Capítulo 10. Todas, las que iban a ser

Querida roomie,

Supongo que no eres mi roomie, después de todo. Mi habitación ahora es tuya, con todo lo que conlleva. El número al lado de la puerta, en el pequeño corcho, pondrán tu nombre. Después el escritorio, las repisas arriba, el espejo, el bajo buró que en su madera tiene un golpe en la esquina superior derecha, juro que no fui yo, ya estaba así cuando llegué. La cama donde empieza y donde termina, el closet. La ventana, el cristal con el marco negro, cerrado a presión, entre el espejo y el buró. Otro corcho, de tamaño convencional y en la tercera pared, ahí es donde se supone que debes colgar tus sueños. Las cuatro paredes que, aunque no vieron lo que pasó, sí vieron como me rompí. Los pedazos pueden estar aún por ahí; en el reflejo del espejo, entre las juntas de las losetas, no lo sé. No te garantizo nada. No te garantizo que hayan limpiado todo, si encontraste esta carta, es que no lo hicieron. Sé que mi habitación estuvo vacía, por algún tiempo debió de estarlo, quizás un año, quizás menos. A lo mejor toda el ala también. Pero los espacios vacíos son aún peores que los ocupados, pues siguen reclamando lo que alguna vez tuvieron, como el eco de una casa sin amueblar o una escuela sin niños. Si has encontrado esto, es que eres lo bastante curiosa y quizás tomes en cuenta cosas que nunca fueron tomados en cuenta. Así me sentía yo, nunca siendo tomada en cuenta. Lo cierto es que ahora que ya no estoy puedo decir, a la nada, lo que pasó. EL ME VIOLÓ. Y fue la segunda vez para mí. La primera vez, fue por alguien en quien yo confiaba y amaba. La segunda vez, por él; en quien yo confiaba y amaba. La primera no hizo más difícil la segunda, fue todo lo contrario, lo hizo más fácil. En ambas, sentí que era mi culpa, la culpa saltó conmigo de esa ventana. Por eso, creí que encajaría en mí, sí. Creí que había encontrado la respuesta. Si no podía tirar del gatillo contra él, ella podía hacerlo por mí. Y yo podía hacerlo por ella, tirando del gatillo, apuntando a un completo desconocido. Podía hacerlo, pensando en que aquel desconocido era igual que él, y que eso acabaría con él. Las acciones tienen consecuencias y esa acción, tendría la consecuencia de un segundo disparo acabando con su vida. Si él dejara de respirar, yo no solo podría seguir respirando, ¡yo podría respirar por fin! Pero no pude hacerlo. Y no hubo acción, lo que hizo que no hubiera una consecuencia y lo único que ocurrió, fue que mi corazón pudo más que mi mente. Nunca dejé de pensar en otros antes que en mí, incluso si eran peores que yo. Y así, me desvanecí, perdiendo el cuerpo en un acto hecho solo por mí, porque en realidad la vida ya la había perdido la segunda vez que pasó. La primera vez creí que moriría y eso, no ocurrió.

Abandoné mi cuerpo, una tercera vez.

Esto no es una carta de suicidio, por favor destrúyela y cuando mueras, muere con ella. No le digas a mis padres, fueron buenos padres, ellos no podían hacer nada, ellos no deben saberlo, ellos no lo soportarían. La vergüenza aún está aquí, aunque yo ya no la vea ni escuche.

Como siempre, mi debilidad sigue siendo gran parte de mí, aun cuando ya no estoy viva.

A modo de firma, clave de Sol.

—¿Eres de segundo semestre?

Se escuchaba a Rihanna salir a todo volumen de una de las habitaciones. Era la euforia de los primeros días, el ánimo entre las chicas y novios, futuros o amigos ayudaban a cargar las cajas repletas de libros, adornos y ropa. Padres de familia por los pasillos, hermanas y hermanos pequeños jugando en la sala, algunos tíos, tías, abuelas y abuelos en el comedor. El futuro era tan prometedor como pudieras imaginarlo. Esa chispa no se generó en mí, nunca más. Los mejores años de tu vida, muchos dirán.

Me limité asentir con la cabeza.

—Hola, soy...— no escuché su nombre. Hubo un momento de silencio, de esos incómodos.

—¿Este era tu cuarto?

—No— dije rápido, moviendo la cabeza como estúpida. —No, lo siento, yo... solo...

—Veo que ya se conocieron— la moderadora apareció, a como era típico de ella, sin tocar la puerta ni hacer la más mínima advertencia. Eso, a veces, era muy molesto.

—Ella es... estudia el tercer semestre de...y es de...

Mientras escuchaba una detallada descripción de mi persona, o más bien de mis cualidades académicas, descritas en el correo que envié de solicitud de ingreso al colegio, me volví hacia la seguridad de mi cuarto apretando la carta en mi puño, esperando a que desapareciera o se fundiera en mi piel. Abrí la mano, sentí el dolor en mis articulaciones y el dolor de la realidad. De manera extraña, desperté temprano y vi la puerta del cuarto abierta, una escena casi tan irreal como similar a un pasado que perdura. No dudé en entrar y ver, el espacio vacío, el silencio ruidoso. Me senté en la silla, miré el escritorio, las lámparas y la vi; detrás del acrílico. Si eras de esos estudiantes que en tu carrera tenías que hacer dibujos o planos, sabías que el acrílico en las lámparas de los colegios era una buena herramienta para calcar, así como lo era poner debajo del colchón las laminas cuidando la presentación. Esos eran tips de antaño que algunos profesores con vocación daban a sus alumnos más prometedores. Sí, yo era uno de ellos. Debería entregarla a la policía, pero ¿qué iba a resolver con eso?, ¿más dolor a sus padres?, ¿más dolor encima del dolor? Tomé la carta como una confesión necesaria. Si hubiese tenido su celular hubiese mandado un mensaje, después de verlo y borrarlo y escribirlo de nuevo y mil veces, con la frase:

—Tenemos que hablar.

