Capítulo XI: El amor a la deriva de William
Treinta y dos años después...
El tiempo pareciera como si se fuera detenido, era como si ahora nada tuviera sentido. Los labios de William, Zeus y Christina se sellaron completamente. La inmensa sala se sumió en un silencio tan profundo como el océano mismo.
Christina inmóvil esperaba impaciente, nerviosa y ansiosa una respuesta. Rechazo o aceptación. Aunque ella aspiraba a un probable rechazo, es decir, literalmente vino de la nada y no hay recuerdo de su existencia en aquel reino.
Zeus se paralizó no podía hacer otra cosa más que mirar a Christina. En efecto su parecido a Jennifer era indudable, pero no por eso ella es su hija. Además, ¿de dónde salió y por qué terminó en La Hermandad de las Dagas?, aunque basándose en lo que los mismos miembros dijeron previamente, el padre de la ojiazul era un antiguo miembro. ¿Cómo es que Jennifer guardara un secreto tan grande como aquel y cómo es que pudo disimular el avance del embarazo y el parto mismo?, y lo que es peor es que Zeus nunca supo nada.
William en cambio al escuchar «creo que soy tu media hermana», varias emociones tomaron posesión de él al mismo tiempo. Negación, confusión y finalmente emoción y dicha. Toda su familia se resumía a Zeus —sin contar con su tío y primo lejanos—, pero ahora tenía más familia, una hermana. Al aceptar ese hecho sorprendente, William sonrió mientras que en sus ojos azules se asomaban lágrimas de alivio. Sin poder resistirlo, William estrechó a su media hermana afectuosamente, como si hubiera encontrado algo que creía perdido.
La chica no supo como responder ante esa muestra de cariño tan repentina. Ella no estaba acostumbrada al cariño, pues al cumplir nueve años, tras perder a su padre —que no es que fuera la persona más afectuosa del mundo—, fue como si su capacidad de amar se hubiera ido con él. Estaba Damián, pero ella lo veía más como un mentor y un líder que como un padre. Fue inclusive extraño, tanto que tras unos instantes ella se separó de William.
—Abuelo, ¿puedes creerlo? —dijo William mirando al mayor con ilusión en su voz—, tengo una hermana.
Zeus se quedó mudo, no es que no le diera gusto saber que tenía de frente a su nieta que no sabía que existía, es sólo que las preguntas crearon una barrera entre ellos y sobretodo las mentiras. Christina era un secreto, un secreto que Jennifer ocultó hasta morir con él. Los motivos que llevaron a Jennifer a ocultar a Christina le eran desconocidos al anciano, y eso era devastador, cuanto menos. Comenzó a pensar qué más cosas le ocultó, a él a su padre, su única familia.
—Abuelo, ¿qué sucede? —repuso el rubio con preocupación.
—Lo siento —lamentó el mago antes de marcharse.
William miró a Christina que se encontraba estática con ligera aflicción en sus ojos azules aunque rápidamente ella negó con la cabeza cerrando los ojos, como si estuviera volviendo en sí. Su expresión regresó a la seriedad con la que solía vivir.
—Christina... esto es una noticia muy impactante —intentó excusar William—, mi abuelo podría tardar en asimilarlo, pero...
—En realidad, era justo lo que me esperaba —declaró Christina seriamente—. Adiós.
Christina abandonó la sala, pero William no iba a dejarle a su media hermana ese amargo sabor de boca, así que la sigue por los pasillos del castillo llamándola por su nombre, pero ella lo ignoraba. Pero entonces un horrible escenario hizo que William pierda a Christina de vista.
William se quedó estático incapaz de formular palabra ante tal situación. Henry se encontraba besando pasionalmente de manera exagerada a Ethan. Ethan tenía pegado a Henry contra una pared mientras sus manos acariciaban su cintura con desesperación.
En un momento en el que Ethan y Henry se separaron para tomar aire, Henry miró a William con sus ojos inundados de lágrimas y su rostro estaba rojizo expresando decepción y enojo. La expresión de excitación de Henry cambió radicalmente a una expresión de terror como si hubiera visto un fantasma.
