Capítulo 12. Merkel
Lo que no te mata, te hace más fuerte.
lo matas tú.
Le gustaba sentir el dolor poniendo sus dedos sobre las velas del pastel. Cuando nadie veía, jugaba a derramar la cera en las palabras que no le agradaban; Freud, Nabokov, Nietzche eran sus víctimas preferidas. Siempre fue una niña segura de sí misma, tanto, que hasta los adultos le tenían miedo, de ese miedo que algunos hombres aman. Pronto quemaría libros enteros. —Amor, ¿has visto mi encendedor?— se oía ese decir atravesando toda la casa, mientras su madre nombraba dos o tres lugares en donde era posible que estuviera aquel objeto. Decían que estaba celosa de la atención que atraía el bebé, pero la realidad es que nunca le importó; ella quería tener el suficiente tiempo libre para contemplar el fuego en la chimenea, en las hornillas de la estufa, sin que le llamaran la atención. En el bambino. El bebe no estaba ahí cuando ocurrió, ni siquiera estaba en la misma habitación, pero sus padres no parecieron tomar en cuenta ese detalle. Castigada, pasó mucho tiempo en soledad, mirando desde el balcón de su habitación el color del atardecer que le hacía recordar que su mundo ya estaba ardiendo. —María, ¿has visto los cerillos?, no encuentro ninguno—. Cuando Barbies flotaban en la piscina, todos en la casa sabían que la niña estaba molesta o quizás algo inquieta, triste o aburrida, podía ser una o dos cosas a la vez o por lo menos eso asumían. Todos asumían, menos sus padres. Los empleados sacaban las muñecas comprobando manchas negras en sus cabezas. Ella les quemaba el cabello hasta que quedaban calvas, haciendo notar los pequeños orificios de donde salía. Cuando hacía la travesura, si escuchaba que alguien se acercaba, con rapidez corría al balcón y las hacía volar por los cielos. Era muy fácil que se disgustará, cuando creció, relacionó su temperamento con el de su madre. Cuando peleaba con su padre, su madre salía a fumar al jardín desesperada, dando vueltas como si se tratará de marearse, fumigando a las rosas, asfixiándose de manera consciente, con su mismo veneno. A los diez años comenzó a robarle las cajetillas y empezó a fumar como si fueran paletas de cereza, hacerse quemaduras en partes de su cuerpo que no estaban siempre visibles, el dolor le hacía olvidar aquello que no podía cambiar, su madre llorando del otro lado del balcón, después que había dejado a su padre ganar. No había algo que le disgustara tanto como eso, al mismo tiempo, el dolor le hacía enfocarse en la acción, su piel se desbarataba a medida que empujaba o alejara el cigarro, ¡cuánto poder tenía al fuego!, pensó, ¡cuánto poder tengo yo!, se dijo. Pudo haber matado a su padre, hubiese sido fácil, pensaba a menudo, Empujarlo a la alberca donde pareciera un accidente, que su cabeza golpeara una de sus esquinas, Pero dejó de imaginar eso cuando pensó en una mejor idea, matar a su madre. Podía poner veneno en una de sus bebidas preferidas. Quizás podía incendiar la casa, y matarlos a ambos, así cuando los oficiales preguntaran por qué, la respuesta sería fácil de comprender: la casa representaba todo lo que ella sentía. Pero pronto, sus padres viajaron al extranjero y dejó aquellas ideas para probar nuevas teorías en animales que adoptaba de la calle, aunque en su casa estaba prohibido, nadie tenía el suficiente valor para reprenderla. La niña recogía a gatos y perros sin importar que le ensuciaran las mallas, leopardos rosas o si tenían o no dueño. Si se portaban bien, no serían castigados, pero si se portaban mal... luego vendría el turno de los adultos y no fueron sus padres. El olor a gasolina en la espalda de uno de sus compañeros de secundaria le impregnó por semanas y le gustó. Su ausente euforia debió de hacer sonar más que una sola alarma, pero nada paso. Él no la delató, sabía que sí lo hacía, ella diría que él la había estado molestando y también algo más importante, contaría que él, cuando sucedió, había mojando los pantalones. Ella, lo tenía justo donde lo quería. Ese poder. Ella aún sostenía el encendedor, con fuego. Ella aún lo sostiene. Ella es el fuego.