—Te...Tenemos que...

—Tenemos que hablar— la barra vertical seguiría parpadeando.

Pero en NF no compartimos números de celular, usábamos desechables de prepago solo cuando la ocasión lo ameritaba, ¿cómo íbamos a hacerlo si ni siquiera compartimos nuestro nombre? En ese instante me pareció extraño y sensato. Cuando enchuequé la boca y pregunté de manera incrédula por qué no lo hacíamos, Atniks sugirió que en un tiempo atrás, alguien empezó a sospechar que "el accidente" de su hijo, no había sido en realidad un accidente. Al ver que la policía hacía caso omiso a sus sospechas, esta persona, contrató a un detective privado. Por suerte, Merkel ya había dejado muy en claro las reglas, pero solo un mes antes. Por lo que, esa suerte hizo creer a las demás, era justo y necesario. Merkel había jugado un buen papel dirigiendo al grupo y no era para menos ¿Merkel?, ¿Atniks?, ¿de qué carajo estoy hablando? Pensé. Si ni siquiera sabía sus nombres reales, ni siquiera sabia quienes eran, en ese momento ni siquiera sabía quién era yo. Tuve que haber esperado a la siguiente reunión que quedo aplazada para un miércoles veintiuno, pero mi ansiedad me estaba comiendo los labios, debía de encontrarme con ella mucho antes que eso. Fui a donde la había visto en repetidas ocasiones; los listones rosas fueron otra pista, aunque ya no confiaba mucho en lo que veían mis ojos. Pueden engañarte a veces y lo logran, casi siempre.

Al profesor del Taller de dibujo II ya no le parecían interesantes las esquinas de los edificios ni los jardines del campus. En uno de sus días con mayor productividad, o con un humor alegre, después de fumarse una cajetilla de cigarrillos con alumnos de posgrado, trasladó a todo el grupo al centro histórico de Cholula, incluida yo. El aire era una mezcla de calor, pólvora y exhalaciones continuas. Un gentío acumulado al pie de la calle apedreada, parecía tener toda su atención en las comparsas que pasaban al ritmo de música folklórica. Era carnaval y el Sol quemaba hasta los huesos aun teniendo ropa encima. Yo me resguardaba debajo de la sombra de uno de los arcos de los portales, por ratos, me llegaba el olor a café de las mesas de la terraza, pero también de incienso y puro. Entre charcos que se formaban por las alcantarillas, miré el reflejo de mi rostro antes que se deformara. Balas saltaban hacia el cielo, su sonido me arrebató más de una vez lo poco que quedaba de mi genuina inocencia, ¿quién, con balas yendo hacia el cielo raso, azul y despejado, a plena luz del día? ¿Quién, en un desfile regional, con las armas, de la misma altura que sus dueños, apuntando hacia arriba?, ¿quién se sobresaltaría? En un inicio, uno pensaría que cualquiera, pero al ver a mi alrededor, ni mis compañeros de clase, ni los niños que jugaban con los charcos, ni la gente que solo le interesaba bailar al sonido de la música, los cohetes o al ritmo del ruido más fuerte. El profesor estaba extasiado, enriquecido por la cantidad de cultura, de tradición y de celebración. Las máscaras emulaban a gente anciana, a demonios y a algo más. Llegaban sombreros con listones de todos colores y rifles que en realidad no disparaban balas. Eran simples artefactos de feria que emulaban aquel sonido tempestuoso con un poco de pólvora, porque toda la fiesta era una búsqueda del ruido y el ruido era lo que a mí me ponía mal. Lo escuché una y otra vez dentro de mi cabeza, el arma dispararse y después, el bloqueo. Para cuando regresamos al campus, "ella" decidió botarme en uno de los jardines.

Pasaron varios días sin que pudiera encontrar a Merkel, mis nervios estaban descalzos, incluso creí que como eran los primeros días quizás no había llegado a la ciudad, pero pronto me corregiría a mí misma.

—Sabes que no deben vernos hablando.

—Lo sé, pero, necesito hablar con Merkel.

Ella bajó sus lentes oscuros y se los volvió acomodar con el dedo de en medio, sutil. Lo hizo tan lento que pude notar que sus ojos parecían más pequeños de lo que a menudo se asomaban, sus párpados eran como esponjas hinchadas de agua.

—Debes esperar, como todas lo hacemos.

Dejamos que pasaran unos segundos entre nosotras mientras veíamos alrededor el ir y venir de las personas, las abejas y el viento mover nuestros cabellos. El sonido de las ramas de los árboles y el molesto ritual de apareamiento de uno de los pavo reales.

—¿De qué se trata?

Dude decirle, pero Curie había sido buena conmigo. Pese a que era seria y reservada y había una extraña carcasa al exterior, sabía que en el fondo ella comprendía lo que yo estaba pasando, aunque el resto también había pasado por eso, había algo que me hacía pensar que Curie sentía empatía por mí, por mis inseguridades y por mis defectos.

—¿Sabes si ya llegó a la ciudad?

—Sé que ya llegó. Pero no sé si ya está en el campus—, y después, de un modo casi interesado en mí me preguntó, —¿qué pasa?, ¿tienes dudas?

¿Por qué todo el mundo cree que las tengo?, ¿no es sensato tenerlas?

—¡No!, claro que no.

Ella no pareció escucharme, y soltó, mirando hacia el horizonte; —yo también las tuve, pensé que me sentiría mucho mejor cuando por fin pagara y cumpliera mi ciclo. Me sentí mejor, por un momento, después éste se desvaneció con una parte de mi...

No estaba segura de lo que quería decirme. Curie se llevó la mano a la sien y después la retiró.

