Capítulo 29
"La sorpresa resultó ser una buena idea”, atinó a pensar Caroline cuando los besos de Luan la silenciaron… Se sintió levantada en peso, en sus brazos, mientras lo alentaba con cada respuesta involuntaria de su cuerpo, a continuar…
Jamás pensó que su vida pudiera cambiar tanto en apenas unos meses. Nunca imaginó que aquel desconocido que una vez criticó su obra, se convertiría en su novio, y que la haría descubrir sensaciones que no pensó que alguna vez experimentaría. Ya no era la misma. Había comprendido que la fotografía conceptual no era lo suyo; que Ginebra ya no le parecía la mejor opción para vivir y que el amor era más de lo que ella una vez creyó. Con Luan estaba descubriendo muchas cosas, entre ellas a sí misma. Literalmente. Luan parecía conocer mejor su cuerpo que ella… ¿Cómo era posible que con él descubriera nuevas terminaciones nerviosas? ¿Cómo un beso en su oreja podía privarla del aliento, o de qué manera las caricias a ambos lados de su rostro encendían algo dentro de ella misma? No tenía manera de desentrañar eso en aquel momento, pero se sentía descubriendo el mundo, otra vez…
África tenía sus secretos, y él se adueñaba de todo su folklore incluso para el arte de seducir y hacer el amor… Las mariposas estaban allí: nuevamente en su estómago. El sobresalto sobrevino cuando Luan la depositó encima de su cama. Las distancias se acortaron, Luan estaba sobre ella, dejando una estela de besos por todo su cuerpo, sin prisas, solo haciendo despertar cada poro de su piel.
Caroline acarició los rizos de su cabello. Hundió los dedos en él. Nunca le había dicho que, además del verdor de sus ojos, le encantaba aquella melena algo enmarañada que Luan cuidaba con esmero pero que, rebelde al fin, mantenía su esencia indómita.
―Me gustas demasiado ―le susurró.
Luan se rio de ella, pero con esa mezcla de sorpresa y satisfacción por aquella frase que le había dicho sin pensar. Ni siquiera le contestó, no podía… Caroline desabotonó su camisa, pero estaba siendo tan torpe que, al final, rompió par de botones.
―Lo siento ―dijo sonrojada.
―Era una camisa nueva ―se quejó en él en voz baja, pero con buen humor.
―Te lo compensaré en Navidad ―repuso ella sin darse cuenta de que estaban en marzo, y que “Navidad” estaba lejos.
Luan frunció el ceño por un instante, mientras terminaba de sacarse la camisa. No hizo ningún comentario, pero si ella hablaba de “Navidad” era porque planeaba que la pasaran juntos. Y se imaginó el futuro, no solo dentro de unos meses, y una sensación de calidez invadió su corazón percatándose de que lo que tenían no era algo meramente carnal, o un amor pasajero, era algo demasiado valioso. Único.
Caroline lo distrajo con sus caricias, explorando la piel de su pecho y abdomen. Amaba tocarlo, siempre tenía esa sensación de que Luan hervía como la arena del desierto. No entendía cómo alguien podría despreciarlo por el color de su piel, o renegar de él. Ella jamás sentiría vergüenza de decir que era su novio. Amaba todo de él, y aunque su color no lo definía como persona, sí lo hacía particularmente hermoso. Y ella admiraba su belleza, como si estuviese observando a un león de Timbavati, con esa majestuosidad que, unida a su gran corazón y brillantez, convertían a Luan en el hombre más increíble que hubiese conocido en su vida.
Él se inclinó para besar su cuello, lo que arrancó un suspiro de los labios de Caroline y la hizo agitarse en la cama.
―Luan… ―susurró. A él le encantaba escuchar su nombre en los labios de ella. Le parecía la voz más melodiosa y el timbre más potente a la hora de aguzar sus sentidos, de sentirse plenamente excitado. Y lo estaba.
Caroline lo percibió, y no solo eso, sintió que el calor se apoderaba de su rostro cuando la presión sobre su muslo que inicialmente había sido únicamente un roce, se sintió cada vez con más fuerza al punto casi de hacer estallar sus pantalones. La princesa no pudo evitar recordar ese comentario que siempre se hace sobre los atributos masculinos y la raza. Aquello era, obviamente un comentario prejuicioso, y tampoco le preocupaba que fuera verdad, pero no pudo evitar “imaginarlo”, “intuirlo”, y en mitad del momento no pudo contenerse y se echó a reír.
