Beomgyu

El primer día de marzo siempre trae una mezcla de expectativas y cansancio. En teoría, la primavera está aquí, prometiendo cielos despejados, brisas frescas y colores vibrantes, pero este año en Seúl parece que el invierno se aferra a su último aliento como un alma que aún no quiere partir. El aire lleva consigo un aroma frío y húmedo, impregnado del rastro de la lluvia que cae en silencio durante la noche. Gotas cristalinas reposan sobre las hojas de los cerezos, que parecen indecisos entre renacer o rendirse, mientras sus ramas grises y desnudas se inclinan ligeramente bajo el peso de la humedad. Algunas flores asoman tímidamente entre las ramas, un tenue rosa que apenas logra destacar contra el cielo encapotado.

El pavimento bajo los pies tiene un brillo apagado, con pequeños charcos dispersos que reflejan las nubes plomizas como espejos rotos. El camino hacia la preparatoria serpentea entre árboles escuálidos que susurran con el viento, sus siluetas desnudas proyectando sombras alargadas sobre el suelo. Aunque el calendario marca el inicio de la primavera, la ciudad parece atrapada en un limbo entre estaciones, como si el invierno se negara a ceder aún. Todo tiene un aire melancólico, una quietud que no es del todo incómoda, pero tampoco reconfortante.

Beomgyu aprieta el asa de la funda de su guitarra que cruza su torso de lado a lado, sintiendo el familiar peso contra su cuerpo, mientras su mochila se balancea pesadamente sobre su hombro izquierdo con cada paso. El sonido de sus pisadas se mezcla con el eco húmedo de los demás estudiantes que trazan el mismo camino hacia la entrada de la escuela, sus zapatos chapoteando sobre los charcos dispersos en el pavimento. A su alrededor, los cerezos bordean el sendero, sus ramas desnudas decoradas con pequeños brotes y pétalos rosados suspendidos como un recordatorio frágil de que la primavera está intentando abrirse paso. Pero algo en esas flores parece apagado, menos vibrante de lo que él recuerda de sus días en Seúl, es casi como si el paisaje compartiera su incertidumbre, atrapado entre dos estados, sin decidirse completamente por ninguno. Claro, han pasado varios años desde la última vez que vivió aquí, y la nostalgia tiende a teñir los recuerdos con colores más brillantes de los que realmente tuvieron.

Esta es su primera semana en esta nueva escuela, en una ciudad que solía conocer, pero que ahora se siente como un lugar completamente ajeno. Es curioso cómo las calles, los edificios e incluso el aire pueden cambiar tanto cuando uno se va por un tiempo, o tal vez es uno mismo el que cambia, piensa mientras ajusta la correa de su mochila en un gesto automático. Había pedido este traslado, incluso lo había anhelado, pero ahora no puede evitar sentir el peso de lo desconocido, esa sensación de estar fuera de lugar, como una pieza que no encaja del todo en el rompecabezas.

El edificio de la preparatoria se alza frente a él como una estructura imponente, vieja pero sólida, con sus paredes desgastadas por el paso de los años, llenas de grietas y manchas que cuentan historias de generaciones anteriores. El patio frente a la entrada principal se extiende como un escenario improvisado, con estudiantes agrupados en pequeños círculos, conversando con entusiasmo o riendo a carcajadas, llenando el aire con fragmentos de conversaciones que Beomgyu no logra captar del todo. El ruido parece resonar en ecos huecos que contrastan con la calma del paisaje, como si esa energía no pudiera romper del todo el velo gris que cubre el día.

Beomgyu no puede evitar sentir una desconexión con todo esto, una especie de distancia entre lo que ve y lo que siente. La idea romántica que siempre ha tenido de la primavera, con sus colores vibrantes, su calor suave y su luz dorada, parece haberse perdido aquí. En cambio, lo que encuentra es una escena que se asemeja más a una fotografía antigua desvaída, con un filtro apagado que roba la vida de lo que debería ser brillante. Sus dedos se aferran un poco más fuerte al asa de su guitarra mientras cruza el umbral hacia la escuela, como si esa presión pudiera mantener el manojo de nervios que se ha asentado en la boca de su estómago.

El zumbido de la escuela a esa hora temprana se siente opresivo y acogedor a la vez. Beomgyu recorre el pasillo principal, siguiendo las indicaciones que un estudiante al azar le había dado hacia la oficina de profesores. El espacio está impregnado con un aroma a papel viejo y café recién hecho, una mezcla tan común en los institutos que resulta casi tranquilizadora. Su mochila golpea ligeramente su cadera con cada paso, recordándole su presencia, mientras el asa de su guitarra sigue siendo el ancla que mantiene sus pensamientos ordenados.