—Shelley, ¡Shelley! ¡Shelley!
Tenia que dejarla, "ella" no iba hacer nada por Merkel. Me tiré al suelo con las palmas viendo hacia el cielo, esperando que se bajara de mí. Noether se movía y gritaba como si fuese un soldado en la guerra, nunca noté que su voz se quebrara, nunca vi sus manos temblar, nunca hubo nada que me hiciera dudar de su fuerza, hasta que me atreví a decir;
—Noe...No...
—¡Aprieta en la herida!, ¡aprieta en la herida!
¿Cuál herida?
Todo estaba rojo. Me pregunté si ella estaba viendo lo mismo que yo. Merkel reía y poco tiempo después se ahogada con su propia sangre. Noether me tomó fuerte de la muñeca y colocó mi mano en un charco cerca del abdomen. El hematoma vino después. Escuché la viscosidad al mismo tiempo que la sentí, quise quitarme pero no lo hice. Ahora era más literal, mis manos estaban manchadas de sangre.
—¡Te mueves, te mato!— y Noether se fue.
En ese momento sentí como mi brazo fue arrebatado de su lugar, un movimiento brusco me hizo perder el equilibrio. Vi a mi brazo, que era parte de mi cuerpo, doblarse como una hoja de papel.
—Me...¡Merkel!— me miró con esos ojos que lo sentenciaban todo, estaba segura que me mataría si no hacia lo que sus ojos me dictaban, ella me mataría antes que Noether, la fuerza con la que apretaba mi brazo, no sé de donde salió y después, la sonrisa. Por un momento pensé que estaba en shock, en otro momento que quería que la dejara desangrarse, que la dejara morir, había milésimas de segundos en sus iris que me parecían que era todo lo que decían, en uno claramente haz y en el otro lo. Hazlo. Forcejeamos, hasta que por el dolor dejó de sujetarme, pero seguía sonriendo, supongo que de ironía, de lo que tan cerca estaba de que todo terminara.
—¡¿Está muerta?, ¡díganme que está muerta!, ¿está muerta?
—¡Maldita! ¡Muérete! ¡Muérete! ¡Mataste a mi bebé! ¡A mi bebé!
—Mató a mi bebé.
No tenia sangre en sus manos, no como yo, pero eso no la hacia inocente. Incluso, con el arma aún en la mano, repetía —mató a mi bebe— como si tratara de convencerme, como si creyera que yo tendría lastima por ella y quisiera que supiera que, lo que había hecho, era culpa de Merkel, su culpa, por matar a su bebe. Y después giraba ojos locos hacia lo que tendía en el suelo y repetía su dolor. No voy a negar que sí, sentí lastima, aunque fue una mínima parte, que aún estaba escondida en mí, tanto, que a la fecha no la encuentro y no estoy segura de que siga existiendo.
—¡No!, ¡No!— grité.
La delgada escopeta se sostenía con rabia en sus brazos, como si tuviera conciencia, ojos y velo en el entierro.
—Mató a mi bebé.
—Mató a mi bebé— continuaba diciendo la señora, entre llanto e histeria.
Tenia el cabello rubio cenizo, suelto, con un corte de salón, el típico suéter cashmere beige que usaban las mujeres maduras de clase alta y jeans blancos para sentirse aún joven. Tenia puesta joyería como si antes de planearlo se hubiese ido al brunch del hotel con campo de golf. Noether no dudo ni un momento, pero al ver qué Merkel ya no respondía, dejó de apuntarle.
