mi habitación en completa oscuridad y silencio. La gente podía describirme con esos dos adjetivos y no fallarían. Pasé a ser un vampiro cuando no eran tan interesantes y la nostalgia que radiaba solo hacía enfatizar lo que ya todos sabían; era una rara y no pertenecía aquí, al mundo real. Podía seguir soñando lo que quisiera, en silencio, pero a veces hasta el silencio asusta. Fue ahí cuando llegó "Ella", o eso fue lo que yo pensé.
En un suspiro ella se levantó dejando ver su rostro y junto a él, el polvo en el aire. Había una distancia considerable entre ella y yo. Tendida estaba una mesa larga y un cristal grueso que ocupaba casi toda la extensión de la sala, a la izquierda, libros de gran tamaño trataban de coexistir. En la imaginación de alguien como yo, aquellos tomos pedían ayuda a quienes apenas los podían sostener; otros libros que, también, se partían en pedazos. Qué ironía. Ella me miró, como si fuese un ciervo en el bosque, sin despegar los ojos de su posible cazador. Pero yo no me sentí como el cazador, aunque ella fuese la que estuviera dentro de un cubo de cristal, algo parecido a una jaula, se movía como si estuviese en un bosque, en su hábitat natural. Tomó uno de los libros que tenía en frente y la perdí de vista entre el mar de libreros que nacían en el piso y morían en el techo. No hubo ni una sola pista que pudiese darme la oportunidad de saber dónde estaba. Los cinco libreros, juzgando por la distancia entre ellos, la anchura que debían tener los pasillos, me hicieron sentir sola. Después, ella salió de la nada y de manera desafiante se colocó frente a mí. Ya no llevaba el libro en las manos. Recuerdo el color de sus ojos, ámbar, sin notas de verde por ningún lado o quizás eso fue una consecuencia por la ausencia de luz en el lugar. Alzó su mano derecha y tocó un botón, un tipo de interruptor a lado de la puerta. Hubo un sonido que asumí, sería el inicio de nuestra conversación. Hablé cuando creí que debía hacerlo.
—Pe... ¿Esta es la sala de los libros antiguos?— pregunté, sin muchas ganas.
Ella no respondió, me miraba de manera hipnótica, con una ligera curva en la punta de su boca. Vi hacia los lados, no había nadie cerca, no existía un letrero que me indicara que estaba en el sitio correcto, pero el hecho de ver aquellos libros ancestrales resguardados dentro de un grueso cristal me hacían pensar que sí; ese era el sitio correcto. Ella no dijo nada, pero mantuvo presionado el botón, garantizando la comunicación y mi curiosidad.
—Estoy buscando un libro, debe ser el más antiguo...
Por un momento supuse que no me escuchaba, pero el eco de mi voz mientras hablaba me corregía la idea. Así mismo, por extrañas razones que no recuerdo, tenía ese presentimiento, algo parecido a cuando por teléfono, sabes que hay alguien al otro lado de la línea. Puede ser que tu oído sea de aquellos que escucha a varios micro decibeles.
—La clave empieza con...— Revoloteé dentro de mi mochila esperando encontrar rápido el pedazo de papel donde, de manera descuidada, había escrito la nomenclatura. La postal escapó entre las hojas y terminó en el piso. Apenas pude verla de lo rápido que la recogí. De pronto, la puerta de cristal se deslizó automáticamente hacia la izquierda junto de un silbido hermético y de un modo simple, ella dijo;
—Busquemos tu libro.
De inmediato le vi la espalda, omóplatos. Un cabello oscuro que terminaba dónde su cuello y uno que otro al frente, sobresalían por su largo. Se detuvo al ver que no me movía. Entré a la sala de manera inoportuna; la puerta se cerró en automático, dejando en evidencia mi acción tardía.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí?
Noté vetas avellanas en su mirada y pecas en su nariz. Sus labios eran de esos que siempre se mantenían rojos, sin necesidad de maquillaje. Debía de ser el contraste de su piel transparente y sus labios, lo sé, porque a mí me pasaba de niña, aún más cuando hacía mucho frío. Ese lugar era un congelador.
—Poco— dije titubeando.
—¿Con qué letra comienza tu nomenclatura?
