1 • Cuervo •
El calor era soportable y solo lo evadía el placer incesante que recorría su cuerpo. Ahí, detrás de un gran árbol, y en la oscura noche del bosque, unas manos lo tocaban y calentaban. Solo podía gemir.
Su chaqueta estaba desordenada y su camisa a medio quitar, los pantalones más abajo de las rodillas. Podía sentir esas grandes manos masajear su cadera y hundir los dedos en su piel.
¿Por qué no lo había hecho antes?
Estaba colapsando ante aquello que lo empujaba y chocaba las caderas con sus nalgas. Cerró los ojos y luego los abrió, la luna apenas se asomaba y aquel cuervo en la rama lo miraba. Era testigo de lo que provocó; su curiosidad era grande, su deseo el más fuerte y su recompensa era lo que necesitaba.
Volvió a mirar los ojos negros del animal; si el cuervo pudiera hablar tal vez se burlaría de lo urgido que se veía. Sus ojos llorosos lo miraron por última vez, cerró los ojos y, con un último empuje, rezó. Realmente no le importaba. Solo esperaba que se apiaden de su alma. Tal vez no, pues no se arrepientía.
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