Capítulo II: El regreso de Jennifer
Treinta y dos años antes...
En una tarde de marzo, una aeronave aterrizó en los terrenos del castillo de Tirayan, fue un viaje tranquilo y sin contratiempos. Jennifer Wizgrave estaba feliz por regresar a su hogar, esos seis últimos meses en la Academia para Magos fueron agotadores pero muy favorecedores para terminar de perfeccionar su habilidad mágica.
Jennifer escuchó como tocaban a la puerta de su camarote.
—Señorita Wizgrave, ¿está lista?
—Lo estoy, General Ryder.
Una persona como Jennifer debía ser escoltada por el Líder de la Guardia Real, el General Arnold Isaac Ryder Bolluch. Arnold era un hombre alto y robusto, de piel pálida, ojos oscuros y penetrantes y su mentón era decorada por una frondosa barba castaña oscura, y su abundante cabello era desordenado de color castaño oscuro.
Jennifer tomó su maleta y salió de la aeronave para encontrarse con una cálida bienvenida por parte de sus dos mejores amigas: una viva y joven Penélope y una joven Ahdylle y por supuesto, su padre Zeus. Al ver a Jennifer de regresó los tres corrieron a abrazarla, las primeras en hacerlo fueron las dos amigas.
—Ay, querida Jennifer —comenzó Penélope—, te hemos extrañado tanto.
—Cuéntanos todo —pidió Ahdylle emocionada soltando a la joven bruja—. ¿Hubo algún muchacho?
—Ya habrá momento de contarles todo, chicas —sonrió Jennifer—. Por ahora sólo quiero ver a mi padre.
—Por supuesto, nosotros entendemos —Penélope asintió serenamente—. Vamos Ahdylle.
Las chicas se retiraron y sólo quedaba el reencuentro entre padre e hija. Jennifer atrapó a su padre en un caluroso abrazo, él más que nadie en el mundo sabía lo que era estar estudiando magia por cinco años sin tener casi contacto con la gente que más amas.
—Bienvenida de nuevo, dulce hija.
—Se siente bien estar de regreso, papá.
—¿Tienes la documentación?
—En cuanto la obtuve no me separe de ella.
Jennifer sacó de su maleta una serie de papeles de suma importancia. Esos papeles acreditaban que la joven Wizgrave había terminado sus estudios en la Academia para Magos. En la academia no hacían una ceremonia de graduación como en las demás escuelas, sólo les dan los papeles correspondientes ya que todavía no ascienden al puesto de Mago Real.
—Sígueme —pidió Zeus—, tenemos que guardar estos papeles.
Su hija obedeció siguiendo a su padre hasta el corazón del castillo.
—¿Harías los honores? —preguntó Zeus sin mirar a su hija.
—Por supuesto. Apren reveliuz zecre camxo.
El hechizo invocó una escalera de caracol que bajaba hacía un lugar subterráneo, el Archivo Real.
—Nunca me voy a cansar de esto —sonrió Karoline—, es igual de impresionante que la primera vez.
Siguieron las escaleras y cruzaron el túnel de Gemas Fosfran y entraron a la bóveda cuyo cartel decía «Magos», revelando cientos y cientos de cajones dorados. Zeus tomó los papeles que le tendía su hija y los guardó en el cajón correspondiente.
—¿Hay algo más que quieras decirme, hija?
—Es probable. En realidad hay algo que quisiera mostrarte, pero lo haré cuando me haya instalado en nuestra casa.
Padre e hija caminaron hacía su hogar, mientras que el mayor contaba de lo que se había perdido; un joven Magnus fue encontrado escribiendo un poema, no obstante, el destinatario es un misterio; Harry ha demostrado buenas aptitudes para ser Consejero Real aún siendo aprendiz y la remodelación del orfanato de Tirayan.
Zeus abrió la puerta y dejó pasar a Jennifer dándole la bienvenida. La joven entró a su habitación —la que más tarde pertenecería a William— y desempacó sus pertenencias. Tomó una caja rectangular y bajó al primer piso.
—Hija —llamó Zeus desde la cocina—, estoy preparando tu té favorito, pero siempre olvido las cucharadas de crema que le agregas.
—¿Cómo puedes olvidarlo, papá? —sonrió ella dulcemente para comenzar una tonadilla—. Una taza de manzanilla con anís, tres cucharaditas de azúcar si amargada venís, para acompañar ponle dos de crema, y ya olvídate de todo dilema.
—Dos de crema serán entonces —rió Zeus—. Había olvidado esa canción.
—Pero si mamá me la cantaba casi siempre.
—Estoy muy viejo, hija mía.
—¿Demasiado viejo como para una sorpresa? —Inquirió la chica haciendo notar la caja rectangular.
—¿Es lo que creo que es?
—Lo es, padre —confirmó Karoline abriendo la caja revelando una varita de oro—, ¡es La Varita de Oro!
La Varita de Oro, se le es otorgada al mago o bruja que haya tenido el mejor rendimiento y excelencia académica en los cinco años en la Academia para Magos. Jennifer tuvo el honor de recibirla así como su padre la recibió en su momento.
—Debiste ver la expresión de George cuando me dieron la varita en lugar de a él —presumió orgullosa Jennifer
—No seas así, Karoline.
Zeus tomó la varita que tenía una inscripción que decía:
"Otorgado a: Jennifer Karoline Wizgrave Poe.
Por su alto rendimiento y su excelencia académica en La Academia para Magos y Brujas Reales".