—Ah... Con TO.
—Fila ocho.
Volvió alejarse y gracias a la luz artificial que emanaban las lámparas, pude ver que su cabello no era tan oscuro como a simple vista parecía. Hice lo mismo que antes, toqué con mi dedo índice los lomos de los libros, hasta que estos terminaron en un vacío. Dejé pasar un tiempo antes de decidirme volverla a molestar, no quería que pensara que no lo había buscado bien.
—No... No está. Dije y después, dije más fuerte;
—Debería estar aquí si el sistema lo marca así, ¿cierto?
—Eso es porque ese libro no existe.
—¿Qué?—tragué saliva.
—¿Cómo que no existe? Tiene clave y está en el registro, ¿puede que alguien lo tenga prestado?...
—No. Todos los libros, documentos y archivos dentro de esta sala, no se prestan.
—¿Qué... qué quieres decir?— ella por fin dejó de mirar el libro donde había pasado los últimos segundos y se clavó en mí de manera intimidante. Sus ojos amarillos despedían cierta molestia a mis preguntas.
—Que no salen del edificio— y volvió a perderse en su libro, -si un estudiante o académico requiere consultarlo, debe hacerlo aquí, dentro de esta sala.
—En otras palabras— continuó, -no hay libro que pertenezca a esta colección que no esté aquí. -Entonces, ¿el registro está mal?
—Define mal.
—¿Disculpa?
—El libro no existe, pero no quiere decir que no existió, en su momento.
—¿Estoy buscando un libro que no existe?
—No, estás buscando un libro que existió y que ya no existe.
—¿Desde cuándo?, ¿desde cuándo no existe?
—Es difícil decirlo.
—Bien.
Me volví esperando salir de aquel cubo de cristal. Había cierto enojo en mí por no haber encontrado lo que creí que iba a encontrar. Ese algo que me hiciera olvidar. Cuando me disponía a poner un pie fuera de aquella cápsula infográfica escuché de su voz;
—¿Eso es todo?—como en un susurro que pude haber ignorado, como si no lo hubiese escuchado, como si tal vez, ella no hubiese querido que lo escuchara. Pero lo escuché.
—¿Qué?
—¿Eso es todo lo que vas a hacer? ¿Te dan la nomenclatura de un libro que no existe, pero que existió y no vas a preguntar el porqué?
—No entiendo...
—¿Dónde está?, ¿cuál era?, ¿qué decían sus páginas?, ¿quién lo escribió?, ¡¿por qué lo escribió!— había desesperación en sus palabras o fue que, yo aún no me acostumbraba a que me hablaran de esa forma: fuerte.
—¿Es esto una clase privada o algo así?, porque si es...
—¿Dónde está, cuál era, que decían sus páginas, quién lo escribió y por qué?
Después soltó una genuina risa. Subió los pies a la mesa dejando ver unas botas militares, su actitud relajada me hizo sentir incómoda, pero aun así no dejé la sala. Me ofreció una amplia sonrisa que sabía a sarcasmo y aunque sabía que su intención era molestarme, me quedé.
—Esto no es una clase— dijo, —pero, te podría enseñar algunas cosas.
—No entiendo.
—Necesitas pasar la prueba.
—Ah, ya— entré en calor, —esto es una novatada, ¿cierto?
En segundos, ella estaba frente a mi, con el rostro sometido en locura y dijo, en un susurro aterrador:
—NO. Esas dos letras juntas eran mucho más fuertes que yo.
—Aquí no hay nada que tenga que ver con novatadas- dijo.
Después de un tiempo se me ocurrió decir, a modo de estupidez o quizás para romper el abrupto hielo que se había formado —Mi nombre es...
—No me digas tu nombre, no te interesará saber el mío.
¿No te interesará o no me interesa?
—La postal.
—¿Cuál postal?
—La que tienes en el fondo de tu mochila.
—Es... están por todo el campus— yo misma me sorprendí de mi rápida respuesta, bajo presión podía abrir la boca de más, escupiendo falsedades. Pero eso era cierto. Había estado viendo esa imagen en todas las escuelas; Humanidades, Negocios, Ciencias, en las áreas comunes, en el comedor, en el gimnasio. Camila me lo confirmó, antes no lo recordaba, de repente lo recordé. Había algo en ella que activó mi capacidad de recepción o en el peor de los casos, me había hecho recordar lo vivido cuando me paseaba como entidad fantasmal.
