THREE || TRES

Había regresado en el tiempo, ahora estaba en la actualidad.

—¿Que mierda?

—Oh ya despertaron.

—¿Que pasó?

Ambos recordaban haber caído a las vías del tren entonces... ¿porque seguían vivos?

—Cayeron a las vías del tren, pero este señor los salvó.

Después de presentarlo el enfermero se alejó dejando a los tres solos.

—Soy Tachibana Naoto –dijo mostrando su placa–. Me has salvado Takemichi.

—Esperen, esperen, esperen... ¿como Naoto y Hinata Tachibana?, ¿los que murieron hace tres días?, ¿el caso que investigaba el detective Aizawa?

—Si señorita Williams, ¿usted no me recuerda? Trabajamos juntos en un par de casos.

Y como si fuesen fuegos artificiales en el cielo, una serie de imágenes como memorias empezar a reproducirse haciendo al pelinegro frente a ella parte de sus recuerdos.

—O-oh si...

—Después de lo que me dijiste aquella vez hace doce años, estudié para ser detective –mostró su placa–. Me salvaste, pero... no pude salvarla a ella.

—Incluso en esta realidad alterna Hinata todavía muere...

•••

—Así que lo único que tenemos que hacer es evitar que Kisaki y Sano se conozcan ¿no?

—Exacto.

—Bien, ¿que esperamos?

Los dos chicos de tomaron de las manos en un apretón mientras que la fémina se aferraba al brazo de su primo.
Estaban a mitad de una pelea. Tal parece que Kiyomasa además de hacerlos sus esclavos, los obligaba a pelear contra otros chicos y ganaba dinero con las apuestas a nombre de la Tokyo Manji.

Takemichi se encontraba en la arena mientras que Asterin estaba para su desgracia, al lado del orangután.
Para cuando reaccionaron, el rubio había caído al primer golpe, era normal, no recordaba pelear.

—¡Michi! –gritó mientras que iba en su auxilio–. Michi despierta...

Revisó sus signos vitales, al parecer solo estaba inconsciente y eso la tranquilizó un poco.

—¡Gracias por asistir! Se les enviará un mensaje con la fecha, hora y nombres de los próximos participantes –habló Kiyomasa contando el dinero que tenía en manos–.

Todo el mundo empezó a dispersarse, los chicos trataron de acercarse a ayudar a su amigo, pero no les dejaron y los mandaron a casa.

—¡Rinrin, dinos como sigue Takemichi! –ella solo asintió en contestación–.

Una vez todos los demás se fueron, Kiyomasa y su grupito se acercaron al par de primos.

—En realidad son unas bestias llenas simplemente de testosterona y sin neuronas, ¿hacerlos pelear para ganar dinero? Por favor, consíganse un trabajo –escupió con rabia–.

—Mira princesita, tú no me vengas a a hablar de trabajo cuando a ti todo te lo dan en la palma de tu mano –le agarró del cuello de su blusa escolar–. Estoy cansado de que te creas mejor simplemente por tu dinero.

—No me creo mejor por mi situación económica, soy mejor por la persona que soy, no soy la mierda de la sociedad porque no trato a los demás de la manera en que tú lo haces.

Antes de que alguien más actuara, el rubio que se encontraba en el piso empezaba a recobrar el conocimiento.

—¡Michi!

Se quiso acercar, pero quien la tenía sujetada la lanzó al otro extremo sin cuidado y le ordenó a uno de sus subordinados que la sujetara mientras ellos golpeaban sin piedad a su primo, incluso le habían pegado con un bate.

—Que inútil, denle una lección chicos.

Fue lo que se limitó a decir Kiyomasa, despues de eso el resto de la pandilla se acercó a patearlo y golpearlo, mientras que el chico estaba en el piso hecho un ovillo tratando de protegerse de los golpes.

—¡Cobardes! Pegándole cuando él no se puede defender, no son más que cobardes, ¡déjenlo en paz!

—Ya me tienes harto, ¿tú también quieres un poco de lo de tu primo? Será mi placer dártelo princesita.

Después de dejarlo una vez más casi inconsciente, el pelinegro se acercó a la chica con el bate en mano.

—Kiyomasa-san, no creo que sea buena idea... –trataron de convencerle en vano–.

—¡Silencio! –se puso al nivel de ella–. Si dices que vas a ser mía, no te golpearé y probablemente no moleste a tu querido primo de nuevo.

Ella solo le escupió en la cara.

—¡Maldita desgraciada!

Dos golpes en las piernas, uno en el estómago y otros dos en la espalda fue lo que se llevó antes de que se detuviera porque empezó a escupir sangre.

—Es suficiente por ahora, así aprenderás la lección, la próxima vez no serán solamente unos moretones princesita –rió y la dejó ahí regresando su atención hacia los demás–.

