Capítulo X: El bebé del olvido
Treinta y dos años antes...
—Felicidades, usted está embarazada —confirmó el doctor.
—¡¿Qué?! —exclamó Zeus sorprendido mirando a Jennifer quien se hallaba recostada en su cama igual de confundida que el mago—, ¡¿cómo?!
—Bueno... eso es algo que supongo que usted ya sabe, Mago Zeus.
—Gracias, doctor por su servicio. Lo acompaño a la salida.
—Un momento, doctor, ¿cuánto tiempo tengo?
—Si mi diagnostico no falla, yo diría que se encuentra al final del primer trimestre.
Zeus acompañó al doctor escaleras abajo mientras Jennifer se quedó pensando quién la embarazó, y no tardó en descubrirlo. Ese maldito Aleksander, él es el padre de la criatura que crece en su vientre viviendo a cuestas de ella como un parasito. Aleksander la engatusó y la embriagó y ahora ella tendría que pagar el precio.
Devastada, Jennifer se encerró y se vistió con un vestido azul. Entretanto, tras la salida del doctor, Zeus estaba histérico haciéndose decenas de preguntas y sólo su hija las podría contestar, aunque en esos momentos Zeus no estaba listo para tener una conversación serena al respecto. El anciano sabía que un bebé con un padre misterioso u ausente siempre era tema de conversación entre la sociedad, y ahora Jennifer y su hijo o hija serían victimas de susurros, criticas, enigmas, miradas.
Una avalancha de negativos escenarios se apoderaron de su cabeza, este escandalo mancharía el apellido Wizgrave, aunque eso era lo de menos, Jennifer necesitaba cuidados, y si era posible, encontrar al padre. De repente, llamaron a la puerta. Zeus abrió la puerta, eran las amigas de Jennifer.
—Buenas tardes, señoritas.
—Buenas tardes, Mago Zeus —dijeron las visitantes.
—Si buscan a Jennifer, está en su alcoba.
Las chicas agradecieron al mago y subieron hasta la habitación de su amiga. Ellas sabían que Jennifer no se encontraba bien, ni física ni mentalmente. Tenía nauseas, apetito voraz y cambios de humor repentinos.
—Jennifer —llamó Penélope tocando la puerta de la habitación de la susodicha—. Jennifer, somos nosotras, Penélope y Ahdylle.
Pero no hubo respuesta, sólo silencio. Las chicas se miraron preocupadas, algo muy malo estaba pasando, inclusive Zeus tenía mala cara. Penélope abrió la puerta y encontraron a Jennifer cabizbaja sentada sobre su cama con una triste expresión en su rostro.
—¿Qué sucede, Jennifer? —preguntó Penélope sentándose a lado de su afligida amiga.
—Estoy embarazada, de tres meses.
Ahdylle y Penélope se sorprendieron por un instante y aunque también nacieron dudas, rápidamente se disiparon al recordar el suceso que sucedió hace tres meses en El Tarro Burbujeante con el forastero.
—¿Qué planeas hacer? —inquirió Ahdylle.
El semblante de Jennifer cambió radicalmente al mirar a Ahdylle de manera fulminante, la chica de pelo naranja había metido la pata.
—¡¿Y tú qué crees?, tengo que tener a esta cosa por tu culpa!
—¿Mi culpa?
—¡Sí, por tus estúpidos juegos y porque eres un horrible persona!
Jennifer comenzó a llorar inesperadamente y se tumbó sobre su cama y sus amigas la abrazaron.
—Descuida —consoló Penélope—, todo va a estar bien. Nosotras te apoyamos.
Los meses pasaron y el embarazo de Jennifer avanzó y avanzó y con el tiempo, la chica aprendió a querer a su bebé al igual que Zeus. Y aunque quisieron mantener el asunto en secreto, fue inevitable que algunas personas lo supieran y la noticia se esparciera por el reino, así como una chispa en un barril de pólvora.
Conforme el frío del invierno se iba acercando a Tirayan, el día del nacimiento también iba acercándose. Jennifer estaba muy nerviosa, en su vida había parido algo y ahora de repente tenía que hacerlo y sabía que sería probablemente la cosa más dolorosa que viviría en su vida, pero la ilusión de finalmente de conocer a su bebé la consolaba, un poco.
—¿Nerviosa? —irrumpió Zeus—, me sorprendería si llegaras a no estarlo.
—¿Nerviosa? estoy aterrorizada, padre. Creo que nunca había sentido tanto miedo.
—Es normal que sientas ese horrible pánico —expuso el mayor sabiamente—. Tu madre era un manojo de nervios cuando ibas a nacer. Por cierto, ¿ya le tienes un nombre?
—Si es un niño, lo llamaré William y si es niña la llamaré como mi madre.
—¿William, como tu gato? —interrogó Zeus con cierto disgusto.
—Me sorprende que lo recuerdes, nunca te agradó mi gato.
—Cómo olvidar a esa traviesa bola de pelos.
