El don de Bruno
⸏-Casita es inexplicablemente impresionante, ¿verdad, Señorita Estudiosa?- se burló Bruno después de que habían entrado a la casa, y los recibió acercándoles un perchero donde él dejó su poncho empapado y ella su paraguas, antes de empezar a caminar seguidos por las baldosas del suelo que formaban una especie de ola infinita que cubrió sus cabezas de la lluvia hasta las escaleras.
-Sí, lo es- sonrió Fernanda aguantándose el reclamar por la burla hacia su necesidad de explicar las cosas. Dos toallas se deslizaron por la baranda y él las detuvo poniéndole una descuidadamente a la mujer en la cabeza antes de empezar a secarse la propia, ella no pudo evitar reírse ante la informalidad del Madrigal -. Gracias.
Caminaron por los pasillos, nunca había pasado del patio y se preguntó si hacía lo correcto, nunca le había caído del todo bien esa familia y ahora estaba en la parte privada de su casa, invitada por el miembro menos grato.
-Creeeeeoo- enunció Bruno con el índice en alto - que si queremos ver a Lori, necesitamos algo suyo.
Una ventana se abrió arrojando una muñeca de trapo que también fue atrapada antes de llegar al suelo.
-¡Exacto! ¡Esta muñeca es de ella! ¡Muy bien, Casita!- sonrió contento, metiéndose el juguete en la camisa con lo que las manitas y la cabeza quedaron colgando asomadas bajo su cuello.
Ese gesto causó que la mujer no dejara de preguntarse porqué no era tan adorado como el resto, recorrieron todo el pasillo hasta el fondo y descubrió que la especie de torre que sobresalía en la casa ocupaba el espacio para unas escaleras extra cubiertas por un techo abovedado, ¿estaba aislado por voluntad propia o...
-Adelante- sonrió Bruno interrumpiendo todos sus pensamientos, abriendo una puerta en ese pasillo poco iluminado. Apenas dándole tiempo de notar que tenía dibujado en dorado su retrato y un reloj gigante.
Ella agradeció y abrió los ojos como platos antes de poder decir algo más: estaba frente a una cascada de arena, que tapaba el paso tras una entrada en forma de reloj de arena.
-No te asustes- él se le adelantó, a su paso la cascada abrió un espacio para que alguien pudiera atravesar -. Todos vienen aquí: "¡Bruno, dime mi futuro!" y luego ponen cara de asustados al entrar, y se asustan aún más porque el futuro no es lo que querían y "¡Uuuy qué miedo, Bruno!" .¡Pero yo no tengo la culpa de que Casita me haya dado este cuarto y que mi don sea tan tétrico!
-Sé que no la tienes- sonrió Fernanda, que se había fascinado por el efecto de la arena por dos segundos mientras los reclamos del Madrigal no se volvían tan tristes -. No voy a asustarme, te lo prometo.
-Solo si cierras los ojos- se quejó con una cara de no estar convencido para nada.
Fernanda tomo aire en un gesto melodramático de abrir los ojos lo más que podía, sacando el pecho y caminando como soldado hacia la cascada, ante la mirada inexpresiva del profeta que simplemente se dió la vuelta y entró.
Volteó a mirarla sorprendido por un silbido largo de sorpresa, encontrándose con que miraba un extenso corredor con paredes de piedra, el suelo tan lleno de arena que creaba dunas hasta de un metro, y daba a unas escaleras con la altura de un piso.
-Para ser un don de servicio al pueblo, la Casita hace sus cuartos un poco egocéntricos, ¿no?- se burló ella señalando uno de tres relieves gigantes tallados en la pared, parecían de algún templo precolombino -Mira la cara que tienes aquí: "Uuuuuh soy Bruno, veré las desgracias que te deparan"- Imitó lo mejor que pudo el gesto sombrío de la imagen antes de que le ganara una sonrisa.
-Claaaaaro- replicó él girando los ojos y dándole la espalda, no le había causado gracia para nada – ya veremos si te ríes cuando este plan salga mal, y lo que te muestre sea una visión de algo horrible cómo que se queme tu biblioteca.
-¡Qué se queme la biblioteca! ¡Toca madera!- exclamó Fernanda alcanzándolo en una carrerilla.
-¿Toco madera?- preguntó mirándola confuso, inclinando la cabeza.
-Es una superstición insensata- sonrió nerviosa, rascándose la mejilla -: cuando dices algo que si sucediera en verdad sería horrible, dices "Toc, toc, toc, toco madera" y le das golpecitos a algo de ese material para evitar que se cumpla.
-Ojalá fuera tan sencillo- suspiró Bruno, mientras subían unas escaleras que terminaban en una puerta redonda de madera -eso anularía mis predicciones. Pero mira, por no dejar: toc, toc, toc, toco madera para que la biblioteca no se queme- sonrió un poco abriendo la puerta e indicándole con la mano que entrara.