—Ya estaba rota y ahora estoy, con hilos y agujas...

—No puedo decirte dónde está. Solo puedo decirte que, sin Merkel, no tendríamos aguja. Ni tú, ni yo.

¿Por qué todos la defienden?

¿Sabrá Curie de Kahlo y aun así, la defendía? No la puedo culpar, si El máster era el "Nombre" de Curie, el ciclo no solo se cerró, fue con un final con creces. Si lo hubiera hecho por mí de esa manera, tan personal, arriesgando todo, quizás también, Merkel tendría mi eterna lealtad.

—Cada vez que él venía, yo tenía la misma edad de cuándo empezó— dijo mientras parecía hablarle al tiempo, a sí misma y a su valor. A las heridas recién hechas y a las que ya eran cicatrices; fue con ese enunciado, sin sentido y al mismo tiempo con todo el sentido que obtuve su no. No quedo otra idea más que sentarme en la cafetería central hasta que oscuridad me envolviera. Pero no tuve que esperar, los listones rosados volvieron a mi mente. Ya sabía dónde estaba.

El edificio de Humanidades tenía un gran patio central, el cual debías atravesar si querías llegar rápido al fondo, donde estaba el Jardín de las rosas. La cantidad de agua sobre mi cuerpo comenzó hacer pesada mi ropa. Detrás, estaba el gran ágora, una especie de auditorio donde no se recibía mucho público; solo se hacían ahí dos presentaciones al año, durante mi estancia ahí, nunca presencié una.

Mi desesperación hizo que sólo pensara un segundo antes de gritar su nombre;

—Angela— dije, por obvias razones: por NF y por el miedo que aún le tenía.

—¡Angela!— una segunda vez, ya con la voz entrecortada y el cuerpo inundado de escalofrío.

—¡Angela!— tragué agua de lluvia, me hizo toser, torpe.

Angela salió. Aunque era mi propósito, me sorprendió lo rápido que lo hizo. De su cuello colgaban los listones rosados, las zapatillas le quedaron al nivel del busto, de su mano izquierda un cigarro nuevo, de su cabello, unos pasadores plateados, ambos lados. Tenía como era costumbre los labios carnosos, la piel blanca, el rostro de niña; esos detalles no los noté porque creía que podía cambiar su aspecto, si no porque me parecía increíble que pudiese verse siempre de esa forma, tan inocente, tan niña. Había dejado la puerta entreabierta y el aire con algo de humo, su actividad favorita. Me veía con indiferencia y a la vez con odio, no le hizo gracia mi visita, pero al mismo tiempo le daba igual. No iba a mojarse para hacerme callar, permaneció en el pasillo viéndome desde lejos con la premura de que sería yo quien me acercaría a retarla. Y así fue.

—Kahlo... Kahlo... ¡Me mentiste!

—Kahlo... no la mató él... tú... ¡Tú la mataste!

—¡Tú mataste a Kahlo!

Cuando mi voz dejó de temblar, porque ya no podía decir nada, pensé en la posibilidad de que ella se burlara de mi miedo y mi quebradiza voz, una buena idea como respuesta seria echarle la culpa a la lluvia helada. Pero no hubo necesidad, Merkel dejó que el tiempo nos envolviera lo suficiente para no tener que repetirme sus palabras o, tal vez, solo lo hacía para tranquilizarse o, desquiciarme.

—Has venido hasta aquí, ¿con eso?

Me acerqué, acertando a su premonición o más bien, haciendo relucir mis debilidades.

—Tú... la mataste... mataste a Kahlo.

Cuando se dignó a hablar, habló como si quisiera decir algo tan simple como "no me gusta el pastel de manzana".

—Yo no la maté.

Y después aumentó; —Yo no invadí sus sueños convirtiéndolos en pesadillas, yo no la visité todas las noches y la violé. Yo no la hacía vivir estando muerta. Yo no la empujé de la ventana. Yo, no la maté.

—Kahlo se suicidó porque no pudo matar...

—Kahlo se suicidó— sonaba como si me lo estuviese explicando, de nuevo.

—¿Cómo... Cómo pudiste hacerlo?

Mientras yo hablaba, si se puede aceptar "hablar" con el nudo en la garganta, ella se quitó el cigarro de su boca que estaba a medias y lo aplastó en una parte del piso que por milagro se mantenía seca. Pasó sus manos por su cuello quitándose las cintas de las zapatillas, tomó una y comenzó a quemar la punta con el encendedor, lento el fuego pasaba por el contorno de su forma, resaltando ásperos bordes. Después la otra. Al final y de manera tierna, se las colocó, una por una; primero la pierna derecha, recargando el pie en el muro y después la pierna izquierda. Estiraba los listones y los cruzaba sobre sus tobillos hasta su pantorrilla, todo como si estuviese bailando en ese preciso momento. Parecía un cisne, tomando agua de un riachuelo.

—Kahlo terminó con su vida el día que decidió no hacerlo— explicó tranquila, al ritmo de su baile magistral.

—Pudiste haberlo hecho por ella, yo pude...

—¿Pudiste qué?— asaltó.

Me quedé callada queriendo responder pero sin hacerlo.

—¿Matar por una desconocida?

—¿Y luego qué?, ¿matar porque te convenía?

—¿Qué creíste todo este tiempo?, ¿qué era una dulce venganza preparada para tu linda compañera de suite?, ¿qué nosotros encendemos el cerillo a modo de guerra, sin discriminar, sin preguntar? ¿Matamos a todos los violadores y feminicidas? E incluso, ¿la mayoría que se jacta de respirar delante de nosotros? Si fuera así, este campus estaría casi vacío.

—La muerte se paga con otra muerte, es por eso que no hay futuro. Para nosotras, eso ya no existe.

—Pero...pe...

