Capítulo 8
Johannesburgo, Sudáfrica, 30 de enero de 2018.
Caroline estaba algo cansada, luego de un vuelo de más de diez horas desde Zúrich a Johannesburgo, la ciudad más grande y poblada de Sudáfrica y por tanto el centro financiero del país. Allí Justin y ella harían una noche en el Hotel Parkwood, y luego irían en auto al día siguiente a Pretoria. Nuevamente harían una noche en la ciudad para descansar un poco y posteriormente arribarían a Timbavati para comenzar su trabajo.
El resto del equipo había viajado dos días antes, y se hallaban en la reserva. La familia de Caroline había insistido en que ella, que viajaría por una aerolínea regular, lo hiciese al menos en clase ejecutiva. Justin entonces la acompañó, sobre todo porque habían sido invitados a una cena en Pretoria, en la Embajada de Suiza en la ciudad. Para Caroline, aquello significaba volverse a encontrar con Franz, asunto que la tenía en extremo nerviosa.
―¿No has hablado con él? ―le preguntó Justin recostado en la cama de la princesa.
―No. La invitación se coordinó entre la Embajada, el secretario de mi padre y el mío. Una vez puestos todos de acuerdo, no iba a declinar, ¿cierto? ―Caroline encendió un cigarrillo, nerviosa, pero luego pensó en Luan y lo apagó al instante sin llevárselo a los labios. A él no le gustaba que fumara.
―Tal vez deberías llamarlo tú.
―¿A quién?
―A Franz. ―Justin no comprendía la pregunta―. ¿Acaso no estábamos hablando de él?
―Cierto. ―Asintió, pero el recuerdo del sudafricano le había pasado por la cabeza y se desconcentró. Aquello no quiso compartirlo con Justin, él estaba bastante ajeno a que la princesa y su amigo sudafricano se escribieran con cierta regularidad.
―Entonces, ¿lo vas a llamar? ―insistió Jus.
Caroline negaba con la cabeza cuando una llamada entró a su teléfono. No más ver el número se quedó lívida.
―Es él ―susurró.
―Perfecto. ―Justin batió palmas entusiasmado―. Era lo que querías, ¿no?
Caroline miró el número que tan bien conocía y se forzó a contestar mientras entraba al baño para tener más privacidad. Se hizo un silencio del otro lado, pero al cabo de unos segundos escuchó con claridad la conocida y aterciopelada voz de su exnovio.
―Carol, ¿cómo estás? ―Se notaba nervioso, algo que para un diplomático era sorprendente, ellos que debían controlar muy bien sus emociones.
―Estoy bien. En Johannesburgo.
―Lo sé ―murmuró.
―¿Por qué me llamas?
―Debí haberlo hecho mucho antes. Lo siento ―prosiguió―. Por todo.
Se hizo un largo silencio en la línea, y Caroline no contestó. No sabía qué decir. Franz carraspeó un poco y continuó hablando:
―Tengo muchos deseos de verte mañana en la cena. No faltarás, ¿verdad?
―Por supuesto que no.
―Hasta pronto entonces. Un beso.
―Otro. ―Caroline cortó con sentimientos encontrados. Lo había amado mucho, pero, ¿todavía lo seguiría haciendo? Lo cierto es que su llamada había acelerado su corazón y terminó más nerviosa que antes.
―¿Todo bien? ―Justin la retornó a la realidad.
―Eso creo. Quiere verme mañana en la cena.
―Es natural. Tú también debes tener deseos de verle.
―Sí, los tengo ―aceptó―, pero estoy confundida. No sé ya lo que quiero. Lo único que me da un poco de paz y me entusiasma es nuestro trabajo. Franz... ―titubeó―. Franz me decepcionó mucho, aunque es imposible que en unas semanas lo haya dejado de querer.
―Siempre lo querrás de algún modo. Lo importante es si lo amas y continúas deseando una vida con él.
Caroline asintió e ingirió una píldora de Malarone, el medicamento preventivo contra la Malaria que debía tomar para evitar la delicada enfermedad. Timbavati tenía pocos casos reportados, pero era una cuestión de seguridad que todo viajero debía tener en cuenta.
Luego permaneció unos minutos pensativa, reflexionando sobre sus sentimientos hacia Franz. Solo saldría de dudas hasta que volviera verlo. Necesitaban ese encuentro para comprender muchas cosas, entre ellas sus respectivos sentimientos. Para complejizar aún más su situación, su teléfono vibró por un instante y la pantalla se iluminó con un mensaje de Luan.
