Capítulo 45
Los días en Vaduz fueron magníficos y Luan no podía tener queja alguna de la familia real. Se sentía uno más. Pese al lujo, las comodidades, las obras de artes y el castillo, eran personas muy sencillas y amables. Su único sinsabor era que Caroline y él debieron guardar la forma, aunque durmieran bajo el mismo techo.
La primera noche fue difícil. Saberla tan cerca de él, y sin poder meterse a su cama, era algo desesperante… Aunque expresamente no hubiese una prohibición al respecto, él era del criterio que lo mejor era que cada uno continuara en su habitación, y así había sido.
Caroline le mostró Vaduz. Con ella disfrutó de la maravillosa ciudad, a orillas del río Rin. Recorrieron las calles en bicicleta, un ejercicio divertido y revitalizador. En Europa era verano, así que el calor se sentía en el rostro y en el corazón.
La princesa lo llevó a la Galería Nacional de Arte, y al Museo Nacional de Liechtenstein. Este último le brindó a Luan una idea más exacta de la historia y la cultura del pequeño país. El distrito gubernamental, por otra parte, tenía una arquitectura maravillosa, como la del edificio del gobierno y el Parlamento, que era una mezcla de tradición y modernidad.
Otro día, hicieron senderismo por el Fürstin Gina Weg, el sendero de la Princesa Gina. Era una de las excursiones más populares y les tomó aproximadamente cinco horas hacerlo. Sin embargo, había valido la pena, pues el entorno montañoso era espectacular, así como las flores únicas que se iban encontrando a lo largo de la cresta de la montaña.
El recorrido los llevó hasta el monte Augstenverg, el punto más alto del recorrido. Desde ahí podían apreciar una vista impresionante de los Alpes de Liechtenstein y Austria, el pueblo de Malbun y el valle.
―¿Sabes algo? ―le dijo Caroline de pronto mientras lo abrazaba―. Luego de aquel increíble viaje en globo soñaba con traerte a mi país… Soñaba con verte aquí, justo en este punto donde estamos, en la cima de nuevo, pero en otra parte del mundo. A veces creía que sería imposible, pero aquí estas…
―He aprendido que el amor sorprende y que para él no puede haber cosas imposibles ―respondió Luan dándole un beso.
Una hora más tarde, comían los tres juntos en Pfälzerhütte, donde disfrutaron de un estofado y queso con pasta de manzana. Lo mejor de todo era la vista que desde allí tenían. El dueño del lugar y su esposa se acercaron orgullosos a la mesa de los príncipes. Los habían reconocido, aunque habían intentado pasar desapercibidos.
―Es un honor para nosotros que estén aquí, sus Altezas reales ―dijo el hombre―. ¡Les he traído una botella de vino que va por la casa!
Los chicos le agradecieron con amabilidad, siempre eran muy bien recibidos a cada lugar que iban. Luan se preguntó si Caroline echaría de menos todo eso, el calor de su pueblo y país, pero al parecer ella no pensaba en eso. Siempre podría volver, él jamás se lo impediría. Aquel también era su hogar.
―¿Podríamos hacernos una foto? ―preguntó la mujer con una cámara Polaroid en las manos―. ¡Es para ponerla en nuestro espacio de visitas especiales! Hace unos años su padre también estuvo por aquí…
―Por supuesto ―respondió Max con una sonrisa.
Todos se pusieron de pie y Luan se ofreció a tomar la foto, a fin de cuentas, él no tenía título alguno. Para su sorpresa, Caroline le estaba pidiendo el favor a un chico de la mesa contigua.
―Luan, tómate la foto con nosotros ―le pidió ella. Luego, girándose hacia los anfitriones exclamó: ¡Es que es mi novio!
Y Luan se puso nervioso ante su primera presentación oficial con el pueblo de Liechtenstein. Lo cierto es que fue muy bien recibido, el matrimonio incluso dejó caer la palabra “boda”, y en la foto todos llevaban su mejor sonrisa.
El día 15, Fiesta Nacional de país, era un día de celebración. La familia real se reunía en el prado alrededor del Castillo de Vaduz, donde el príncipe regente ofrecería un discurso. Luan estaba dentro del grupo de invitados de la familia, y ese día sí llevaba traje.
La gran novedad fue que, bien temprano en la mañana, habían llegado los hermanos más pequeños de Caroline, luego de terminar una excursión con su clase por el verano. Winston y John Albert tenían doce y diez años respectivamente, y eran extremo divertidos. Nuevamente Luan fue presentado con ellos como el “novio de Caroline”, y los chicos se encargaron de esparcir la noticia como pólvora entre los invitados.