—¡Esto no es venganza! Venganza es dolor sobre el dolor sin parar, pese a que escurran lágrimas de sangre. Venganza es hacerlo una y otra vez. Una, por la vez que sucedió, mil veces más por todas las veces que quedó en la grabadora de la estúpida memoria, que flotó en su retórica cabeza y multiplicar eso porque vivió para salirse con la suya. ¡Eso es venganza! ¡Esto no es venganza!— Me miró con ojos asesinos, dejando colgada mi frustración. Esta vez se acercó lo suficiente para hacer de un susurro una clara amenaza. Su baile ya se había esfumado.

—Si no lanzarás el cerillo, regrésame mi fuego y ¡quitarme de mi maldito camino!

Acto seguido, me congelé. Quizás por el frío. Sí, sigo mintiendo.

—Déjame hacerlo— susurré, creyendo que me escucharía. Y lo hizo.

—No— respondió, para mi sorpresa.

—Puedo hacerlo— dije sin pensarlo, —tengo... Siento... Quiero hacerlo.

Devolvió las esferas amarillas con unos deseos de explicarme que el tener, sentir y querer no servían. Rechinando los dientes. Pero al mismo tiempo me miró con la apatía de no querer nada en absoluto, anunciando de manera indirecta, que ni siquiera valía la pena discutir algo tan ilógico como lo era mi petición.

—No es justo— recriminé, con más tristeza que fuerza, perdiendo mis ojos en los cúmulos de agua, entre adoquín y adoquín, volviéndome a lo que ella no quería que fuese a su lado; débil.

—¿Y quién te dijo que haríamos justicia? Si quieres una venganza, eres libre de hacerla tú misma o, puedes intentar hablar con Dios, pero no creo que te conteste.

—El clima va cambiar, si no toleras el frio, deberías irte...

—Ah y Mary— gritó mientras se alejaba, —no vuelvas hacer esto.

La música clásica envolvió el sitio tan rápido como lo dejó, en ese abrir y cerrar de puerta. El humo de su cigarro se evaporó junto con mi dignidad. Mientras ella volvía a su clase, yo me quedé parada en el mismo lugar durante un largo tiempo, pensando en lo que se había hecho, en lo que iba a hacer, lo que podía hacer y lo que pude haber hecho antes y después. Mucho tiempo después, volví a mi suite, pensando en lo que se había convertido mi nueva realidad. Pero la intensa lluvia no había acabado, como mis ganas de seguir. En mi closet seguía, la seguridad de la última Coca-Cola.

La llegué a odiar con el mismo odio que me daba a mí misma, reservado en lo real, lo oscuro. Reservado para ella y para mí. Así era ella para mí, indispensable como el dolor insoportable de la pena, nunca quieres que te abandone.

—¿Has sentido alguna vez que vas a morir mientras duermes?, yo he sentido eso estos últimos días. Y no quiero que otro día pase sin que sienta...

Dijo mi nombre, él, en realidad, susurraba mi verdadero nombre.

—¿Estás bien?

Yo era miles de gotas de duda, de miedo y de remordimiento. Hablé con los ojos cerrados todo el tiempo, por qué solo así, podía decir lo que más me asustaba.

—No se trata de mí o de ti, solo quiero saber si aún puedo... si aún puedo sentir.

—Solo quiero...volver a sentir, lo que sea.

—Lo que es, es que yo siempre... Te amé. Siempre lo hice y siempre lo haré.

Sin advertencia, él me tomó de las mejillas, la nuca y me dejé ir hacia delante. Agarré sus muñecas y sentí lo tibio de su piel. Me robó el beso como la primera vez y no volví a ver, atravesamos la puerta hasta llegar a su habitación, sentí como si estuviera tan cerca, pero en realidad estaba lejos. Sin saber como, acabe entrelazada de él; su espalda musculosa y yo, increíble, hermosa, con las piernas arriba de sus muslos, largas y pálidas, dibujadas entre la tenue luz de la calle y las sombras que nacían de las persianas, el cabello de lado, más oscuro que de costumbre. Le besé el cuello mientras me veía a mí misma en el espejo como un vampiro se inclinaba ante su presa. Esa mujer no la he podido olvidar, era casi como si me hubiese convertido en alguien más, mucho más oscuro, sensual. Temblé, él tembló y sostuvimos la mirada entre lo eléctrico y sentí el calor subir. Me desplomó en la cama para después volver. Cada vez era una ola más cercana. Me faltaba el aire, no podía decirlo, no había tiempo. Volvió a verme y cuando unos ojos como los suyos te ven así, no hace falta decir nada. El sostenerse de esos segundos es lo más cercano a la vulnerabilidad y el dolor; y, sin embargo, él dijo —te amo—; una, dos, siete veces, mientras mi cabeza reposó en las esquinas. Yo también lo amaba. Quizás él la amaba más a ella. Debió de escuchar mi corazón agitarse, una y otra vez y saber, qué me tenía. Yo también sabía que lo que sentía era real, ese amor no pasará otra vez en tu vida; él era como el océano. La lluvia continuó al mismo ritmo que nosotros, pegando en los cristales a modo de advertencia, pero ninguno de los dos hicimos caso, al fin y al cabo, no dejó de llover, y nosotros no nos dejamos de amar. Nunca lo hicimos.

En esa temporalidad, volví a sentir debajo de mi piel y vi el inicio y el final de la lluvia.

Él, solía estar cuando el clima era extraordinario.

Entre ratos existieron conversaciones que no he tenido con nadie más. Tal vez eran sus ojos, que podían leerlo todo o tal vez fui yo. Con él, podía ser.

—No se trata de eso.

—Entonces, ¿de qué se trata?... aún no me dices que paso ese día...

—No... no quiero hablar de eso.

Volvió a decir mi verdadero nombre, como me gustaba escucharlo de su voz, pero, ya se me hacía extraño y confuso responder a él. Solo con él, era capaz de seguir respondiendo a mi nombre, solo con él era capaz de ser yo, o acaso ¿era ella?

