Bruno
—Voy a bajar— dijo la joven decidida, asomada desde el borde del tronco, la torrencial lluvia se escurría entre las ramas del árbol caído dejando al Madrigal en pleno remojo.
Le echó una mirada al árbol y al hueco: las ramas muertas podrían romper el paragüas, así que resopló con resignación pensando que de cualquier manera la comida de Julieta Madrigal era curativa y daba igual mojarse. De un resfriado no se iba a morir.
Tras cerrar el paragüas y lanzarlo con cuidado al fondo, de un salto entró al hueco en el que cabía perfectamente cuando era niña y ahora le llegaba algo arriba de la cintura.
—Hola, perdóname, pero me preocupas— sonrió, cuando él asomó apenas los ojos antes de volver a cubrirse y darle la espalda —. Todos están buscando a tu sobrina, ¿porqué tú no?
—¡¿Y traerles una peor suerte que tener a Lori perdida?!— se giró y reclamó a gritos temblorosos —¡Sólo voy a traerle desgracia a la búsqueda!
Fernanda se quedó petrificada por unos segundos, asimilando lo que escuchaba y relacionándolo con lo que todo Encanto decía desde la boda de Pepa y Félix: que el trillizo menor trae mala suerte.
—No puedes creer eso— sonrió, entendiendo que él no quiso gritarle y estaba simplemente en crisis. Se puso a gatas para alcanzar la parte del árbol que hacía un techo —. No traes mala suerte.
Bruno se le quedó mirando con los ojos como platos, incrédulo de lo que acababa de escuchar —¡Ah, claro, si eres tú!— ladró entusiasmado de pronto —¡Fernanda, la hija del bibliotecario! Tú y tu padre son totalmente escépticos a todo esto del milagro, se creen que tooodo tiene una explicación lógica— sentado con las piernas cruzadas se irguió poniéndose la mano en el pecho y apretando los labios con lo que le salía una voz burlona —. Porque toooodo está explicado en alguno de los veinte mil libros que estudian.
Fernanda respingó, y trató de decir algo, pero Bruno volvió a encorvarse y mirarla con despecho —¡Uy, Señorita Fernanda: pues perdóooonenos por tener el milagro que no puede estudiar en sus libros! ¡Simplemente pasó! ¿Crees que yo no preferiría ser normal?
—¡ÓOOOOOOYEME, NO!— empezó a quejarse la joven cuando él se cruzó de brazos mirando hacia otro lado —¡Estoy aquí, mojándome, porque me preocupaste, y me insultas! ¡Perdóname tú, por estudiar y querer saber más que los demás en este pueblo, que solo les interesa contar cuántas arepitas se pueden comer y saber el abecedario completo!
También se sentó de brazos cruzados con un gruñido y quedaron en silencio unos segundos, mirando a direcciones opuestas.
De pronto el cielo se iluminó durante un instante, justo antes de que un trueno tan potente que cimbró el suelo hiciera saltar del susto al Madrigal, que cayó en el hombro de la mujer y ella reaccionó sosteniéndolo, igualmente asustada.
Por un momento se quedaron abrazados, temblando, hasta que al convencerse de que no estaban en peligro ella notó su posición: ¡abrazando a quien acababa de ofenderla!
Le dió un leve empujón para alejarlo y él haciéndose el digno se sentó derecho alisándose el poncho empapado y el cabello que ya le escurría, antes de volver a cruzar los brazos y desviar la mirada.
Fernanda soltó un quejido exasperado —¡BIEN! ¡Me voy! ¡Esto me gano por meterme donde no me llaman! ¡De verdad que los Madrigal se creen la gran vaina!
Bruno ni parpadeó, mientras ella se levantaba y sacudía el cabello para quitar el exceso de agua.
—Ese trueno deja claro que tu hermana está peor, voy a ayudar a buscar a tu sobrina, por lo que llegué aquí en primer lugar.
Mientras tomaba el paragüas observó al moreno esperando alguna reacción, pero solo lo vió temblar un poco, entrecerrando los ojos.
Fernanda suspiró antes de trepar el tronco, y al enderezarse sobre él para cruzar el otro lado se le resbaló el pie y cayó de espaldas en el hueco. Miró los nubarrones sobre su cabeza como si el mundo girara lentamente, rogando por no golpearse la misma con la barda, sería un golpe muy peligroso.
