Capítulo IX: La verdad de Damián y Christina
Miles cerró el último maletín y lo tomó tras un prolongado suspiro. Su padre había puesto todas sus expectativas en él y había perdido ante una novata. Ya no tenía sentido seguir en Tirayan, aunque enfrentar la mirada fría y decepcionada de su padre tampoco era buena opción, pero no había otra alternativa. Salió de su habitación y comenzó a dirigirse hacía la salida y ordenó a la primera trabajadora que le preparara un carruaje para llevarlo a casa y cargara sus cosas.
—Pero, señor Wizgrave, me temo que por la situación actual no podemos hacer eso —explicó Alicia—. La situación es muy peligrosa.
—¿Peligrosa? —inquirió Miles incrédulo—, ¿cómo que peligrosa?
—No le sabría decir exactamente, es algo complicado de explicar.
—¡Esto es ridículo, iré a hablar con el rey!
Miles nunca le ha gustado que le digan que no y menos que le den excusas y mucho menos "ridículas". El engreído joven entró al Gran Comedor y ahí encontró a Magnus, a Henry, a William y otros cinco extraños.
—Majestad, exijo que me preparen un carruaje para llevarme a casa.
El rey ya tenía suficientes problemas como para lidiar con Miles Feivel Wizgrave Ebora, pero en fin, él es el rey así que debía atenderlo.
—Oh, Miles, eso no es posible.
—¿Por qué diantres no?, ¿qué eso tan peligroso que impide que me vaya de aquí?
—Para resumir un ser de inmenso poder ha llegado a la Tierra y pretende con acabar con todo y con todos.
—¿Un ser de inmenso poder? —repitió Miles—. No lo creo.
—Pues créelo de una vez, maldito niño engreído —insultó William parándose de su asiento—. No importa porqué no pueden prepararte transporte, lo que importa es que aceptes la negativa. Y si tienes tantas ganas de irte, ¡lárgate con tus pies!
—¿¡Cómo te atreves!? —replicó Miles estallando en cólera.
Entonces Lucy chasqueó su dedos provocando que Miles cayera al suelo, como si de repente se hubiera dormido. Todos la vieron atónitos, excepto William que la miró agradecido y Damián reprochándola con sus ojos oscuros.
—Perdón pero me parecía un tanto irritante —excusó Lucy.
—No hay problema, Lucy —sonrió Magnus restándole importancia al asunto—, dejémoslo descansar.
Zeus entró al comedor inesperadamente, cabizbajo. Ignoró el hecho de que Miles estuviera tendido en el suelo. Tomó asiento enfrente de Christina y ella lo reconoció en seguida, era el anciano que ayudaba al chico rubio la noche anterior.
—Lamento la demora, pero estuve buscando alguna manera de remediar esta situación.
Zeus, naturalmente miró enfrente de él, viendo a Christina y su parecido a su difunta hija. Christina notó que el viejo la observaba, y ella se imaginó el motivo. Si era cierto, significaba que ella tenía de frente a uno de...
—Disculpe —dijo Damián—, ¿es usted el Mago Real de este reino?
—Así es, soy Zeus Wizgrave, a su servicio.
Zeus extendió su brazo hasta Damián y este le estrechó la mano.
—No pude evitar escuchar que usted buscaba una solución a nuestro gran problema. Bueno, no la hay.
—Aquí vamos otra vez —murmuró Ethan disgustado.
—Su magia proviene de polvo estrellas, pero la magia de Darloox proviene también de las estrellas, pero de otro tipo, cuando mueren, en lugar de disolverse, explotan, estrellas supernovas se le llaman. La explosión hace que los fragmentos de la estrella viajen por el basto universo buscando más estrellas supernovas para complementarse. Si once estrellas supernovas se encuentran crean una superestrella o estrella nova. Aunque en realidad, es por decirlo de algún modo, un huevo que incuba durante cien años hasta que nazca un Celestial.
