1.- De semidiós a caballero dorado.
" Diosa Ninsun, madre creadora de este cuerpo, concédeme la gracia de purgar mis errores cuando fui rey..."
El gigante azorado por la pérdida de su buen amigo Enkidú, yacía de rodillas con su largo cabello oscuro cayendo como una triste cortina marchita mientras entablaba una charla con su madre, deidad venerada en la ganadería, la vaca sagrada quién en su juventud, reinó a su lado en forma humana.
—¡Madre!—clamó el gigante—¿ Qué debo hacer? ¡Los dioses desde que nacemos, decretan nuestra muerte...!
Ella no respondió. Aún estaba latente la furia de la rechazada Ishtar quién ofendida por que el gigante desdeñó su amor, envió un toro celestial o de las tempestades para que destruyera a Gilgamesh y a todo ser vivo de aquella ciudad que regía, mal negocio... Gilgamesh y su amigo Enkidú lo destruyeron y los dioses se indignaron matando a Enkidú.
Luego, deseoso de obtener la tan ansiada inmortalidad buscó al sabio Utnapishtim, único sobreviviente junto a su esposa del temible diluvio enviado por Enlil, cansado del ruido que provocaban la humanidad, este le negó tal acceso aduciendo que sólo él tenía derecho a tal privilegio, más la esposa del sabio le pidió que le mostrara la planta de la juventud la cual en un momento de descuido de Gilgamesh, una serpiente la robó.
Azorado, anduvo harapiento hasta que una tabernera tuvo compasión de su aspecto, Gilgamesh le contó todas su penalidades, errores y deseos más ocultos. Ella hizo gala de una impresionante sabiduría.
—La muerte forma parte de la vida, ¿ Porqué buscas la inmortalidad? ¿ Te haría feliz?
El gigante sosteniendo un tarro de cerveza, replicó.
—Temo morir y ser olvidado, noble mujer...
Ella inclinándose con sus adornos de oro y su cabellera oscura, prosiguió con su charla.
—Debes disfrutar siempre que puedas, hacer gala de buen humor, preocuparte por estar limpio y también disfrutar de los brazos y sonrisa de una buena mujer—sentenció ella sirviendo otro tarro de cerveza, estas palabras sirvieron de aliciente para Gilgamesh que entendió todo.
Regresó a su ciudad donde se preocupó de hacer el bien aunque los dioses, en especial Ishtar, no le perdonaba el rechazo a su belleza y dones que ella le aseguró, tendría si aceptaba ser su amante.
Como mortal vivió opacando con su altura titánica, cualquier rabieta de los señores del cielo. Al morir, su alma fue expulsada y condenada a vagar hasta que dios alguno tuviera piedad de sus pies magullados de tanto andar.
*****
Atenea moldeó entre sus dedos el cosmo del guardián de Tauro quién feliz se dejó acurrucar entre la calidez de aquella mujer cuya fuerza derribaba a Ares, admiraba a Hestia y servía como estratega al señor del Olimpo. Como un hijo, la diosa lo colocó en su regazo, murmuró dos palabras en la lengua de los dioses y luego lo soltó.
Aquel cosmo moldeado descendió hasta la matriz de una mujer de origen latinoamericano quién en esos momentos de visita como turista, admiraba una estatua de 1.04 m en un museo de Atenas, sobrecogida por una energía benévola, sonrió ante el rostro de mármol de la diosa como aceptando su designio.
Sin que nadie se diera cuenta, se arrodilló frente a la estatua con las manos en su pecho mientras el cálido y diminuto cosmo se moldeaba al suyo aceptándola como madre terrenal...
Hace siglos, un hombre de gran estatura, cabellera larga y frondosa del color de la obsidiana, cuyas cejas pobladas y gruesas cubrían sus ojos cansados, se acercó a Atenea, recientemente había partido del mundo de los mortales, cansado de no poder obtener la tan ansiada inmortalidad y de ver cómo los dioses que él conocía y veneraba, lo tenían como enemigo. Su espesa cabellera oscura lucía sucia de tanto peregrinar buscando quién lo escuchara y acogiera...