—Háblame.

—¿Por qué?— pregunté, —tú no me amas.

—Claro que sí, yo te amo.

—Te amo, te amo demasiado.

Y llovió toda la noche.

No existían ojos como los de él, su mirada nunca cambiaba. Si las cosas iban bien o si iban mal, daba igual. Sus quietos ojos oscuros seguían ahí, sosteniendo todo el tiempo que tuviesen que hacerlo. Cambió su cabello, un poco menos, aparecieron arrugas en su frente, su boca tal vez más gastada, sus manos y algo en sus pómulos. Todo podía cambiar, excepto su mirada. Tal vez fue porque en su mirada; triste y profunda, venía de mucho más atrás que yo, dañada desde temprano. Cuando yo lo conocí, su mirada ya estaba dibujada. Algunas personas dicen que están solas, pero personas como Alejandro, solo lo dicen con los ojos. Pasamos el fin de semana como antes lo hacíamos, desayunando hasta tarde, mientras veíamos series, en varios ratos largos no veíamos nada y cuando dormíamos lo hacía con él de almohada, contra su pecho y mi cabello, como sábana en su brazo. Nunca se quejaba de qué se le dormía y yo, nunca me quejaba de su tatuaje, que muchas veces imaginé que se me imprimiría en la mejilla. El lugar más seguro del mundo existía, en ese momento existió y permaneció conmigo el tiempo suficiente para extrañarlo y amarlo, mucho más de lo que creía. De pronto, todo me parecía perfecto, tan perfecto que empezaba a sentir miedo.

—Si yo hiciera algo muy malo, pero tuviera las razones justas para hacerlo, ¿creerías que hay algo malo en mí?

—Esa es una difícil— meditó —solo puedo decirte que no importa lo que yo piense, si tú crees que fue lo correcto, es lo correcto— parecía estar muy seguro de su respuesta.

—Aparte, dudo mucho que puedas hacer algo malo, no hay nada de maldad en ti.

¿Estás seguro de eso? Le preguntó ella mientras yo lo abrazaba.

Y después me encontraba tirada en el suelo, con los ojos reventados y con la cabeza llena de monstruosas ideas. No podía seguir durmiendo, no podía seguir en la cama, no podía tener a nadie cerca, incluso estando sola, no podía estar conmigo misma. Sí, el día nunca llegará, ese día en donde no saboteo mi propia felicidad y la convierto en el más letal veneno, solo con la más mínima indiferencia, frases honestas, desdenes de sus amigos, burlas infantiles, miedos perfectos de nuestra edad, pero nunca falta de amor. Nunca llegó el día en que él entendiera que podía herir, más no matar. Era más seguro, que me atacara a mi primero, que a alguien más.

—¿Por qué no puedes ser feliz?

—¿Qué?

—¡¿Por qué no puedes ser feliz?! ¡Sé feliz!

—Sé feliz— lo decía como si fuese tan sencillo, abriendo los brazos como si quisiera explicármelo con señas, como si yo fuese una tonta que lo tenía todo, y aun así, decidía no ser feliz. En su mente, yo no quería ser feliz.

—Sé feliz.

Y esa fue, la punta del iceberg.

Nada me dolió tanto, como su prerrogativa y su ironía en decirme como me debía sentir. Yo no podía hacer nada ante esa idea. Había sido juzgada, por él.

Sus ojos se apagaron rebotando del piso hacia el techo y esquivando los míos. Quizás en un momento pensó había hecho algo malo, mis lágrimas no dejaron de salir y las culpo sí le hicieron pensar eso. Porque no era justo que lo creyera por lo que veía y no por lo que en realidad había roto, todo lo de adentro. Cuando lloraba, él me besaba los párpados con ternura, sabiendo que era él, el origen de mi dolor.

Después del silencio, en un movimiento tímido se acercó, me dio un beso en la frente y me dijo;

—Por favor cuídate, ¿quieres?

Y volvió a llover, muy fuerte de hecho. Él, también, solía irse cuando el clima era extraordinario.

Lo extraño a todo esto es que sabía cuando estaba mintiendo, sabía cuando era condescendiente y cuando le dolía. Y aun así, mis palabras brotaron, dando vueltas en la habitación como mariposas negras durante la tempestad, donde yo sabía que harían un huracán y de una vez por todas, él se iría. A veces decía palabras sabiendo que ellas destrozarían todo. Pero lo hacía para que él reaccionara, como sí su atención agresiva hacia mi fuese necesaria. ¿Eso es masoquismo?, porque si fuera solo por mí yo no podría dejarlo, aunque el agua la tuviera en el cuello, aunque los vientos se llevaran todo, quiero decir todo. Mi razón, mi alma.

Pedí que me mantuviera abrazada, así me mantendría a salvo. Tristemente, nada de lo que pedí esa noche permaneció. Todo se fue, sin importar que peleara contra la gravedad, la física y como adjetivo, así, abundaba en mí su ausencia. La depresión que ya era mi amiga, dejó de hacerme visitas esporádicas y se quedó a vivir conmigo, de nuevo; como al principio. Estaba exhausta. Finalmente me di cuenta que me había transformado en alguien diferente. No era culpa de nadie, solo me había esforzado tanto en convertirme en lo que creí que él amaría, incluso si él ya me hubiese amado antes. Era una lucha interna, de poder o tener que ser más hermosa, más interesante, más perfecta. Lo malo no fue cuando llegué a serlo y vi que él ya lo daba por sentado. Lo malo fue el miedo que sentí cuando me vi y ya no me reconocí. Y la duda flotó entre nosotros, con él creyendo que me amaba, conmigo creyendo que la amaba a "ella".

