Capítulo 44

Vaduz, Liechtenstein.

Los nervios se apoderaron de él cuando llegaron a Vaduz, la hermosa y pintoresca capital del sexto Estado más pequeño del mundo. Luan estaba acostumbrado a enfrentar a depredadores, trabajar entre leones y hacer safaris en África… Ser invitado por la Casa Real de un Estado europeo lo sacaba por completo de su zona de confort.

―Todo irá bien ―le dijo Caroline a su lado tomándole la mano. Luan se giró hacia ella y le sonrió. Debía estar muy enamorado para aceptar una invitación de esta clase, y ciertamente lo estaba. Carol merecía todo de él, incluso pasar por aquellos días tan cruciales. ¿Y si no le agradaba a su familia?

Caroline también estaba nerviosa. Era el primer novio que llevaba al Castillo. Por increíble que pudiese parecer, Franz nunca fue invitado formalmente. La acompañó a Liechtenstein, pero no durmió como huésped en la propiedad familiar. Sus padres siempre prefirieron visitarlos en Ginebra, así que era una gran distinción la que estaban teniendo con Luan. Tal vez eran conscientes de que el amor que Caroline sentía por él no se comparaba en lo más mínimo con el que sintió alguna vez por Franz. Era extraño decirlo, pero con el tiempo y la perspectiva adecuada la princesa había comprendido que Franz nunca fue el hombre de sus sueños. Luan sí lo era.

El día anterior se habían despedido felices, pero deseando con fuerza la compañía del otro. Sin embargo, Caroline se marchó con su hermano al finalizar la velada, y Luan regresó a casa de Jus. Debían esperar el momento oportuno para estar juntos, aunque en el castillo sería algo difícil de lograr también.

―Luan, sonríe, parece que vas al patíbulo ―se burló Max. Luan sonrió, pero realmente estaba nervioso.

―Debí haberlo pensado mejor antes de hacerme novio de una princesa… ―comentó en voz alta.

―¿Es en serio? ―Caroline se sintió ofendida, pero un breve beso de Luan la hizo comprender que se trataba de otra broma.

―¿Qué te parece? ―le preguntó Max.
Luan no comprendía a qué se refería hasta que vio el castillo. Se encontraba en la cima de una colina, y lo más impresionante era que se hallaba en plena naturaleza, entre montañas y rodeado de vegetación. Parecía salido de un cuento de hadas, y la princesa que al lado suyo sostenía su mano, era la mayor evidencia de que los cuentos sí se hacen realidad.

―Es hermoso. ¡Me gusta la vista que tiene!

―A mí también ―reconoció Caroline, quien siempre había sido amante de la naturaleza.

―El lado este de la fortaleza y algunas paredes orientales datan del siglo XII, otros edificios interiores fueron construidos después ―le contó Max―. Después de las guerras Napoleónicas y tras la caída del Sacro Imperio Romano Germánico, el castillo se deterioró mucho. A comienzos del XX fue que se reconstruyó, y es la residencia oficial de la familia.

―El castillo, como es propiedad privada y la residencia oficial de mi familia, no está abierto al público ―apuntó Caroline―. Esto ayuda mucho a que no seamos una atracción o un museo, sino un hogar.

―¡Menudo hogar! ―Rio Luan quien apreciaba cada vez más de cerca las dimensiones del hermoso Castillo―. ¡Es enorme, Caroline!

―Timbavati también lo es ―le recordó ella―. Puedes perderte en su tierra y en el interior de un gigantesco baobab…

Él la miró cuando hizo mención al árbol, así que se llevó la mano de la princesa a los labios. No tardaron mucho en llegar al castillo. La entrada original estaba flanqueada por torres redondas. En el pario interior había una serie de edificios, entre ellos la residencia real. El lado occidental del castillo había sido remodelado al estilo barroco, y era realmente hermoso.

Al bajar del auto fueron recibidos por los padres de Caroline: Luis y Sofía.

―Bienvenido, Luan ―le dijo el hombre mientras estrechaba su mano con una cálida sonrisa.

―Encantado de conocerlo, su Alteza ―respondió él―. Agradecido por la invitación.

―Puedes llamarme Luis. Ella es mi esposa Sofía. ―Luan iba a besar su mano, pero la mujer le dio par de besos en la mejilla.

Así, de esa manera tan sencilla, había pasado por el difícil momento de las presentaciones. Los padres de Caroline le habían causado buena impresión. Luis, príncipe regente, vestía camisa de mangas largas remangadas y su mujer, un vestido hermoso pero sencillo. Sofía se quedó dos pasos más atrás conversando con sus hijos. Caroline veía alegre cómo su padre se encargaba de hacer sentir bien a Luan en casa.

―Nos alegra que hayas podido venir finalmente ―le dijo Luis―. Teníamos mucho interés en conocerte, pero sabemos que la crianza de los cachorros retrasó tu viaje… ―Hablaba con naturalidad y tocaba el tema de la separación sin temor alguno.