—¡Eres Gilgamesh!—reveló la diosa de cabellera castaña clara un día en que esta pulía su lanza—¿ Ishtar aún te persigue?
Humilde, el semidiós bajó la mirada. Atenea movida por alguna fuerza, posó su mano en la muñeca de Gilgamesh quién dejó escapar una traicionera lágrima de su apuesto rostro; ella desde su puesto en el olimpo lo estuvo observando, analizando cada paso y aventura en aquellas tierras donde los reyes obtenían poder gracias a la guerra y supo que esa alma fiera era indicada para su ejército, ese que pensaba formar con valientes humanos que ofrendaban sus plegarias a su templo y estatuas regadas por la Hélade.
—Señora de la estrategia de las tierras de los aqueos ¿ Soy digno de mis hazañas?
Los ojos glaucos de Atenea brillaron ante la interrogante, Gilgamesh posó su cabeza sobre la tela del vestido de la diosa quién suspiró. Ares que merodeaba por ahí se escondió en una columna al oír la charla entre la deidad y el semidiós muerto. Ese hombre tenía la corpulencia de un vasallo de los tantos que él tenía, pero Atenea no se lo dejaría arrebatar.
Otro quizá aceptaría ser su vasallo o hasta recipiente, ya estaba harto de que la insufrible e idolatrada señora del mochuelo tuviera un pedestal ante los ojos de Zeus.
—Algún día te pondré en aprietos, Atenea—sentenció el dios sanguinario cuyos ojos eran dos esferas repletas de sangre.
Con ella, Gilgamesh halló paz, ese que le fue vetada en vida. Ninsun, su sagrada madre no pudo hacer nada contra los dioses del panteón sumerio, por eso buscó ayuda en esa mujer de cabellera castaña ondulada, ojos cerúleos, hija favorita Fue un suspirode un dios cuya arma principal era el rayo.
—Mi señora—dejando su pesar a un lado, enfocó sus pupilas algo oscurecidas—sé que eres benevolente con quienes te adoran... No quiero desaparecer sin que mi alma haga lo correcto desde que encarna hasta que muere...
En ese momento, la diosa ratificó su intención de moldear a Gilgamesh quién en silencio aguardaba la respuesta deseada. Atenea decidida, posó sus labios en la frente del gigante quién se retorció de satisfacción para luego con ojos húmedos volverse una pequeña luz la cual se posó en los dedos de la diosa quién alzó la vista al cielo donde las traviesas constelaciones titilaban. Tauro fue la escogida y ella lo aceptó gustosa.
—A partir de ahora serás Aldebarán, como la estrella principal de tu constelación guardiana, fiero Gilgamesh—para confirmar lo dicho, un brillo descendió desde Tauro y fue uno sólo con la esencia de Gilgamesh.
Aquella era la historia de cómo se forjó al guardián de Tauro.
Dentro de nueve meses, nacería un pequeño con el espíritu del toro. Y su madre terrenal forjaría con sus enseñanzas, su espíritu el cual se consagraría para la diosa de la sabiduría quién lo amaba desde antes de nacer.
" Pequeño mío, mi titán venido desde las tierras gobernadas por Enlil, Ea e Ishtar, buscame cuando tu cosmo despierte luego de dormir plácido"
Había nacido una mañana cuando el sagrado toro atravesaba en su habitual carrera solar, el firmamento, su tamaño auguraba que sería tan alto como un jugador de basquet después de años practicando el deporte, la diosa lo bendijo desde ese momento.
Cuando su madre terrenal supo de su misión, no dudó en dirigir una plegaria a aquella mujer etérea que en sueños le pidió que le otorgara a ese guerrero, él temeroso entre lágrimas y promesas, se fue hasta aquellas ancestrales tierras cuyo mármol relucía con límpida brillantez.
Manos y puños desgarrados por el entrenamiento extenuantes.
La brutalidad jamás lo endureció, al contrario, su noble estrella lo confortaba convirtiéndolo en un lienzo puro que admiraba las historias de su diosa y que se sobrecogía ante el brillo sobrenatural de Tauro.
—¡Athena!—llamó el día en que la poderosa armadura dorada lo vistió—volví, te protegeré tal como lo hiciste ese día en que me acogiste como una madre orgullosa.