No soy frágil, estoy rota. Ya no pueden herirme. No pueden arreglarme. Sabía muy bien lo que yo no era. Con el tiempo, gente que estuvo alrededor mío sin querer estarlo me lo hizo saber: yo no era fuerte, yo no era valiente, yo no era una heroína.

Esos últimos días habían sido de crepúsculos acumulados, muy a mi pesar, no pude conciliar el sueño sin antes ver algo de luz, pintar el cielo y oír, a uno que otro ser vivo. Eso me daba la tranquilidad de que podía dormir sin caer muerta, o de que podía cerrar los ojos sin que nadie me jalara los pies, o que nadie estuviera encima de mí. Hace solo algunos meses que pasaba mis días soñando sin soñar, apagando mi cerebro, cayendo en el subconsciente, y debo decir, que me funcionó por un tiempo. Pero después, no podía dormir ni con pastillas. La noche me llamaba todo el tiempo y justo cuando mi cuerpo no aguantaba más, esperaba esos últimos minutos para ver al Sol salir y así, salvarme de caer rendida. Sí, solo así podía dormir y escapar de los terrores nocturnos. Tengo que confesar que NF también me mantuvo ocupada. Ya estaba harta de no poder ser feliz, ya estaba harta de no poder sentir. Creía que podía vencer mis miedos y sí, de inmediato pensé en lo que me habían ofrecido todo ese tiempo. Ya estaba lista para hacerlo, solo necesitaba ponerme en sus zapatos y de esa forma, la carta fue la llamada de auxilio, me identifiqué por completo, no sé por qué pero lo hice. No quería que Kahlo hubiese hecho todo en vano, o más bien, no quería yo terminar como Kahlo, no, no lo iba a permitir. Así que si alguien tenía que matar a su "Nombre" tenía que ser yo, aun sabiendo que Merkel arrancó la hoja del cuaderno negro para después prenderle fuego y volverlo ceniza. La hoja, donde estaba su "Nombre".

—No voy a traicionar a Merkel ¿por qué lo haría?

Los edificios se planteaban ante mí como si supiesen que debía mantenerme firme, los árboles, en cambio, se debatían entre el sí y el no, con bailes estúpidos al filo del viento en donde dejaban despeinarse cuando esté se dignaba a verlos. Pero ellos no eran tan imperfectos como yo, ellos tenían las raíces bien puestas, yo no.

—No se trata de Merkel, se trata de Kahlo y de lo que él hizo.

—¿Por ti?, si sabes lo que pienso de ti... ¿Qué te hace pensar que opino diferente a Merkel?

—¿Porque tienes tu propia y personal opinión?— dije con ironía.

Ella rio a rienda suelta y después soltó, —desconfío hasta de mi sombra, porque sé de lo que es capaz de hacer.

—Mira, solo quiero que me ayudes con el método, Curie se rehusó...

—Curie hizo bien.

—Pero, ella fue una de nosotros...

—¿Por qué es diferente? ¿Por qué es tan importante para ti?, digo, sé que no tienes vida, ¿pero esto?, que yo sepa Kahlo no hizo nada por ti, ni siquiera la conocías... ¡Ah, quizás sea por eso!

—Noether, el tipo es de lo peor, es misógino, violento, sociópata y...

—¿Y crees que no conozco "hombres" así?— fue muy peculiar en subir los brazos y encoger sus dedos mientras pronunció "hombres".

—Algunos se hacen pasar por mis amigos. Jugamos Call of duty y con la misma nos emborrachamos. Finjo no escucharlos cuando susurran a mis espaldas sobre una nueva chica, y cuando alguno me trata de corregir, lo corto en seco. Ahí vuelven a la realidad de que, en verdad, les atraigo con el miedo. Vivo a la defensiva, sí, pero así me enseñaron a — y sonrío, descarada. —No me veas así, si trajera la bandera de asesina, tal vez ya no estaría viva. O tal vez no tendría buenas rondas en el Call of duty, si fuera todo por línea, ahí no habría problema ¡En este pleno siglo tuve que cambiarme de sexo para que quisieran jugar conmigo! Me llevó mucho tiempo hacerme de una reputación, ya después, se los restregué en la cara...

—¿Me estás hablando de un videojuego cuando te estoy hablando...?

—¿De qué? ¿De la maldita vida injusta?, bienvenida al mundo princesa, yo tampoco soy Tom Raider. Tú lo que quieres es tener un motivo lo demasiado fuerte o real como para llevar a cabo tu tarea, pero te tengo noticias así no funciona, se supone que "tu motivo" es lo suficientemente poderoso...

—No... yo...yo

—No necesitas a Kahlo, tú lo que quieres es escoger a tu encargo, porque crees que eso te hará fuerte, ¿necesitas que nos juntemos todas y te digamos, una por una, toda nuestra historia?, las historias pasadas y las que aún no han llegado, porque créeme, a como vamos, van a llegar, siempre lo hacen y siempre lo harán... esta guerra nunca acabará.

—No...es que...

—Tal vez yo tenia razón, después de todo, tú no tienes los ovarios.

—¿No me crees capaz?, ¡¿no me crees capaz?!

—No. No lo creo— ella dobló el labio inferior, haciéndome evidente su reproche, cargada de inmadurez.

—Uh, lo siento, ¿herí tus sentimientos?

—Jódete.

—Esa es la palabra más fuerte que me puedes decir, ¡ja, ja, ja hilarante! ¡Aplausos!

—Yo no puedo ayudarte, pero Atniks puede— lanzó mientras me alejaba. Hadid llegó como de costumbre, sin previo aviso.

—Admiro tu falta de conciencia, a la que muchos llaman valentía— expuso, dirigiéndose a Noether.

—Bueno, eso, lo tomaré como un cumplido.

—Hay personas que nos hace falta algo de eso. Pero es posible callar la conciencia, por un momento— dijo, dirigiéndose a mí.