La oficina no es particularmente grande, pero está abarrotada. Cubículos diminutos con escritorios tapizados de montones de papeles desordenados, tazas con logotipos descoloridos, y tablones de corcho llenos de avisos y recordatorios cubren las paredes. Entre todo ese caos organizado, Beomgyu encuentra a la profesora encargada de su grupo, una mujer de mediana edad con una sonrisa amable y arrugas en la comisuras de sus labios de tanto sonreír, que le da un aire de tranquilidad inmediata tan pronto como nota su presencia.

—Choi Beomgyu, ¿verdad? —pregunta la profesora con una sonrisa amable, su tono ligero mientras revisa un par de papeles apilados en su escritorio. 

Beomgyu asiente con una ligera reverencia, ajustándose la correa de la guitarra como un acto reflejo. 

—Sí, soy yo. 

—Bien, bien. —La profesora hace una pausa mientras hojea un documento, trazando líneas con un bolígrafo que parece haber visto mejores días—. Te hemos asignado al grupo 2-A. Es un grupo bueno, aunque algo ruidoso. Creo que te acostumbrarás rápido. 

—Gracias. —Beomgyu sonríe, una sonrisa que siente algo forzada por los nervios. 

—¿Trajiste tus documentos? —pregunta ella, ahora mirándolo directamente. 

—Sí, aquí están. —Beomgyu saca con cuidado un sobre del bolsillo lateral de su mochila y se lo entrega. 

La profesora lo toma, hojeando rápidamente el contenido con una mirada crítica pero tranquila. 

—Todo parece estar en orden. Supongo que alguien de tu grupo puede ayudarte a ubicarse, mostrarte los salones principales. —Hace una pausa para mirar hacia otro escritorio, como si buscara algo o a alguien—. ¿Hay algo más que necesites? 

Beomgyu duda un segundo, tratando de pensar si le falta algo. Finalmente, niega con la cabeza. 

—No, creo que estoy bien, gracias. 

La profesora comienza a explicarle algunas reglas básicas de la escuela, hablando sobre los horarios, las actividades extracurriculares y los procedimientos en caso de llegar tarde o necesitar una autorización especial. Pero Beomgyu apenas escucha las palabras; su atención se desvía cuando un movimiento en el escritorio contiguo lo distrae. 

Un chico se inclina ligeramente hacia adelante, tomando un par de hojas mientras su profesor murmura algo que Beomgyu no logra distinguir. Hay algo en él, algo que llama la atención de Beomgyu antes de que siquiera pueda entender por qué. Sus hombros están ligeramente encorvados, pero no de una forma descuidada; parece más una postura natural, como si el peso del día ya hubiera comenzado a caer sobre él. 

Beomgyu pestañea, intentando regresar su atención a la profesora, quien todavía está hablando. Pero sus ojos, como atraídos por un imán, vuelven al chico. Su cabello castaño cae en mechones suaves sobre su frente, y hay una expresión en su rostro, una mezcla de concentración y lejanía que lo hace parecer ajeno al resto del mundo. 

—¿Beomgyu? —La voz de la profesora lo saca de su ensimismamiento. 

—Ah, sí, lo siento. —Parpadea rápidamente, esforzándose por volver al presente mientras siente un leve calor subir por su cuello, un tanto avergonzado por haberse distraído tan fácilmente. 

—No te preocupes. —La profesora le sonríe, aparentemente sin notar su desconexión—. Ahora, déjame ver si alguien puede llevarte al aula. 

Ella mira hacia el chico que ha captado la atención de Beomgyu y le llama suavemente. 

—Choi Soobin, ¿podrías ayudarme con algo?

Choi Soobin. La profesora lo llama por su nombre, y Beomgyu lo repite en silencio, probándolo en su mente. El chico no se gira inmediatamente, pero su perfil esboza líneas suaves: una mandíbula definida, labios ligeramente curvados hacia abajo y ojos grandes que, aunque no están directamente a la vista de Beomgyu, parecen cargados de un vacío que llama su atención. Su piel pálida, casi translúcida bajo las luces frías de la oficina, contrasta con el uniforme que lleva, tan impecablemente acomodado que parece casi ajeno a la despreocupación del ambiente escolar.