Tirada en el piso, sin poder casi respirar recobrando el aliento, todo sería más fácil si no estuviera en ese cuerpo suyo de hace doce años, en la actualidad estaba preparado para ese tipo de situaciones. El resto no paró hasta que dejaron al menor casi inconsciente, ahí fue donde decidieron comenzar a irse, pero él se puso de pie y decidió hablarles.

—Ustedes son de la Tokyo Manji y... me preguntaba si podía conocer a su líder, Sano o Kisaki –dijo lleno de nervios–.

Algo en la chica le dijo que eso había sido una pésima idea, lo confirmó cuando todos hicieron un gesto de sorpresa a excepción del líder que rechinó los dientes.

—Traiganme el bate.

Empezó a golpearlo sin piedad, parecía que su objetivo era matarlo.

—¡Detente!, ¡Esto ya es demasiado! –comenzó a gritar y trató de quitarle el bate, pero recibió un golpe con el mismo que una vez más la dejó sin aire–.

—Creo que deberíamos detenerlo –expresó uno de sus subordinados–.

—Qu...que espe...ran idi...idiotas –tosió y escupió un poco más de sangre–.

—Si...

—¡Kiyomasa, ya para!, ¡lo terminarás matando!

Y después de un par de golpes más, se detuvo. Soltó el bate y se fue a sentar, lo había dejado inconsciente.

—Ustedes son... –Kiyomasa le interrumpió–.

—Por tu bien y por el de tu primo que está ahí tirado, será mejor que guardes silencio princesita, ¿acaso no fue suficiente la paliza que te di?

Guardó silencio, pero no por lo que le pasara a ella, si no a su primo, no quería saber de que más eran capaces.
"Si la Tokyo Manji ya erá así desde un principio, no me sorprende que en el futuro sea peor", pensó quedandose al lado del cuerpo del rubio, haciendo que su cabeza descansara en las piernas de ella, al menos así no le sería tan incómodo el piso esperaba, comenzó a acariciar su pelo y tararear esperando a que despertara.
Cuando los demás presentes escucharon su voz, tuvieron la intención de ir a detenerla, pero el mayor les hizo un gesto para que la dejaran ser, incluso él se había sentido un poco mal por golpear a una chica, aunque eso no significaba que lo dejaría de hacer.

Dada la noche, el chico todavía seguía inconsciente, pero ya había dado signos de vida, así que fueron a despertarlo, dandole la vuelta con el pie.

—¡Despierta! –espantado, abre los ojos y el temor se ve reflejado en ellos–. Ya sabes que ocurrirá la próxima vez que menciones a Sano, ¿no? –se quedó en silencio, dejando su amenaza incompleta al aire–. Te voy a matar.

Después de sentenciarlo, se empezó a alejar como si nada, dejandolos a ambos en el piso. Una vez pudo ponerse de pie se dirigió hacia su primo quien seguía en el piso llorando ya que había recobrado la conciencia.

—Lo siento mucho Rinny, no pude protgerte, no se que pensé al venir aquí...

—Hey, hey, mírame Michi –hizo que se sentara y ella lo hizo frente a él–. Tú no hiciste nada mal, esta situación nos supera, si estuviesemos en el futuro yo hubiese acabado con todos ellos, pero mírame, tengo un cuerpo relativamente debil a comparación con dentro de unos años.

Se acercó a abrazarlo.

—Se que podrás lograr salvar a Hina, además no estás solo, nos tienes a Naoto y a mí, yo estoy aquí acompañandote.

—Gracias Asterin...

Él pocas veces le llamaba por su nombre, así que supo que la situación lo había superado enserio, no pudo más que supirar, Takemichi siempre había sido un llorón, ella igual, pero debía hacerse la fuerte frente a todos, porque quería hacerlos sentir mejor, quería ser el pilar del cual se sostuvieran, así que no podía mostrarse débil en ese aspecto.

—Vamonos a casa Michi, hay que curarte esas heridas.

Juntos se sostuvieron del otro para ponerse de pie, el rubio iba recargado sobre su prima quien le servía de bastón y juntos caminaron hacia la casa de la fémina.

—Le llamaré a tía y le haré saber que te quedarás conmigo, se volvería loca si te vera así –sacó su celular y marcó el número de la madre del ojiazul, una vez terminó la llamada, colgó–. Dijo que estaba bien, que de todas formas te iba a preguntar si podías quedarte de vez en cuando porque estoy sola.

—Bien, pero ¿y mi ropa?

—Usarás algo de mi padre o podemos ir a comprar, consideralo un regalo por resistir tanto.

Ambos rieron y a paso lento se dirigieron a casa.

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