—Ninguna te trae aquí— puntualizó.
Tonta, me dije. Quizás deba solo decir la verdad. Me mordí los labios, ella lo notó. Parecía un escáner viviente, de esas personas que sienten lo que estás pensando, que saben mentir y medir.
—Me la dio Sol.
Ella, sin ningún asombro, volvió a sentarse, subió los pies sobre la mesa y se acomodó su cazadora de piel negra y dijo, sin ninguna muestra de emoción:
—¿Quién es Sol?
Fui un fantasma. Quería salir de ese lugar lo más rápido posible, quería olvidar mis tontas respuestas y volver a dormir, encontrar el mañana y estar muy lejos.
Era mi roomie, no la conocía.
—¡Espera!
—Cierra la puerta.
Y con todo y mis manos temblando y el aire congelado que despedía mi nariz, apreté de nuevo el botón y cerré la puerta.
—Aquí, se guardan los libros más antiguos de la biblioteca, archivos especiales y de materiales raros, etc. Algunos documentos tienen más de cien años.
Eso me dijo la becaria.
—¿No te parece irónico que sean los objetos los que perduren y nosotros solo estemos de paso? No respondí, no sabía qué respuesta buscaba en mí.
—¿Sabes lo que le sucedió?
¿Seguía hablando de Sol?
—Dicen que se suicidó...
—¿Eso dijeron?
No. Eso es lo que vi, ¿cierto?
—En realidad, solo se aventó de la ventana.
¿Qué?, ¿qué mierda....?
—Ahora, estás enojada. La conocías— afirmó.
—No, no la conocía.
No, no la conocí.
—¡Qué ironía!, ¿cierto? Era tu compañera de suite y no la conocías...
¿Por qué siento que está atacándome?
—Seguro, las únicas palabras que cruzaban todos los días fueron: ¡hola, adiós, gracias y hasta luego! Se presentaron el primer día de la reunión de suite y nunca más volvieron hablar, quizás porque no había tiempo o no había intereses en común, ya habías hecho un grupo de amigas, las más cercanas a tu habitación o quizás, no te importaba tener amigas ahí. Ya tenías 29 en la carrera. Seguro cruzaban más miradas en forma de agradecimiento, viendo hacia el suelo en lugar de palabras de cortesía, en esquinas incomodas como la sala de tv, los baños o el pasillo... —¡No, no la conocía!, tú tampoco.
Ella me miró como diciéndome: ¿estás segura de eso?
—Déjame contarte una historia. Había una vez una niña llamada... bueno, omitamos el nombre. Ella, llevaba con su novio once meses, diez días, y lo amaba. Estaba convencida de que era el indicado, incluso cuando había cosas que no le gustaban de él, como que se mordía las uñas, su ridícula y monótona afición al futbol y su necesidad de tener el entusiasmo de su novia en todos los partidos del domingo, pero no importaba. Ella hacía que las dos horas fueran media, convenciéndose de que era lo que una buena novia debía de hacer; llevar shorts de mezclilla y el cabello suelto acomodado del lado, a él le encantaba. Al fin y al cabo, unas cosas por otras. En fin, antes de cumplir el año, ella compró un vestido hermoso para festejar el aniversario en un lindo restaurante. La reservación, así como su regalo, ya estaba listo. Pero él, quiso celebrar antes de tiempo, pronto cada uno estudiaría en distintos Estados. Así que, al finalizar el último de sus mediocres partidos de domingo, la convenció en ir a cenar y terminaron en su casa, él cerró la puerta con llave y la violó, dos veces, en su cama, con sabanas rosas, los peluches cayeron. Sus padres habían salido. El vestido nuevo seguía colgado, dentro de su closet. Y así, yo la conocía.
Un silencio.
—Estás diciendo que...
—...y eso, define el mal.
—Él la mató.
Después, se comportó de un modo inesperado.
—¿Qué hubieras hecho tú?— ¿Qué hubieras hecho tú?, ¿TÚ? ¿QUÉ HUBIERAS HECHO?
