Capítulo 6
Tras unos días de trabajo con Justin y su equipo ultimando detalles para el documental, llegó el momento de despedirse. Faltaba poco para Navidad y Luan quería estar con su familia. No había vuelto a ver a Caroline desde su última conversación, y tenía la impresión de que las cosas no estaban del todo bien. Ojalá aquel malentendido no acabara con su resolución de viajar a Timbavati: la esperaba con ansias.
―He venido a despedirme ―le dijo Luan a Justin desde el umbral de la puerta de su departamento―. El taxi me está esperando abajo.
―¡Buen viaje! ―Justin le dio un abrazo―. ¡Nos vemos pronto!
―Despídeme de su Alteza...
―Se molestaría mucho si te escuchara hablar así ―repuso Jus riendo―. ¡Lo detesta! Ya lo sabes, por si un día quieres hacerla enojar...
―Creo que ya la hice enojar ―admitió.
El norteamericano se encogió de hombros.
―No creo que haya sido tan grave.
Luan tomó una bolsa que había dejado en el suelo.
―Es un regalo ―explicó―. Por Navidad.
―¡Oh, gracias! ―exclamó Justin un tanto ruborizado―. Lo lamento, yo no tengo nada para ti. ―Estaba realmente apenado.
―No importa, el regalo nos lo harás con tan importante documental. Por cierto, en la bolsa también hay un presente para Caroline...
―Oh. ―Justin se echó a reír―. Muy bien, se lo daré... Gracias por todo. ¡Nos vemos pronto!
Luan le sonrió y se marchó. ¿Qué diría la princesa sobre su presente? Pasarían varias semanas hasta volver a verse, pero la visita de Caroline en Timbavati lo llenaba de expectación.
Caroline había hecho las maletas para viajar a casa por las vacaciones de Navidad. Tenía una difícil misión por delante: decirle a su familia que se iría a Sudáfrica a filmar un documental. Esperaba obtener el apoyo y comprensión de su hermano Max, quien jamás se oponía a ninguna de sus ideas, pero sabía de antemano que en casa no se la pondrían fácil.
De Franz no había vuelto a tener noticias, desde el último día que discutieron en aquella misma habitación sobre su futuro. ¿Qué pensaría él cuando la viera en la nación africana trabajando? Debía reconocer que eso la ponía un tanto nerviosa...
Respecto a Luan, tampoco se había vuelto a encontrar con él. Lo había hecho a propósito, pero ahora creía que su reacción era un tanto exagerada. Lo mejor, sin embargo, era tomar distancia de todos, y eso era lo que había hecho en los últimos días.
Una llamada a la puerta de su suite la hizo interrumpir su función. Imaginó que sería Justin, ya que nadie más estaba autorizado a subir. Cuando abrió la puerta no se decepcionó: su mejor amigo apareció con una sonrisa y una bolsa en las manos.
―¡Feliz Navidad! ―dijo entregándole el paquete.
―¡Oh, gracias! ¿No estás algo adelantado?
―Cierto, pero ese regalo no es mío.
―¿Y de quién es? ―Por un momento pensó que Franz había contactado a Justin para hacérselo llegar.
―Es de Luan ―explicó. Y disfrutó mucho ver la expresión de desconcierto de su amiga―. Ha ido a despedirse esta mañana y ha dejado esto para ti.
―Me sorprende ―confesó la chica―. ¿A ti también te ha obsequiado algo?
―Una novela de un escritor sudafricano: Coetzee.
―Lo conozco; es premio Nobel de Literatura.
―¡Qué instruida la princesa! ―Sonrió―. ¿No vas a mostrarme su regalo?
―No. ―La joven se ruborizó―. Lo abriré más tarde.
Justin rodó los ojos, pero no insistió.
―De acuerdo, su Alteza. Solo venía a despedirme y a desearte una feliz Navidad. Mi regalo te llegará al e-mail. Es una sorpresa para cuando estemos en Sudáfrica. De paso me aseguro que no te arrepientas...
―Te prometo que nada ni nadie me hará desistir. Respecto a mi regalo, también te llegará ―le aseguró―. Y espero que esta vez te guste.
―El blazer del año pasado me gustó, de veras...
Caroline se echó a reír. Sabía que no era cierto, pero le dio un abrazo y se despidió de él. Al regresar a la habitación, tomó en sus manos la bolsa. Dentro había un paquete envuelto en papel de regalo. Por la forma supuso que también era un libro y cuando lo rasgó, comprobó que estaba en lo cierto.
