35. La vida es sueño
https://youtu.be/cMPEd8m79Hw
El despertador del móvil suena, esperando encontrarme todavía entre las sábanas —en un día que se espera caluroso— en vano. Estoy despierta desde las seis de la mañana. Apenas he logrado conciliar más que cuatro horas de sueño. ¡Tengo los nervios a flor de piel!
Hoy es un día importante. Lo he esperado durante estos últimos veintidós meses —desde el día que llegué a Madrid para ser más precisa. Van a ocurrir dos eventos de suma importancia: me gradúo y viajaré de vuelta a Málaga. Los nervios son por este último.
Las maletas ya están hechas desde hace dos días. He estado usando ropa que no entra en la maleta, que no volveré a vestir y que donaré. Estas prendas simbolizan esta etapa de mi vida aquí que progresivamente se está convirtiendo en parte de mi pasado. No es que me arrepienta de haber venido. Pero este no es mi hogar.
Me hice un grupo de compañeros con los que estudiamos codo con codo para los trimestrales y finales. Todos éramos de distintas ciudades y nos unimos para compartir nuestras penas y alegrías. No obstante, sabíamos que algún día nos iríamos para no volvernos a ver nunca más —salvo giros impredecibles del guion de nuestra vida. Salíamos juntos a visitar museos, ver partidos de fútbol, a algún que otro concierto, a comer e ir al cine...
Hubo un chico entre ellos que se coló por mí y, por muy interesante que fuera, no podía verlo más que un amigo. De esos chicos que sabes que son buenos, que te pueden dar una vida maravillosa si los dejas, pero de esos que no tendrán tu corazón nunca. Soy lo suficientemente lista para saber que eso no terminaría nunca bien. Esta es mi vida y me propuse, después de todo lo que me pasó, que lucharía por lo que quiero, sin importar el resultado. Yo no lo quiero a él. Quiero a...
Alguien llama a la puerta de mi habitación con golpes fuertes y continuados.
—¡Vamos, Espe! ¡Vamos a llegar tardeeee! —Esa es Carmen. Siempre tan vehemente y exagerada.
—¡Falta todavía una hora para la entrega de diplomas, Carmen!
—¿Te parece poco? Mientras vamos al centro y todo... ¡Ábreme la puerta! No quiero gritar como una loca en el pasillo.
—¡Vuelve dentro de un rato que voy a cagar!
Sí. Acabo de gritarle esa barbaridad, como habría hecho Amaia. ¡La hecho tanto de menos! Hemos hablado mucho, sobre todo en estos últimos días y ella está tan emocionada como yo de saber que regreso.
—¡Ya veo la maratón de series que nos vamos a hacer! Seguro que no has visto nada de Fourth Wing —propuso—. ¡Y quién hace de Xaden está buenísimo! ¡Seguro que tiene raíces donostiarras!
—Lo que te fumes, yo lo quiero, Ama.
Ya me veo en su casa sin dormir viendo cada capítulo de la primera temporada y analizándola contra el libro. Voy a dormir menos que hoy o cualquier otra noche antes de los finales...
Estuve tentada de preguntarle por Félix, pero me resistí. No sé si quiero saber qué rehízo su vida. Tampoco le pregunto a Clara cuando hablamos, más que saber si está bien.
Llevo mucho tiempo trabajando que haya podido encontrar a otra chica que lo haga feliz. Lo he hablado mil veces con Geno y, si bien al principio lloraba, la semana pasada lo pude decir sin apenas una inflexión en el tono de mi voz. No me queda otra que aceptarlo: es posible que haya perdido al amor de mi vida.
¿No es un poco obsesivo seguir colada por él, después de casi dos años de no vernos y de una relación de dos meses, en los que uno fue un noviazgo desastroso? Según mi psico, no. Es normal que haya personas que, a pesar de una corta relación dejen una impronta en nosotros, y haga que ese sentimiento perdure en el tiempo.
—¿Cagaste ya? —pregunta Carmen, al otro lado de la puerta de nuevo.
—¡Ya voy, pesada!
La gente se pone en pie. Estamos a unos diez minutos de la estación María Zambrano y los ansiosos no pueden esperar a que el tren frene para descender. Yo también soy una de ellas. La primera que hace cinco minutos agarró sus maletas, para sorpresa del resto de viajeros, y se puso en la puerta más cercana.
Llevo todo el viaje sintiendo una sensación extraña. Por momentos, durante la ceremonia de graduación, no quería volver a Málaga. Iba a extrañar esa vida, a las chicas —Carmen, Inma, Raquel y Laura— y la posibilidad de ser una extraña en un mar de gente. Allí no tengo un pasado. Aquí me persigue. Y, a pesar de todo eso, no soy capaz de imaginarme un futuro sin recorrer las calles de Málaga, o sus playas, o cenar con mis padres en Terra Mia, pasear por algún parque con Dulce o tomar un helado mientras dejamos que el sol se oculte tras los edificios en la Misericordia. Estoy demasiado hecha a esta ciudad, a mis amigas que aún quedan, a un futuro laboral que comienza en julio.
Tras la graduación, mi tutor me ofreció dos sobres con ofertas laborales de dos compañías que requerían los servicios de un administrador: la primera estaba en Madrid y me ofrecía un sueldo bastante alto para ser de nivel de entrada; la segunda, era de Málaga, una empresa importante, no tan grande como la primera y con un sueldo menor, por encima de la media provincial, pero diez mil euros menos que la otra. No lo pensé y elegí la de Málaga.
No sé por qué, pero siento que mi vida, dure lo que dure, ocurrirá bajo este cielo. Si tengo hijos, será aquí donde crezcan, jueguen, amen y perpetúen el ciclo en el que no somos más que una iteración más.