La voz de la profesora interrumpe los pensamientos erráticos de Beomgyu, arrastrándolo de vuelta al presente.

—Acompaña a Beomgyu al aula 2-A. Está de camino a la tuya, ¿cierto?

Soobin finalmente levanta la vista, sus ojos encontrándose brevemente con los de Beomgyu. Es solo un segundo, pero es suficiente para que Beomgyu note algo extraño en esa mirada, una combinación de vacío y profundidad que lo hace parecer a la vez lejos y muy cerca, como si estuviera atrapado entre dos mundos. El castaño asiente con la misma expresión tranquila y reservada que parece definirlo.

—Claro —responde. Su voz es suave, apenas un murmullo, pero carente de calidez, como si las palabras fueran poco más que una obligación mecánica.

Sin añadir nada más, Soobin termina de recoger los papeles del escritorio vecino y murmura un breve —Vamos —antes de girar sobre sus talones y caminar hacia la puerta, sus movimientos tan fluidos que casi parecen ensayados.

Beomgyu lo sigue sin decir nada, ajustando el peso de su guitarra contra su espalda mientras salen de la oficina. El pasillo se extiende frente a ellos, más largo de lo que debería parecer, con un eco monótono de sus pasos que rebota contra las paredes decoradas con carteles estudiantiles desteñidos. Los murmullos de las aulas cercanas se mezclan con el zumbido de las lámparas fluorescentes, creando una banda sonora apagada que encaja con la sensación gris del día.

Soobin no habla, pero tampoco parece incómodo. Hay una tranquilidad contenida y casi hipnótica en su manera de caminar, como si cada paso estuviera calculado para ocupar el menor espacio posible en el mundo. Su postura es erguida, pero sus hombros caen con una especie de resignación silenciosa.

Beomgyu no puede evitar mirarlo de reojo. Nota detalles que al primer vistazo le habían pasado desapercibidos: la forma en que su cabello castaño y liso refleja la tenue luz del pasillo, el leve movimiento de su mandíbula cuando cierra los labios como si estuviera perdido en algún pensamiento distante, y la forma en que sus dedos largos y pálidos sujetan los documentos con una delicadeza casi meticulosa, evitando cualquier arruga en el papel. Sus ojos, tan oscuros como su cabello, parecer perdidos en la nada, en un mundo al que nadie más tiene acceso.

¿Qué estará pensando? La pregunta surge en su mente con una fuerza inesperada, como si el silencio de Soobin fuera una especie de rompecabezas que necesitara resolver. Beomgyu siente que hay algo detrás de esos ojos, algo que no se cuenta fácilmente, y no puede evitar preguntarse qué tipo de cosas podrían habitar la mente de alguien que parece tan distante del resto del mundo.

Sintiéndose algo incómodo por el silencio, Beomgyu decide intentar iniciar una conversación. Aclarándose suavemente la garganta, murmura:

—Gracias por acompañarme. Parece una escuela grande.

Soobin, sin dejar de caminar, asiente casi imperceptiblemente.
—Lo es —responde, su tono neutral, sin intención de ser cortante pero sin mostrar tampoco interés en continuar el tema.

Beomgyu no se rinde.
—¿Has estado aquí desde el primer año? —pregunta, intentando sonar amistoso.

—Sí. —La respuesta llega breve, acompañada por un leve giro de cabeza que apenas dura un segundo.

El castaño no parece incómodo, pero hay algo en su presencia que desanima a Beomgyu a insistir demasiado. Aun así, la curiosidad lo impulsa.
—¿Cómo son los profesores? He oído que algunos son muy estrictos.

Soobin tarda un par de segundos en contestar, como si necesitara procesar la pregunta antes de decidir si vale la pena responder. Finalmente, dice:
—Algunos. Pero supongo que te acostumbras.

Beomgyu sonríe un poco, aunque no recibe respuesta. La voz de Soobin no es desagradable, pero es tan plana que casi podría pasar desapercibida si no estuvieran solos en el pasillo. Mientras el silencio vuelve a asentarse entre ellos, Beomgyu se permite estudiarlo más detenidamente. Hay algo magnético en la distancia de Soobin, en el modo en que parece moverse en su propia burbuja, ajeno a todo lo que lo rodea. ¿Qué estará pensando? Beomgyu se hace la pregunta de nuevo, casi sin querer. ¿Qué pensamientos podrían llenar una mente tan claramente ocupada pero tan difícil de leer?

