Capítulo 2. Kahlo

En su memoria atesoraba un último recuerdo feliz, posando junto al árbol de navidad, una mañana donde el viento del norte mantuvo a toda la familia dentro de la casa. Debajo, a sus pies, estaba el más hermoso piano que hubiese podido imaginar un niño. Fue así, con la ayuda de recuerdos felices, reconociéndose en su infancia, cuando Kahlo supo que quería ser de grande; seré pianista, se dijo. A secreto y a voces, algunos miembros de su familia se burlaron, por no decir todos. Ella no dudó, una vez comenzó su último año de secundaria, inició la historia de su nueva vida. Buscó clases particulares que le permitieran prepararse para pruebas de admisión, ya había tocado antes, pero podía alcanzar la perfección y la encontró, cuando entró a la sala del profesor con numerosos méritos y este, cerró la puerta con seguro. Esa fue su primera decisión, errada. Al principio, él se disfrazó de admiración que, con el tiempo, se convirtió en amistad para convertirse en su monstruoso confidente. La llamaba pequeña Chopin; pero no por sus cualidades artísticas. Después de múltiples recitales exitosos y numerables felicitaciones siempre de extraños, Kahlo decidió dejar de tocar haciendo creer a sus padres que solo se trataba de un cambio de prioridades. Ella pasó de escuchar sinfonías de Vivaldi a Led Zepelín, y no porque fuese todo lo contrario. Ella creyó que su éxito no lo merecía porque cuando lo logró le hicieron pensar que había sido por él. Entre ese dolor el ingreso a la universidad parecía cada vez más lejos, pero la insistencia de sus padres la orilló a hacer algo desesperado: abandonar Música. Cambió las notas por números, en un intento de escape aceptó la única carrera que, según ella, le permitiría crear música en silencio; Matemáticas. No muchas mujeres se inscribieron en sus clases, pero eso la animó a poder conservar su anonimato y hermetismo, al fin y al cabo, solo necesitaba sobrevivir. Pronto, las cosas se pusieron mal, su padre se había ido, extraños se acercaron creyendo que ocuparían su lugar, conocidos se alejaron sabiendo que no eran ni la mitad de lo que fue él, era lo único que sabían bien. Hasta que alguien encontró una cicatriz, una herida semiabierta que no conocía el amor, tampoco la maldad y no sabía como sanarse. Ese alguien, metió su mano dentro de la herida, con cruda intensión. Sangre por todas partes.


La moderadora, quien era una persona de colores y notas, guardaba sus cosas en cajas de cartón. Rápido imaginé que si algo pasaba conmigo harían lo mismo; me pondrían en cajas, incluyendo mi ataúd.

—Ah, hola. Estoy guardando sus cosas, para su familia-, me dijo a modo de reporte. La moderadora tenía nombre de princesa y de postre, el carisma social que le permitía vigilar dos edificios, el E y H, ambos de mujeres. Tenía una caligrafía envidiable, excelentes notas, buen perfil; su ropa era un juego de tonalidades pastel, cuello blanco por encima del suéter y buenos cumplidos.

—Creí que no había nadie en la suite, supuse que todas se habían ido a casa.

¿Y tú no?, pregunté sarcástica en mi mente.

En frente de las cajas había colocado post it de distintos colores, con sharpie en la mano, como si se tratase de un juego decorativo sobre su horario de clases o un cartel de festival, marcaba los títulos de las cajas con gran entusiasmo. Las cortinas seguían bailando. Habían pasado varios días desde lo sucedido; había entrado la policía, la moderadora, el rector del colegio; había estado escuchando pasos y puertas, preguntas y respuestas. Habían estado tocando a mi puerta la mayor parte del tiempo, había estado sin dormir. Para mi suerte, el fin de semana largo estaba por llegar.

—Sabes, si necesitas hablar con alguien, con gusto puedo decirle a la psi...

—En realidad no la conocía tanto.

—¿No?

—No.

—Pero también, si quieres, puedes hablar de...de lo que quieras...

Un silencio. Incómodo.

—Creo que estudiaba matemáticas...

¿Crees?

Asentí con una leve sonrisa y volví a mi cuarto. Arrastré mi cuerpo por los friolentos muros, sabiendo que ella seguiría hablando, odiando la inminente existencia de la absurda continuidad, ¿Yo la había visto?, ¿yo la había contagiado?, ¿la muerte pasó de mi espalda a la suya en un cruce en las regaderas? Sol sonreía mirando abajo, no podía decir de qué color eran sus ojos, yo hacía lo mismo. Pensaba en ella; la muñeca en su cama de escarcha y en la mancha roja que salió de su cabeza, en el diminuto tatuaje de nota musical, que aunque era muy pequeño sobresalía de su clavícula. Asaltaron a mi mente imágenes de aquella madrugada, las cortinas seguían bailando ¿Qué nadie va a detenerlas? Me vi caminando hacia atrás, recordé que tropecé con la silla, torpe, y mi mano se sostuvo del escritorio, topándose con el tacto de un papel grueso.