Era costumbre que luego de la ceremonia y los discursos, la familia real invitara a los ciudadanos a un coctel allí mismo en el prado. Todos tenían ojos para Luan, quien era la gran novedad. Era la primera vez que era presentado un novio de la princesa, y aquello generaba gran expectación, sobre todo porque Luan tenía, según una mujer dijo a sus espaldas, “una belleza sumamente exótica”. El por poco se ahoga con un poco de champagne, a riesgo de hacer el ridículo en su presentación oficial, pero luego sonrió. Las personas del país eran muy amables.
―Me has puesto en una posición difícil ―le dijo Max al acercarse―. Ahora con más razón me preguntarán cuándo buscaré yo una novia…
Luan se rio. Max no tenía intenciones de dejarse atrapar así de fácil.
―Siempre puedes recordarles que eres menor que yo ―apuntó Caroline―, y, sobre todo, que no es asunto de nadie cuándo decides enamorarte.
―Buen punto, hermanita. Lo cierto es que Luan ha caído muy bien. Mi padre incluso ha prometido que el documental se presentará en uno de los cines de la ciudad. ¡Creo que es una excelente oportunidad para ustedes!
―Es una gran idea ―apuntó Luan.
―Luego de verlo podrán imaginarse cómo nació nuestra historia de amor ―expresó Caroline.
Al terminar las celebraciones, Luis le pidió a Luan hablar con él a solas. Caroline se tensó de inmediato y le pidió a Max con la mirada que intercediera, pero Max sabía que no tenía nada qué hacer. Era una conversación entre ellos, y solo podían confiar en que todo saliera bien.
Luan no estaba preocupado, así que lo siguió a su despacho. Había compartido lo suficiente con ellos para saber que, si tenían algo en contra, se lo hubiesen dicho desde el primer día. El biólogo había aprendido a confiar más en sí mismo, y su relación con Caroline lo había ayudado a ello.
El príncipe lo invitó a sentar y Luan lo hizo justo frente a él.
―Este es tu último día con nosotros, Luan ―comenzó el hombre―, aunque espero que la visita se repita.
―Agradezco mucho la cálida manera en la que he sido recibido, y su generosa hospitalidad.
―No podría ser de otra manera ―repuso el mandatario―. Sé que Caroline ha sido igualmente bien recibida en Timbavati, y hemos querido reciprocar un poco esas atenciones que recibió por tanto tiempo.
Luan asintió, todavía no sabía bien hacia dónde se encaminaba la charla, pero estaba decidido a esperar. Algo le decía que no era una cuestión de despedirse exclusivamente, sino que había mucho más.
―Cuando seas padre, probablemente entiendas que, independientemente de la edad que tengan tus hijos, siempre serán un motivo de desvelo para nosotros. Fue por eso que, cuando supimos que hubo una explosión en Timbavati, decidimos que Caroline regresara a casa.
Luan se movió en su silla, incómodo. Aquel era un asunto delicado para él.
―Sé que lo que sucedió pudo haberlos alarmado, pero le aseguro que Timbavati es un lugar seguro.
―Lo sé. No estaríamos hablando ahora si no lo creyera así ―repuso el hombre―. Sin embargo, en aquel momento no lo era y reconozco que nos aprovechamos de la situación para que Caroline reconsiderara mejor su decisión de mudarse a Sudáfrica. Le pedimos seis meses, y esos seis meses están a punto de cumplirse.
―¿Qué quiere decirme con ello?
―Caroline tuvo una relación que no nos satisfacía. Pudo haberse casado con él ―apuntó―, si no hubiese sido porque Franz recapacitó a tiempo y tomó la mejor decisión para los dos. Nuestra hija era un tanto inmadura, decidió ir a filmar a Sudáfrica precisamente para ir tras Franz, y aunque estuvimos de acuerdo con su viaje, te confieso que no nos complacía en lo absoluto que sus decisiones estuviesen determinadas por seguir a un hombre.
Luan continuaba incómodo. ¡Hablar de Franz lo estaba volviendo loco! Sin embargo, entendía el punto de vista de su suegro, así que lo escuchó con paciencia.
―Luego, no pasó mucho tiempo y se enamoró de ti ―prosiguió Luis―, y entonces sobrevino la idea de quedarse a vivir en Sudáfrica. Nuevamente nos enfrentábamos, como padres, a una decisión condicionada por el amor hacia un hombre, y no hacia ella misma. Al menos eso fue lo que creímos ―rectificó.
―Caroline está decidida ―se aventuró a decir Luan―, pero no creo su decisión tenga que ver solo conmigo. Ella ama Timbavati.