El viaje fue parecido. Yo pensando en la última vez que lo vi, en las últimas palabras que le dije, en la última sonrisa que me dio. Yo, en el asiento de atrás, viendo el reflejo de la carretera en el cielo. La única diferencia era que antes no yacía sobre mi el cuerpo de alguien muriendo, él yacía en la cama de un hospital, lejos. Ya había muerto y yo, ya lo sabia. Merkel estaba muriendo, ella lo sabia y yo, lo sabía. Con esfuerzo miré lo que estábamos dejando atrás, la señora del cashmere seguía en medio de la carretera mientras veía alejarnos. A menudo pienso en lo qué pudo haber sentido, la linea siempre es muy delgada y la mayoría de las veces, transparente. Sabia que ese día llegaría, debí saberlo desde que entré al grupo. Mi manera de siempre voltear a ver hacia atrás era una forma de vivir pero dentro de NF seria para siempre. Qué más da, de todas formas lo hacemos siempre, nunca estamos a salvo, dentro o no estemos dentro, pero las posibilidades de que alguien te mande a matar o quiera matarte se multiplicaban por las veces en que habías encendido el fuego; pensé para mis adentros. Era esa bella ironía que describía todos los fundamentos de NF o quizás, los propios de Merkel. Como lo había dicho en múltiples ocasiones, a ella, ya le daba igual. Hubo un momento en mi, compartí esa desgana.
Después de un tiempo, la señora del cashmere beige y arma en mano comenzó a respirar y mientras volvía a su camioneta de sus ojos nacieron cascadas. Lloró y después, manejó hasta su casa. Se limpió la cara y se calmó junto con su reflejo, dejó de llorar y dejó de sentir. Limpió el arma y la colocó de vuelta en el estuche dentro de la caja fuerte donde la guardaba su esposo. Tomó un baño caliente, se untó sus cremas y cepilló su cabello, pijama de seda. Se acostó en su cama vacía, nadie dormía en ella y se tomó un frasco de píldoras de las cuales ya tenia receta. Y se acostó abrazando el portarretrato que tenia sobre su mesa de noche, con la foto de su hijo siendo aún bebe. Viéndolo como siempre lo soñó, como siempre lo verá, como siempre lo vio. Como su bebé.
¿Cuántas veces había estado la luna de esa manera? Estando sin querer estar, escondiéndose entre los vértices de los edificios, entre los más insignificantes arboles, entre nubes difuminadas disfrazadas como neblina; nunca. Por el contrario, cuando lo hacíamos, siempre estaba presente, dispuesta, audaz, mucho más que las luces de la ciudad, la carretera. La luna nos alumbraba el camino queriéndonos decir: estoy aquí, aún contigo. Entre la oscuridad, estoy aquí, aún contigo. Pero justamente ese día, la luna parecía distanciada, al margen, con miedo de lo que se logrará o no esa noche. Noether gritaría "¡maldita traidora!"Atniks diría "no me sorprende en si", Hadid la buscaría aún, sabiendo que no la encontraría, volviendo a sus pensamientos, a los tormentos que le explicarían por qué no estaba ahí. Curie, bajaría la mirada pero no pensaría en ella, el hecho de que esa noche no estuviera era un hecho científico y no tenia nada que ver con un abandono, aunque así lo sintiera. Merkel, desde su agonía, pensaría en ella con el recuerdo de la última vez que la vio, cuando la miraba no por necesitarla, si no para hacerle ver todo lo que estaba haciendo, aún siendo niña. Poco después, le perdió el interés. La luna no era más que ella. Si le hubiesen preguntado, alguna vez, ella diría que sobrevivió como la tenue luz de la noche: "a veces ilumino y dejo caminar, casi siempre entre densa oscuridad". Yo, no podía estar más de acuerdo.
Una próxima salida del periférico se acentuaba con las señales. Indicaban el nombre de un hospital cercano doblando a la izquierda, pero Noether continuó derecho y yo no pude hacer más que retarla enfundando mis cobardes ojos a través del retrovisor. Esa era mi valentía, desde el reflejo de un espejo. No le dije nada, quizás, porque no quería que Merkel escuchara, estaba segura que fuese en el hospital o algún otra parte, no llegaría con vida. Ella era luz que se intensificó cuando entró en la oscuridad, no todos lo veíamos claramente, no todos veíamos. No todos abrimos los ojos. Llegamos a una residencia en medio de la nada, escondida entre altos pinos cipreses que la abrazaban, muros de concreto prefabricado, madera y grandes ventanales; la casa, de una arquitectura minimalista, pudo haber sido el peor lugar para esconderse, pero literalmente, el bosque se la había tragado.
Curie, Atniks y Hadid ya estaban esperándonos.
—Podemos hacerlo.
—¿Qué estás haciendo?— gritó Atniks.