—Atniks te espera donde siempre. No lo arruines.

A la hora predilecta fui detrás de la biblioteca, entre los cipreses donde Atniks solía desaparecerse.

—Shelley...— oí a alguien llamarme por detrás —nosotras somos una mesa sin una pata, o quizás sin tres, un objeto roto pegado con pegamento porque tiene que seguir siendo objeto. Somos una playa sin la roca en donde sostenerse, con un mar bravo y turbio y un cielo sin nombre. No quieres sostenerte de una roca que no existe— y Hadid desapareció entre el eco del pasillo, los arcos y un viento helado. Tenía tanto frío que sus palabras me supieron a hielo y no les encontré ningún sentido.

Atniks ya me esperaba sumida en la oscuridad con dos bicicletas, no hubo saludo. Fuimos por toda la orilla del campus, sin decir más palabras que las relacionadas con direcciones. Éramos dos paralelos unidos por una desgracia similar, sin nada que decir, sin nada que dar. Ambas sabíamos que las palabras rebotarían en la otra como si no valieran. Había cosas más importantes que los pensamientos de ella o los míos. Las calles empedradas no tenían luminarias. Existían algunos terrenos vacíos. En una esquina, al fondo, un bar hippie, ese era nuestro destino. Cojines arabescos por todo el piso, frente a la alberca, un escenario improvisado donde una pequeña banda tocaba Misirlou y de forma impredecible, lo hacía bastante bien. Arriba, una terraza improvisada, focos colgantes vintage eran lo único que iluminaba a toda la cuadra. Era el lugar perfecto donde los de Filosofía y letras y otros de la Escuela de Humanidades solían creerse relevantes saboreando en shishas. Creyendo degustar algo diferente a vainilla, coco y menta. O hierba, todo a la vez. El sitio daba mala vibra por el simple hecho de tener esa sensación de que alguien podía hacer lo que quisieras y nadie le reclamaría. Pisarías mal y caerías en la alberca y después de descalabrarte la cabeza, existía la posibilidad de que tu cuerpo terminara del otro lado del barranco, a solo unos metros. O despertar sepultado en alguno de esos terrenos, tan áridos. O más simple, podrías tener un mal viaje, o salir, y terminar perdido cuando la obscuridad por fin te absorbiera. Era de esos sitios que no se olvidan, porque mientras más pasabas el tiempo dentro de ellos, más te preguntabas como rayos saliste vivo de ahí.

El novio, era la antítesis de un buen novio, el peor en su clase de los que había escuchado o llegado a conocer. Con camisa blanca desabotonada al inicio del pecho y un collar de cuero negro con cruz. Cuando estaba soltero, era de esos imbéciles que llevaba una mujer en cada brazo, creyéndose James Bond. De esos tipos que no tenía reparo en corregir la forma en que vestías y en cada oportunidad, comentar que las mujeres no tenían derecho de maldecir, porque las hacía ver vulgares. Muchas veces, me imaginé a Kahlo queriendo sobrevivir con él, siendo su novia y tratando de no hacerlo más grande de lo que era, sonriendo a sus chistes y llorando en el baño, usando los vestidos que él aprobaba y muriendo de hambre por mantenerse en talla cero, pero en el fondo ella solo quería volver a ella misma, reconocer su gusto por la música clásica, sus defectos por la comida chatarra, sentir la libertad de escoger el soundtrack en el coche, lo corto de su cabello, y no sentir un profundo afecto hacia él, porque, aunque le asustara, sabía que la oscuridad ya era parte de ellos dos, mientras lo amara, haría todo lo que fuera por él, incluso perderse, y él lo sabía. Como muchas mujeres, Kahlo era perfecta: buenas notas, buena familia, buena presentación, o como ellos dirían, una niña bien, me pregunté entonces, ¿quién era una niña mal?: Curie, Atniks, Hadid, Noether, Merkel y yo, algunas más evidentes que otras, otras debajo de nuestra piel. Todo lo natural, regresa a su sitio.

—Pide algo, o vas a verte muy monja.

—El novio soltó Atniks, vaciando sus ojos hacia el frente. Yo asumí que cuando me volteara vería a un mal hombre, un borracho que tomaba a su novia del cuello, alguien que estuviese acosando a la mesera o un sin vergüenza que trataría a sus amigas como objetos sexuales; un inhumano. Pero si algo aprendí conociendo a El nadador fue que ellos son humanos, sin importar la atrocidad que hicieron, son como tú y como yo, solo que, no queremos aceptarlo. Su "Nombre" lo valía; El novio, cuando se lo proponía, era "el novio perfecto", tan perfecto para cualquiera de las candidatas que estaban con él esa noche.

Pasó frente a nosotros como si él la atrajera, o en realidad era ella con su magnetismo natural tanto con los hombres como con las mujeres. Se subió a la mesa y de la nada, lo besó. Después se volvió a mí y volteó a ver a su alrededor, buscando algo entre la gente, el cielo y el aire. Y me dijo, en completa seriedad, mientras los focos alógenos parecían explotar;

—No. Dios no bajó para detenerme, a Él no le importa. Y a mí, no me importa como sabe el Diablo— y se pasó uno de sus dedos por su labio inferior. Atniks estaba en shock.

—Suelen decir que con la venganza te quemas al tratar de hacer el fuego, pero, ¿qué más da? ¡Yo adoro cuando arde!

Y se fue. El diablo, que era El novio, aún la buscaba con la mirada desde lejos, esperando que aquella chica sexy y desconocida que lo había besado con tanta pasión, de un momento a otro, no se le escapara de las manos. Quizás hasta pensó, que era igual de loca que él, no podía dejar ese espécimen irse, pero, poco tiempo después, el diablo se entretuvo en otros asuntos, a él le gustaba dirigir su propia orquesta. Puede que el diablo fuese El novio, pero Merkel, era algo igual de maligno. Salí de prisa a tomar el poco aire que pudo brindarme la calle, pero en su lugar me encontré con charcos de drenaje y tierra mojada. Vomité.