William retrocedió sobre sus pasos y Henry empujó a Ethan para seguir al rubio. Ahora era Joseph quien ignoraba las suplicas de su esposo. Su voz taladraba la cabeza del furioso chico, después de todo lo que habían pasado juntos, ¿cómo era que Henry hiciera eso?
—William, espera.
—¡¿Qué demonios quieres?! —despotricó Joseph mirando con odio y rabia a Henry.
—Yo... no sé que sucedió, pero te prometo que...
—¡Te voy a decir una cosa, principito, no puedo con esto! —interrumpió el rubio y sin pensarlo dos veces se quitó su anillo de bodas, ese bello anillo el gran rubí que no se había quitado ni una sola vez en tres años—. ¡¿Ves esta porquería?, te la regreso!
El anillo cayó porque Grayson no fue capaz de atraparlo cuando William se lo arrojó. El rubio continuó con su marcha hacía ningún lado realmente, tal vez volvería a tomar un alicornio y se iría y con un poco de suerte, tal vez esos extraños hombres de antes lo matarían y terminarían con su sufrimiento.
Ese amor inmenso que William le guardaba a Henry se esfumó de repente, lo cual creía imposible. Jamás había sentido por nadie más lo que sentía por Henry. Ni cuando tenía quince, ni dieciséis, ni diecisiete , ni dieciocho. A pesar de que jamás le faltaron pretendientas ni pretendientes, William jamás se sintió atraído por nadie, y aunque en aquellos tiempos no sabía que estaba enamorado de él, siempre había algo que lo hacía poner limites a los demás.
Sufrió tanto cuando supo que la persona que le robaba los suspiros e invadía su mente a todas horas se iba a casar con Kalila. Era a la fuerza, claro, pero aún así lo imposibilitaba a continuar con sus ilusiones. Esos hermosos momentos que pasaron juntos ahora se veían tan lejanos y tan surreales ahora. Cuando Henry anunció su relación con William, la propuesta de matrimonio, la boda, los viajes...
A unos cuantos metros de los establos, William se detuvo en seco pensando que desaparecer era egoísta porque aún había una persona por la que valía la pena continuar: su abuelo Zeus. Él ha estado con él toda su vida, su cariño que lo educó, siempre lo apoyó y no lo abandonó jamás. No sería justo para Zeus.
Teniendo eso en mente, William se dirigió a la casa de su abuelo. Llamó a la puerta y el mago no se demoró en abrirle.
—William, ¿qué te pasa? —inquirió Zeus preocupado al ver a su nieto llorando.
El rubio sólo contestó con un abrazo y más lágrimas porque sabía que su amor con Henry colgaba de un hilo y estaba a la deriva.
* * *
Ethan se relamía los besos que Henry le dedicó y recordar sus manos sobre su espalda le provocaban un enorme placer. Desde el primer momento que vio al príncipe, no pudo evitar sentirse atraído por su belleza. El deseo lo invadió y lo hizo romper el código que juró jamás romper cuando se le otorgó al Dragón Guerrero y se convirtió en miembro de la hermandad.
Aún recuerda ese día, cuando por fin tuvo al Dragón Guerrero en sus manos. Una daga con un granate rojo oscuro en el pomo, un mango anaranjado como el amanecer y una hoja de tonos anaranjados más pálidos.
Sus deseos lujuriosos le hicieron actuar para y por beneficio propio, y de no ser porque William los atrapó, Ethan estaba decidido a ir más lejos con tal de satisfacer su placer. Aunque en toda su vida adulta ya lo había hecho tantas veces con múltiples hombres, mujeres y hasta con Lucy un par de veces, así que uno más o una más no hacía la diferencia y Henry tuvo la mala fortuna de ser él el que pagara el precio.
El pelirrojo presentía que Damián estaba por aparecer en cualquier momento y lo iba a sermonear y reprochar que lo que había hecho estaba mal. Era como si ya se supiera el libreto de memoria aún siquiera haberlo escuchado, pero eran tantas las veces que Damián lo había reprendido que apostaría su propia vida de que diría algo como: «El poder de las feromonas sólo puede usarse en casos muy específicos y en pocas cantidades, y ambas reglas las has rotó al mismo tiempo».