—Vamos hacerlo— seguía diciendo. El cuerpo de Merkel se dejo caer en la mesa del comedor, a duras penas sonó como un costal de papas. Era tan pequeña que los pies no le colgaron.
—Tú y yo... ¡y quién no se esté muriendo de miedo! ¡vamos hacerlo!
—Noeth...
—¿No se supone que eres un maldito cerebrito?, de esos que memorizan los libros solo con leerlos una vez, resuelve algoritmos, inventa pruebas matemáticas, ¡tus padres deben de estar muy orgullosos de tu aportación a la humanidad!, de tus logros académicos y blah blah blah...¡tú, vas a guiarme!
—Morirá.
Lo soltó con el peso que la palabra en sí le pertenecía, el que se merecía. Lo soltó sin duda, sin remordimiento. Sin dolo, Curie lo hizo así porque así debían de decirse las cosas, tajantes y reales, verdaderas y crueles, con el motivo enganchado por el que se inventaron y por todo lo que debían de significar. Morirá, del verbo morir.
—¿Esa es tu confianza en ti?, ¿es eso todo lo que tienes? ¡tú eres un maldito genio! ¡deberías soportar esto!— y como no hubo reacciones, Noether continuo;
—¡Este no es lugar para los débiles!
—Ella va a morir— Curie indicó, con tristeza, pero con una fuerte seguridad que hizo que el resto de nosotras empezáramos a flaquear, cada una desde su trinchera. Los ojos rebotaron, los míos los sentí apunto de explotar. Quería llorar, pero nadie lo hacía.
—Mira, okay, se lo que estoy haciendo, lo he hecho antes...
—¿Qué, en conejos?
—¡Bienvenida Atniks! ¡no! ¡en un maldito muerto!— y con maldad sigilosamente narró —le moví tanto su estómago buscando el maldito bazo, que los intestinos brincaron como serpentinas— y de pronto, giro hacia mí;
—¡Shelley!, ¿qué sintió El máster antes de morir?
—¿Qué?
—¡Contesta la maldita pregunta! ¡una maldita palabra que lo describa todo!, ¡solo una palabra!
—MIEDO— dije y recuerdo que no pestañeé porque no estaba permitido pestañear, ni en las reuniones, ni en los trabajos, entonces mucho menos en momentos como este, donde una sola palabra hace que valga la pena todo lo sufrido del ayer, el dolor que permanece hoy y el abismo del mañana, esa palabra, lo haría sentir un poco mejor.
—Él... estaba aterrado.
—Ella morirá.
—Dios— dijo Noether dirigiéndose a Curie, no como expresión si no más bien como pronombre, —Dios, ¿estás lista o no?
—Atniks. Te voy a decir todo lo que necesito que traigas inmediatamente, sin excepción— y empezó a nombran toallas limpias, alcohol, agua, un botiquín, un cuchillo... hablaba sin notables expresiones, con el mismo tono melancólico de voz y la serenidad que algunas personas llevan puestas al momento de enfrentarse a un fatídico final, quizás porque son mucho más inteligentes y ya saben que pasará. Nunca volteo a ver a Hadid, sus círculos se mantuvieron enfocados en los ojos de fortaleza, desesperación y terquedad de Noether. Hadid, a como la instruyeron, prendió la fogata eléctrica que estaba en uno de los muros que dividía el comedor de la sala, primero la flama azul y pronto la llama rojo naranja bailaba sobre piedras de rio.Tomó una botella de vodka y se la empezó a dar a Merkel a sorbos. Mientras Curie se lavaba, Noether limpiaba el instrumental médico que había sacado de un maletín. Supuse que estudiaba medicina, supuse bien.
–Lo siento, Merkel— le dijo Curie.
—No será hoy— afirmó Noether, viéndola también.
Un grito ahogado llegó hasta el techo e hizo vibrar los cristales. Sus botas se habían doblado.
—Alguien llegó.
—¡Te siguieron!
—Eso es imposible.
—¿Quién es?, ¡Hadid ¿quién es?!
—¡Hadid! ¡Hadid!