—Si una mañana despiertas dentro de una pesadilla y te das cuenta, que tu vida son sueños nocturnos donde van una y otra vez por ti. Y cuando duermes, aquel monstruo te está esperando en la esquina de tu cama para volver hacerlo ¿Qué hubieras hecho tú?... ¿QUÉ HARÍAS TÚ?
No me di cuenta de que había dejado de respirar. Y cuando por fin lo hice, respiré por la boca.
—Yo...yo... -Yo... Y salió una llama;
—Lo quemaría todo.
Ella pintó una gran sonrisa y por primera vez, parecía que había acertado.
—Salgamos.
Todavía no sabía su nombre y aun así, me convenció a ir con ella. Era la primera persona que conocía que tenía una autoconfianza inaudita, de las que te hacían pensar que nada malo les pasaba y que si algo inesperado ocurría, sabrían como resolverlo. Personas doradas que parecían sobrevolar las llamas que nos rodean. O fue mi inocencia que veía a ciegas lo que me hizo creer así, por eso no pude ver venir su traición. Sin saber cómo, llegamos a la azotea. Me sorprendió lo fácil que abrió la puerta de seguridad. La diferencia entre lo helado delante de la madrugada y el frío dentro del edificio estuvo ausente, mis huesos solo notaron el cambio de temperatura durante el trayecto, algo parecido a lo que sucede con el nacer y él morir, o eso había leído y esperaba que fuese cierto.
—¿Quieres fuego?
—No... No fumo— y ella, volvió a sonreír, maquiavélica.
Busqué sus ojos mientras se le iluminaban cuando encendió el penúltimo de sus cigarros desde su boca. Miró hacia el cielo buscando el volcán que no encontraría entre esa oscuridad, pero que parecía saber el lugar exacto dónde estaba. Tomó el cigarro y por la orilla, comenzó a quemar un pedazo de papel. Cuando le pregunté que era eso al mismo tiempo que el papel se consumía, ella dijo;
—El pasado— y tiró el pasado a un bote de basura.
De la nada, volvió a ella la energía del principio;
—Quiero proponerte un motivo.
—¿Un motivo?
—Estoy buscando a dos tipos de personas. Personas sin motivos...
—¿Crees que no tengo motivos?
—No lo sé. ¿Siempre respondes preguntas con preguntas?
Callé.
—Estoy buscando personas sin motivos o... Personas con motivos- continuó. -La primera es quien no tiene nada que perder. La segunda, es quién lo tuvo todo y lo perdió todo. Yo opino que tú, eres una persona sin motivo.
—¿Y tú?
—Yo, soy ambas- dijo, rápido. —No vas a preguntar, ¿para qué?— cuándo por fin lo hice, la noche parecía la más oscura desde que había regresado.
—Para hacer lo que nadie se atreve... Matar violadores.
Sonreí. Después de un tiempo, casi de manera inmediata, me arrepentí. Ella regresó mi sonrisa y más tarde, existió un silencio eterno.
—No... no hablas en serio...
Ella tiró lo que quedaba de su cigarro al vacío. Ambas lo vimos caer al asfalto como el objeto más insignificante del planeta. Luego, volteo a verme, tuve la sensación de que quería que siguiera respondiendo con preguntas o que, de una vez por todas, dijera algo desde mi más intelectual pensamiento. Sí, el crudo pensar.
—¿Hablas en serio?
—Solo porque la pregunta es relevante y así lo amerita, responderé: SÍ. HABLO EN SERIO. De ese en serio que es el verbo y la acción que conlleva: MATAR.
En un susurro o con los ojos rebotando, pregunté -¿a violadores?
Lento, sus labios se doblaron formando la sonrisa de Maléfica o el payaso Pennywise, aún no me decido por cuál. La primera era hermosa y le quedaba casi perfecta, la segunda deforme, horrible, tanto que culpé a mi imaginación por verla en ella. Era imposible, pero aun así, apareció. Esas dos escenas se pegaron a la realidad que estaba viviendo como una defensa a lo increíble que resultaban sus palabras.
—Sí, pero no a todos. No somos heroínas.