Timbavati
El biólogo se hallaba en la terraza de su hogar. Había recibido al equipo técnico y velado porque estuvieran bien instalados. Sin embargo, era a Caroline a quien deseaba ver. Sabía que se encontraba en Johannesburgo, pero no tenía noticias. Sin pensarlo dos veces se decidió a pasarle un mensaje para saludarle, pero no recibió contestación. A la hora de la cena tampoco obtuvo respuesta, y creyó que solo estaría cansada por el viaje, lo cual además era lo más natural.
Durante la velada, su padre se le acercó con una copa de vino y le contó que había recibido una invitación de la Embajada de Suiza para una cena con su Alteza la princesa y algunas otras personas importantes.
―Nos han invitado a los tres ―explicó―, así que espero que no faltes. Ha sido una deferencia teniendo en cuenta que la princesa se alojará con nosotros durante las próximas semanas. Tu madre y yo pensamos pasar la noche en Pretoria y volver al día siguiente. Nos alojaremos con el tío Bill.
―De acuerdo. ―Luan tenía rentado un pequeño departamento en la ciudad donde se quedaba cada vez que trabajaba en la Universidad. Sin embargo, era demasiado pequeño para que sus padres también durmieran allí.
―Estoy deseoso de conocer a Caroline ―añadió Quentin guiñándole un ojo a su hijo.
―No te hagas ideas que no son ―le advirtió de mal humor―. No sucede nada entre nosotros.
―¿Entonces no te alegra verla mañana?
―Por supuesto que me alegra, pero hubiese preferido verla aquí, en la reserva. Me temo que los trajes y las corbatas no son lo mío, papá. En cambio, aquí es distinto... Somos más libres de los convencionalismos y creo que Caroline lo preferiría tanto como yo.
―Tal vez tengas razón. ―Quentin le dio una palmada en el hombro y se retiró.
Luan permaneció en silencio mirando su teléfono y el mensaje que no había sido respondido. Tenía la sensación de que algo extraño estaba sucediendo, pero no podía imaginar qué. Pronto se dijo a sí mismo que estaba siendo paranoico, y que probablemente Caroline estuviese agotada y cumpliendo con algunos compromisos.
Animado por la posibilidad de verla pronto, Luan tuvo una idea que le pareció ingeniosa: dejarle una sorpresa de recibimiento en el bungalow que habían destinado para ella. Con esto en mente, se marchó de la vivienda con una sonrisa.
Embajada de Suiza en Pretoria.
El auto negro se detuvo frente a la residencia. Caroline bajó cuando le abrieron la puerta. Fue recibida en la entrada por el Embajador, Patrick Brown, y su esposa Elizabeth, una pareja de mediana edad muy elegante. Al lado de ellos estaba Franz, aguardando para saludarla. Carol sintió un estremecimiento cuando lo vio, pero saludó con cordialidad a cada uno. Franz le dio par de besos en la mejilla y le acarició brevemente la piel del brazo que sobresalía del vestido. Al parecer, al joven diplomático no le importaba burlar el protocolo.
―Me alegro de verte ―le susurró al oído. Ella no le respondió, pero le sonrió de vuelta y continuó su camino.
Elizabeth se colocó a su lado para entablar conversación, mientras le mostraba parte de la residencia.
―Hemos reunido a unos amigos selectos en la terraza y el jardín, aprovechando el buen tiempo. En Europa hace bastante frío ―comentó la dama―. Deseo que se encuentre a gusto en nuestra casa.
―Así será, es muy bonita la residencia ―respondió Caroline mirando con atención las artesanías, figuras y máscaras decorativas africanas que engalanaban el corredor.
A su espalda, Franz entablaba una charla con Justin, y eso le agradó. Siempre había deseado que tuvieran la mejor relación, y aunque eran cordiales el uno con el otro, la amistad jamás había florecido. Ahora, en cambio, Franz parecía esforzarse por dar lo mejor de sí.
El jardín estaba lleno de luces de colores; las mesas, engalanadas con comida típica e internacional, estaban colocadas en forma de herradura. Un bar de madera rústico, brindaba servicio a las cincuenta personas que estaban allí. Del gobierno se encontraba el Ministro de Deporte, Arte y Cultura de Sudáfrica; también otros miembros de la Embajada, conservacionistas, miembros de organizaciones no gubernamentales, y un par de familias suizas que vivían desde hacía unos años en Pretoria, y que tenían negocios en el país. Caroline fue presentada a cada uno de ellos hasta que se topó con un rostro bastante conocido que la dejó sin habla.