Hadid, por un momento, había abandonado su cuerpo. Después volteo a verme con la expresión somnolienta, como la que tenia en la última reunión. Siempre sospeché que fue Hadid quien terminó con mi "Nombre" y que algo malo debió pasar durante el proceso. Después de que Merkel lo tachará del cuaderno, ella me veía de manera diferente, exactamente como lo hizo en ese momento, como si se hubiese colgado de mis ojos. No tuvo que decir nada para que yo supiera que era él. Noether desparramaba gritos y amenazas a modo que yo no fuese abrir la puerta, pero no pudo hacer nada, sus manos estaban ocupadas, aunque yo no podía ver con claridad, no veía sus dedos, en ese momento, estarían atravesando órganos.
—Esa una mala idea— me dijo Curie de manera simple y honesta, alzando su mirada para conectar con mi sensatez, un favor que siempre me hacia, aunque fuese por solo un segundo.
—Lo sé— respondí, y ella, volvió inmediatamente hacia las entrañas de Merkel.
—Shelley...— susurró Hadid mientras me seguía como sombra, por instrucciones de Noether. Y me miré dónde ella estaba mirándome con terror, mi ropa ensangrentada, ni siquiera la sentí húmeda, ni siquiera sentí el calor que se supone la sangre debe de dar, mucho menos sentí el frio que esta dejaría al drenarse de un cuerpo. Mis manos entintadas y entumecidas. Ya no sentía nada.
—¡Espera!
—Hay algo que tienes que saber— e impidió que abriera la puerta.
Curie, Atniks y Noether se vieron las almas mientras que Merkel la perdía. Del otro lado, sin saberlo, Alejandro iba a tocar el timbre pero los siguientes segundos valieron para que no lo hiciera. Unas manchas de sangre sobre las escaleras llamaron su atención.
—Él se alejará de ti porque es lo que necesita. Es lo mejor. Tú eres dolor.
Hadid hablaba de nosotros como si conociera de amor. Mi visibilidad era un túnel, donde el sonido de su voz sonada como estar bajo al agua. Nadie me había hablado bajo el agua, pero yo ya me estaba ahogando.
—Ale...— exhale mientras me encontraba con nada, con el aire helado y con el cielo tempestuoso, a modo de señal, él ya estaba por subirse al coche. Los segundos colgantes entre ese espacio, él y yo, a más de un metro, lejos, realmente se sentían a menos de diez centímetros. Él me miró, yo lo miré, y sostuvimos nuestros ojos entre el caos presente y el que existía en el pasado y el que persistiría en el futuro, el dolor que se vendría en los próximos meses, él y yo nos sostuvimos para decirnos adiós.
—Cuídate— me soltó sin pronunciar palabra, solo con los labios, solo esa palabra. Sonriendo al último encuentro, y por un segundo, frunciendo las cejas. Un segundo y todo cambió ¿Cómo pretendía que lo hiciera sin él?
Fue aquel momento en que yo supe, con solo verle a los ojos que estaba mintiendo y con solo escucharme a mi misma que yo también. Estoy mintiendo, sabiendo que eso me llevará al final que quise evitar tanto.
Él, ya no era él. Y yo, ya no era "ella".
Y él se fue entre algo que comenzaba a caer del cielo, granizo. El sonido ensordecedor de bolas de hielo rebotando sobre el pavimento y después, sobre el techo de la casa. Hadid me jaló hacia adentro, yo seguía esperando a que el coche regresará, pero ya se había ido, incluso con el peligro que suponía. Estaría parado, un poco más adelante, pensé. Me imaginé corriendo detrás de él hasta que una bola del tamaño de una pelota de pin pon me pegara en la cabeza, noqueando y al mismo tiempo, deteniendo mi locura. No sucedió ninguna de las dos cosas. Yo quería que él gritará fuegos artificiales, explotará conmigo en un mismo cielo y dijera que me amaba y que nunca me dejaría. Yo estaba dispuesta a deshacerme en pedazos, quería explotar y gritar que nunca le dejaría, que lo amaba ¡Dios! ¿Por qué no dices nada?, ¿por qué no me dices que no quieres irte, que quieres quedarte, que quieres quererme? ¿O por qué no dice que no me amas, que ya no soportas, que no sientes nada? Lo sé, sé que me amas, llevas puesta el alma en los ojos, como me decías de mi. Había cosas que quería decir, pero solo lo dejé ir, había cosas que no quería decir, pero mi cuerpo lo dejó ir, manteniéndose inútilmente existente.
