34. Silencio y deseo

Salgo del restaurante de un hotel de cinco estrellas en Gran Vía muy orgullosa. ¡Un nuevo cliente para mi portfolio!

Dada mi condición de afonía crónica, no mantengo reuniones por teléfono o videoconferencia, sino que viajo a las oficinas del cliente —o algún punto neutral—, donde me puedo reunir con los responsables del área de diseño y comunicación. Ellos me presentan su proyecto y yo los motivos por los que les vale la pena contratarme a mí, en vez de a otro diseñador freelance o cualquier compañía del ramo.

Mi futuro cliente es, ni más ni menos, que la Winters Represantation Agency Limited. ¡El mismo Connor Winters estaba ahí! Le pregunté por su hija Kay, pero después de los sucesos del concierto de Lisboa, dice que está en un más que merecido retiro.

—Dígale que soy su mayor admiradora y que no veo el momento de encontrarnos —le dije, fangirleando como una adolescente.

—Por supuesto, señorita Navarro —responde con esa formalidad británica.

—¿No va a haber manera que me diga Clara?

—En el momento en el que usted me tutee. —Amor el sutil humor británico.

—Entonces me temo que quedaremos como estamos, hasta que brindemos por la entrega de los productos por los que me contrata.

—Me parece correcto.

El contrato será para el diseño todo elemento digital, físico y de cartelería relativo al nuevo disco de Athena Diaz —cuyo nombre no me ha facilitado, de momento. Sí tengo una fecha de entrega un tanto ajustada: en dos semanas. Soy muy buena en lo mío —por eso empresas de todo tipo y naturaleza quieren contar mis servicios— así que eso no será un problema. En el momento en el que me dé un nombre o una idea de lo que tienen pensado, les generaré todos los diseños en tiempo récord. No en vano tengo una infinidad de plantillas, programas y recursos que he creado durante estos años que llevo trabajando en diseño.

Me encanta demasiado mi trabajo. Eso lo reflejo en todo lo que hago: cómo me visto, cómo me presento, cómo me identifico en redes sociales y todo lo que subo en ellas tiene la misma dedicación que si fuera para un cliente. Amar lo que haces es lo mejor que te puede pasar en la vida. Y yo encontré esta pasión en los días más oscuros.

Todavía recuerdo cuando me desperté de un coma inducido, unas cuatro semanas después de ser ingresada en el hospital. No sabía dónde estaba, qué me había pasado, por qué me dolía todo el cuerpo, no podía hablar ni tragar, mucho menos moverme, estaba mareada y para completar el pack, mi madre, mi padre y mi hermano estaban todos llorando, entre la felicidad y la desazón.

Los días siguientes siguieron la misma tónica. Sólo que se le agregaron pesadillas de la violación en sus más desagradables y terroríficas variantes. Por suerte —si es que puedo decir algo así—, mientras estaba en coma no soñé nada. Si hubiera experimentado esas mismas pesadillas una y otra vez, sin tener la oportunidad de despertarme, habría sido una tortura adicional a todo lo que me tocaba procesar, junto al dolor que me acompañó durante otras tantas semanas.

Uno de esos días, cuando ya no podía más y buscaba formas de no dormir, le pedí a Félix que me trajera una revista de lo que fuera, salvo de esas de chismes o esas destinadas al público femenino que siguen los mismo patrones machistas de siempre, pero disfrazados de feminismo. ¿Qué cómo es eso? Pues me sigues vendiendo cremas anti-edad, anuncios de cirugías estéticas y ropa, complementos y perfumes. ¡Cómo si no pudiera yo preocuparme por la política, los deportes, los negocios o la historia!

Curiosamente, Félix regresó con una que parecía destinada al público femenino llamada StrongHer, pero cuyo artículo principal trataba de Paula Scher, una de las diseñadoras gráficas más importante de todos los tiempos. El artículo monográfico incluía muchos de sus trabajos y su impacto en el mundo del diseño. Quise ser como ella.

Cada minuto que pasé en ese hospital —ya fuera en mi habitación, en alguna sala tras los cortos paseos que daba al principio— era aprovechado para devorarme algún libro de diseño. Aprendí sobre la teoría del color, tipografías, composición y diseño... Estaba loca por salir del hospital para ponerme frente a un ordenador y conseguirme una licencia de Adobe para jugar con Photoshop, Illustrator e InDesign.