La mujer agradeció el gesto, entrando a una habitación obscura que se iluminó apenas un poco para observarla: también tenía paredes de piedra y al mirar hacia arriba descubrió que se erguía en lo que parecía el infinito vacío del cielo nocturno, con estrellas titilantes y todo, aunque no tenía Luna.
En el centro del piso, rodeado de arena, la piedra formaba un círculo con patrones que Bruno no le dió tiempo de entender al tomarle la mano y decirle que se sentara en el suelo donde la detuvo. Obedeció y lo miró tomar unos puñados de arena acomodándolos en cuatro montoncitos, encendió una pequeña pira en medio, se sentó sacando la muñeca sujetándola de un bracito de trapo y le pidió tomar sus manos lo más fuerte que pudiera.
"Están frías" pensó Fernanda al sujetarlas y observar su gesto de concentración al cerrar los ojos, miró a su alrededor al escuchar el aullido del viento que empezaba a rodearlos, levantando la arena a su alrededor hasta crear una cúpula que no paraba de girar sobre sus cabezas.
Había prometido no asustarse, pero aprovechó para cerrar los ojos y respirar profundamente para calmarse de la impresión que le causaba lo que estaba sucediendo. Volvió a mirar con más calma, pero sin menos asombro. cómo luces verdes empezaban a formarse en el domo de arena, mientras revoloteaban los rizos de bruno y la muñeca que sostenían sus manos unidas.
Los ojos del profeta se abrieron, con el mismo brillo verde de las luces, y la miró con preocupación.
-¡No tengo miedo!- exclamó la mujer, que estaba ya empezando a molestarse de que su fleco castaño le picaba los ojos por el viento -¡Continúa!
Bruno asintió determinado, poniéndose en pie y esperando a que también lo hiciera ella para soltar la mano que no sostenía la muñeca. Levantó el brazo y empezó a mover la mano como moldeando el aire: las luces se juntaron en movimientos rítmicos formando figuras difusas. Se distinguían sus siluetas caminando por Casita hasta detenerse en un cuadro y... abrirlo revelando un hueco en la pared, del que se asomó una niña.
-¡Lori!- gritó Bruno, soltándose para estirar ambos brazos hacia ella, imitando el movimiento con el que, por un instante, su silueta en la visión recibía a la niña. Desapareció de golpe mientras la muñeca caía al suelo, y la arena salió disparada en todas direcciones con un estruendo tan grande que los adultos se cubrieron los oídos, acercándose para sentirse seguros.
-¡Bruno!- exclamó Fernanda acercándose a tomar sus brazos y tratar de que se soltara los oídos -¿Estás bien?
Él negó con la cabeza, apretando los ojos en un gesto de dolor -¿Duele?
-¡Siento que mi mente está cayendo a pedazos por un precipicio!- se quejó, con un par de lágrimas escapándose -¡Lo rompimos! ¡Rompimos el don! ¡Te lo dije!
-¡Tranquilo! ¡Respira!- suplicó Fernanda aterrada, abrazándolo lo más fuerte que pudo -¡Fue algo inusual para tu don pero funcionó, tranquilízate!
El viento que había estado moviendo lentamente la arena finalmente se detuvo, sumiendo el lugar en un silencio tan profundo que solo se escuchaban las respiraciones agitadas de ambos.
-Bruno- susurró la joven, separándose y acariciando su cabeza, consiguiendo que él la mirara, aún temblando -. ¡Dolores está en la casa! ¡Debimos imaginarlo, Casita no pudo dejarla salir a correr peligro! ¿Dónde está el cuadro que vimos?
-Lo...ri...- musitó tembloroso, inspeccionó el suelo hasta que ubicó la muñeca y corrió a levantarla, la miró y agitó la cabeza como un perrito adolorido antes de voltear hacia su acompañante –Está en el patio, junto a la cocina.
Fernanda se sintió tan culpable, por la expresión del Madrigal era obvio que estaba sufriendo, y todo por una idea suya -¡Lo siento!- se disculpó con esfuerzo de no ponerse a llorar -¡Quédate aquí, yo iré por la niña!
Bruno negó con la cabeza -¡Claro que no! ¡En la visión estábamos juntos! Si no se cumple de esa manera, ¿quién sabe qué más podremos provocar? ¡Ya desafiamos demasiado al milagro!
No le quedó más que asentir y ofrecerle su mano, lo guió fuera de esa estancia a la que esperaba no volver a entrar jamás en la vida, deteniéndose de golpe al abrir la puerta de madera y mirar al exterior.
-¡¿PERO QUÉ DEMONIOS?!- exclamó de una manera muy poco femenina.
El moreno salió también, mirando todo con una confusión infinita -No... puede... ser...
Ya no había una escalera corta, ahora estaban ante un puente colgante que llevaba a unas escaleras... tras otras... tras otras...tras otras... tras otras... tras otras...
-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Aaaaalamaaaaaaa.... igual y sí rompieron el milagro...
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