Capítulo VII: La Hermandad de las Dagas

Las nubes blancas se ven tan insignificantes y el cielo azul luce tan majestuoso desde una aeronave. Aunque si vives inmerso en tus pensamientos como Abel, tal vez no lo llegues a ver. Si estar a una considerable altura te hace sentir como el dueño del mundo, tal vez aprecies de la vista como Ethan hace. Pero si el trayecto del viaje recae en tus manos, como el caso de Lucy, quizá no mires ni de reojo ese océano de nubes blancas. 

Christina subió a cubierta por primera vez en todo el viaje a Tirayan. El viento ondeaba su pelo rubio y ondulado; el sol resaltaba sus ojos azules y su piel blanca. Se juntó con Lucy, la única mujer —aparte de Christina— de la hermandad. 

Lucy alzó un poco la vista por la cabeza que le sacaba Christina y dijo:

—¿Lista para llegar a casa, Chris?

—Me estoy haciendo la idea, pero no, no estoy lista. Y por favor, no lo llames "casa".

—Entonces... bienvenida a Tirayan, Chrisitna —anunció Lucy haciendo descender la aeronave haciéndola pasar por las nubes. 

Desde aquella altura Tirayan se veía tan pequeño. Todos miraban atentamente como esa huella iba creciendo y creciendo.

—Eh... Ethan —llamó Abel tímidamente.

—Abel, mi amigo. ¿No te emociona masacrar a esos locos apocalípticos?

Ethan rodeó por el hombro a Abel con uno de sus fornidos brazos. Eso hizo sonrojar al chico de cabello celeste que lo dejó sin habla y, aunque no hubiera perdido las palabras, Ethan comenzó con su chachara.

—¿No disfrutas ver como la vida se les va de sus ojos? porque yo sí, no por nada me preparé toda mi vida para luchar con esos maniáticos.

Cegado por su nube de emoción, Ethan siguió hablando como pensaba matar a los miembros del Culto del Apocalipsis y a contestarse solo quitándole la oportunidad a Abel de decir lo que quería decir desde hace bastante tiempo. Sólo dos palabras y ya.

La aeronave aterrizó frente al castillo de Tirayan causando un gran asombro a todos los tirayanos que vieron aquella escena. Henry al ver esa aeronave desconocida corrió dejando a Kalila en la puerta de su hogar.

El primero en descender de la aeronave fue Ethan, seguido de Damián quien pidió que él se encargará de las relaciones diplomáticas. Lucy, Abel y por último Christina descendieron de la nave voladora. El líder se adelantó pero se detuvo al ver que dos Protecciors se interpusieron en su camino.

¿Quiénes osan invadir el reino de Tirayan? —interrogó un Proteccior con su brillo típico.

—Saludos —saludó Damián cortésmente—, mis compañeros y yo, venimos en son de paz y necesitamos ver al rey de este reino, urgentemente.

—Díganme, forasteros —intervino Robert repentinamente abriéndose paso entre Los Protecciors—, ¿qué eso tan urgente que tienen que ver con el rey para que tuvieran que dejar su aeronave afuera del castillo?

—Tenemos razones suficientes para creer que Tirayan será sede de un ritual que pondrá en peligro al mundo entero.

—¿Algo de lo que dijo tiene relación con El Culto del Apocalipsis? —inquirió el pelinegro seriamente.

—Afirmativamente, somos un grupo que peleamos contra entidades cósmicas, La...

—La Hermandad de las Dagas, lo sé —interrumpió Arnold—. Su llegada es más que oportuna. Síganme. 

Robert comenzó a guiar a la hermandad pero los incesantes gritos de Henry fueron suficientes para que todos se detuvieran a mirar a sus espaldas. Para los seis fue una hilarante imagen: Henry en pijama tinta corriendo hacía ellos. Todos lo miraron con extrañeza, excepto Ethan.

—¡Deténganse, todos ustedes! —gritó Henry jadeante—. ¿Quiénes son ellos?

—Henry... es decir, Su Alteza, son La Hermandad de las Dagas —aclaró Robert—. Los estoy llevando con su padre, el rey.

—En ese caso continúen.

Robert llevó a la hermandad hacía El Salón del Trono, ahí es donde El Rey Magnus se encontraba. Al principio, Magnus miró a los recién llegados un tanto extrañado, era evidente que no eran súbditos. Pero al rey le llamaba más la atención Christina, por alguna razón le parecía extrañamente familiar.

—Buenas tardes, ¿qué puede hacer mi persona para ayudarlos? —preguntó educadamente el rey.

 —Majestad —comenzó Robert—, me acompaña La Hermandad de las Dagas, han pedido hablar con usted.

—¿La Hermandad de las Dagas, de verdad? me alegra que finalmente hayan aparecido, aunque eso significaría que no traen buenas noticias.