Nosotros teníamos ese amor que se cree que durará para siempre. No lo pensamos así, lo sentimos así. Estúpidamente, pasivamente, ingenuamente; genuinamente. Llámenlo como quieran, ya era el pasado. Algunos de nosotros somos puentes de otras personas, sabemos, que tarde o temprano nos cruzarán y dejarán. Nunca esta en sus planes, volver.
Inmediatamente supe cuando acabo. Nunca supe cuando inicio. Eso quedará en el recuerdo disfrazado de duda, afirmando lo mágico y único que suele ser.
Él se alejó de mí, sin importar el caos que yacía alrededor y dentro.
Eso me hizo pensar en ti y en lo que habías creado.
Eso me hizo pensar nadie vendrá a salvarte, nadie te ama tanto, a nadie le importa, solo a ti. A mí me importa.
Me hubiese gustado dejar todo el caos a como estaba ayer, pensé. Había tantas cosas que aún no comprendía: el teléfono descolgado, el vaso de plástico con agua, la lata de Coca-Cola arriba de mi closet. Habían pasado días que completaron meses y aún no había sido capaz de asomar mis ojos por arriba del closet. Nunca supe cuantas latas existieron desde el principio, el amor que antes me rodeaba, como nunca supe presentir el horror que había por detrás del teléfono descolgado o la inútil existencia del vaso con agua en el escritorio de aquel cuarto, porque si hubiese sabido mejor, hubiese presentado atención en todo lo que me rodeaba y no en las terribles rayas del vaso, un poco arriba del nivel del agua.
Por un largo tiempo no supe más de él ni el supo de mí, y eso se volvió una costumbre racional. A modo de querer sobrevivir yo, me lo imaginaba tratando de vivir entre espacios ajenos a nosotros, porque el cine pronunciaba recuerdos; el campus, el nombre de su hermano y el mío, la estación de autobuses con bienvenidas efusivas de no querer perder un solo segundo. Pero nunca pensé que aquel beso seria el último, ni el tampoco. Su hermano, su familia, yo, en su vida. Aunque fuera la misma, él, ya la vería como pasada, extraña, ya no le pertenecía, su vida era solo un pedazo que había dejado por aquí, así como a mí. Solo así podría sobrevivir. Pero también, estaban las tardes oscuras con lluvia, aunque estuviese en otra ciudad, ese recuerdo sería tan poderoso que en mi aferro, no lo soltaría. Yo, me lo imaginaba, frente a mí, diciéndome que me amaba, con el sonido del agua, con el día muriendo.
Se preguntó cuanto tiempo su flama duraría en él, ¿algunos meses?, ¿algunos años?, ¿una vida?. Si dejara de verme, quizás nunca volvería a formarse. Aquella llama, si volviera verme, aunque fuera solo un segundo, se consumiría. De esa forma, el sabia.
Si nos volviéramos a ver, me doblaría.
La gente a menudo cree que la vida debe de continuar, que incluso, lo más terrible o lo indescriptible, por muy cargado que este de maldad, lo que fuera, pasa, se encapsulara en ese lapso de tiempo llamado el pasado y no se moverá de ahí. ¡Que estupidez!, el pasado aunque se encapsulé, nunca se queda quieto, aunque suene doble afirmación, es así. El pasado es como un árbol, puedes sembrarlo antes y puede morir después, pero sus raíces se habrán encimado en la casa y la tierra, sin importarle que estuvo primero y que después. Cuando la gente me veía a los ojos, suponía algo extraño. Creía que veían en mi frente el tiempo que me tomaría en superar o no la muerte de mi padre; dos años, once años, ¿tres meses?, ¿veinte? Podía ver en sus miradas la incomodidad por no querer saber y al mismo tiempo, la morbosidad de querer ser, aquellos que lo adivinarían. Y aunque eso nunca me importó, es difícil olvidar que aquellos que se encuentran cerca de ti no saben y nunca sabrán lo que sientes. Por mucho que lo vean, por mucho que se los expliques; él nunca lo entenderá, como Camila nunca lo entendió. Él nunca lo hará.