—¿Somos?— ella sonrió de nuevo al escucharme hacer comentarios disfrazados de preguntas. Después soltó una carcajada.
—¿De verdad creíste que nadie iba a hacer nada? ¡Dios!
¿Cómo?
—No imaginas lo fácil que es. Ella respondía a mis preguntas sin siquiera pronunciarlas.
—Aunque me encantaría hacerles lo que se merecen, en NF pensamos de una forma creativa. En lugar de castrarlos, nosotros lanzamos un cerillo, cortamos el cable, llenamos el vaso, encontramos el cuerpo de agua... nosotros los hacemos arder.
Juraba que aún podía ver el cigarro desde lejos, pero lo cierto es que lo único que veía era una sombra de ceniza, que en realidad era la sombra del mismo edificio. Oscuridad nada más.
—Y... ¿No vas a preguntar por qué?
No, no lo voy a hacer.
No voy a preguntar el porqué de no denunciar y evitar hacer justicia por mano propia. Eso era lo único que tenía ya respuesta, ella lo sabía, y por eso, decidió no esperarla.
Esa noche, la nueva extraña me contó sobre el grupo y mientras escuchaba algunas de las locuras que salían de su boca, el cielo empezó a tornarse luminoso y el frío aumentó. De un momento a otro, cánticos de pájaros y entre la neblina se asomó el cráter nevado del volcán, justo hacia donde ella había mirado todo el tiempo, sentí quedarme sin voz, pero no la necesité. El amanecer se anunció sin parecerle crimen interrumpir nuestra conversación. Era la segunda vez que había permanecido despierta toda una noche. Fue un asesinato, ahora lo sé.
—El "Nombre".
Me quedé muda, esperando que alguien o algo me salvará, pero no había nadie alrededor, ni siquiera el vigilante que debía de revisar la azotea o gente diminuta saliendo o entrando del edificio. Sí, ya era hora que lo hicieran, por lo menos, los más responsables.
—Sí. Ese "Nombre", sabes a lo que me refiero.
—¿Cómo?— me desentendí, mala jugada.
—Por favor, no me digas que creíste que sería tan fácil. Te aseguro que no lo es.
No lo dudo.
—Necesito El "Nombre", no un nombre. No, necesito, El "Nombre", tu "Nombre".
—¿Cuál es la diferencia?
—Entre un nombre y El "Nombre", demasiada.
Claro que era demasiada; un nombre sería cualquiera, uno de tantos, alguien que se haya cruzado conmigo por error. El "Nombre", era él.
—Piénsalo. Pronto nos veremos. Recuerda cuál va a hacer su destino.
Su destino sería terminar muerto, ahora lo sé. Podría ser dentro de tres o cinco años, o dentro de seis meses, todo dependía de su perfil, el porqué, el cómo y el dónde. Pensé en los hombres que había amado, después en los que había conocido, en los que me había extraviado y de esa forma, las memorias volvieron a los hombres que, por alguna razón, me habían dañado. En el compañero de kínder que me jalaba las coletas y que un buen día decidí romperle la nariz con mi lonchera; cuando era niña tenía mucho más coraje que ahora, cuando era más pequeña, era valiente. Pensé en aquel idiota, que aclamaba estar enamorado de mí y que lo único que hacía era insultarme a mis espaldas, pensé en mi exnovio y en las palabras que dijo la última vez que nos vimos. Pero El "Nombre" ya estaba escrito, aun sin que ella lo hubiese anotado en un cuaderno negro. Yo lo sabía, ella ya lo sabía. Quizás eso fue lo que más me sorprendió, ¿Cómo sabía?
—Esta postal era de Kahlo. Ella pertenecía al grupo. Ella, tenía coraje, fuerza. También tenía miedo, vergüenza...— dijo, sosteniéndola frente a mí.
—Tú, en cambio, despides una gran nostalgia, pero al mismo tiempo hay resiliencia en ti, quizás y esto te sirva y me agradezcas en un futuro, en donde no podremos encontrarnos... Shelley. ¿Shelley?
—Mi nombre es Merkel.
—Bienvenida a Non future.
Mientras se alejaba, vi el reverso: un nuevo libro, recién escrito: J0-Q113.
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