―Eso lo comprendimos después ―reconoció―. Le pedimos a Caroline seis meses para saber si sería un amor pasajero o era una decisión tomada a conciencia. Voy a ser franco contigo, Luan, el que mi hija se mude a Sudáfrica no es algo que me alegre mucho. No por el país, sino por la distancia. Sin embargo, he aprendido a respetar sus decisiones, sobre todo porque durante este tiempo, Caroline me ha demostrado que tiene proyectos propios, intereses, y planes que son incluso independientes al amor que siente por ti.
Luan lo escuchó en silencio. En ocasiones tenía la sensación de que Caroline tenía más planes de los que él conocía. ¿Habría algo más?
―Caroline regresó de Sudáfrica siendo una mujer mucho más responsable de lo que era. Decidida, independiente, entregada plenamente a su futuro, y trabajando arduamente por él. Como padre me siento satisfecho ―le dijo de corazón―. Solo nos quedaba conocerte, saber si mi hija había elegido bien, y aunque Max regresó de Sudáfrica hablando maravillas de tu persona, siempre es bueno conocer a la pareja de nuestros hijos, máxime si ella se va a vivir contigo…
El corazón de Luan parecía que se iba a salir en cualquier momento de su pecho.
―Caroline quiere mudarse a Sudáfrica ―habló Luan al fin, aunque era tema sabido―. No hay nada que me haga más feliz que esto, pero me encantaría saber que contamos con su aprobación.
―¡La tienen! ―exclamó Luis poniéndose de pie y Luan lo imitó―. Tendremos que discutir luego par de cuestiones sobre su estancia en Timbavati, pero no creo que tardemos en ponernos de acuerdo. Estoy planeando una visita oficial a Sudáfrica para dentro de unos meses. Nos encantará estar en Timbavati unos días como parte de nuestro recorrido. Así tendremos el placer de conocer a tus padres. Caroline habla de ellos con sumo cariño.
―Para nosotros será un gusto tenerlos como huéspedes en nuestro hogar. Sé que Caroline estará feliz por ello.
―Más te vale que sea feliz ―le dijo Luis apuntándole con su índice―, aunque creo que lo será. Nos has agradado mucho, Luan. Eres una excelente persona.
―Muchas gracias por todo, señor.
Luan le extendió la mano, en señal de agradecimiento, pero en su lugar recibió un abrazo de su suegro. Así cerraban aquella compleja conversación, entendiéndose por encima de todo, porque los unía el profundo amor que sentían por Caroline.
La princesa aguardaba por Luan en su habitación. Él abrió la puerta con una sonrisa y aquello bastó para que se calmara y corriera a sus brazos.
―Todo está bien ―le tranquilizó él luego de un beso.
―¿Ha sido muy duro?
―En lo absoluto. Tu padre es un gran hombre. Me he sentido… ―No tenía palabras, y no pudo evitar pensar en el comportamiento tan distinto que había tenido Timothy con él―. Me he sentido digno de ti ―dijo al fin.
Caroline sabía lo que aquellas palabras querían significar.
―Siempre has sido digno de mí ―le respondió ella enmarcándole el rostro con sus manos.
―Tu padre tuvo sus motivos para hacerte regresar a Europa hace unos meses. A pesar del dolor que he sufrido por tu ausencia, he logrado comprenderlo como padre. Él no se opone a nuestra relación y respeta tu decisión de mudarte conmigo a Timbavati.
―Y me mudaré, Luan. ¡Muy pronto! ―le prometió ella.
―Eso espero, porque si no vendré a buscarte. Y si no te dejan marchar, traeré a Oliver conmigo para que los convenza…
Caroline se echó a reír antes de perderse en sus labios, y abrazarse aún más en contra de su cuerpo. ¡Tenía tantos deseos de él! Sin embargo, en ese momento la puerta se abrió y sus dos hermanos menores entraron corriendo buscando a Luan.
―¡Queremos que nos hables de los leones! ―pidió Winston.
―¿Es cierto que sobreviviste a un ataque? ―preguntó John Albert. Luan se rio. ¿De dónde habían sacado aquello? El pueblo de Liechtenstein había comenzado a tejer historias alrededor de él.
Y aunque Caroline intentó recordarles la importancia de tocar a la puerta antes de entrar, Luan no tuvo corazón para mandarlos de paseo y los hizo sentarse. Con decenas de cuentos sobre Timbavati, los príncipes pasaron la tarde encantados, lejos de la tecnología y de tantas cosas que a veces arruinan la infancia. Carol se quedó junto a Luan, escuchándolo, pensando en el día en que sus hermanos visitaran por primera vez Timbavati y se enamoraran de aquella tierra, del mismo modo que ella lo había hecho.
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