—¿Significa que Darloox es un Celestial? —preguntó Zeus fascinado.
—Exacto. Es muy raro que un Celestial nazca, por eso son muy escasos.
—¿Entonces hay más como Darloox? —cuestionó Magnus alterado.
—Sí, pero no todos son malos. ¿Alguien sabe la leyenda de la cultura chinesca?
—Claro, un hombre bajó del cielo y le ofreció a los habitantes su sangre servida en una copa para que fueran como él —respondió Henry como si hubiera resuelto un misterio—. Ese hombre era un Celestial.
—Pero, el defecto de los Celestiales es que deben consumir materia orgánica de manera descomunal para sobrevivir. Ahí es donde entra Darloox en la historia de la humanidad y en mi historia —prosiguió Damián—. Darloox utiliza su gran poder para llamar desde distancias que sólo se pueden medir en años luz a seres que tienen algún defecto psicológico y les corrompe la mente para que formen parte de su secta. Yo fui una de sus victimas, Darloox me dijo que me aislara de todo y fuera con mis hermanos, los Adoradores del Apocalipsis. Así como en la leyenda, el Celestial trasmitía sus dones con su sangre, Darloox la transmitía por medio de una daga, una daga que al estar en contacto con tu carne te otorga poderes y te cura de tus problemas pero el daño que él te hace no se borra.
—Pero usted no tiene esa marca extraña que tiene la señora Deciva —hizo notar Henry.
—Claro que la tengo, joven príncipe —afirmó Damián como si fuera lo más normal del mundo.
Damián mostró su mano izquierda y estaba limpia, pero tras pasar su mano derecha reveló su cicatriz, que se veía igual de repugnante que la de Ahdylle. A ambos no se enorgullecen de llevar esa "X" marcada en el dorso de su mano, pues, es un recuerdo de su época oscura. Pasados unos segundos, Damián volvió a pasar su mano derecha sobre su cicatriz ocultándola.
—¿Qué le hizo encontrar el camino? —preguntó Zeus.
—No todos las personas se les da el amor que necesitan, pero yo sí tuve esa suerte. Yo alguna vez tuve una familia y el recuerdo de sus cuidados me hicieron ver con claridad. Escapé de ese lugar y regresé con mi familia, pero todos envejecieron y yo no, al menos no como debería. Enterré a mis familiares y me quedé solo, ahí me dí cuenta que debía hacer algo para detener a Darloox y a su secta. Viajé a la región donde se ambienta la leyenda y después de un arduo trabajo, obtuve la copa y seguía con sangre de Celestial yo bebí un poco y me hizo más fuerte.
Lucy se moría de ganas por seguir la historia que conocía ya bastante bien, así que sin preguntar ni esperar invitación ella prosiguió:
—En fin, Damián se dio cuenta que no podía hacer esto solo, entonces, fue viajando buscando a personas valientes, bondadosas y leales. Cuando las encontraba les daba un sorbo de la sangre de Celestial, sólo que la sangre se terminó y sólo tenía cuatro compañeros. Damián sabía que Los Adoradores del Apocalipsis se les podía matar con magia, entonces mirando la copa pensó en forjar Las Dagas Celestiales hechizando para formarlas. Mi daga con una esmeralda en el pomo con hoja y mango de oro es la Arthame.
—Mi daga —agregó Abel mostrándola—, con una amatista en el pomo, un mango celeste y una hoja casi transparente es la Mare-Caelum.
—Ya que estamos —sonrió Damián—, mi daga se llama Pacifica Letal y es de mango plateado claro con una empuñadura plateada con un diamante incrustado en el pomo.
—Damián —continuó Lucy al notar que ni Ethan ni Christina participarían—, creo otras dos dagas: El Balaur Räzboinik y El Lucero del Alba.
—Entonces, ¿ustedes son la hermandad original? —preguntó Magnus.