―Así es, los cachorros han demandado mucho de mí en los últimos meses, pero se encuentran muy saludables.

―Lo sé, soy asiduo a tu canal de YouTube ―reconoció el hombre. La expresión en el rostro de Luan reflejó la más grande de las sorpresas―. Y me encanta, debo decirlo. ¿Cómo es que se llama la pequeña? Caroline, ¿cierto? Tengo entendido que la has llamado así en honor a mi hija…

En ese momento Luan quería que la tierra se abriera para ser tragado. ¿En qué momento se le ocurrió llamar a la cachorra como a la princesa? ¡Madre mía! ¡En qué lío se había metido!

―Me hace muy feliz que vea el programa y que le guste. Sobre el nombre de la leona, no quisiera que lo tomara a mal…

―En lo absoluto. ―Luis le colocó una mano en la espalda para tranquilizarlo―. Me parece bien.

―Su hija ayudó a traerlos al mundo. Los alimentó recién nacidos, era una manera de reconocer todo el cariño que les estaba dando a los cachorros…

―Caroline nos ha sorprendido a todos. ¡Ha madurado mucho y estamos felices con eso! Por cierto, no hemos visto el documental, nos encantaría hacerlo esta tarde…

―Estupendo.

―Ven, quiero mostrarte una de las partes más antiguas y hermosas del castillo: la Capilla de la Santa Ana, que data de la Edad Media. Tiene un altar gótico tardío que es nuestro orgullo.

Se dirigieron a la planta baja del ala sur. Allí se encontraba la capilla privada de la familia. En su fachada mostraba el martirio de los diez mil caballeros, y las alas en su interior representaban motivos de Santa Catalina y Sata Bárbara.

―Es precioso ―comentó Luan en voz baja, sobrecogido por la solemnidad del momento.

―Gracias.

Luis se retiró un momento, y retrocedió unos pasos para encontrarse con sus hijos y esposa. Luan permaneció en silencio, admirando el lugar, y se acercó al altar. No sabía explicarlo, pero lo embargó una sensación estremecedora, y fue en ese exacto momento que comprendió que quería casarse con Caroline. Vio nítidamente su futuro, comprendiendo que se pertenecían, por muy distinto que él pudiese parecer, por muy alejado que se encontrase de la realidad de una familia real europea. El amor no entendía de títulos, ni de razas, nacionalidades ni creencias… El amor era simplemente amor.

―¿Pensando en casarte? ―Luan dio un respingo, pues Max prácticamente le había leído la mente. Por fortuna nadie más lo había escuchado―. No sería aquí, en todo caso en la Catedral de San Florián, aunque conociendo a Caroline pienso que insistiría en casarse en Timbavati.

―¡Qué susto me has dado! ―exclamó Luan mirando hacia los lados. La familia real se encontraba al fondo de la capilla. Max se rio.

―Sí, ya sé que es demasiado pronto, pero dudo que no lo hayas pensado… ¿Sabes que William de Inglaterra le pidió matrimonio a Kate Middleton en Kenia? ―apuntó―. Sin duda África tiene algo que atrae, y mucho…

Luan sonrió, pero no dijo nada más. Sin embargo, aquella idea quedó en su mente, y la sensación de haber encontrado a la mujer con la que quería compartir el resto de su vida, no lo abandonó.

Durante el almuerzo, Luan conoció al abuelo de Caroline, Juan Adán, el soberano del Estado, así como a otros de sus hijos, que ya habían llegado al castillo para participar en el día nacional del Principado. Todos lo recibieron muy bien, e hicieron a hablar a Luan sobre Timbavati. Las historias de Luan hicieron reír a más de uno, y mostraron muchísimo interés por la reserva y los animales. Tenían tantos deseos por conocer más del lugar, que acordaron que a las seis de la tarde se reunirían de nuevo para ver el documental. Luan no podía estar más satisfecho. Su primer día en el castillo estaba saliendo bien.

Al terminar de comer, Caroline llevó a Luan hasta la habitación de huéspedes que le habían asignado. Era inmensa y muy bonita. A veces se preguntaba cómo Caroline podría acostumbrarse a vivir sin todo aquello…

―Recuerda que he pasado la mayor parte de mi vida como una persona normal: viviendo en internados, dormitorios universitarios, departamentos… ―le dijo ella, adivinando su pensamiento. Al parecer era demasiado predecible, pues tanto Max como Caroline jugaban a leerle la mente.

―Es un castillo muy bonito, y la colección de arte es impresionante.

―Es cierto. ―Caroline se sentó junto a Luan en un sofá―. Les has agradado a mis padres. En realidad, le has agradado a toda mi familia. ¡No imaginas lo feliz que me siento de ver que todo está fluyendo bien!

Luan suspiró, soltando el aire que venía conteniendo.

―Me siento agradecido. Pese a que el ambiente es sobrecogedor para mí, he percibido la calidez y buena voluntad de tu familia, al punto de hacerme sentir muy cómodo.