Ese mismo beso en su frente que lo confortó, fue la respuesta. Viviría por ella.
*****
" Nadie es débil, débil es aquel que subestima a otro cobardemente"
Palabras de su santa madre, quién a través de sus silenciosa plegarias, lo cubría en cada enfrentamiento.
Sus dos metros y algo más contrastaban con su cálida personalidad y prudencia incomparables , si se lo proponía reducía a pedazos a sus contrincantes, si no los ponía a prueba de tal manera que no se opondría si ellos lo vencían. Noble Aldebarán le decían.
" Eres fuerte... Un toro mira a los ojos y embiste sin dudar si se siente en peligro o nota que los suyos están en peligro"
La sombra fría de Hades se cernía sobre el santuario, su sangre bullía de emoción ante la posibilidad de derrotar con su " Gran cuerno" a aquellos inmundos espectros que con sus garras cubiertas de fétida negrura pisoteaban los dominios de Athena.
Sus demás compañeros concentrados en sus templos nada más aguardaban su momento, él como el segundo guardián tenía el deber de detener intrusos que Mu tal vez no lograba detener, hasta que una bonita flor púrpura que una cándida y sonriente niña le regaló, captó su atención o quizá la belleza modesta de sus pétalos lo confortaban hasta la eminente pelea.
Y de repente en aquellos minutos ciegos, un espectro arribó a su morada vistiendo negro hasta la punta de sus pies, orondo lo desafió encendiendo esa chispa de guerrero en Aldebaran. Su armadura fue una sola con su piel, sus manos se prepararon para tomar su lugar al igual que sus pies; Athena en el templo principal, custodiada por Milo ya había dispuesto su estrategia donde Kanon de Géminis sería uno de los frentes más poderosos frente a las fuerzas de Hades.
Fue un suspiro doloroso, el espectro lo golpeó con sutileza creyendo que era débil como un recién nacido y fulminó su alma...
En el fondo de su corazón noble, un violín roto tocó sus cuerdas ante el abandono de la fuerza vital, antes ejecutó su ataque postrero cruzando sus brazos sin que su atacante notara el ataque.
¡Muerto!
La flor cayó de sus manos inertes. Su pensamiento final se concentró en la imagen de Atenea mitológica, en la diosa cuyo casco atemorizaba a los cíclopes y a las mismas sombras reinantes del Tártaro, quién al reencarnar en la tierra tomaba un alma humana y la fusionaba con la suya de deidad, la diosa que venció al gigante Encélado sepultándolo bajo la isla de Sicilia en la Gigantomaquia y la diosa que lo amó desde que llegó a sus pies derrotado por la antigua vida.
Y antes de expirar, se concentró en la imagen juvenil de Saori que inexperta en sus primeros pasos, les sonrió prometiendo que haría lo que estaría a su alcance para ser una gran estratega y líder; su técnica silenciosa penetró en el cuerpo del espectro quién en su encuentro con Mu de aries creyó estar a salvo, pero el lemuriano con total seguridad le aclaró que ya estaba muerto desde que Aldebarán lo atacó.
¿ Quién lloró por su partida durante la guerra de Hades en el santuario?
Athena en silencio aceptó el designio, su delicada mano acarició el cúmulo de energía que vino hasta ella para despedirse, el cúmulo adoptó la forma de un hombre tan alto como un Zigurat de Mesopotamia.
—¡Valerosa Atenea!
—Tu sacrificio abrió caminos para los demás guerreros dorados, Tauro está orgullosa de ti Gilgamesh, ve hasta las estrellas Aldebarán y aguarda mi llamado final...
Satisfecho, se convirtió en una partícula que ascendió en medio de la noche oscura, dejando una estela dorada que ni los tres jueces de Hades opacarían.
o-o-o-o-o-o
Tauro al igual que los demás signos zodiacales son maravillosos, ninguno debe ser sobrevalorado o infravalorado por falsas predicciones.
Aldebarán me parece un gran personaje que no fue adecuadamente explotado.
Ciertas referencias son tomadas del Poema de Gilgamesh; por ahí dicen que este personaje medía cinco metros más o menos.
Muchas gracias por pasar por este humilde escrito. 💖
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