―¿En qué piensas? ―Luan levantó la mirada. Había comenzado a besar su escote. Caroline no quiso que se sintiera mal, había sido una risa nerviosa, no una burla.
―Solo estoy nerviosa… ―confesó. De pronto se sentía como una adolescente. Aún era muy joven. Franz había sido su primera experiencia, su primera vez, tal vez ahora estaba experimentando un redescubrimiento, mucho más completo y con una madurez mayor.
―¿Me detengo?
―¡Por favor, no! ―exclamó ella reaccionando. La posibilidad de que él se detuviera la hizo incorporar de la cama con un salto, cayendo sentada.
Esa posición los aproximó aún más. Luan aprovechó para enmarcarle su rostro con las manos y darle un beso más tierno.
―Te amo.
―Yo también te amo, Luan.
―Todo estará bien…
―Lo sé ―respondió ella. Simplemente lo sabía. Aunque estuviera nerviosa, tenía esa sensación de hallarse en el lugar correcto, con la persona correcta. Podía parecer cursi, pero algunas personas tienen esa fortuna de saberlo, y ella “lo sabía”.
Luan profundizó con un nuevo beso, volvió a concentrarse en su cuello, mientras sus manos desabotonaban con delicadeza el vestido de ella que se abría por la parte delantera.
―¿Lo rompo? ―bromeó.
―¡No! ―gritó ella riendo. Era de una importante colección, por más simple que fuera. Y lo amaba. Llevaba varios años con ese vestido.
―¿Entonces qué te regalaré por Navidad? ―se quejó él para distraerla mientras continuaba abriendo los últimos botones. La palabra “Navidad” volvía entre ellos, y significaba “futuro”.
―No lo sé. ¿Un gato? ―dijo de pronto―. En mi casa siempre hubo perros, y me encantaría tener uno… Adoptar uno.
―Tengo leones, no gatos ―se rio él―, pero es una excelente idea. ¿En serio estamos hablando de gatos ahora mismo? ―Lo mejor de todo era que Caroline continuaba hablando de planes.
―Hablemos de leones… De uno. De ti… Luan… ―Dijo su nombre casi como un gemido. La princesa se interrumpió cuando sintió que el vestido ya estaba abierto, dejando al descubierto su sujetador. Luan se estremeció, y recorrió con las yemas de sus dedos el contorno del escote de la joven.
―Cuando llegué a… ―Caroline no podía hilvanar la frase coherentemente―, a… Timbavati, casi me viste desnuda…
―Así es, pero no es lo mismo que ahora. En aquella ocasión estaba nervioso, apenas si vi nada… Hoy te estoy viendo por primera vez, y es una visión que me está volviendo loco… ―La voz ronca de Luan se escuchó extraña, como si hubiese sido dicha por otra persona. El biólogo terminó de quitar el vestido y lo lanzó lejos de ellos, cayendo al suelo.
Caroline quedó vestida exclusivamente por la ropa interior de encaje de color blanco.
―Eres bellísima. Todavía no sé cómo… ―Un beso de Caroline lo silenció. Las dudas se marcharon con ese beso, y Luan se perdió en su boca mientras, con sus hábiles manos, abría el cierre del sujetador. La prenda blanca se deslizó, dejando a Caroline desnuda, vulnerable, expuesta.
Luan sintió como se estremecía contra su cuerpo. Los pezones, erectos, rozaron la piel de su pecho, y él la apartó un poco para mirarla, y volver a decirle lo hermosa que era… Caroline se ruborizó y cerró los ojos. Las manos de Luan tomaron sus pechos en una caricia que la hizo gemir de nuevo. Lo hizo con delicadeza, como quien acaricia una Protea Rey, la flor nacional de Sudáfrica que una vez le regalara por San Valentín y eso mismo le susurró al oído: “su flor”.
―Caroline ―dijo él de pronto―, puesto que esto fue idea tuya y me sorprendiste, ¿tienes protección?
"Oh, ella no había pensado en ese detalle".
―Tengo un implante anticonceptivo ―declaró.
―Te aseguro que me he chequeado y estoy bien. Puedes confiar en mí.
―Estupendo, entonces no tenemos ningún problema. ―La princesa volvió a abrazarlo.