Mi móvil empieza a sonar y vibrar con uno de los temas de Athena —me tengo que interiorizar con la artista y sus temas, para saber qué elementos de diseño juegan mejor con su personalidad. Es Esperanza. Hace un par de días la avisé de que iba a subir a Madrid por una reunión y por suerte nos vamos a poder encontrar para pasar toda la tarde juntas. Son mensajes de WhatsApp. A ella le gusta hablar tanto como yo por teléfono; es decir: nada.

Está tan emocionada de verme que me da mucha ternura.

Hemos hablado bastante WhatsApp. De momento se sigue resistiendo a abrirse otra red social y eso me impide mandarle unos reels que la harían reír —tengo que tratar de convencerla de que se cree un Insta aunque sea sólo para que los compartamos. Nos hemos acercado mucho desde que rompió con Félix y ella se mudó aquí.

Es una chica fantástica, a la que la vida —por no decir un cabrón— obligó a mostrar su fortaleza. No pienso decir esa insultante frase de que esas circunstancias la hicieron fuerte. ¡Ella siempre lo fue! Al igual que yo, Amaia o cualquier otra mujer. Ninguna necesitábamos de esas desgracias para que quedara claro nuestra valentía y nuestro poder. Estaríamos más felices y tranquila si no fuera por ello. Sin traumas que no necesitamos. Miedos a los que enfrentarnos. ¡Es desesperante que, incluso, haya chicas que piensen así!

En fin, me habría gustado tenerla como cuñada —nadie dice que no sea posible, pero lo veo complicado. Al menos me queda como amiga. Ya lo otro... ¡el tiempo dirá!

Como me esperaba, el Starbucks está lleno de gente. Así que decidimos comprar las bebidas y pasear hasta el Palacio Real. Tengo una reserva en un restaurante italiano por Chueca, por lo que allí nos inflaremos de comer, todo lo que no merendamos.

La veo feliz. Satisfecha con su vida y con su elección. Contrasta mucho con la mujer derrotada que me encontré hace casi medio año atrás en Málaga. Está más arreglada. Lleva unos pantalones blancos ajustados, botas militares negras, un grueso abrigo blanco de capucha animal print y un gorro de lana de líneas blancas y grises, coronado por un pompón de color rosa viejo. Sus cejas están cuidadas, sus pestañas con rímel, no usa base de maquillaje, se perderían unas tímidas pecas —que le quedan muy bien—, sus labios están pintados con un brillo rosado y lleva unos pendientes plateados colgantes con sendos signos de interrogación en las orejas.

—Y, cuéntame. ¿Cómo te trata Madrid?

—Muy bien. Es una ciudad llena de gente de fuera, así que es fácil encontrarse con alguien que se siente como tú —dice y su tono no fluctúa. Lo dice y lo cree—. Al principio me la pasaba llorando en la habitación de mi residencia. Extrañaba mucho a Málaga y mi gente. Empecé a tomar sesiones de terapia con una psicóloga y me está ayudando mucho a ver las cosas de otra forma. Es curioso decirlo de esta manera: me siento más madura, pero a la vez estoy disfrutando de las cosas como si fuera una niña. Eso no quiere decir que no me quiebre de tanto en tanto, porque os necesito a todos a mi lado.

—¿Vienes en Navidad?

—Me lo estoy pensando. —No lo está pensando. Ya sabe que no va a venir—. Bueno, si te soy sincera, lo dudo. Podría ir, pero no estoy preparada para encontrarme a nadie. Tengo miedo si eso ocurriera.

—Espera, ¿te refieres a Félix? —He dado en el clavo por su expresión.

No esperaba que después de tanto tiempo siguiera sintiendo algo por él. Lo suyo fue algo casi instantáneo y, tan rápido como había empezado, había terminado.

—Si voy, quiero visitar a Amaia y pasar una noche con ella, como en los viejos tiempo. Él vive justo enfrente. Hay muchas posibilidades de que nos crucemos y no sé si estoy preparada para verlo con otra chica.