Finalmente, Soobin se detiene frente a una puerta. Su mano se eleva con la misma precisión contenida para señalar el aula.

—Aquí es —dice, su tono bajo pero claro, como si no necesitara elevar la voz para hacerse entender.

Beomgyu duda por un momento, esperando tal vez una despedida más elaborada, pero Soobin no ofrece más palabras, así que Beomgyu simplemente asiente y murmura un agradecimiento, pero antes de que pueda agregar algo más, Soobin ya está girando sobre sus talones, y avanza por el pasillo con la misma calma calculada que ha mostrado desde el principio, su figura alta y esbelta desapareciendo por el pasillo. Beomgyu lo sigue con la mirada, sus ojos fijos en el lugar donde Soobin da la vuelta y desaparece de su vista. Por un segundo, se queda ahí, mirando el lugar donde Soobin había estado momentos antes, sintiendo cómo una chispa de curiosidad se enciende en su pecho, y por un momento, considera seguirlo, pero la campana suena antes de que pueda hacer algo más que parpadear.

Suspirando suavemente, ajusta el asa de su guitarra y empuja la puerta del aula 2-A, entrando justo cuando el bullicio de los estudiantes se calma. El día apenas comienza, pero Soobin ya ocupa más espacio en su mente del que esperaba.





El día avanza con la lentitud tediosa de un reloj cuyos engranajes parecen a punto de detenerse. Beomgyu, sentado en un pupitre que ya le resulta incómodamente familiar, fija la vista en las manecillas del reloj que cuelga al frente del aula. Cada movimiento es un recordatorio de cuánto falta para el siguiente cambio de clase, un compás interminable que no logra apartar su mente del torbellino de pensamientos que le genera Soobin. 

El profesor al frente del aula habla en un tono monocorde, trazando fórmulas en el pizarrón con una tiza que chirría en cada trazo. Beomgyu intenta enfocarse, tomar notas aunque sea para llenar los márgenes de su libreta con algo más que su propia letra desganada, pero sus ojos terminan vagando hacia la ventana. Afuera, las canchas de la escuela están vacías, las líneas blancas pintadas en el cemento parecen extenderse hasta el horizonte. Es un paisaje simple, sin nada que destaque, y sin embargo, su mente vuelve una y otra vez a la imagen de Soobin caminando por el pasillo, su andar tranquilo y reservado, sus ojos perdidos en un lugar que Beomgyu no puede alcanzar. 

¿Qué estará pensando? La pregunta surge una vez más, invadiendo su mente incontables veces. Hay algo en Soobin que no encaja, como una nota disonante en una melodía perfecta, y aunque Beomgyu no lo conoce, siente una necesidad inexplicable de entenderlo, de mirar más allá de esa mirada opaca que parece esconder un universo entero de emociones contenidas. 

Las horas pasan y la campana suena abruptamente, rompiendo finalmente la monotonía de la mañana. Es una melodía cantarina que resuena como una señal de libertad temporal. Los estudiantes se levantan con rapidez, recogiendo sus cosas mientras el murmullo de voces se convierte en un estruendo. Beomgyu se queda en su lugar, observando cómo el aula se vacía poco a poco. La mayoría se apresura hacia la cafetería, buscando asegurarse un buen lugar en la fila, pero él no tiene prisa. 

En lugar de unirse al flujo de estudiantes que se apresuran hacia la cafetería, Beomgyu se queda sentado, atrapado en su propio mundo. Sus ojos recorren el pasillo a través de la puerta entreabierta del aula, la cual está ligeramente oscura, apenas iluminada por la luz amarillenta que se cuela desde el pasillo. El bullicio de los estudiantes que se agrupan en los pasillos resuena de manera difusa, pero Beomgyu permanece absorto, buscando una silueta familiar. Su mente, aunque consciente de las voces y los pasos que se mezclan con el eco de la campana, no puede evitar volver una y otra vez a Soobin.

Es una obsesión sutil, casi imperceptible, pero creciente. Algo sobre su presencia calma y distante lo atrapa, como si al mirarlo estuviera descifrando un código secreto que se le escapa cada vez que lo observa. La figura tranquila y serena de Soobin, cruzando de un aula a otra con paso firme, parece estar flotando en su mente, dejando huellas que Beomgyu no sabe si podrá borrar.

Justo cuando está a punto de perderse en esa imagen, de nuevo, su vista se interrumpe con la aparición de dos chicos que se acercan con una energía inesperada. Al principio, no los nota por completo, pero la risa ligera de uno de ellos lo hace volver a la realidad.