—Pero William era tan bonito —recordó Jennifer con ternura—, con su pelaje blanco y esponjoso y esos ojitos azules.
—Lo lindo no le quitaba lo travieso, hija.
Padre e hija se echaron a reír.
* * *
Aleksander contaba los días para que se cumplieran los nueve meses de embarazo, eso le acaparaba casi todo el espacio de su cerebro y al matar Adoradores del Apocalipsis, no era lo ideal. Y tuvo que comprobarlo de la peor manera, pues había inhalado un polvo toxico que le lanzaron en una de sus muchas batallas, afectando su salud severamente.
—Aleksander —llamó Damián—, tenemos que hablar.
—No hay nada de qué hablar, Damián —replicó Aleksander de manera cortante sin mirar a su líder—. No estoy muerto, así que todo está bien.
—Si no hubiéramos intervenido, estarías muerto.
—¿Tú quién eres para controlar mi muerte y la vida de mi descendiente? —lanzó el joven enojado aún sin mirar a Damián—, sólo usé a esa chica para embarazarla y lo que me harás hacer es aún peor.
—Entiendo que estés inconforme con el protocolo, Aleksander, pero es necesario...
—... para que seguir con La Hermandad de las Dagas. Lo sé. Lo has repetido millones de veces que ya lo tengo memorizado.
—Si te parece tan malo, pediré a alguien más que complete la misión —sentenció Damián severamente.
—¡No! —exclamó Aleksander mirando finalmente a Damián con ambos brazos ocultos en su espalda—, debo hacerlo yo.
—Bien dicho.
Damián descubrió los brazos revelando en sus manos un fulgor azul, al verlo Aleksander se estremeció.
—Supongo que sabes lo que es esto. Considerando que ya entramos a diciembre, creo conveniente que la tengas de una vez y completes lo que iniciaste hace nueve meses, en Tirayan.
—Lo que tú me hiciste hacer, querrás decir —recalcó Aleksander arrebatándole el orbe memorandiúm.
Un orbe memorandiúm es una esfera azul que cuando es usada libera una niebla y aquellos que tengan contacto con la niebla, olvidarán un suceso en especifico remplazando sus recuerdos con otros, evitando así lagunas mentales.
—Sólo hazlo, Aleksander —ordenó Damián alejándose satisfecho.
Aleksander miró el orbe memorandiúm con asco e inútilmente trató de destruirlo estrujándolo con su poderosa mano. Su descendiente se perdería de la experiencia de ser un humano normal, se convertiría en un guerrero, pero no por su elección. Tal como le pasó a él y a sus compañeros, pero a ellos no parecía impórtales.
Su tormento siempre ha sido que nunca pudo escoger, nació con un destino ya escrito sin posibilidad de cambiarlo. Y ahora, le pasaría lo mismo a un pequeño o pequeña que inclusive su nacimiento estaba planeado. La única decisión importante que Aleksander ha hecho en toda su vida fue elegir a quién embarazar, y no es que él quisiera hacerlo.
Aleksander pensaba que Damián no veía a las personas que afecta con sus decisiones, es decir, además del bebé, afectaría a la madre. Tendría que separar a la cría de su madre, y aunque eso no lo recordarían ninguno de los dos, Aleksander sí. Y aunque es un tipo duro, hasta él tiene un corazón que late y siente.
Con rabia empacó sus cosas, cosas para bebés y tomó una pieza de ajedrez con forma de caballo blanco. Abandonó la guarida de la hermandad que se encontraba en la cumbre de una montaña, encontrándose con el fuerte viento y la nieve que se desplomaba sin cesar. Se acercó a un precipicio cercano y miró un momento su pieza de ajedrez y la arrojó hacía el vacío.
Pasaron unos segundos hasta que un alicornio salió del precipicio volando majestuosamente. Su cabello se reflejaba con la luz de la luna. El alicornio aterrizó a pocos pasos de Aleksander quien lo montó y le indicó que emprendiera el vuelo.
Obediente el noble corcel extendió sus enormes alas y se elevó a pesar de la nieve. La noche comenzaba a convertirse en día y Aleksander divisó una aldea donde descendió para descansar. En su viaje, Aleksander ayudó a un amable comerciante a cargar su mercancía dentro de su aeronave, como agradecimiento, el comerciante se ofreció a llevar a Aleksander.
Ese aventón acortó el viaje y llegaría más pronto de lo esperado. Tal vez así, podría enmendar las cosas... para después arruinarlo todo de nuevo. Tirayan y su primogénito estaban a medio día de viaje.
Convirtiendo a su alicornio en una pieza de ajedrez nuevamente, Aleksander llegó a Tirayan una vez más. Tras instalarse en la misma posada de la vez anterior, tuvo que preguntar y preguntar dónde podía encontrar a Jennifer Wizgrave y finalmente ubicó su morada cerca del castillo.