Una niña, un globo rojo, Non future.

Mi memoria acomodó la imagen de la niña, el globo rojo y en la pared escrito a modo de grafiti Non future. Era la misma imagen de la postal del fichero en el comedor principal, la misma postal que había visto en otros lados del campus, inclusive en los botes de basura, en el piso. Dibujos de globos rojos en lo más estrecho de los pasillos, en los baños, en los grifos. La única diferencia era que esa, en particular, tenía escrita una nota. Doblé ese pedazo de cartón haciéndolo tan pequeño como pude para que entrara en el puño de mi mano. ¿Por qué volteé la postal?, no lo sé. Supongo que es algo que hacemos, como si creyéramos que existen mensajes para nosotros que aún no hemos visto, mensajes de la gente que se va. Siempre me había hecho partícipe de prestar atención a las señales. Por eso aún existe la rabia en mi interior de haber dormido tranquila esa noche, la noche en la que no debí de haber soñado, no debió de ser así. Y si, por algún motivo lo hacía, tendría que haber sido con él, debió de existir la palpitación, la ansiedad, un terror anticipado ¿Por qué la tomé?, no lo sé. Asumo que la respuesta es por eso mismo. Fue explícita, irreal y misteriosa, todo a la vez. Llamó mi atención como nada en mucho tiempo y en automático hice el espacio en mi mente para saber más.

—Sí, creo que las he visto por el campus. ¡Sí, están en todos lados!— dijo Camila.

—Mira, ¿la has visto?— preguntó a su novio, alzando la postal a la altura de sus turbios ojos.

—No lo sé... No lo creo.

—¡¿Cómo qué no crees?!, mírala bien, está por todos lados.

—No presto atención a lo que hay por todos lados...— replicó.

—No le hagas caso, yo sé que la ha visto.

—A esto, ¿qué es lo grandioso? Sí, creo que vi una, por ingeniería, pero no entiendo...

—¿Entonces, por qué dices que no?

—No dije que no, dije que no lo creía.

—Es lo mismo. Ella volteó la postal sin que yo se lo pidiera.

—No es lo mismo, ¿cuál es el punto?, es una postal solamente...

—Parece ser la nomenclatura de un libro de la biblioteca- me afirmó, dejando al aire los comentarios de su novio.

Un saludo general entró por la puerta principal.

—¡Ya!, tienes que irte.

—¿Qué? Acabo de llegar.

Camila despidió a su novio por la junta que estaba a punto de ocurrir en el comedor. Los hombres no debían de estar dentro de los cuartos con la puerta cerrada, aunque nadie parecía ponerle atención a esa regla, todas evitaban la posibilidad de ser sorprendidas. Antes de que nos uniéramos con el resto, vino de su boca la pregunta que yo no quería responder, pero rápido aprendí a dar la respuesta que la mayoría quería escuchar y qué, a beneficio mutuo, hacía que no siguieran indagando.

—Bien.

Con esa respuesta, todos permanecíamos tranquilos en la oscuridad. Ella, ante la ignorancia de no saber y yo, ante el engaño propio.

—Hola a todas... hola— dijo tímida, casi como si no quisiera hablar, algo raro en ella. Los colores vivos de su vestimenta cambiaron a tonos grises y azules, no dude relacionarlo con ello. La moderadora había tenido que ver a los padres. Enfoqué mi mente en los platos coloridos que permanecían enfrente, en la caja de cereal, en los detalles de las betas en la mesa, lo desgastadas que estaban las esquinas, incluso noté, las marcas de tazas en la madera, pensando en ellas, similares a ecos de quien estuvo y que ya no está.

—Como sabrán ya todas, pero me gustaría compartirles de manera oficial, este sábado haremos un pequeño homenaje a nuestra compañera Sol. El Colegio Rojo y la universidad... El rector y la supervisora... Habrá una misa y su mención... El Padre... no duden de hablar o pedir ayuda, si alguien necesita... Sabemos que puede ser difícil pero... Si alguna quiere un cambio o... Les dejó esta información para cuando tengan un tiempo la puedan leer... Gracias, muchas gracias por venir.

Era demasiado el poder de bienestar que creaba cerrar la puerta de mi habitación. Las puertas están sobrevaloradas, los silencios también. Rápido busqué en la página de la universidad, la biblioteca y a como me pronosticaron, ahí estaba. Podía ir a ver o quizás algo mejor, podía pasar por ahí, sin que nadie se diera cuenta, como el fantasma que ya me había convertido. Todo el tiempo pensaba en eso, ya no me importaba la felicidad que radiaban los demás, ni los ruidos nocturnos, las fiestas de bienvenida, la música exagerada, la vuelta de todos, el regreso al campus, mis amigas. Al día siguiente fui directo a la biblioteca a la hora de mis clases, como si fuese un trabajo especial, como si me quisiera engañar a mí misma.