—¿Eres el nuevo, verdad? —pregunta uno de los chicos, una voz jovial que lo hace salir de su trance. Beomgyu levanta la mirada para encontrar a un chico de cabello azabache, desaliñado en un estilo que parece cuidadosamente desordenado. Sus ojos son grandes, chispeantes, casi como si cada palabra que dijera estuviera llena de una emoción intensa. Su expresión es relajada, pero hay algo en él que transmite una energía contagiosa, casi como si estuviera invitando a Beomgyu a compartir esa misma chispa.

Beomgyu, aún un poco desconcertado por el cambio repentino de atención, asiente y responde con una sonrisa educada.

—Sí, Choi Beomgyu —dice, sintiéndose un poco más tranquilo mientras los dos chicos se sienten sin pedir permiso en los pupitres al frente y al lado izquierdo de él. De repente, el aula parece un poco menos silenciosa y más... acogedora.

—Yo soy Hueningkai —dice el primero, el chico de cabello oscuro, mientras extiende una mano con una sonrisa amplia. Sus rasgos son delicados pero bien definidos, y hay algo en su rostro que lo hace parecer ligeramente más joven que Beomgyu, aunque la forma en que lo mira demuestra una madurez que lo hace aún más intrigante. Beomgyu no puede evitar notar que Hueningkai tiene un aire algo internacional, como si su origen fuera más complejo que simplemente coreano. Hay algo en su fisonomía que lo hace ver menos familiar, algo que Beomgyu no sabe identificar del todo, tal vez su piel ligeramente más clara o el contorno de sus ojos, ligeramente más almendrados.

—Y él es Taehyun —continúa Hueningkai, señalando al chico que se ha quedado en silencio hasta ese momento. Taehyun es un contraste con Hueningkai: su cabello color chocolate oscuro está cuidadosamente peinado, y aunque también tiene una presencia tranquila, su mirada es penetrante y profunda. Tiene una nariz recta y prominente, la cual se destaca en su rostro, perfectamente proporcional. Los ojos de Taehyun son enormes, con pupilas tan oscuras que parecen pozos de tinta, tan profundos que casi da la sensación de que te puedes perder en ellos. Beomgyu lo mira por un momento, notando que aunque parece calmado, hay una intensidad en su mirada que lo hace intrigante de una manera sutil pero poderosa.

—¿Y esa guitarra? —pregunta Taehyun, inclinando ligeramente la cabeza hacia el estuche de guitarra que Beomgyu ha dejado junto a su pupitre. Su voz es tranquila pero curiosa, y Beomgyu, sintiéndose más cómodo, le responde con una pequeña sonrisa, aliviado de la forma en que los chicos parecen estar interesados en algo tan simple como su instrumento.

—Sí, toco —dice Beomgyu, encogiéndose de hombros de manera modesta, mientras se acomoda en su asiento y ajusta el estuche de la guitarra entre sus manos—. Aunque no soy un profesional ni nada. Solo me gusta.

Hueningkai sonríe, claramente interesado.

—Eso es genial —dice con entusiasmo—. Nosotros estamos en la banda de la escuela. Bueno, si se le puede llamar banda... Es algo pequeño, pero nos divertimos. 

La conversación con Hueningkai y Taehyun fluye de manera natural. Beomgyu se siente sorprendido por lo fácil que es compartir detalles sobre su música, sus intereses y sus primeras impresiones de la escuela. Hueningkai le hace preguntas animadas sobre sus géneros musicales favoritos, sus artistas preferidos, incluso sobre su visión de la escuela. Beomgyu responde con sinceridad, disfrutando de la charla ligera y despreocupada. La atmósfera es diferente a la de la mañana, más cálida y acogedora, y por un momento, se siente como si todo fuera más sencillo de lo que había imaginado.

El sonido de la clase a lo lejos, los murmullos y las risas del resto de los estudiantes, se mezclan con las preguntas curiosas de sus nuevos compañeros. Beomgyu se siente conectado a ellos por un hilo invisible, una especie de camaradería instantánea que lo hace sentir menos solo. Hay algo refrescante en su energía juvenil, algo que lo hace sentir que tal vez este nuevo comienzo no será tan difícil después de todo.

Sin embargo, mientras está en medio de una explicación sobre su afición por el rock alternativo, algo en el pasillo capta su atención. Por el rabillo del ojo, Beomgyu ve una figura alta, de caminar decidido, que cruza frente al aula. Su mente se detiene por un instante.