Cerró los ojos y sintió unos brazos rodeándola, oyendo un "UF" de alguien quedándose sin aliento y cayendo en algo suave.
—¡Auch!— se quejó, antes de zafarse de los brazos que habían amortiguado su golpe y tratando de ponerse de pie, pero la caída le había descalibrado el sentido de espacio y solo se arrastró sin control en tan estrecha zona —¡Bruno! ¡Bruno! ¿Estás bien?
—... sí— le respondió como pudo —. Chocaste tu cadera... con mi estómago...
—¡Ay, no, te saqué el aire!— la chica por fin se ubicó, su rescatista estaba sentado recargado en la pared, sosteniéndose bajo las costillas tratando de normalizar su respiración.
—No importa...
—¡Pero se siente horrible! ¡Lo siento! ¡Debí salir con cuidado porque el tronco está mojado! ¡Pero estaba ofuscada! ¡Soy una tonta!
Bruno sonrió con un ojo cerrado del esfuerzo —Dices que... eres una... tonta... pero usas la palabra "ofuscada"... mientras lloras del susto.
Hasta ese momento se dió cuenta: tenía lágrimas saliendo de sus ojos, se confundían con la lluvia que ya la tenía hecha una sopa.
La realización sólo provocó hacerla llorar más —¡Mira lo fácil que me asusto hasta las lágrimas! ¡Eso es ser una tonta!
—No lo eres— sonrió Bruno, viéndose más repuesto, pero no intentaba cambiar de posición —. No eres tonta por tener miedo.
Fernanda se rió nerviosamente mientras, en un intento inútil por detener las lágrimas, se tallaba los ojos —Está bien: no soy tonta si tú no eres un estorbo.
Miró como Bruno volvía a encogerse sobre sus rodillas, asustado.
—Bruno, escúchame— se acercó con cuidado, hablándole lo mas suave que podía para que la escuchara aún entre el ruido de la tormenta —: no puedo negar el milagro. Lo veo con mis propios ojos, el de tus hermanas al menos. La comida de Julieta, estas DESGRACIADAS NUBES QUE NOS ESTÁN EMPAPANDO— miró hacia el cielo con reproche — son reales. Pero que traes mala suerte... ¡eso es una supestición ridícula y no me la creo!
Los ojos llorosos de Bruno miraron a la chica frente a él, que con firmeza y decisión le ofreció su mano —Vamos a buscar a tu sobrina. A Lori.
Observó la mano extendida, por un momento parecía que se estaba decidiendo, pero volvió a negar con la cabeza cubriéndosela con las manos.
—Bruno, por favor...— suplicó la chica, ni ella misma sabía porqué insistía tanto.
—¡Seré un estorbo, vete!— repitió apretando los párpados —¡Mi don no sirve de nada para encontrarla! ¡Lo único que haré será pegarle lo salado a la búsqueda!
—Eso no va a pasar, a lo mucho me harás salada a mi porque estaré contigo todo el tiempo— sonrió aunque él no la miraba, solo logró que se encogiera más.
—¡¿Lo ves?!— exclamó, desesperado —¡Ya lo hice! ¡Te dí mala suerte! ¡Por eso te caíste!
—¡Caí por no poner cuidado! ¡Y me salvaste! ¡Si caía mal me pude hasta romper el cuello! ¡Bruno, por favor!
—¿Porqué insistes tanto?— replicó el Madrigal, arrastrándose de nuevo a la parte del hueco con ramas y causando que la joven soltara quejidos de frustración —¿Cómo podría ayudar? ¿Si mi don es inútil?
—¡Pues como lo hacemos día tras día las personas normales!— se quejó Fernanda —¡Sin milagro, sin dones! ¡Bruno, es la última vez que te lo pido, estamos aquí perdiendo tiempo! ¡Te prometo que estaré junto a ti hasta que Dolores aparezca! ¡¿Vienes o no?!
Resopló frustrada cuando Bruno estrechó el ovillo que formaba su cuerpo, y gateó hasta donde podía salir, esta vez apoyándose con cuidado y firmeza, antes de saltar al otro lado y mirar una última vez el tronco.
Dió la vuelta y caminó unos pasos, deteniéndose a escuchar una voz desde el hueco.
—¡Fernanda: espérame!
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