Capítulo 22
Luan se hallaba en el jardín, con su sobrina Ashanti sobre sus piernas. Todo estaba listo para la pequeña celebración de los Edwards. Una mesa con el pastel, música, buenos amigos charlando, y la familia pasando una tarde especial.
Alika estaba muy hermosa, vestida de color verde, y sobre todo estaba feliz de tener a su familia con ella. Cumplía treinta años, y debía celebrarlo. A su lado, haciendo los honores de la casa, estaba su marido, Robert, quien también era médico.
No eran más de veinte personas, así que era un círculo bastante estrecho. La novedad era que, dentro de poco, debían llegar sus Altezas reales acompañados por Justin y Charlie, quien iba en calidad de invitado. Kande no dudó en extender su invitación cuando supo que Maximilen estaba en Ciudad del Cabo.
A Luan la noticia le cayó como un balde de agua fría y la interpretó de una mala manera. Creyó que, si Max acudía a la celebración, era para controlar los pasos de su hermana y asegurarse de que se mantuviera lejos de él. "¿Acaso Franz no le había dicho muy claramente que él se oponía también a su relación con Caroline?". Estaba predispuesto, lo sabía, pero no podía evitarlo. Para él, esa era toda la explicación.
Su padre, quien lo conocía como a la palma de su mano, se acercó a él mientras tomaba un poco de cerveza.
―Pensé que estarías más contento ―observó.
―Estoy feliz de estar con Alika, Robert y mi adorada sobrina, pero no estoy cómodo con los invitados que llegarán...
―Te refieres al hermano de Caroline, ¿cierto?
―Cierto. ¿Has olvidado lo que sucedió esa noche? La familia de Caroline se opone a que nos relacionemos, y si ese príncipe o quien sea viene es para garantizar que no se acerque a mí.
―O, quizás, sabe que se equivocó y quiere conocerte ―repuso Quentin con buen juicio―. Si quisiera oponerse habría disuadido a Caroline de venir. A fin de cuentas, esta no es su familia ni era una obligación para ella asistir. Por el contrario, el que vengan ambos es señal de buena voluntad hacia nosotros. Piensa en eso, hijo, y alégrate un poco. Con esa cara de amargado vas a espantar a todos, inclusive a nuestra bella Ashanti...
La niña al escuchar su nombre se echó a reír, aunque no entendía nada. Al orgulloso abuelo le brillaban los ojos, y Luan le hizo cosquillas para que volviera a sonreír.
Unos instantes después, Caroline, acompañada de su hermano, Justin y Charlie, hicieron entrada en el jardín. Se hallaban a cierta distancia de ellos, pero él pudo observar lo bonita que se encontraba con su vestido lila. Carol iba saludando a todo el mundo con gran sencillez y llevaba un presente en las manos para Alika.
Kande la abrazó con gran cariño, le presentó a algunas personas y la llevó a dónde estaba su hija y yerno. Se hicieron las presentaciones, Carol entregó el regalo, conversó un poco con Alika y se rio de algo que ella le decía. Al parecer, su princesa estaba de muy buen humor.
Luan se puso de pie cuando el grupo llegó hasta él. Tenía a Ashanti en los brazos, pero de igual manera se las ingenió en estrechar la mano de Maximilian y del resto.
―Él es mi hermano ―comentó Caroline, quien tenía el corazón acelerado luego de saber la verdad―. Max, él es Luan.
―Es un placer ―respondió―. Creo recordar que nos vimos en Ginebra durante la exposición de mi hermana, pero no nos presentaron.
―Así es. El placer es todo mío.
Charlie y Jus, luego de saludar también, se retiraron a la mesa de los aperitivos para comer algo, dejando a los hermanos solos con Luan.
―¡Qué hermosa niña! ―exclamó Caroline.
―Es Ashanti, la pequeña de la familia.
―¿Me permites cargarla? ―pidió la princesa quien estaba enamorada a primera vista de la pequeña.
―Por supuesto. ―Luan depositó cuidadosamente a la niña en sus brazos.
―Es un amor ―comentó Carol sonriendo.
―Un trozo de amor que necesita un cambio de pañal, según huelo. Ashanti, ¿cómo le haces eso a Caroline? ―La pequeña volvió a reír.
Luan era un excelente tío, y Carol disfrutó de la ternura con la cual le hablaba a su sobrina.
―La llevaré a cambiar ―señaló Luan, intentando recuperar a su tesoro maloliente.
―No te preocupes, yo la llevo junto a Alika y le echo una mano ―le respondió la princesa con naturalidad. Y antes de que Luan pudiese responder, la joven se alejó con la pequeña Ashanti.
Luan miró a Max, se habían quedado solos y no sabía bien qué decirle. Estaba nuevamente incómodo, aunque tal vez estuviera juzgando mal al príncipe.
Max, por su parte, no dudó en sentarse y tomar una botella de cerveza de un balde con hielo que tenía al lado. Luan no sabía que los príncipes tomaran cerveza, pero no comentó nada y se limitó a tomar otra para él.
―¿Hasta cuándo estarás en Sudáfrica?
―Hasta el martes ―respondió Max luego de tomar un sorbo―. El lunes me alojaré con Caroline por una noche en Timbavati, y resolveré algunos asuntos. Me encantaría que me mostraras el lugar, mi hermana habla maravillas de la reserva.
―Por supuesto, con gusto. ―Luan advirtió que Max estaba siendo más amable de lo que hubiese imaginado.
―¿Qué es lo que más te gusta de mi hermana? ―preguntó con naturalidad.
Luan se ahogó con un poco de cerveza y escupió parte en el césped del jardín. Varios de los presentes lo miraron sorprendidos, pero continuaron en lo suyo. Max se rio.