La foto de la princesa Diana de Gales aparecía en primera plana caminando por un campo y el título de la obra era: "Lady Di y África: una historia de gratitud". Leyó la sinopsis llena de curiosidad: no solo se refería a su trabajo luchando contra el SIDA, sino que también reseñaba el viaje de la princesa a Angola en 1997 cuando se colocó un chaleco militar y dio un paseo por un campo de minas. El impulso de Diana para la erradicación de las minas antipersonas fue decisivo para la firma del Tratado de Ottawa que prohibió la producción y utilización de ese tipo de artefactos militares. Lamentablemente, su temprana muerte impidió que la princesa viese cómo, al cabo de unos meses, la campaña que apoyó obtenía el Premio Nobel de la Paz.
Caroline quedó conmovida con el objetivo del libro, y aunque ya conocía algunos pasajes ―como la célebre fotografía de Diana con una víctima amputada de una pierna―, sabía que la lectura le sería de lo más interesante. Sin embargo, fue la dedicatoria del libro, lo que más le emocionó:
"Para Caroline: África necesita mucho de las princesas, ellas pueden cambiar el mundo. Te esperamos en Timbavati para recibirte en el nuestro. Tu presencia nos hará un bien. Feliz Navidad, LE".
Caroline sonrió. Tal vez no pudiera hacer una contribución tan grande como la hecha por Diana veinte años antes a Angola, pero estaba segura de que daría lo mejor de sí por el documental de Justin y por aquel maravilloso lugar que aún no conocía, pero que moría por ver: Timbavati. Hasta entonces se conformó con leer mil veces las líneas del sudafricano que, inexplicablemente, habían llegado muy dentro de su corazón.
Castillo de Vaduz, Liechtenstein. Navidad de 2017.
Situado en la cima de una colina, el Castillo de Vaduz era la residencia oficial de la familia de real de Liechtenstein. Poseía una historia increíble: las primeras construcciones databan del siglo XII, luego en 1499 había casi desaparecido entre las llamas tras un ataque de los soldados suizos. A partir de ese momento se fue recostruyendo lentamente hasta ser reformado por completo en las primeras décadas del siglo XX. Se hallaba a unos veinte minutos andando del centro de Vaduz que era la capital del principado.
El castillo estaba custodiado por enormes murallas con pequeños portales medievales; una torre central daba la bienvenida y al fondo se podía apreciar la zona residencial de hermosos edificios de fachada blanca. La vista desde allí era maravillosa: de un lado los Alpes suizo-austríacos nevados hacia el sur, y en dirección contraria el valle del Rin se extendía majestuoso frente a los ojos de un observador.
La habitación de Caroline tenía vista a los Alpes, y en ellos fijaba la mirada tras la cortina descorrida. Se alegraba mucho de estar en casa, mucho más de compartir la Navidad con su familia. Todos se habían reunido: el príncipe Juan Adán, soberano del Estado, quien era su abuelo; su padres, tíos, hermanos y primos. Sin embargo, Caroline tenía cierta tristeza en su corazón: no había tenido noticia alguna de Franz. Ni siquiera le había escrito para desearle una feliz Navidad.
Su teléfono vibró en la mesita de noche y creyó que sería él. Advirtió, en cambio, que se trataba de Justin. Le había mandando un alegre audio deseándole unas felices fiestas y agradeciendo por la pintura que le había regalado. Se notaba contento, y le había dicho que ya la había colgado en su salón de estar.
―Por cierto ―añadió en su audio―, te voy a enviar mi regalo, ¡espero que te guste! Un beso.
Acto seguido Caroline recibió el archivo que incluía una reservación para un fin de semana de febrero en un hotel de Camp's Bay Beach, la mejor playa de Ciudad del Cabo.
"Un pequeño descanso en mitad de nuestro trabajo. Espero que puedas ir".
Caroline suspiró. Aún no había hablado con su familia sobre el asunto, pero no podía demorarlo más. El equipo contaba con ella.
Miró el libro sobre Lady Di que había estado leyendo y pensó en la persona que se lo obsequió: aquellos ojos verdes rondaban su mente y la hacían sentir inquieta. Sin pensarlo dos veces, llamó a Justin para agradecerle por su regalo y le pidió, en un impulso, el teléfono de Luan para desearle una feliz Navidad también. Jus no se sorprendió con la solicitud, tan solo se rio y le compartió el contacto de su amigo.
―Estoy convencido de que se alegrará mucho con tu mensaje ―apuntó el norteamericano. Y diciendo esto se despidió de la joven y cortó.
Caroline miró el número de teléfono, pero aún no se decidía a escribir. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la llegada de su hermano Max.
―Hola. ―El príncipe le sonrió y le dio un beso en la frente.
―Hola.
―Te noto un poco triste, ¿es por Franz? ―Maximilien se sentó a su lado.