—Al fin te encuentro, Ethan —comienza Damián con severidad apareciendo de frente al rebelde—. Supongo que ya sabes que es lo que estoy por decirte, ¿no?, después de todo conoces las reglas y aún así las rompiste —cada palabra que decía Damían relucía la decepción en su voz—. Ethan, el poder de las feromonas sólo puede usarse en casos muy específicos y en pocas cantidades, y ambas reglas las rompiste.
Incrédulo, Ethan soltó una pequeña risa. Acertó casi completamente. Y sí, puede que usara su ventaja para beneficio propia ¿y qué?, no es que las feromonas fueran venenosas o causaran que todos se transformen en piedra.
—Lo que haga o no haga no es de tu incumbencia, ¿por qué no me dejas enredarme con quien me plazca, reprimido sexual?
—En realidad, Ethan, sí que es de mi incumbencia, tener tanto poder y usarlo como te plazca es muy peligroso y tú lo sabes, lo has visto con tus propios ojos.
—El peligro me tiene miedo —sonrió con sorna el menor.
—Eso es exactamente lo que dijo tu madre y mira cómo terminó.
Damián tocó una fibra sensible que hizo a Ethan recordar el día que su madre murió, o más bien, el día que se enteró que había muerto. Unos once años es lo que debía de tener cuando pasó. Ni siquiera pudo ver el cuerpo, porque los de la generación pasada no se lo permitieron, pero se escabulló y escuchó como Damián y los demás decían cosas como:
«—¿Cuántos la pudieran violar?»
«—Espero que no tuviera que soportar tanto tiempo en llamas.»
«—No quiero darle la noticia a Ethan, no le puedo decir que violaron y quemaron a su madre hasta matarla.»
Ethan lloró por última vez en su vida ante la tumba de su madre jurando que asesinaría a todos los bastardos de la secta que pudiera. Sus recuerdos de esa época son los primeros que tiene desde que se convirtió en lo que ahora era, un desalmado. Una ola de furia recorrió el cuerpo de Ethan lo que lo llevó a empujar a Damián.
—¡No hables de mi madre, maldita sea!
—Y tú no hagas lo que se te dé la gana.
—Siempre y cuando no me tope con alguien que me ponga las cosas duras —condicionó Ethan con un poco de satisfacción en su voz antes de irse.
—¿Qué tanto escuchaste? —preguntó Damián más clamado cuando Ethan ya no estaba cerca.
—En su mayoría, todo —admite Christina cruzada de brazos con una sonrisa avergonzada en los labios.
—¿Cómo te fue con tu familia?
—Mi medio hermano me recibió con los brazos abiertos, literalmente —contesta Christina neutral.
—Pero...
—Pero, a mi "abuelo" parece que no le cayó tan bien la noticia —admitió Christina abatida.
—¿Por qué tan segura, Christina?
—Lo hubieras visto, Damián —rió Christina con ironía—, no dijo ni una palabra y se me quedó viendo como bicho raro y después se fue, así sin más. Y no lo culpo, ¿sabes?
—Lo siento mucho, Chris. Aunque no todo es malo, si tu hermano te ha aceptado, podrías usarlo para... ya sabes, formar lazos.
—Lo dices como si fuera algo tan sencillo.
—No lo es, pero podrías darle una oportunidad así como él te la dio.
—Supongo que tienes razón, como siempre. Si me disculpas.
Christina se decidió a entablar una buena relación con su recién encontrado medio hermano y un buen comienzo sería consolarlo, porque ella vio a Ethan haciendo de las suyas e inmediatamente escuchó a William gritar. No es difícil deducir lo que pasó.
Tardó un poco en encontrar a William, tuvo que preguntar a varios trabajadores dónde podría estar y la mayoría contestó que estaba en alguna parte del castillo y tras recorrer pasillos y pasillos, tuvo que preguntar en qué otros lugares podría estar además del castillo y allí fue cuando dio con la clave: la Residencia Wizgrave.