—¿Vas a salir? —me pregunta una señora ansiosa, al ver que las puertas del tren se abren, y ha pasado la friolera cifra de un maldito segundo y no me he movido.
—Sí.
Quiero responderle algo más. Recordarle que no se puede ir corriendo por todo en la vida. Que tiene que disfrutar este momento, porque no vuelve. Pero ¿para qué?
Tiro de mis maletas y nada más pongo un pie en el andén siento miedo. Las personas pasan a mi lado murmurando palabras que no oigo —ni me interesan. No sé si la ciudad me aceptará de nuevo. Si el futuro que pretendo construir tiene fundamentos...
El móvil empieza a vibrar y veo que empiezan a caer, uno tras otro, mensajes de Amaia.
Me hace reír. Con eso aparto el miedo. Recuerdo que no estoy sola aquí. Que tengo a todas las personas que más quiero.
—A ver, a ver, a ver —repite Amaia, mientras doy cuenta de un plato de raviolis en el Pizza Pino de la Malagueta. Estamos mis padres, Clara, la susodicha y yo. La cosa surgió así y a pesar del cansancio, quise estar el primer día de mi llegada con todos ellos—. Don Padre de Esperanza...
—Alberto.
—Eso, Alberto. ¿Cómo puede permitir que su hija vaya al Santiago Bernabéu a ver un partido del Madrid? Usted debería de haberle provisto a su hija de una educación en buenos valores.
—Es que soy del Madrid —responde mi padre, provocando una cara de decepción muy cómica en Amaia—. Y ella ha hecho lo que todo gran padre espera: que su hija continue con el linaje de madridistas de la familia Lorente y el primer paso es ir al mejor estadio del mundo, ¡del mejor equipo del mundo!
—Debería irme de inmediato... En esta ciudad no existe el buen gusto.
—Si te sirve, le tengo mucho cariño a la Real Sociedad, cuando era más joven, jugaba para un equipo de empresa que se llamaba Real Suciedad. Queríamos comprarnos las camisetas de la Real, pero al final no lo hicimos...
—No sé si tomármelo como un halago o no.
—Lo que me voy a tomar yo es un Red Bull para ver si me despierto un poco. Vuestras conversaciones planas me están dando sueño —replico, tras un sonoro bostezo.
La noche continuó con mis aventuras en Madrid y de cómo, tras el primer examen que suspendí de forma trágica —saqué un 4,99 y se aprueba con 5—, estuve a punto de mandarlo todo al carajo y volver. Apenas me dio tiempo a relatar un par de anécdotas más que, di un par de cabezazos que casi me cuestan una nueva serie de puntos en la frente.
Empieza la ronda de despedidas y cuando estoy por irme con mis padres, Clara me pregunta si no le importa que Amaia y ella me lleven. Acepto tras avisarles de que es muy, muy probable que me quede dormida en su coche.
—Correremos ese riesgo —asegura y me sonríe.
Mientras caminamos y me preguntan por tonterías varias, veo una figura caminar a un centenar de metros con un traje de policía y llevando un malinois. El corazón se me para al instante en el que reconozco a Félix. Él sonríe cuando reconoce a Clara y a Amaia y entonces cae en que yo estoy con ellas y frena como quien ve un espejismo en el desierto. Es un oasis que ha anhelado durante días y no quiere cometer el error de tirarse de cabeza en sus aguas y descubrir que, como había temido, era una ilusión.
—Vo-vosotras sabíais que...
—Sabía que él iba a patrullar esta zona esta noche —confiesa Clara.
—Es tan sorpresa para ti, como para él —apoya Amaia.
—¿Por qué? Si él no...
—Su portarretratos sigue vacío, Esperanza. Nunca puso una foto ahí.
Los ojos se me llenan de lágrimas. Me esperó. Me esperó sin saber que pudiera haber un nosotros de nuevo. Lo veo entonces limpiarse los ojos con los dedos también, se muerde el labio y no sabe qué hacer. Está tan perdido como yo.
Clara hace un gesto con la cabeza a Amaia y se retiran.
Lalo empieza a tirar de Félix al reconocerme. Él lo suelta y Lalo viene corriendo, queriendo que lo acaricie, mientras me da lametones en la cara. Siento la necesidad de llegar a casa y recibir también los besitos de Dulce, estrecharla entre mis brazos y darle los mil besos que no pude darle mientras estuve lejos de ella.
—No te olvidaste de mí —le digo mientras lo acaricio.
—Eres una mujer difícil de olvidar —apoya Félix, con un leve temblor en su voz.
Me pongo en pie y me siento de nuevo como una adolescente frente a su primer amor. Sonrío. Félix me corresponde. Está tan hermoso, o más, como el último día que le vi. La única diferencia es que su barba está más crecida. ¡Y le queda tan bien!
—Esperanza. Sólo quiero...
Le pongo un dedo en sus labios para callarlo y lo beso.
¿Has besado alguna vez a una persona y llorado al mismo tiempo? Yo es la primera vez que lo hago. Félix también lo hace y me sujeta con fuerza, como tratando de asegurarse de que no soy una fantasía. Nada más me abraza y me toca, siento como son esos brazos los que me hacen sentir segura, amada, excitada y en mi hogar. Que mientras los tenga a mi alrededor, podré ser feliz.
¡Que final de capítulo! Si te digo que no me emocionó, te mentiría. Imaginarme la escena de ese encuentro planeado por Clara y Amaia y que Espe y Félix desconocían... ¡Qué bonito!
Todavía queda el cierre de la novela. El siguiente y último capítulo.
¡Vamos! ¡Te espero en él!
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