Soobin. 

Una ligera corriente de aire parece recorrer el cuerpo de Beomgyu cuando sus ojos se fijan en la silueta que se mueve por el pasillo, ajena a la conversación que se desarrolla a su alrededor. Los detalles de la figura lo llaman sin querer: el paso firme, la postura recta, casi como si nada pudiera desviar su rumbo. Beomgyu se queda observando en silencio, un atisbo de curiosidad y desconcierto creciendo en su interior. Algo sobre Soobin lo atrae, como un imán invisible que no sabe cómo explicar, pero no puede ignorar.

Hueningkai parece notar que Beomgyu ha dejado de hablar, su mirada curiosa se desliza hacia el pasillo y, al ver a Soobin, frunce ligeramente el ceño. El ambiente, que antes era cálido y lleno de risas, se enfría apenas por un segundo, como si algo en la presencia de Soobin pudiera romper la armonía de la conversación. Es un cambio sutil, casi imperceptible, pero Beomgyu lo siente como una alteración.

—¿Lo conoces? —pregunta Hueningkai, su tono ligeramente más grave de lo habitual, la pregunta flotando en el aire con una chispa de misterio.

Beomgyu no sabe qué esperar, pero, un poco desorientado por la reacción de su compañero, responde con un tono neutral.

—No, ¿debería? —dice, buscando de alguna manera que la conversación vuelva a su tono amigable. Su voz suena un poco más baja, como si en ese momento estuviera intentando no delatar una curiosidad que aún no sabe cómo manejar. —¿Ustedes lo conocen?

Hueningkai se queda en silencio por un momento, como si estuviera sopesando las palabras antes de dejarlas escapar. Intercambia una mirada fugaz con Taehyun, y Beomgyu nota la ligera tensión en el aire, como si hubiera algo no dicho que flotara entre ellos.

—Éramos amigos cercanos hace tiempo... pero ya no —responde Taehyun finalmente, su voz tranquila pero algo cargada de una emoción difícil de identificar. Su tono es breve, casi como si no quisiera entrar en detalles, y la respuesta deja un sabor amargo, algo indeterminado.

El silencio que sigue parece hacerse más denso, y Beomgyu lo siente como un peso en su pecho. Hay algo en la forma en que Taehyun habla que deja entrever que la historia no es tan simple como parece. La relación con Soobin, por lo que ha entendido en esas pocas palabras, no es una que se haya desvanecido por completo; algo más debe haber ocurrido, pero no quiere presionar. Al menos no por el momento.

Hueningkai parece percatarse de la incomodidad que ha invadido el espacio, y en un esfuerzo por aligerar el ambiente, cambia rápidamente de tema, como si quisiera que la atención se deslizara hacia otro lado.

—Entonces, ¿qué tipo de música te gusta tocar? —pregunta con una sonrisa más amplia, su tono de nuevo cargado de entusiasmo. La pregunta es sencilla, pero su intento por retomar la conversación parece aliviar la atmósfera pesada que había comenzado a formarse.

Beomgyu se deja llevar por la conversación, eligiendo no pensar demasiado en Soobin o en la respuesta de Taehyun. Hablan de géneros musicales, de bandas favoritas y de canciones que los han marcado. Es una charla fácil y agradable, y Beomgyu se sorprende de lo rápido que se siente cómodo con los dos chicos. 

De repente, Hueningkai, en su típica forma despreocupada, lanza una invitación casual.

—Deberías venir a nuestra práctica después de clases. Taehyun y yo nos reunimos en el salón de música para ensayar. Podrías traer tu guitarra y tocar algo con nosotros. 

Beomgyu sonríe, agradeciendo la calidez que ambos han mostrado hacia él. 

—Claro, suena bien. 

La invitación es sencilla, pero tiene algo reconfortante. Es un pequeño paso hacia la integración en este nuevo entorno, y Beomgyu siente una ligera chispa de esperanza al imaginarse tocando junto a ellos, compartiendo algo que lo hace sentirse en casa.

Mientras la campana suena nuevamente, marcando el final del descanso, Beomgyu recoge sus cosas con una extraña mezcla de emociones. Por un lado, siente que ha encontrado algo de consuelo en la compañía de Hueningkai y Taehyun, pero por otro, no puede evitar pensar en Soobin, en la figura que pasó por el aula y en el misterio que parece rodearlo como una sombra constante.

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