—¿Por qué asumes que él está saliendo con alguien?

—No sé... Un hombre como él no puede estar sólo mucho tiempo. Aunque sea con relaciones esporádicas.

—¿Él te dijo que tiene ese tipo de relaciones con las mujeres? —pregunto, conteniendo la risa.

—E-esto no, pero creí entenderlo así una vez que hablamos.

—Félix no es capaz de estar con una mujer si no es para formar una familia. Es algo genético. De la que se enamora, se la quiere llevar al altar.

—¿En serio? —Asiento y veo como su mirada se ilumina. Jamás habría esperado que Esperanza siguiera sintiendo algo por Félix—. ¿Está saliendo con alguien?

—Yo si quieres te doy la respuesta, pero no creo que eso cambie tu deseo de ir o no a Málaga.

—Está saliendo con alguien.

—No te aceleres, Esperanza. No, no está saliendo con nadie.

Suspira aliviada. Sus ojos se humedecen y mira para otro lado.

Ya se ha hecho de noche y las luces de la noche madrileña nos reciben. En breve encenderán iluminación navideña. De momento nos conformaremos con las de los escaparates y los carteles del gran número de negocios que se reparten por la zona —que no son pocas.

—¿Me esperaría a que volviera de aquí? —pregunta, finalmente.

—No soy yo la que te puede responder eso. Habla con él. Nadie más que mi hermano puede darte las respuestas que necesitas.

—Es que no puedo. ¡Olvida todo lo que te dije! Haz cuenta de que esta conversación no ocurrió nunca. Yo no puedo darle esperanzas, porque no sé qué va a ser de mí mañana. ¡Imagínate a tan largo plazo! Me queda más de año y medio aquí.

—No hay nada que me haga más feliz que verte tan bien. Te engañaría si te dijera que no me encantaría que salieras con Félix. Pero no ha llegado el momento. Estás en un proceso de reconstrucción y hay mucho que sanar. Los hombres pueden llamarnos rencorosas y no entienden que nosotras tenemos una memoria emocional más interconectada que ellos.

»Todo lo que sentimos y vivimos deja una huella en nuestras mentes que afecta a quienes somos hasta el tuétano. Lo que para ellos es una tontería, para nosotras es un mundo, porque ya condiciona toda nuestra realidad. Es posible que tuviéramos que ser más racionales, pero ellos deberían tener una inteligencia emocional mayor. Por eso mismo, Espe, no puedes pensar todavía en nadie que no seas tú.

»Estás estupenda y vas por un gran camino. Y esta conversación es prueba de ello y también de que aún tienes un camino por delante por caminar.

—Todavía sueño que estoy con él en su biblioteca de los sueños, leyendo y-y con un bebé en brazos. ¡Hasta mi subconsciente me está haciendo la vida imposible!

—La vida es sueño.

—Y los sueños, sueños son. —Esperanza completa la cita de Calderón de la Barca.

Me encantaría decirle que Félix siente lo mismo por ella. Que cuando hoy me dejó en la estación de trenes, me pidió que nos hiciéramos una selfie y que se la enviara nada más pudiera. Me encantaría decirle que es muy probable que Félix la espere, todo lo que ella quiera. Que el marco de foto de su biblioteca sigue vacío y que sólo pondrá una foto ahí cuando Esperanza vuelva con él.

¿Puedo decirle eso y no condicionarla? ¿No tiene que ella elegir su camino libremente? ¿No vino a Madrid para eso? Es algo que tiene que nacer de ellos. Estar preparados para hablarse de nuevo, para escucharse de nuevo, para ver ambas escalas de madurez y encontrar que encajan. Yo no puedo ser intermediaria de nada, ni jugar con el destino de ambos.

Al final será la vida la que decidirá si ellos se amarán, o no, por la eternidad.

Cuánta información jugosa en este capi, desde el punto de vista de Clara. Ella es otro de esos personajes de los que me gusta escribir mucho y que se merece más apariciones de las que tiene (tal vez en la serie de Netflix le agregue más participación, jajaja).

¿Se amarán o no por la eternidad?  ¡Estamos muy cerca de leerlo!

¡Queda dos, no más!

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