—Bueno, Christina, Abel, Ethan y yo somos descendientes de ellos. Nuestros antepasados han muerto a manos de los Adoradores del Apocalipsis. Damián es el único original, y es el único que no tiene hijos.
—El punto es que, aún teniendo magia de Celestiales en nuestras venas, no somos tan poderosos como ellos porque nuestro cuerpo humano corrompe el poder —Damián tomó el control una vez más—. Darloox es un Celestial de verdad y eso lo hace ser indestructible, no hay conjuro que lo pueda vencer ni siquiera nuestras dagas podrían vencerlo.
Al finalizar el desayuno, Henry se marchó, el resto se quedó a esperar el postre y Zeus siguió observando a Christina. Su cabello rubio y rizado, su tez blanca, sus ojos azules y grandes... se parecía demasiado a Jennifer y al mismo tiempo a William. Tenía que hablar con él inmediatamente.
—William, ¿podrías acompañarme?
—Claro, abuelo.
Christina muy perspicaz sospechaba de qué trataría esa conversación. Christina también casi estaba segura. Ella recordaba las palabras de su padre cuando ella era pequeña y preguntaba sobre su madre.
—Papá, ¿cómo es mamá?
Su padre la miraba con ternura con sus ojos esmeralda y le sonrió.
—Es normal que sientas curiosidad —contestó con voz profunda y sacó su daga—. Acércate, Christina.
Christina se acercó y su padre se agachó enseñándole la daga, El Lucero del Alba. Una daga con una empuñadura oliva y un lapislázuli en el pomo. La hoja era de un tono amarillo pálido. En ella, la niña pudo ver su reflejo.
—¿Ves tu reflejo?
—Sí.
—Tu madre es muy parecida a ti, de hecho eres la viva imagen de ella.
—¿Dónde está ella?
—En un reino muy, muy lejano llamado Tirayan viviendo su vida. Pero ya lo hemos hablado, ella no sabe que existes.
En aquellos días, Christina no sabía a que se refería su padre con «ella no sabe que existes», hasta después de unos años, ella nació para que El Lucero del Alba tuviera un sucesor.
—Pero no te sientas mal, tu madre está bien, tiene un padre que la quiere. Es una talentosa Bruja Real de su reino, o bueno lo será algún día.
Años después, escuchó decir a sus compañeros que en Tirayan se celebraría una boda homosexual entre un príncipe y un aprendiz de Mago Real. Christina no tardó en deducir que su madre —que sabía que había muerto— había tenido otro hijo, lo que significaba que tenía un medio hermano "perdido".
—Creo que deberías seguirlos —sugirió Damián—. Sería una bonita reunión familiar.
—¿Sabes qué, Damián? si el mundo va a terminar o voy a morir salvándolo, me habré arrepentido de no conocerlos ni de decirles la verdad.
Christina decidida se levantó de su asiento y se fue a la misma dirección en la que Zeus y William se fueron y no le fue difícil encontrarlos pues siguió el sonido de sus voces hasta un salón enorme lleno de ventanales.
—Sí, es verdad, he notado que esa chica tiene un enorme parecido a mi madre —dijo William—, pero no creo que realmente sea una pariente nuestra, es decir, tú lo sabrías.
—Es lo que yo digo, William, no hay manera en que ella sea una Wizgrave.
—Hola —saludó tímidamente—. Disculpen, no quería interrumpir pero noté que les parezco muy parecido a alguien que conocen.
—Discúlpenos usted, señorita —se disculpó Zeus—, no pretendíamos molestarla.
—No, no, no, no se preocupe. En realidad quisieras contarles algo —Christina respiró antes de proseguir—. Hace treinta y dos años, mi padre visitó Tirayan y entró en una taberna llamado El Tarro Burbujeante, donde conoció a una mujer que tenía pelo rubio y ondulado de ojos azules. Mi padre y la mujer compartieron una noche que resultó en que, bueno... naciera yo nueve meces después.
—¿Estás diciendo que...
—Sí, creo que soy tu media hermana.
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