Con el cielo soleado de la tarde, Christina llama a la puerta de madera oscura y es Zeus quien la recibe.
—Oh, señorita —se le notaba al anciano lo nervioso que se hallaba—, ¿en qué puedo servirle?
—Vengo a ver a... ya sabe a quién.
Christina se debatía entre si llamar a William "hermano" o "medio hermano". El primero sonaba muy intimo y no es como si se conocieran desde siempre y el segundo sonaba denigrante, como si lo despreciara.
—¿Se refiere a William?
—¿Se encuentra aquí?
—En la planta de arriba, prime...
—Gracias —interrumpió Christina apartando a Zeus de en medio entrando a la casa.
Christina no se imaginaba que la habitación a la que entraría, es la habitación en la que nació hace tantos años atrás. Los sollozos de William eran demasiado evidentes y difíciles de ignorar, así que, la rubia entró llamando la atención de su medio hermano.
—¿Qué estás haciendo aquí, ahora dejas de ignorarme?
—Está bien. Merezco eso. Aunque, estoy aquí por ti, sé que estás mal y sé el motivo.
—No quiero hablar de eso —pidió William retirando su mirada de la chica.
—No conozco a ese chico al que estaba besando Ethan, pero sé que te importaba mucho.
—Dije que no quiero hablar de eso.
—Todo es culpa de las feromonas de Ethan.
Eso sí que captó la atención de William. Así que tras una última lágrima, volvió a mirar a Christina y ante la mirada confundida de su medio hermano:
—Verás, una de nuestras habilidades es liberar una feromona muy fuerte hacía alguien que nos atraiga para hacerla que nos desee con desesperación, como si su vida dependiera de ello —de repente su voz comenzó a sonar más cálida—. Sé que lo que viste pareciera una especie de engaño, pero yo conozco a Ethan y sé de lo que es capaz, si se interesó en tu pareja, es probable que usara el poder de su feromona para engatusarlo, pero no sé, ¿crees que haya sido necesario que Ethan la usara?
Un rayo de esperanza apareció en mitad de la frustración que William sentía. Ahora todo tenía sentido, Henry podía decir cosas hirientes, pero actuar de aquella manera no es propio de Henry. La feromona debe de ser tan poderosa como para dejar a un lado un amor tan fuerte como el que tienen.
—Te agradezco mucho esto, pero debo arreglar las cosas —sonrió Joseph.
—Descuida, "hermano" —dijo devolviendo Christina la sonrisa.
* * *
Henry se encontraba mirando hacía las lejanas montañas, con una impotencia que le impedía llorar. El aire movía su pelo castaño de un lado a otro, el ambiente tranquilo del jardín lo relajaba un poco.
Por más que le diera vueltas al asunto no le encontraba manera en que se arreglara aquella situación. Primero, le dijo huérfano y segundo besa a alguien más —aunque no sepa la razón y no recuerde haberlo hecho— enfrente de su marido. Dos grandes golpes que serán imposibles de curar. Pero la historia no podría terminar ahí, habían luchado por estar juntos y ahora todo estaba a la deriva y se perdería.
—¡Henry! —llamaron desde la lejanía.
Esa era la voz de William, entonces no todo estaba perdido, aún había manera de arreglar las cosas. Grayson miró a su marido corriendo hacía él. Y en cuanto lo tuvo en sus brazos se disculpó, pero el rubio lo interrumpió.
—Lo que pasó no fue tu culpa, Henry, eso lo sé ahora.
—De verdad no sé qué sucedió, ni siquiera puedo recordarlo.
—Te creo, mi hermana me explicó que la feromona causa ese efecto.
—Aguarda un momento, ¿tu hermana?, ¿feromona?
—Es complicado, pero prometo contártelo todo.
Henry sonrió y sacó de su bolsillo el anillo que tiró William anteriormente y se lo colocó en el dedo correspondiente a su marido. Entonces William miró a Henry, Henry miró a William.
—Te amo, William Joseph Wizgrave Anderson, no lo olvides nunca.
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