14. El frasco de perfume
Su casa huele a él. Siento su perfume nada más entro a su dormitorio y veo sobre la cama un Ultra Male de Jean-Paul Gaultier sobre las sábanas revueltas.
Mi teléfono vibra. Le mandé un par de audios a mi madre avisándola de que me iba a la casa de Félix. Ella no me preguntó para qué, ni por qué. Sólo me pidió que tuviera cuidado y que si era posible le mandara su ubicación. Por supuesto lo hice. No me cuesta nada y tampoco quiero preocuparlos más de lo que ya estarán, sabiendo que voy a casa de un tío que hace apenas una semana que conozco.
Hace unos escasos minutos se ha marchado. No me dejó sus llaves, pero no ha cerrado la puerta. No me va a secuestrar. Cuando quiera puedo irme. No me voy a convertir en una extraña y pervertida versión de la Bella y la Bestia donde me tendrá encerrada en su casa, que puedo recorrer de punta a punta, pero de la que no puedo salir. Cuando quisiera él me buscaría para follarme. No me trataría mal. Sería brusco. Pero sí liberaría todos sus instintos animales cada vez que me poseyera.
Me tiro sobre su cama. Agarro su perfume y lo huelo. Lo vaporizo sobre mí y dejo que me embriague ese delicado aroma. El cuerpo de Félix tiene que ser muy parecido al del frasco. Lo beso y ya no freno más el impulso.
Tengo un ardor que necesito calmar. Me levanto la falda, llevo el frasco a mi entrepierna y empiezo a moverme como si fuera el mismo Félix al que tuviera encima. ¡Oh, dios! Como me encantaría que fueran sus manos las que estuvieran quitándome cada prenda a la vez que me acaricia cada parte que descubre de mí. Sus labios besándome desde la frente hasta la punta de los pies. Que jugara con mi clítoris con sus manos, con su lengua, que frotara su polla sobre él y después me penetrara. Me embestiría duro, impetuoso. Bebería de sus labios mi sabor, su saliva...
—¡Ah! ¡Aah! ¡Aaaaaah! —gimo, cuando llego a un orgasmo tan deseado, pero a la vez tan triste. Yo quiero que sea él quien me haga correrme con tanto placer.
Dejo el frasco sobre su mesita de noche. No me molesto en secarlo. Quiero que quede mi esencia en él y que él lo sienta. ¡Oh, dios! ¿En qué clase de pervertida me estoy convirtiendo?
Recorro Netflix en su tele de sesenta y cinco pulgadas, sentada despatarrada en su sillón —si Félix entrara se sorprendería de verme así. No sé qué ver. No me decido tampoco. Estoy entre una comedia romántica o una de suspense. Antes era muy de dramas, pero no estoy como para tragarme una peli cortavenas —ya tengo suficiente con mi vida.
Tengo que decidirme porque la pizza está a punto de salir del horno. Félix tenía una de cuatro quesos y no me voy a hacer la chica sana comiendo ensalada. Tengo mucha hambre y esa pizza me ha cautivado.
Le doy un sorbo a la radler —no soy fan de ella, pero era la única que tenía, mi casero— cuando veo aparecer la peli que va a acompañar cada bocado.
—La probabilidad estadística del amor a primera vista... Creo que es lo mejor que puedo encontrar.
El argumento me llama la atención aunque es más que probable que esté lleno de clichés románticos, pero a esta altura, me dan exactamente igual. Si alguien hiciera una novela de mi vida estaría llena de otros tantos dramáticos.
¿Y si la vida está llena de clichés y sólo podemos avanzar de uno a otro? Tal vez romper con el salto establecido entre ellos se paga con dolor y lágrimas. Somos esclavos de los clichés —sería un buen nombre para una novela.
—Tengo que dejar de beber esta mierda o voy a terminar teorizando sobre el sentido de la vida o alguna que otra tontería —digo para mí, mirando la lata casi vacía de cerveza. Voy a tener que coger otra...
Conforme progresa la peli, me doy cuenta de que echo de menos esa etapa del cortejo en el que se conocen los dos amantes. Descubrir la química que tienes con ese desconocido. Cómo nos ayudaríamos a ser mejores. Nos complementaríamos. La complicidad entre nosotros desbordaría en nuestras conversaciones y bromas...