La biblioteca, como debía de ser, estaba por encima del resto de los edificios, eso me hacía suponer que, sin importar quién pasara enfrente, reclamaría su atención sobre las cosas, pero no todos llegaban a cruzar esas puertas, mucho menos a permanecer horas ahí dentro. A mí me parecía un lugar perfecto para protegerse, pero al mismo tiempo, un lugar para perderse.

FKDE-0117

Fui, como cualquier estudiante que estuviera haciendo lo que se supone que debería de estar haciendo, estudiar. Creí que me encontraría con ecuaciones, aritmética y álgebra, ciencias matemáticas y exactas, pero fue todo lo contrario.

—Eso es... Literatura inglesa, segundo piso a la izquierda.

La becaria, que al principio permaneció muy seria a mi solicitud; me dijo después que las noches ahí eran confortables, y también me dijo mucho antes, que los números detrás de la misteriosa postal pertenecían a un libro. El libro, con el numero FKDE-0117, era Helen of Troy and Other Poems de Sara Teasdale. Después, mi imaginación voló y no hubo nadie que pudiese detenerla. Con el corazón acelerado y mordiéndome los labios, llegué a la quinta estantería de ese pasillo y toqué con la yema de mi dedo índice los libros que estarían cerca de él. Al tomarlo entre mis manos y saborear su olor, sus sutiles palabras me inundaron de aire fresco, como si alguien me hubiese leído la mente o el alma. Brincaron a mí las sílabas, en conjunto y perfectas. Mi cerebro las leyó y empezó a sospechar de los sentimientos que habían existido en mí y que existieron en otra persona. Hasta que noté algo diferente; de un tenue grafito de lápiz HB, que casi pasaba inadvertida, pues solo se veía a contraluz, y aunque no era raro encontrar notas en libros prestados, pensé en lo especial que parecía. Se escribía N y F, al inicio y al final de un poema y después, palabras subrayadas. Quizás fue mi terquedad de no continuar con mi vida, podía seguir la de ella y descubrir como había llegado a la conclusión de que debía quitarse la vida. Tal vez un libro me lo diría.

N

young Love

VIII

The world is cold and gray and wet,

and I am heavy-hearted, yet

when I am home and look to see

the place my letters wait for me,

if I should find one letter there,

i think I should not greatly care

if it were rainy or were fair,

for all the world would suddenly

seem like a festival to me

IX

I hid three words within my heart,

that longed to fly to him,

at dawn they woke me with a start,

they sang till day was dim.

And now at last I let them fly,

as little birds should do,

and he will know the first is "I," the others "Love" and "You."

X

Across the twilight's violet

his curtained window glimmers gold;

Oh happy light that round my love can fold.

Oh happy book within his hand,

oh happy page he glorifies,

oh happy little word beneath

his eyes.

F

00:00

Hice caso a las instrucciones, entre ese surrealismo de forma desesperada que le permitía a mi mente evadir su realidad. Si juntabas las palabras, se formaba la frase:

V, the cool place here, the old book. 00:00.

No fui en ese instante. Esperé a que fuera el día y la hora exacta, había un deseo en que la idea permaneciera en suspenso y al mismo tiempo coincidía con la única clase que, según mi criterio, valía la pena asistir. Después comería Bagels con Camila, veríamos películas en la sala de TV del colegio, ya había hecho la reservación y no quería que pensara que no me agradaba compartir tiempo con ella. Yo era una tumba, Camila hablaba demasiado, pero en ese sentido, me hacía olvidar mi vida, por algunos instantes. Cuando llegó el momento, fue una sorpresa que la biblioteca fuese el único edificio iluminado del campus. Las luces de su interior salían entre la espesa bruma como si se tratase de su misma alma, como si el edificio me estuviese esperando; la biblioteca de noche parecía un corazón latiendo. Los árboles que la rodeaban bailaban al sigilo del aire que mi boca exhalaba. Recordé lo que me había dicho la becaria, las noches ahí eran confortables. El silencio entre las esquinas me hizo creer que los libros dormían y que yo, tenía el poder de despertarlos. En el quinto día (es decir, el viernes) busqué el libro más antiguo, que debía estar en el lugar más frío de la biblioteca, no sin antes volver a molestar aquella becaria. Cuando la encontré, acomodaba los libros con delicadeza, en una madrugada donde podía dormir, ir de fiesta o estudiar. Ella decidió hacer horas de becaria basándose en las conclusiones que había sacado antes: el turno nocturno era más productivo. Era tan delgada que cuando la vi cargando seis libros quise ayudarla a nivelar el peso, pero no se dejó, y por cortesía a su tiempo, le entregué de inmediato la nomenclatura que había encontrado en la página web.

—Ese está en el último piso, hasta el fondo, cuando te topes con una larga pared de cristal, ahí es. Pero...

Me marché con la ansiedad desbordada.

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