—Tiene usted razón, Su Majestad —confirmó Damián—. Muy pronto, una secta secreta llamada El Culto del Apocalipsis hará un ritual de bienvenida a una entidad cósmica que tiene un poder peligroso y si no es detenido... temo que el mundo llegará a su fin.

—¿Cuál es nombre? —pidió Magnus.

—Por supuesto, caray qué maleducado de nuestra parte, discúlpenos. Yo soy Damián líder de la hermandad, el chico de cabello celeste se llama Abel, el de pelo rojo es Ethan, la chica con tatuajes dorados es Lucy y por último está Christina.

—Señor Damián, si hay algo en que mi reino pueda ayudarlos en su misión para detener ese ritual, no duden en pedirlo.

—Agradezco mucho su disposición. Sin embargo, creo que es preciso notificarle que el ritual será llevado a cabo esta misma tarde, al anochecer.

—¿¡Esta misma noche!? —dijo Magnus alarmado—. Hagan lo que sea necesario.

—Lo haremos, Su Majestad.

—Robert, quiero que te enfoques en ayudar a La Hermandad de las Dagas.

—Sí, Su Majestad —accedió Robert con una reverencia. Luego se dirigió a los recién llegados—. Por favor, síganme.

La hermandad obedeció.

¿No te parece un poco raro que sepan de nosotros? —susurró Lucy a Christina—, se supone que estamos ocultos.

No puede ser tan malo, Lucy —sostuvo Christina susurrando.

No lo sé, además ¿viste cómo te miró el rey?

Tal vez notó mi parentesco a mis familiares.

* * *

Ahdylle sentía energías extrañas, pero no eran energías negativas eso significaba que la hermandad estaba cerca. Ella más que nadie en Tirayan conocía a la secta, podría usar ese conocimiento para ayudar. Decidida, la señora Deciva salió de su alcoba y bajó las escalaras.

—Mamá, ¿qué pasa?, ¿te encuentras bien? —cuestionó Kalila al ver a su madre.

—Lo estoy, hija, pero necesito ir al castillo.

—Pero estás muy pálida, no creo que estés en condiciones de ir a algún lado.

—Aprecio que te preocupes así por mí, pero no me perdonaré que tuve la oportunidad de ayudar y no la usé.

Ahdylle salió de la mansión y se encaminó hacía el castillo. Donde, siguiendo su instinto llegó a la sala donde se reúne El Parlamento Mundial.

—... si supiéramos la ubicación exacta —decía Damián con pesadez.

—Tal vez yo pueda ser de ayuda —interrumpió Ahdylle.

—¡Es una seguidora de la secta! —señaló Lucy apuntando a la mano izquierda de la mujer.

—¡Mátenla! —exclamó Ethan amenazadora sacando una daga anaranjada del porta-dagas de su cinturón de cuero negro.

De un salto veloz, Ethan pasó al otro lado de la habitación, justo enfrente de Ahdylle y se dispuso a apuñalarla. De repente un sonido metálico fue escuchado. Robert detuvo a Ethan interponiendo su espada entre la daga y el vientre de la señora Deciva.

—Ya fue suficiente, Ethan —sentenció Damián notoriamente molesto. Su expresión pacifica cambió —. Me disculpo por el comportamiento de Ethan y Lucy, al parecer no saben comportarse como se debe.

Ethan resignado guardó su daga anaranjada en el porta-dagas y lanzó una fulminante mirada tanto a Ahdylle como a Robert para después regresar a su lugar.

Te lo agradezco, Robert —dijo Ahdylle para que sólo él lo escuchara.

—Que quede claro una cosa —empezó Robert—. Si vamos a colaborar deben acoplarse a nuestras reglas, porque entonces tendremos un severo problema. Esta mujer de aquí vivió un maldito infierno con aquella secta y sabe más de lo que ustedes saben, así que les aconsejo que la escuchen.

—Por supuesto —asintió Damián—. Les imploro que los disculpen. 

—Más allá de los limites del reino, hay una gran cadena de montañas. En la cumbre de una de ellas se encuentra una aldea donde El Culto del Apocalipsis tiene su base.

—¿Podrá guiarnos? —inquirió Damián.

—Por supuesto.

Pero no puede hacer eso, señora Deciva —susurró Robert—, es muy peligroso.

Claro que puedo, Robert, y lo haré. Además sin mí no podrán detener a la secta.

* * *

El sol se acercaba cada vez más hacía el poniente, eran casi las tres de la tarde, el viento soplaba ligeramente y el ambiente se sentía pesado. Hace cinco años, un asteroide de un tamaño colosal iba a destruir el planeta y ahora una entidad cósmica tragaría todo y a todos en el mundo. 

