17. Cómo no pedir perdón
Le doy muchas vueltas a las palabras de Amaia. Es cierto que haya podido exagerar en mi reacción por su rechazo. Eso le da la razón a ambos de que yo estaba actuando de forma precipitada y que su respuesta era la que todo buen hombre habría hecho.
Mi orgullo me impide llamarlo esa misma noche. Me tomo un día más para pensar qué le puedo decir. No te miento si te digo que anoche soñé que le mandaba un mensaje mandándolo a la mierda. ¡Me tiene muy ansiosa esta situación!
Termino de desayunar y voy al baño. Sentada en el inodoro redacto el mensaje, al que mil vueltas le di. Quiero que suene como que estoy enterrando el hacha de guerra, pero no reconociendo que me equivoqué...
—¡Qué estúpida soy!
La voz de mi padre suena al otro lado de la puerta.
—¿Todo bien por ahí, cielo?
—Sí, sí. Se me cayó el papel al suelo.
—Bueno...
Se marcha.
¿Ves por qué necesito mi espacio? Ni puedo putear tranquila. Siempre hay alguien por ahí que me escucha. ¿Debería volver al piso que tenía con Saúl? ¡No! ¡Ni loca! Casi prefiero pedirle perdón a Félix e irme con él a vivir...
—Amaia...
¿Cómo no se me había ocurrido antes? Amaia estará buscando alguien con quien compartir el piso, hasta que encuentre otro o se vaya a San Sebastián. ¿No sería fantástico que fuera yo su compañera? Seguro que se lo digo y ¡se pone loca de contenta!
Pero antes, si logro dejar de procrastinar, le mandaré el puñetero mensaje a Félix y podré empezar a poner la primera piedra de mi nueva vida.
¡Espero que Amaia quiera!
Unos cuantos minutos después —ya perdí la noción del tiempo— reviso mi mensaje:
—Hola Félix, espero que estés bien —leo por medio de susurros—. Quería pedirte disculpas por lo del otro día. Es posible que no haya reaccionado muy bien. Si nos vemos de nuevo, te invito a una cerveza. No te agradecí todo lo que has hecho por mí. Gracias.
Está bien, ¿no? Yo creo que es lo suficiente correcto y conciliador.
—Tres, dos, uno, ¡placa! Mensaje fuera.
Cuando dejo el baño me vibra el móvil y veo en el globito de la notificación que Félix me respondió. No se hizo esperar. ¿Se lo habrá tomado bien? Ahora que lo pienso un poco, creo que he sido un poco fría. Si él me hubiera mandado un mensaje así creo que no le hablaría más...
El teléfono vuelve a vibrar.
¡En qué piensas, Esperanza! Él tiene la culpa por no saber rechazarme de una forma más cariñosa. ¡Fue muy brusco! Creo que, si Amaia estuviera aquí, me daría un par de hostias —y me las merecería. Pero ¡es que no puedo! No soy capaz de disculparme de otra forma.
Me voy todo lo veloz que puedo a mi antiguo dormitorio y me tiro en la cama mientras miro la pantalla apagada del móvil. ¡No soy capaz de ver su respuesta! ¡Oh, dios! ¡Qué mensaje de mierda que le envié! ¡No puedo pedirle perdón tantas veces!
Finalmente, me decido a enfrentarme con mi destino y desbloqueo el aparato. Abro el WhatsApp y me encuentro con su respuesta.
Félix se está tomando a broma mis mensajes.
No sé si sentirme aliviada o cabrearme peor con él. No quiero que se burle de mí. Aún sigo enfadada.
¡Oh, dios! ¡A Amaia le dan el alta el día antes! ¡Joder! ¡Joder! No sé si podrá ir...
Creo que estoy siendo un poco grosera. ¡Es su culpa por molestarme! Si no asumiera cosas, no tendría que enfrentarse a las consecuencias.
Nuestro penoso flirteo por medio de mensajes pseudoagresivos se termina con las despedidas más aburridas del mundo.
Dejo el móvil sobre la mesita de noche. Me doy cuenta de que estoy sonriendo como una estúpida. Pensé que no me querría volver a ver y ni me respondería el mensaje. De cierta forma me lo podría haber merecido. Es posible que Amaia tenga razón y le guste.
Voy a tener que hablar con mi amiga txuri-urdin y ver qué posibilidades tenemos. Mañana la veo para organizarnos con su alta...
Espero que pueda ir. Porque una cosa te aseguro, si ella no está bien, no la voy a dejar sola. Primero: porque me necesitará y no se dejan a las amigas tiradas en esas situaciones. Segundo: no conoceré ni a dios, salvo a Félix y no tengo ganas de hacer sociales con nadie —salvo con él.
—¡Joder! ¡Voy a tener que comprarle un regalo! —exclamo.
Una nueva misión para Esperanza. ¿Qué le puedo comprar? ¿Un frasco de perfume? Me río con mi propia perversión. Sea lo que sea, me gustaría que tuviera un significado especial.
—¡Claro! ¿Cómo no me había dado cuenta?
¡Que no pare el tonteo! Por suerte Félix aceptó de buen grado sus disculpas y, ya de paso, molestó a Esperanza (cuyo carácter facilita la constante cascada de provocaciones).
Aunque Esperanza se hace la difícil, es obvio que va a buscar la forma de poder ir a la fiesta con Amaia. Aunque os aseguro que, si Amaia necesita de Esperanza, ella no la va a abandonar.
Está también animada de poder mudarse con Amaia. Puede pasar cualquier cosa viviendo las dos bajo un mismo techo.
¡Y qué le va a comprar a Félix! Lo averiguaremos en el siguiente capi.
¡Gracias por estar a mi lado!
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