―¿Luan? ―pudo articular. Ciertamente no lo esperaba, ya que habían acordado verse en Timbavati. Además, él no le había advertido de ese cambio de planes, aunque, a decir verdad, ella tampoco le había respondido su último mensaje.
―Es un placer volverla a ver ―saludó él con solemnidad mientras estrechaba su mano―. Ellos son mis padres, Quentin y Kande. Ella es su Alteza, Caroline.
―Llámenme solo Caroline ―se apresuró a decir ella―. Es un gusto para mí conocerlos. ―La joven extendió sus manos para recibir las de la madre de Luan en primer lugar. La pareja fue en extremo amable.
Quentin era un hombre todavía atractivo: cabello encanecido y ojos azules. Kande poseía una belleza que impactaba a pesar de su edad: era muy alta, con un rostro ovalado, ojos negros expresivos, delgada pero con una figura muy bien proporcionada. Su piel de ébano contrastaba con el brillante color de su vestido tradicional, que era azul con bordados en dorado al frente. En la cabeza ocultaba su cabello con un turbante de idéntico color al vestido. Kande transmitía mucha dulzura, y se notaba que poseía una personalidad atractiva, acorde a su belleza natural.
Caroline que quedó impresionada con ella al instante, y advirtió que Luan tenía mucho de ambos padres, pero que sin duda de su madre había heredado esa belleza impactante e inexplicable. "Belleza" ―repitió en su mente―, y se ruborizó cuando sus ojos se cruzaron con las esmeraldas africanas que la miraban muy atentamente.
―Recibimos esta cortés invitación que no pudimos declinar ―le explicó Kande con naturalidad―. Teníamos mucho interés en conocerla ―prosiguió―, aunque todo está listo en casa para recibirlos.
―Yo les agradezco su hospitalidad ―contestó la princesa―. El equipo habla maravillas de su hogar en Timbavati, y estoy deseosa de descubrir la reserva por mí misma. O mejor, bajo la experta guía de su hijo ―añadió sin poder evitarlo.
Luan le sonrió, aquella simple frase había bastado para tranquilizarlo un poco ante la falta de contestación de la víspera. Sin embargo, una inesperada intervención quebró el momento y lo dejó desconcertado.
El agregado cultural que le habían presentado cuando llegaron, se acercó a Caroline y colocó su mano en la espalda de la joven. Aquel no era, ni por asomo, el comportamiento de etiqueta que debía tener a menos qué... ¿Por qué el rostro del tal Franz le pareció conocido cuando los presentaron esa noche? ¿Lo había visto antes? Luan observó que Caroline le sonreía nerviosa a Franz, pero no se apartó.
―¿Conoces a los señores Edwards? ―Franz asintió.
―Nos presentaron esta noche y de seguro les haré una visita a Timbavati. Llevo poco en Sudáfrica, pero todos dicen que es un sitio imperdible, y ahora tengo una razón de mucha fuerza para desear ir ―expresó mirando a la princesa. Su mano continuaba en la espalda.
Caroline se tensó un poco y miró a Luan, pero su rostro era imperturbable. El sudafricano tenía un excelente control de sí mismo que Carol tomó como indiferencia. Los padres de él, en cambio, estaban algo confundidos pues no entendían la relación tan estrecha que los unía. Solo Quentin se atrevió a decir que era bienvenido, y que no dejara de avisarle con anticipación para él mismo hacer la reserva y recibirlo en su hogar.
―Muchas gracias, así lo haré ―respondió Franz―. Ahora, si me permiten, hay un invitado que reclama la atención de Caroline: el Ministro desea hablar contigo ―añadió dirigiéndose a ella.
Caroline asintió, sin volver a ver a Luan y se dejó guiar en la dirección que Franz le indicaba.
―¿Me he perdido de algo? ―preguntó Quentin en voz baja al apreciar la escena.
Luan se encogió de hombros y se dirigió en sentido contrario al de la princesa. Su padre intentó seguirlo, pero Kande lo detuvo.
―Necesita estar solo.
Quentin tomó el consejo, sabía que su esposa tenía razón.