Ahdylle se puso una armadura para evitar grandes daños. Ella encabezaría el grupo para guiarlos hasta esa aldea maldita, ella conocía bien el camino gracias a sus recuerdos de cuando fue exiliada y de su estancia en la secta que aún recordaba bastante bien. Flashes de recuerdos la llevaron al pasado, a una cueva envuelta en penumbras, frío y humedad.

¿Fue aquí? —inquirió Brigitte disgustada.

Aquí fue donde Thomas y Louis me encontraron —confirmó Ahdylle—, y no me dieron una cálida bienvenida que digamos, de hecho me dieron una patada en la espalda.

Lo lamento mucho, chérie, me disculpo por la conducta de esos crétins —dijo Brigitte con dulzura—. Tu as dû beaucoup souffrir.

Lo importante es que estás ahora con nosotros —agregó Hee-Sook.

Agradezco mucho lo que han hecho por mí.

¡Ons moet nou vertrek as ons betyds wil opdaag! —exclamó Ayira inquisitiva.

Ahdylle escuchaba las voces de las tres líderes como eco en su memoria. Ese tono dulce de Brigitte, el tono neutral de Hee-Sook, y claro, la voz irritada y mandona de Ayira. Sus recuerdos siguieron avanzando al día en el que le hicieron la marca en la mano izquierda. 

En el ocaso de ese día estaba arrodillada mirando la tierra en aquella aldea de locura. Vistiendo un sucio camisón blanco, Ahdylle levantó la vista y colocó su mano izquierda sobra la gran roca que tenía enfrente. Todos los miembros del Culto del Apocalipsis rodeaban a la mujer de pelo naranja mientras aplaudían, silbaban y gritaban. De entre la multitud aparecieron Brigitte, Hee-Sook y Ayira, quien sostenía una daga con la empuñadura morada y la hoja negra con pequeños destellos blancos. Ayira le pasó el cuchillo a Hee-Sook y ella miró a Ahdylle y Ahdylle miró a Hee-Sook y dijo:

Ante todos queremos oírte decir que entregas tu vida a esta comunidad, a este grupo, a esta secta.

Entrego mi vida a esta comunidad, a este grupo, a esta secta —juró Ahdylle sin vacilar.

Si serás una más de nosotros queremos oírte decir que seguirás todas las ordenes, y tu voluntad será servir a Nuestro Señor del Apocalipsis.

Seguiré todas las ordenes y mi voluntad será servir a Nuestro Señor del Apocalipsis.

Hee-Sook gustosa entregó el cuchillo a Brigitte y se arrodillo junto a Ahdylle y con el cuchillo rápidamente le hizo la marca Eatedo en la mano izquierda. Ahdylle sintió mucho dolor y un horrible ardor como si la carne se le estuviera quemando, esa sensación comenzó a expandirse por todo el cuerpo, sus venas se hicieron negras conforme el dolor iba pasando. Lágrimas escurrieron sobre su blanco rostro, su vista se nublo, sólo oía un zumbido incesante en ambos oídos que le impedían oír claramente, ¿qué le habían hecho?.

¡Una hermana nueva ha nacido! —exclamó Brigitte al levantarse—, ¡oh amado...

Lo último que recordaba de aquel día es el dolor intenso en la boca de su estomago y después perder el conocimiento. Los pasos aproximándose sacaron a Ahdylle de sus recuerdos y miró atentamente donde provenían los pasos.

—Veo que ya está lista, señora Deciva —notó Robert—. Aunque si usted lo prefiere, puede usted hacernos un mapa o algo parecido.

—Aprecio que te preocupes, pero estoy decidida a ayudarlos para exterminar a esos malditos.

—Muy bien, entonces vámonos.

Ahdylle y Robert se encontraron con Damián, Christina, Abel, Ethan y Lucy quienes lucían una armaduras muy bien pulidas y forradas de cuero tintado con un cinturón con un porta-dagas. Damián vestía una armadura plateada, Christina una amarillo pálido, Abel hacía juego con su cabello celeste, Ethan era el más espontaneo teniendo colores cálidos en su armadura, y la armadura de Lucy era dorada.

Juntos, se encaminaron hacía los limites de Tirayan para después subir las montañas y llegar hacía la aldea donde la secta esperaba el ocaso para darle la bienvenida de su Señor del Apocalipsis, Darloox.

—Hey, Ethan —llamó Abel tímidamente mientras abandonaban el reino—. ¿Puedo decirte una cosa?

Ethan tenía dos facetas: una entusiasta, en la que fantaseaba con asesinar a sus rivales; y otra seria y en alerta, en la que nadie puede decirle nada fuera de la misión, se centra en la misión atento a cualquier movimiento extraño y se pone de muy mal humor.

—¿No puede esperar? —replicó Ethan de mal humor.

Abel no dijo nada pues comprendió que en ese momentoEthan no estaba de humor para nada más que para masacrar al Culto del Apocalipsis. Siempre sucedía algo que le impedía continuar al pobre Abel.

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