—Mi nombre es Shelley, bienvenido a Non future.
—Mi nombre es Shelley y, todo esta ardiendo.
Se escuchaban las voces que gritaban una y otra vez —¡Merkel!—, la más fuerte de todas la de Noether y por detrás Curie, quien seguía diciendo el procedimiento como si se tratase de meter al horno un pastel para el cumpleaños de tu novio.
—Retírala.
—¡Ya!
—Atniks.
—Se desangra.
—¡Atniks! ¡Atniks!
Atniks estaba sin realmente estar, parada como un fantasma, había quemado el cuchillo y había regresado para cicatrizar la herida, pero algo desconocido detuvo sus pasos. Dejó de granizar. Le arrebaté el cuchillo y hundí su metal hirviendo sobre la herida, presionando tanto que escuché la carne cocerse y la sangre burbujear. Lo hice con coraje, con odio, con rabia, con todo lo que se pueda definir como maligno, contaminado, tóxico, letal, porque sabia que entre ese silencio, él ya se había ido. De verdad se había ido, la inocencia ya no existía en mí, me abandonó desde aquel día, me abandonó desde hace tanto que no recuerdo ni como era. Lo hundí y hundí, hasta que mis dedos desaparecieron y el frio llegó a mis muñecas, lo sostuve ahí incluso más tiempo del que se necesitaba. Quería atravesarla, partirla en dos, porque ella había destruido lo que yo aprendí amar, haciendo que volteará a ver hacia él otra vez, haciéndome sentir capaz de poder vengarme, haciéndome lo suficientemente fuerte para soportarlo. Ella me volvió cáncer como ella ya lo era y no, no estaba tan mal, pero el cáncer no puede amar. No es algo que ame, es algo que destruye. Hadid tenia razón.
Mientras moría, Barbies volaban en el cielo.
¿Que justicia había si ella moría?, ¿seguiríamos si ella no lo hacia?, ¿por qué Dios permitiría tan fácilmente, que uno de ellos tuviese su pequeña venganza?, claro que lo haría, así como ha permitido cosas atroces, ¿por qué no permitiría este pequeño detalle?, esta pequeña vida de una niña, que fue lastimada y que hoy, se lastima así misma, tanto, que no temía morir, ¿quién mejor que ella para llevarse?. Para bien o para mal, cuando te dejas morir, dejas de existir, dejando que lo que suceda tenga que suceder, es lo segundo peor que he sentido. Dejar de estar, porque ya no soportas el estar y, como sí fuese un plan macabro, Él deja que te suceda algo innombrable. "Toma maldita perra", es lo que Él diría. Sí, Él. Por no querer vivir, por no asimilarlo, por no aceptarlo.¡Esto es lo que te conseguiste!
Su cabello caía hacia los lados, su palidez se había acentuado, sus párpados eran mucho más grandes, sus pestañas también. Sus manos afiladas se abrieron como flores blancas para después, marchitarse. Ella era una niña, acostada, indefensa, vulnerable; se parecía a alguien que yo conocí.
Los asientos eran de piel oscura, acostada boca arriba, yo esperaba. Era pequeña, mis ojos no rebasaban la puerta, tendría entre cuatro o cinco años. Podía ver las hojas del árbol moverse a través del cristal. Estaba en los asientos de atrás y recuerdo que hacía calor.
Me recordé a mí misma respirar, como si debería encender una maquina. Inhala, exhala, inhala, exhala. Inhala. Inhala. Inhala. La maquina se averió.
—Ahora voy a jugar contigo, ahora que termine con ella.
—Ya casi termino contigo, ya casi...— dijo él.
¿Cómo terminamos aquí? ¿cómo esto sucedió?, de una edad en la se supone que no debes recordar mucho, recordé lo peor.
Me pregunté qué se supone que tendría que hacer en ese momento; ¿Cuánto puede soportar el cuerpo?, ¿cuánto puede soportar el alma? Si los dos están agarrados entre sí por clavos, ¿a cuál debo de aferrarme? ¿podré gritar? ¿alguien me escucharía? ¿alguien me escuchará? ¿alguien me escucha?
Grito.
Barbies volaban en el cielo.
¿Quemarlo todo?. Quemarlo todo. Dije.
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