* * *
El Tarro Burbujeante era una taberna a la que Jennifer solía asistir, porque aunque no lo parezca, la chica tenía un lado fiestero. Penélope y Ahdylle como las mejores amigas que eran acompañaron a la bruja para celebrar su regreso y la conclusión de sus estudios.
—¿Ya nos vas a contar todo? —insistió Ahdylle tras ordenar dos tarros de hidromiel—. Me muero de ganas por saber todo.
—Si te refieres a que si me enredé con alguien, la respuesta es no —sonrió Karoline—. Aún no llega mi hombre ideal.
—Eres una aburrida —declaró Ahdylle en tono burlón.
—Ahdy, no seas así, ¿no ves que nuestra amiga es una romántica? —intervino Penélope—. Como yo. Además ni que fueras una experta en el tema.
—Chicas, chicas, chicas, no peleemos.
—Jenny tiene razón, estamos aquí para celebrar —concordó Penélope.
Entonces, la puerta de la taberna se abrió dejando pasar a un joven atractivo de unos veintisiete años de pelo rizado y castaño claro, ojos verde esmeralda, alto, de tez blanca, con sombra de una barba afeitada días atrás. Vestía de cuero y sobre su espalda cargaba una capa frondosa de piel de animal.
Jennifer, Ahdylle, Penélope, otras damas y hasta algunos hombres seguían con la mirada al recién llegado.
—Me interesa —dijo Ahdylle a sus amigas.
El extraño se sentó en los asientos que se encontraban junto a la barra, por su capa de pieles lo hacían parecer más robusto de lo que en realidad era, eso y su expresión misteriosa provocaban que el individuo se hiciera notar.
—¿Qué te sirvo? —le preguntó el cantinero.
—Lo más fuerte que tenga.
—Lo que usted mande, jefe. ¡Oigan ustedes, ya están listos sus tarros de hidromiel!
Ahdylle observó el rubor de las mejillas de Jennifer mirando a ese hombre, así que en un parpadeo ideó un plan a pesar de la mirada inquisidora de Penélope.
—¿Por qué no vas por nuestras bebidas, Jennifer?
—Claro que no, ve tú. No que muy deseosa.
A pesar del bullicio y de la distancia de las chicas con ese individuo, se podía oír un poco de su conversación y el forastero sonrió por la negativa claramente nerviosa de Jennifer.
—Que lo decida la suerte —retó Ahdylle sacando una moneda—. Si tú ganas, yo iré. Pero si yo gano, tú vas.
—Esto es ridículo —manifestó Penélope negando con la cabeza con la mirada hacía el techo.
Ahdylle lanzó la moneda y la atrapó ágilmente. Miró a Karoline quien estaba nerviosa.
—¿Cara o sello?
—Sello... no, cara.
Al destapar la moneda se vio que la moneda había caído en sello, por lo que Jennifer perdió y debía recoger las bebidas pasando al lado de ese extraño hermoso.
—A veces pienso que te gusta ser mala —reprochó Penélope a una sonriente Ahdylle.
Jenny fue hasta la barra y tomó los tarros mientras que ese ser hermoso la miraba de reojo y sonreía.
—Buenas noches —saludó el extraño con su voz profunda pero atractiva.
—Ho-hola. Adiós.
—Discúlpeme, señorita, no pretendía molestarla.
—No, no, no, nada de eso... es que estoy con mis amigas y... —Jennifer no podía decir palabra alguna sin tartamudear y señaló con la cabeza a sus amigas.
Ahdylle al ver la situación tomó del brazo a Penélope.
—¡No te preocupes por nosotras, ya nos íbamos de igual manera! —excusó la pelirroja arrastrando a la fuerza a Penélope hasta el la salida del Tarro Burbujeante.
—Supongo que la dejaron sola sus amigas —hizo notar el forastero—. ¿Quiere compañía?
—No... es decir, no quisiera molestarlo.
—Molestia ninguna.
El extraño le dedicó una sonrisa atenta y tomó uno de los tarros. Jennifer sintió una ola de alivio recorrer su cuerpo, y se sentó al lado de él.
—Mi nombre es Aleksander, vengo de visita —se presentó él tendiéndole la mano.
—Soy Jennifer Wizgrave —dijo ella estrechándole la mano.
—Jennifer. Es un bonito nombre.
—Gracias, Alexander.
—En realidad es Aleksander —corrigió pero no de mala manera, más bien como si fuera lo más normal del mundo.
—Lo siento, Aleksander.
—No, no se angustie, en realidad entiendo la confusión.
Jennifer se sintió bien en compañía de Aleksander, de hecho se sentía tan cómoda que le podría contar su vida entera, tan cómoda, que se sentía atraída por él de todas las formas posibles. Una cosa llevó a la otra y tras un par de tragos más, todo se descontroló. La indudable atracción que Jennifer sentía por Aleksander la hizo saltar en sus fornidos brazos y dejarse llevar por la lujuria.
* * *
Jennifer despertó tapada entre sabanas sobre una cama vacía, en una habitación que no es de ella, ni de Penélope, ni de Ahdylle. Todo estaba borroso, lo último que recordaba era... Aleksander. Ese maldito la sedujo y la dejó tirada en ese lugar desconocido después de... usar su cuerpo para su propio beneficio.
Jennifer se dio cuenta que estaba sola —y desnuda— en una habitación como de una cabaña rustica. Divisó en una mesita de noche unas cuantas monedas junto con una nota. Apresuradamente la chica tomó la nota y la leyó:
"Hola, preciosa. Anoche fue increíble, te dejo el dinero para que pagues la habitación".
—Imbécil.
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