Capítulo I: Feliz cumpleaños, William
El tiempo avanza a pasos agigantados dejando un rastro de cambios significativos en cada una de las vidas de todos. En un momento eres un chico de veintiún años heredero del cargo de Mago Real y al otro ya tienes veintidós y te estás casando con el mismísimo príncipe de Tirayan, el príncipe Henry Grayson Soyale Lowell.
Eso fue lo que pasó con William Joseph Wizgrave Anderson quien desde siempre sintió una conexión muy especial con su mejor amigo, Henry. Todos sabían que eran amor, excepto ellos, estaban más ciegos que un par de topos por no ver lo que claro estaba enfrente de sus narices.
Pero cuando Henry estaba por casarse con Kalila Elizabeth Deciva Kragill, la hija del consejero real y el mundo iba a terminar por un meteoro de poder destructivo, sus innegables sentimientos salieron a la luz y desde entonces comenzaron una relación que llegó a una hermosa boda.
Tal vez ser miembro de la Corte Real no sea la tarea más sencilla del universo, pero junto a Henry, William podría sobrellevarlo todo. Ahora con casi veinticinco años cumplidos, su amor con Henry es tema de conversación de todos y todas por ser una de las pocas parejas homosexuales reales que la historia ha presenciado, además se ven tan lindos juntos, eran el uno para el otro.
En fin, William finalmente despertó después de su sueño y como acostumbra a hacer miró a su alrededor para ver a su querido esposo, pero este estaba ausente. Sólo había un maniquí con un hermoso traje azul cielo, de seda aparentemente, con bordados dorados. Curioso, el rubio se acercó al traje y reparó en que había una carta en el bolsillo del saco.
Cuando tomó la carta, vio que en el sobre había escrito en una impecable caligrafía su nombre: William. Era evidente que eso era cosa de Henry, él siempre tan detallista con William. La carta decía:
Buenos días, mi amado príncipe.
En este día tan especial no hay palabras suficientes para describir el orgullo que tengo al ver el hombre en el que te has convertido, aún recuerdo a ese niño aventurero de ojitos zafiro y cabello dorado y rizado con ganas de aventura que su sonrisa cautivadora me sigue encantando hasta el día de hoy.
Hoy cumples veinticinco años y te deseo que puedas vivir muchos años más y, sí la vida me alcanza, ojalá pueda pasarlos contigo. Espero que todos y cada uno de los regalos que hemos preparado para ti sean de tu agrado, pues lo hemos preparado para ti con mucho amor y cariño.
Te espero en el jardín para un picnic y me gustaría verte usar ese nuevo traje azul —o tal vez no usar nada— que seguro te ves más hermoso de lo que ya eres.
¡Feliz cumpleaños!
Con amor, Henry.
—¡Caray, olvidé por completo mi cumpleaños! —exclamó William para sí—. Ay, Henry, me cautivas cada día.
El chico se probó el traje y le quedaba excelente, justo a la medida. En definitiva, ese era el inicio de un maravilloso día y nadie ni nada lo podría arruinar...¿o sí?
William bajó a su lugar especial que compartía con Henry en el jardín y efectivamente había un mantel con una canasta, una botella de vino y dos copas de cristal que relucían por el paso de los rayos de sol, pero ninguna señal de Henry.
—Feliz cumpleaños, William —dijo una voz a su espalda.
—Nunca se te escapa nada, ¿cierto? —respondió el joven dándose la vuelta—. Gracias, abuelo.
Era El Gran Mago Real Zeus, abuelo de William que para ser una persona de edad avanzada parece que cada día que pasa tiene más vida, debe ser la magia lo que lo conserva tanto, pero ese día tenía un brillo en sus ojos de mar y una sonrisa que lo hacían ver diferente, algo más que feliz.
—¿Cómo podría olvidar el cumpleaños de mi nieto favorito?
—No lo sé, ¿será porque soy tu único nieto directo?
—No seas presumido, William. Supongo que vienes a ver a Henry, así que iré al grano.
Con un movimiento de sus manos, el Mago Zeus hizo aparecer un estuche rectangular de terciopelo azul oscuro.
—Este es mi regalo y el traje es un regalo de Kalila.
—Muchas gracias, abuelo.
William tomó el estuche y abrazó afectuosamente a su abuelo. El estuche contenía una varita de oro en moño azul.
—¡Vaya, abuelo!
—Vela bien, muchacho.
Con otro vistazo pudo ver que la varita tenía grabado una frase: "Feliz cumpleaños, William. Con amor, tu abuelo". William no pudo evitar sonreír.
—Tengo que preguntar, abuelo, ¿la varita...
—No, no funciona, simplemente es una réplica de una varita de entrenamiento hecho de oro puro.
—Lo siento, tenía que preguntar.
—Bueno, te dejo, tu esposo te está esperando.