―No, salvo por el hecho de que me encantaría probar un protocolo contigo, igual que con Gertrude…
Caroline soltó una carcajada.
―¿De inseminación? Artificialmente no, ¿verdad?
―Claramente que no.
Dejaron de hablar de ciencia. Luan la beso, se colocó sobre ella y Caroline se dejó guiar por el ritmo lento que él, inicialmente, impuso. Dejó que la besara, en todas partes, pasando de sus pechos a su abdomen y llegando a la última prenda de lencería que la cubría. Luan se deshizo de ella, rozó su sexo con sus dedos y Caroline se estremeció, jadeó, se movió afiebrada en el lecho, deseando algo que solo él podría darle. El biólogo lo intuyó así que deslizó un dedo entre sus pliegues. Lo invadió la humedad que, como un preludio, le anunciaba que ella estaba lista. Un segundo dedo, el calor lo recibió, llenándolo de deseos, de ansias, y fue entonces que Caroline, anhelante, dijo que no podía soportar más…
Luan comprendió lo que aquello significaba, terminó de desnudarse pues Caroline apenas podía incorporarse. Su erección palpitaba, urgente, contra el muslo de la princesa. Ella lo admiró, lo escudriñó a pesar del deseo que la dominaba pues no había dejado de estar un poco nerviosa… Verlo desnudo tampoco alejaba el sobresalto de su corazón, porque Luan era como una estatua antigua, donde cada parte de su anatomía había sido creada con el más sumo de los cuidados, labrada con el más preciso de los detalles…
―Ven, Luan, ven… ―le reclamó ella atrayéndolo. Apartó los temores que la invadían, puesto que no era momento de echarse atrás. ¡Lo necesitaba tanto!
Él accedió, gustoso, y se colocó sobre ella. Volvió a besarla toda, como si no tuvieras prisas, aunque el calor de su miembro se hallaba acechando la abertura al camino del placer. Cuando no pudieron contenerse más, cuando se conocieron íntimamente en aquel preludio delirante, Luan se fue hundiendo lentamente en ella, con cuidado, hasta sentir que había nacido para estar en ella.
Caroline sintió una sensación inicialmente de alivio, “al fin”, pensó cuando lo sintió dentro de ella, pero pronto la tensión la invadió de nuevo, llevándola al más excelso éxtasis. Ella fue la primera en llegar, y Luan disfrutó de verla explotar en sus brazos, tan pronto, tal lista, tan húmeda… Sonrió de satisfacción, y Caroline la miró en sus labios, sintiéndose tentada a devolverle el favor y demostrar que, no mucho después, él tampoco podría mantener esa contención.
La princesa, urgida de más, lo empujó suavemente con sus manos. No podía con Luan, pero él comprendió lo que deseaba ―habían tenido un poco de ello la noche en la que Justin los interrumpió en el sofá―. Se dejó caer en la cama, y Caroline, abandonando el pudor que pudiese haberla asaltado, se colocó encima de él, con precisión, como una pieza de puzzle que encaja en su sitio.
La espiral ascendente volvió a dominarlos, era una danza que comenzó siendo lenta y que luego se intensificó llevándolos a desfallecer. Luan continuaba el ritmo de Caroline, se complementaban muy bien, se amaban, pero no tardarían en conquistar el punto más alto de aquel ascenso a las nubes. Ella sudaba mucho, Luan estaba empapado a pesar del aire acondicionado, y el calor se apoderaba de sus sentidos, como si estuviese muy cerca de…
―Carol… ―dijo él antes de estallar, jadeando, al borde de la desazón.
―Luan… ―respondió ella dejándose caer sobre su pecho realmente exhausta. Habían llegado juntos esta vez, y la sensación que experimentaban era estremecedora―. Te amo, a ti, solo a ti…
Luan cerró los ojos, era justo lo que deseaba escuchar. La abrazó contra su cuerpo, besó su frente empapada y respondió que también la amaba, como no había amado a nadie en su vida. Y ese descubrimiento, tan sobrecogedor, le daba el más grande de los placeres, pero también el mayor de los temores: el de perderla. No podía. No ahora que era suya, y qué él se había entregado también a ella. No podría renunciar a Caroline, y esperaba que la vida no la apartara de su lado jamás. Con esa petición al destino, y con Caroline aún sobre su cuerpo, se quedaron profundamente dormidos.
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