—A-así éramos Saúl y yo...
Ya no tengo ganas de seguir viéndola.
Creí que una peli como esa me animaría y me haría pensar en una loca historia de amor en la que Félix y yo pudiéramos ser esa pareja que el azar quiso que se conociera. No puedo más que ver todas las carencias que tuve con el otro cabrón. Todas las mentiras que me tragué. Todas las realidades que no vi. Eso me llevó a un punto en el que casi pierdo hasta mi vida. Y lo que más me duele es el embarazo que perdí. Todas las sonrisas que no veré.
Apago la tele, la luz y tiro el mando de mala manera al sillón. Los últimos rayos del día se filtran por las cortinas beige del salón. Me acurruco en la esquina del sofá. Quiero sentir que alguien me está abrazando. Que su calor me hace sentir cómoda y segura. Que me ama y me hace sentir especial.
¿Se puede volver de ese daño? Los psicólogos dicen que sí. Es un camino duro, donde hay avances y retrocesos. Se puede ser feliz otra vez. Aprendes a vivir con esa falta, con ese vacío en el alma que jamás podrá ser llenado. Hay esperanza.
—Esperanza. —Esos susurros son de Félix—. Te voy a llevar a la cama, ¿vale?
Emito un sonido adormilada que podría ser un sí.
Siento como me levantan sus brazos fuertes. En ese limbo entre el mundo de los sueños y el del dolor, percibo su olor a sudor y unas notas de su perfume.
Me posa todo lo suave que puede sobre su cama y me tapa. Creo que me da un beso en la frente y se marcha.
—Quédate... conmigo.
No me escuchó...
Me despierto a mitad de la noche.
Como es normal, las pesadillas aparecen y no me dejan disfrutar de una noche de sueño continuada. Miro el reloj del móvil y veo que son apenas las cuatro de la madrugada.
Tengo una sed acuciante y necesito satisfacerla o no podré retomar el descanso. Tengo que ir a la cocina.
Me arrastro hasta el pie de la cama. No voy a usar la silla porque es demasiado escandalosa y no quiero despertar a Félix. Creo que, si apoyo todo el peso sobre mi pierna izquierda y voy mortalmente lenta —no puedo soñar con ir de otra forma—, es posible que lo logre. ¡No veo el momento de librarme de esta mierda! ¡Al menos la escayola de la pierna!
Me pongo en pie y, a duras penas, mantengo el equilibrio. No siento dolor en mi pierna fracturada, pero sí una molestia que me avisa de que cuide los siguientes movimientos.
Avanzo demasiado despacio. Esto me está desesperando. Vencido el pasillo, me adentro en el salón, iluminado tenuemente por las luces del exterior. Tengo que cruzarlo de lado a lado para llegar a la cocina. No obstante, ahí, en la mesa frente al sofá, donde duerme Félix, hay una botella de agua con la mitad de su contenido. Esa la habrá abierto él. ¿Debería beber de ella sin saber si es una persona sana?
¡Qué idiotez estoy pensando! Estoy deseando que me folle y ¿me voy a poner escrupulosa con beber de la misma botella?
Me decido y voy a por ese recipiente con la ambrosía transparente de los dioses. Estoy muy sedienta. Tengo que beber ya y esa maldita botella es lo único que puede...
Félix se mueve. Se pone boca arriba y en esos curiosos eventos fisiológicos que tiene el cuerpo del hombre, percibo su pene bien erecto y marcado en su bóxer.
—Oh, dios —musito, llevándome las manos a la boca.
Tengo el impulso de acercarme y tocarlo...
¡Esperanza! Has venido a por la botella de agua. Cierro los ojos y trato de concentrarme pero es su polla la única imagen que mi maldito cerebro es capaz de traerme.
—Joder...
Me pongo de rodillas en un punto equidistante a la botella y al considerable miembro. Alargo la mano y toco la...
—¿Esperanza?
¡Vaya capi! Esperanza está que arde.
¿Qué pensáis que estará tocando?
En el siguiente capi lo sabréis y será uno... bueno, no os diré nada. Que no quiero spoilear, ja.
Por cierto, aquí tenéis un poco de la explicación del por qué se llama así la novela. ¿Qué os parece?
¡Gracias por vuestros comentarios y compañía!
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