William giró su vista y vio a un Henry que los miraba, al parecer se dignó finalmente a hacer acto de presencia.
—Gracias por el regalo, abuelo.
—Con mucho gusto.
Así, Zeus se dirigió al castillo dejando a la pareja sola. Mientras que William regresaba al picnic con vista a las montañas.
—Buenos días, William —saludó Henry con un afectuoso abrazo—. Felicidades, que cumplas muchos, muchos más.
—Gracias, Henry.
—Lamento la tardanza olvidé por completo traer servilletas —se excusó Henry rascándose la nuca, y aunque no pareciera, era mentira—. Espero no haberte hecho esperar mucho.
—No te preocupes, Henry, llegué recién. Quizás fui yo quien te hizo esperar mucho.
—Bueno, sí, pero no te preocupes por eso, te perdono por ser tu cumpleaños.
—¿Sólo por eso? —soltó el ojiazul haciendo pucheros.
—Bueno, también porque te amo.
—Mucho mejor.
Henry y William se echaron a reír y después disfrutaron de un bello momento entre platicas y rica comida. Fue como si nada más importara, sólo su amor. Como si el peligro no asechara en las sombras esperando el momento justo para atacar.
En otra punta del castillo, Magnus, Zeus y Harry conversaban un tanto nerviosos e inquietos, después de la bomba de información que Ahdylle acababa de soltar era más que normal que estos tres individuos actuaran así.
—¿Qué deberíamos hacer, Su Majestad? —inquirió el consejero.
—No lo sé, nunca nos habíamos enfrentado a algo así. Por ahora debemos mantener la calma por Henry y William, después veremos qué vamos hacer con esta nueva situación.
—Magnus, amo a Henry y a William, pero temo que si no somos rápidos nos vamos a quedar sin tiempo —presionó Zeus—. No sabemos cuánto tiempo nos queda y no quisiera correr ese riesgo.
—Tal vez en Naterda sepan qué hacer —sugirió el rey—, después de todo, ellos saben más que nosotros por ser de otros mundos.
* * *
Cayó la noche, y tras pasar un maravilloso día a lado de Henry, William se sentía dichoso por todas las cosas que sus seres queridos hacían por él, en especial Henry, quien hacía hasta lo imposible para hacerlo feliz. De hecho, Henry guiaba a William por los pasillos del castillo de Tirayan.
—¿Listo para tu siguiente sorpresa? —inquirió Henry.
—¿Qué más me podrías dar? ya me has dado de todo.
—Es porque tú eres mi todo —dijo Henry sonriente tocándole la punta de la nariz con el índice derecho—. Eres de las mejores cosas que me ha pasado en la vida, William, quisiera darte todo lo que mereces y más.
—Sabes que no necesitas hacerlo.
—Pero yo quiero y lo hago con gusto. ¿Vamos?
Henry abrió la puerta que tenía enfrente de sí revelando una gran estancia en penumbras decorada con banderines azules colgados en el techos con una letra en cada uno y juntos deletreaban "F E L I Z C U M P L E A Ñ O S W I L L I A M", y a decenas de personas.
—¡Feliz cumpleaños, William! —exclamaron todos al unísono.
William era fiestero por naturaleza, no podría jamás rechazar una fiesta sorpresa así que corrió al interior. Había dentro un enorme pastel de veinticinco pisos, gemas Fosfran flotantes que iluminaban la habitación, una orquesta y una larga mesa llena de regalos.
Cuando William estaba distraído con Kalila y Robert, Henry aprovechó para hablar con su padre sin que el cumpleañero los viera.
—¿Alguna novedad con la advertencia de la señora Deciva? —preguntó Henry muy serio.
—No, hijo mío, todo sigue igual. Notificamos a Naterda sobre esto, por si saben algo del asunto, Polum accedió a ayudarnos y estar alerta en caso de cualquier fenómeno —contó Magnus—. Pero, no me preocuparía de eso ahora, debes estar con William y hacerlo feliz, y más hoy.
Y así lo hizo, Henry intentó integrarse en esa nube de diversión y felicidad que la mayoría tenía en todo el tiempo que la fiesta duró. Llegó un momento en que la orquesta tocó una canción lenta y Henry sacó a bailar a su esposo y al compas de la música la pareja se posó en medio de las demás parejas.
—¿Recuerdas que tocaron esa canción en nuestra boda? —preguntó Henry.
—¿Y tú recuerdas que en este mismo salón solíamos practicar vals porque eras incapaz de hacerlo?
—He mejorado mucho, ¿no lo crees?
—Hasta ahora no me has pisado, eso es bueno —bromeó el rubio—, ¿cuántas veces me pisaste?
—Tal vez cientos de veces, ¿serás capaz de perdonarme algún día?
—Sólo porque te amo.
Nada podría arruinar ese momento, excepto tal vez que las puertas se abrieran dejando pasar a alguien que no fue invitado.
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