—¡Sí! Merkel puede llegar a ser extrema...

—¿Extrema?

—Shelley, debes de controlarte.

—¡¿Controlarme?! ¿A eso le llaman control? El maldito sonríe, se está burlando de nosotros y, ¿ella le coquetea, a él? ¡¿lo besa?! ¡Me arden los ojos, me arden las venas, me arden los huesos!...

—Bueno, ¿vas a matarlo, no?

—Voy hacer más que matarlo, sabes que quiero que sufra...

—Lo haremos, pero lo único que importa, que de verdad importa Shelley, es que ellos desaparezcan de nuestras vidas y, Kahlo ya no tiene vida porque así, ella lo eligió.

—¿Y qué importa entonces si lo matamos? ¡Es un imbécil!, el mundo estará mejor sin él, podemos evitar que a otras les pase lo mismo que a Kahlo, ¿que acaso no lo ven?, ¡¿no ven lo mismo que yo?!, ¿qué va a seguir haciendo lo mismo?

—Podemos matarlo, pero nunca podrás evitar que a alguien le pase lo mismo que a nosotras.

En un inicio no supe que responder, pero después la rabia quemó mi garganta.

—No me importa, quiero.... Tengo... ¡mierda! ¡Mierda!

—¡Bájale niña!— gritaron unos tipos de atrás. —¡Dios, cálmate amiga!— gritó alguien más cerca.

—¡Esto es una locura! ¡Ella está loca!— grité, con las manos en la cabeza.

—¿No lo estamos, todas?— Atniks preguntó, retórica.

Sangre empezó a gotear en mi frente, uno de mis ojos vio todo rojo, vi mis manos, temblaban, me había cortado el antebrazo justo cuando decidí tomar unas cuantas botellas del piso y lanzarlas contra una barda. Siempre me pregunté cómo había sido que "ella" no llegó a quitarme de en medio, la violencia solía gustarle.

—¡Lo que yo sienta no importa, lo que tú sientas no importa! ¡Cuando tu "Nombre" sea tachado de la lista, lo entenderás! ¡Para ese entonces, ya no sentirás! Te lo prometo.

—Hey, ¿quieres que yo...?

Eran dedos y se sentían pesados, tocaban la ropa, atravesaban hasta la piel, pero ella lo sentía como si tocaran directo su esqueleto. Su molestia era real. Cuando ellos lo hacían, ella lanzaba una mirada de desaprobación desde donde había colocado su mano hasta sus ojos. Él rápido la soltó. Siempre funcionaba, no tendría que decir nada, pero esa noche las cosas estaban a carne viva.

—¡¿Te pedí tu ayuda?!

—Solo decía...

—¡No necesito tu ayuda!

El tipo, que se disfrazaba de amable y preocupado, un caballero andante, pasó de agarrarme del brazo a jalarme la blusa, sentí esos mismos dedos que ella había sentido, largos afilados hundiéndose en mi piel, frío por mi ombligo.

—¡Suéltala! ¡Suéltala!

—¡Bien!, un simple "no" era suficiente— y después susurró, como no queriendo que lo escuchara— pinche perra.

Atniks levantó un pedazo de vidrio roto y le cortó el cuello, no pudo evitar ensuciarse y en la calle, drenó sangre hasta la alcantarilla. En realidad, Atniks dejó caer sus dos manos en sus hombros y dobló su pierna golpeando al tipo en sus partes intimas. Por suerte, su amigo, que se mantenía a unos metros lejos, estaba muy ebrio como para hacer algo por él. A menudo, de quienes creía que la querían recibía palabras hirientes, enunciados que en un pasado no supo como responder, pero que igual dolieron. Cuando sucedió una noche divertida con un amigo de la preparatoria, sin haber hecho nada, al otro día su mejor amigo le preguntó, —ese tipo es tu amigo, ¿no?— con cierto sarcasmo y molestia. Y después, cuando había vuelto con su exnovio, mientras estaban acostados en un colchón en el piso —tú si te revolcaste con otros, ¿verdad?— ella, se hundió entre la desorientación y vergüenza. Ellos pretendían no haber hecho nada, porque ellos ponían las reglas. Lo decían antes, pero después que ellos ya lo hicieron, haciéndonos sentir mal, haciéndonos dudar de nuestras propias decisiones. Es un sentimiento horrible, saber, que con toda la intención, lo hacen para que duela. Era muy frecuente, que se molestaran, hasta por lo que no les correspondía.

Una botella con una mecha encendida cayó al coche estacionado justo enfrente de la barda del local. Todos vieron el coche arder mientras el dueño no lograba entender como había pasado. Nadie se preguntó quién encendió la mecha.

Mientras regresábamos al campus pensé en lo último que había dicho Atniks. Mucho de cierto había en sus enunciados. Yo llevaba tiempo sin sentir nada, deseando con ganas poder sentir lo que fuera y después de unos meses, empecé a sentir demasiado. Fue la curva de mi ascenso, estaba en la cima de mi coraje, mi odio y mi dolor. Todo como si le hubiesen prendido fuego y pronto, más pronto de lo que me podía imaginar, volvería a caer justo como aquella botella. Pero ya no en picada, sería, de manera lenta y pausada, sosteniéndome de hilos, de la descarga de mi ira y del cierre de mi ciclo. Nada volvería a ser lo mismo, nunca esperé que fuera así. Merkel era mi pesadilla, ella podía destruirme, solo necesitaba hacerme arder. Ella era un tumor y yo estaba a punto de alimentarlo. Debería empezar, acostumbrarme al olor de mi sangre, me dije.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top