Se sentía nervioso, se ha enfrentado a cientos o miles de Adoradores del Apocalipsis, pero nunca se ha enfrentado a lo que está por suceder. El guerrero llamó a la puerta.
—Buen día, joven —saludó Zeus cordialmente—, ¿qué se le ofrece?
—Buen día, usted debe ser el padre de Jennifer, ¿me equivoco?
—No se equivoca, y debo suponer que usted no es de por aquí, ¿me equivoco?
—Me temo que está en lo cierto, señor.
—¿En que conoce a mi hija?, ¿fueron compañeros de la Academia?
—¿Academia?, no, yo soy...
—Aleksander —dijo alguien inesperadamente con disgusto—. Finalmente decidiste aparecer de tu sucio agujero —Jennifer se acercó a la puerta—, después de nueve meses. Qué valor el tuyo para atreverte a tocar mi puerta.
—Hija, hija, tranquilízate.
—¡Padre, él es el hombre que me embarazó! —exclamó la futura madre indignada—. ¿Qué quieres de mí o de mi bebé?
—Nuestro bebé, Jennifer Wizgrave —corrigió Aleksander.
—¿Nuestro bebé? —repitió Jennifer con sorna—. No tienes derecho en decir que es tuyo, te fuiste y me dejaste botada en una maldita posada sin explicaciones, ¡sólo te aprovechaste de mí!
—He venido a arreglar la cosas —confesó el muchacho serenamente.
—¡No puedes desembarazarme!
—Hija, es suficiente —cortó Zeus a su hija para luego dirigirse hacía Aleksander severamente—. Y tú, es mejor que te vayas antes de que te obligue.
—Por favor, déjenme...
—Adiós —finalizó Zeus cerrándole la puerta en las narices a Aleksander.
El forastero suspiro desanimado. Era más que evidente que no podría arreglar el daño que causó. Desanimado regresó al Tarro Burbujeante a llenar sus penas con hidromiel —a pesar de que en realidad no puede embriagarse— y aunque muchas mujeres y algunos hombres se le acercaban, Aleksander no estaba de humor para aquellos trotes.
Diciembre avanzó y finalmente, el día llegó. Habían programado el parto en casa en aquella fecha, entonces el doctor y un par de enfermeras llegaron al hogar de los Wizgrave. Cinco minutos pasados de las once de la mañana, a Jennifer se le rompió la fuente.
Aleksander, quien rondó del hogar de Jennifer todos los días, vio al equipo medico entrar y supuso que ya era hora de terminar con aquel asunto que Damián le encasquetó. Así que esperó unos minutos para entrar a la casa y cuando lo hizo escuchó en el piso de arriba, el llanto de un bebé y la voz de las enfermeras diciendo cosas «lo hizo de maravilla», «todo salió bien».
—Parelixiuz —conjuró Aleksander cerrando los ojos.
Un silencio casi absoluto se hizo presente, el hechizo había paralizado a todos... bueno casi a todos, había llanto y jadeos. Sólo era cuestión de entrar a la habitación. Cada paso que daba, sentía un vuelco en su corazón y un nudo en la garganta. Entró a la habitación y lo primero que vio fue a Jennifer sudando y jadeando con un semblante exhausto entre sabanas blancas ensangrentadas.
—¿Qué... rayos estás...
—Jennifer, espero que entiendas que lo que estoy por hacer no me provoca ningún placer. Te juro que quisiera que esto fuera diferente.
Aleksander se adentró a la habitación y tomó de los brazos de una enfermera al bebé envuelto en una cobija azul.
—Ale... no, por favor.
—Tiene tus ojos —sollozó Aleksander mirando al bebé con una lágrima rodando por su mejilla—. Lo lamento mucho, Jennifer, créeme que no tengo opción.
Aleksander sacó de su bolsillo el orbe memorandiúm y la dejó caer. Salió de la habitación dejando a Jennifer rogando a gritos que no se llevara al bebé. Aleksander se sintió terrible pero no había vuelta atrás. Chasqueó los dedos y el orbe memorandiúm se rompió liberando una niebla azul.
Aleksander comenzó a correr en cuanto puso un pie fuera de la casa en la que debía vivir feliz el bebé que cargaba y lloraba en sus brazos. Al llegar a su habitación en la posada, dejo al bebé sobre la cama, arrojó la pieza de ajedrez por una ventana, tomó sus cosas y al bebé nuevamente y salió.
Al salir la neblina azulada se acercaba y un montón de gente corría de ella. El alicornio relinchó para anunciar su presencia y sin perder más tiempo, Aleksander montó al alicornio y este emprendió el vuelo.
Días después, cuando Aleksander arribó al cuartel de la hermandad, Damián lo esperaba en la puerta.
—Me alegra que hayas hecho lo correcto, Aleksander.
—No tenía mucha opción, ¿o sí? —respondió el recién convertido en padre de mala gana.
—¿Con qué has sido bendecido?
—Ella es Christina, como mi madre.
Y Damián sonrió.
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