―¡Estoy feliz por eso, Luan! No era tan complicado como pensabas, ¿cierto?

―Ha sido más fácil de lo creí ―reconoció mientras le daba un beso.

Caroline se dejó guiar por sus manos, profundizó el beso y se sentó en su regazo para sentirlo más cerca. Estaban perdiendo la cabeza, pero a la princesa no parecía importarle, ella no necesitaba con desesperación… A pesar de sus deseos, Luan la apartó un poco, jadeando.

―¡No podemos! ―exclamó.

―¿Por qué? ―La frustración en su voz lo hizo sonreír.

―Está la puerta abierta, y tampoco es conveniente que la cerremos. ¡No quiero ser corrido del castillo en el primer día!

―Luan, mis padres no son así…

Él frunció el ceño.

―¿A cuántos novios has traído?

―Tú eres el primero. Nadie ha dormido aquí, salvo tú. ―Aquello se sentía bien―. Pero ellos son modernos.

―No quiero arriesgarme, amor mío… Tengamos paciencia ―añadió luego de robarle un beso―. Así garantizo que cumplas con tu palabra y viajes pronto a Sudáfrica.

―¡Manipulador! ―Rio ella―. Te prometo que pronto nos reencontraremos allá… Luan, echo de menos… Echo de menos todo de ti… ―reconoció con voz ronca.

Él la abrazó. La llenó de besos, pero igual se contuvo. Sin embargo, ¡qué bien se sentía el amor! Allí, en el castillo, era como si vivieran en otro mundo, pero igual de especial como cualquier otro donde estuviesen juntos.

El documental impactó a la familia real. Nadie, salvo Max, sabía que Caroline había hecho la narración, así que fue una sorpresa muy bien recibida. Sofía terminó emocionada, y Luis también.

―¡Qué hermoso todo! ―exclamó su madre―. El documental es maravilloso, y tu narración me ha conmovido mucho, hija mía.

―¡Qué sorpresa! ―repuso su padre―. ¡No sabíamos que se te diera tan bien!

―Para mí también fue una sorpresa cuando la escuché por primera vez ―se aventuró a decir Luan―. Justin tuvo una excelente idea, nadie pudo haberlo hecho mejor.

―También lo creo ―apoyó Max―. Estamos muy acostumbrados a que este tipo de proyecto lo narre un hombre. ¿Por qué no puede ser una mujer? ¡La voz de Caroline nos llevó de la mano por Timbavati y esta historia increíble de amor y vida!

―Gracias a todos. ―La princesa estaba ruborizada―. Sin duda fue un reto para mí, pero me satisface el resultado. No sé si tengo la mejor voz, pero sí sé que mi amor por Timbavati es inconmensurable, y eso, de alguna manera, se refleja en la narración.

El amor por Timbavati quedó flotando en el aire. Los padres de Caroline se miraron, pero no dijeron nada.

―Luan, cuéntanos de tus proyectos ―le pidió Sofía, quien quería conocerlo mejor.

Él se aclaró la garganta, aún estaba un poco intimidado por ellos, a pesar de que el ambiente era afectuoso. La belleza de la estancia, y el lujo circundante, lo ponían un tanto nervioso.

―En octubre defenderé mi doctorado sobre inseminación de leones, y seré contratado en la Universidad como profesor e investigador ―les contó―. Mi tutor me ha ayudado mucho para este momento, y me especializaré en la reproducción de los grandes felinos. También hay otro proyecto, más importante incluso, del cual conozco poco aún.

―¿De qué se trata? ―Luis preguntó, aunque era evidente que sabía.

―De una ONG que será creada para el estudio genético y de reproducción de las especies en Timbavati y el Parque Kruger. El financiamiento me permitirá comprar los equipos e insumos necesarios para mi trabajo. Como saben, todo se perdió en el incendio. ―Aún le dolía hablar de eso.

―La chica responsable está presa, ¿no? ―Quiso saber Sofía.

―Tres años de prisión, porque no hubo víctimas, solo daños materiales ―respondió Luan.

―¡Me parece muy poco! ―repuso Caroline, quien hubiese preferido que a Tina le hubiesen dado cadena perpetua por todo lo que sufrieron por su causa.

―De cualquier forma, su carrera está arruinada ―reconoció Luan, quien había aceptado el veredicto con tranquilidad―. Chris, en cambio, corrió con más suerte, fueron apenas unos meses pues no se pudo probar que él supiera lo que Tina pensaba hacer después.

―¡Tampoco estoy de acuerdo! ―replicó la princesa.

―El daño ya está hecho, Carol ―le dijo él mirándola a los ojos y tomándola de la mano, sin importarle que sus padres estuviesen presentes―, solo queda construir el futuro.

Y aquella palabra: futuro, dicha en frente de todos, no se refería solamente al trabajo sino a ellos mismos, como pareja. Los padres de Caroline, al verlos, no tuvieron duda de que en realidad estaban muy enamorados.

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