―¿Y el Ministro? ―preguntó Caroline cuando se vio a solas con Franz bajo un carcaj, un hermoso árbol.
―Lo inventé, quería hablarte en privado.
Caroline le sostuvo la mirada, tenía emociones encontradas. Franz había sido su novio, lo había amado mucho y por él pensó en viajar a Sudáfrica, sin embargo, ya no estaba segura de qué pensar.
―Siento mucho cómo sucedieron las cosas. Estoy enamorado de ti, Caroline, y quiero que estés a mi lado siempre ―confesó atropelladamente―. Fui un estúpido, pero pienso que estamos a tiempo de arreglar las cosas.
―Franz, yo... ―Él la silenció con su índice y le sonrió.
―No me digas nada todavía, Carol. Sé que debo ganarme de nuevo tu confianza y pretendo hacerlo. Estoy feliz por el proyecto que te ha traído a Sudáfrica, jamás podré agradecerle a Justin lo suficiente por lo que ha hecho. Sin embargo, cuando termines el trabajo me gustaría que permanecieras conmigo aquí. Aún no me respondas ―dijo acariciando mi mejilla―, solo quiero que lo sepas.
Caroline asintió y le dio un beso en la mejilla. Franz la rodeó con sus brazos hasta que el crujido de una rama del suelo los hizo separarse al instante.
―Lo siento, no quise interrumpirles. ―Un hombre de unos cuarenta años les sonrió y se acercó a la pareja. Tenía el cabello oscuro, era alto y de tez muy pálida.
―Buenas noches, señor Morgan.
―Buenas noches ―repuso el hombre―. Lamento llegar tarde. Usted debe ser su Alteza.
―Caroline ―dijo la aludida ofreciendo su diestra.
―El señor Morgan es el Cónsul nuestro en Pretoria ―explicó.
―Es un placer conocerla ―prosiguió él―. Si me permite decirlo, Franz es un excelente muchacho y siempre está hablando de usted. Esperábamos su visita con suma expectación.
Franz se ruborizó con aquel comentario, por fortuna la luz era tenue y apenas se notó.
―Yo también tenía mucho interés en este viaje, y me ha agrado muchísimo conocerlos a ustedes ―contestó la princesa.
Morgan agradeció y luego se retiró para no importunar más. Franz besó la mano de Caroline y la dejó marchar, nos sin antes asegurarle que lucharía por su amor.
Luan apuró una copa de champagne por su garganta; sentía la boca seca y deseos de irse de allí. Sin embargo, debía llevar a sus padres a casa del tío Bill y no se vería bien que se marcharan de forma tan intempestiva. ¿Por qué lo sucedido le agriaba tanto el carácter? ¿Acaso había algo entre él y la princesa? En realidad no, pero se había sentido como un completo estúpido luego de tantos mensajes en los que se podía intuir algo más que una simple amistad.
―Amigo, te había visto de lejos pero no había podido saludarte. ―La voz de Justin lo hizo dar un respingo y despertar de sus pensamientos.
―Es cierto, yo también te estaba buscando ―mintió, pero le dio un abrazo. Sí se alegraba de verlo, pero no estaba en el mejor de los momentos.
―Mañana podremos conversar con más detenimiento en Timbavati.
―Así es.
―¿Por qué estás aquí solo? ―Justin miró a su alrededor. Se encontraban en un área algo distante del jardín.
―Estas reuniones me ponen de pésimo humor. Me siento fuera de lugar.
―Te comprendo.
―Por cierto, tengo curiosidad... ¿El agregado cultural de la Embajada es novio de la princesa?
―Lo fueron hasta hace poco ―contó Justin―, y después de esta noche no sé si volverán a serlo.
―Oh, ya veo ―murmuró. Ahora todo cobraba sentido. Era el mismo que había visto en una foto con Caroline cuando hizo su búsqueda sobre ella el año anterior. Y era probable que también lo hubiese visto en la exposición, aunque no lo recordara con precisión.
―¿Estás celoso?
―¿Por qué debería estarlo? ¡Qué ridiculez! ―exclamó a la defensiva.
―Siempre pensé que ella te gustaba.
―Es una mujer maravillosa, pero no es para mí ―respondió con voz grave―. Nos vemos mañana, Jus. ―Y dándole una palmada en la espalda, desapareció.
Esa noche Luan Edwards no era buena compañía para nadie, mucho menos para sí mismo.
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