―No he sabido nada más de él, pero no se trata solo de eso ―confesó―. Justin se va con su equipo a grabar un documental en Timbavati, la famosa reserva natural de Sudáfrica. Yo he quedado con él en hacer la dirección de fotografía. Iré a Sudáfrica con ellos, pero no sé cómo decirles a nuestros padres y...
―¿Haces esto por Franz? Recuerdo que me dijiste que también va a Sudáfrica como diplomático...
―Puede que al comienzo lo hiciese por él: por probarle que soy capaz de más de lo que él cree...
―Eres capaz de todo, Caroline. Solo tienes que proponértelo.
―Quiero ir a Timbavati con Justin. Quiero hacerlo por mí, no por nadie más ―afirmó decidida.
―Es peligroso... Mamá pondrá el grito en el cielo cuando lo sepa. ¡Cerca de animales salvajes, madre mía! ―Rio.
―Diana caminó por un campo de minas hace veinte años. Me parece que eso es más peligroso...
Maximilien miró el libro que Caroline tenía junto a su cama.
―Una buena lectura, imagino.
―Así es ―afirmó.
―Deberías prestármelo ―pidió Max. La princesa se ruborizó al recordar la dedicatoria.
―Tal vez más adelante, aún no lo he concluido.
―Te prometo que te ayudaré a hablar con la familia. Estoy convencido de que todo saldrá bien, siempre y cuando se hagan los arreglos pertinentes.
―Yo también lo creo. Muchas gracias, Max.
―De nada. También venía para invitarte a dar un paseo. No hemos ido este año al Mercado de Navidad, ¿te apetece?
―Me encantaría. ―Caroline se puso de pie con una amplia sonrisa dispuesta a dar ese paseo.
El Weihnachtsmarkt era el Mercado de Navidad que se realizaba cada año en Vaduz y en muchas ciudades europeas con motivo de las festividades. En el casco histórico de San Gall, se colocaban estrellas en las fachadas de los edificios, que llegaban a la asombrosa cantidad de setecientas, conformando una galaxia y un hermoso espectáculo de luz.
Los príncipes se dirigieron a Rauthausplatz ―Plaza del Ayuntamiento―; en el centro peatonal de la misma se colocaban cerca de cien casas de madera decoradas con adornos navideños, vendiendo artesanías, velas, comida, vino, castañas asadas y galletas. Cerca de la plaza estaba el Vaduz on Ice, una pista de patinaje al aire libre que por estas fechas funcionaba; rentaban patines a niños, jóvenes y adultos para que pudieran disfrutar un poco.
Los príncipes eran reconocidos durante su recorrido, y las personas los saludaban con amabilidad. Una anciana de un puesto les hizo probar sus galletas Navideñas que estaban exquisitas. Era "secreto de familia", y se notaba porque estaban muy buenas.
Caroline se acercó a un puesto de artesanía y pensó en comprarle un regalo a Luan, a fin de cuentas, él le había hecho uno por Navidad. No tenía idea alguna de qué podría gustarle, así que estaba echa un lío cuando su hermano se acercó a ella:
―¿Qué buscas?
―Un regalo para alguien ―respondió escuetamente.
―¿En el Mercado de Navidad? ―Max no comprendía aún que los mejores regalos no tenían que ser exactamente costosos.
―Sí, debe ser algo especial ―respondió.
―¿Puedo saber para quién es?
―Es para la persona que me regaló el libro sobre Diana de Gales.
―¿Es hombre o mujer? ―Caroline frunció el ceño cuando escuchó la pregunta―. Lo digo para ayudarte a escoger algo... ―se defendió su hermano.
―Es un hombre ―contestó al fin con tranquilidad―. Es amigo de Justin. El biólogo sobre el cual te comenté. Sus padres son dueños del hotel de Timbavati donde nos alojaremos...
―No me has dicho mucho acerca de él, pero a juzgar por el interés que te estás tomando en su regalo debe ser alguien importante ―bromeó―. Lo siento, no sé qué pueda ser adecuado para él...
Caroline se quedó mirando unas hermosas figuras de cristal tallado que había encontrado en un puesto. Tenían distintas formas y había algunas de animales: águila, pantera, león, caballo... Observó con detenimiento la del león y sonrió: había hallado el obsequio perfecto.
Antes de marcharse a casa, los príncipes se acercaron al inmenso árbol de Navidad de la plaza; las costumbres decían que si pedías un deseo se te concedía. Caroline le pidió a su hermano que le tomara una foto en el justo momento en el que pedía el suyo. Levantando la mirada hacia la estrella dorada que coronaba al árbol, su deseo fluyó desde el corazón y llegó a Sudáfrica, justamente a donde se haría realidad.
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