―Era solo una pregunta, amigo ―le dijo dándole una palmada en la espalda para ayudarlo a recuperar el aliento.
―Ya. Una pregunta muy casual. ―Luan no pudo evitar sonreír.
―¿Y qué es lo que más te gusta de ella?
―Podría decirte muchas cosas ―respondió, meditando cada palabra―, como por ejemplo que es preciosa, o muy talentosa, pero lo que más me impresiona es su sensibilidad y su sencillez. He visto a Caroline bajo el Sol por horas para lograr una buena toma, y jamás se queja. Se ha enamorado de Sudáfrica como si hubiese nacido aquí. El brillo que veo en su mirada cuando le muestro algún lugar nuevo jamás se lo había visto a otra persona ―sin poder evitarlo recordó el paseo en globo y el safari―, y es imposible no sentirse a gusto ante su calidez. Puede ser frágil, pero en otras ocasiones demuestra una fuerza increíble. Me encanta la pasión que pone en sus proyectos, y la manera en la que me veo reflejado en sus ojos...
―¿Por qué? ―Max no había comprendido.
―Porque me sorprende la forma en la que me mira, como si no existieran barreras, o como si yo fuese mejor de lo que en realidad soy. ―La voz se le afectó un poco al decir esta última parte, había sido demasiado sincero.
―Me agradas, Luan. ―Max le sonrió con amistad―. Eso que has dicho de mi hermana ha sido muy bonito.
―Gracias ―respondió él―, pero me resulta extraño que alguien que me pidió que me separara de ella, ahora me haga estas preguntas.
―En eso comentes un error. Yo jamás pedí que te separaras de ella...
―Tus padres entonces. En cierta medida los comprendo.
―Mis padres ignoran que Caroline desapareció contigo varias horas; yo también lo desconocía hasta hace poco.
―¡No comprendo! ―exclamó desconcertado―. Franz dijo...
―Franz dijo muchas cosas, pero mintió. Jamás hicimos una exigencia de esa clase, ni siquiera estábamos al tanto... Franz solo quiso separarte de Caroline, puesto que comprendió que algo sucedía entre ustedes. Fue muy mezquino de su parte utilizar ese ardid y a la Casa Real para sus oscuros propósitos, y ya me encargaré de presentar una queja en la Embajada.
Luan asimiló las palabras poco a poco...
―¿Eso quiere decir que no existe prohibición alguna para acercarme a Caroline?
―No, no existe ―respondió con firmeza.
―¿Y cómo la verdad ha salido a la luz?
―Por Justin, es un gran amigo de los dos y estaba preocupado por Caroline.
Luan miró en dirección a la princesa, en esta ocasión estaba conversando con su madre y Ashanti reposaba en su coche medio dormida a su lado.
―¿Ella ya lo sabe?
―Sí. Se lo conté justo antes de que viniéramos.
Luan se quedó pensativo, observándola a lo lejos. "¡Carol ya sabía que le había mentido! ¿Qué pensaría al respecto? ¿Qué haría a continuación?".
―Maximilien, te agradezco esta conversación ―dijo con voz queda―. Me dolía en el alma haberle mentido a tu hermana, pero creía que hacía lo correcto. El trabajo es importante para Caroline, y si su estadía con nosotros dependía de mi lejanía, pues estaba dispuesto a hacer ese sacrificio. Ahora me siento más libre, y agradezco que ella sepa la verdad.
―¿Hay un "pero" en todo esto? ―preguntó Max dándose cuenta de que el sudafricano continuaba algo triste.
―Aunque Franz haya mentido, hay algo que es absolutamente cierto: yo no estoy a la altura y es probable que tus padres no lo aprueben. Ahora no lo saben, pero, ¿y si más adelante se opusieran como realmente pensé que lo hicieron? Caroline y yo vivimos en mundos distintos. No se trata de una intriga de Franz sino de una realidad. Fui algo ingenuo al creer que podía sobreponerme a las diferencias que existen entre nosotros, pero la verdad es que no estamos destinados a estar juntos.
―Entonces no la quieres tanto como yo pensaba o como me dijo Justin ―Max tomó un sorbo de cerveza―, porque cuando uno quiere de verdad es capaz de vencer hasta el más difícil de los obstáculos. Mis padres no tienen esos prejuicios, Luan. Jamás los han tenido. Lo que Franz dijo es un absurdo. Esa jamás sería la actitud de nuestros padres.
―Soy negro, vivo en Sudáfrica, soy científico. ¡No tengo mucho para ofrecerle!
―Le has mostrado un mundo nuevo, y ella está feliz. Es demasiado pronto para decidir si van a mudarse juntos y a dónde, pero creo que merecen al menos la posibilidad de vivir su historia, si es que realmente lo desean. Sobre el color de tu piel, puedo mostrarte algo que te sorprenderá... ―Max sonrió mientras extraía de su bolsillo su teléfono celular en busca de una foto―. Ella es Angela Brown o, mejor dicho: Angela de Liechtenstein. Se casó con mi tío Maximilian en el año 2000 y llevan un feliz matrimonio. Angela nació en Panamá, pero tiene ascendencia africana, como puedes apreciar, pero eso no impidió que formara parte de nuestra familia.
Luan se quedó sorprendido. La mujer de la foto era negra, y princesa luego de su matrimonio con un miembro de la Casa de Liechtenstein.
―¡No tenía idea! ―exclamó.
―Ya ves que para nuestra familia no serías gran novedad... ―le dijo en tono de burla para aligerar el ambiente―. ¿Caroline nunca te lo había dicho?
―No ―reconoció.
―Hizo bien. Esto que te he contado no debería asombrar a nadie. Debe tomarse como algo normal, y así hacemos nosotros. Lo importante es que mi tío es feliz, y lo importante es que Caroline también lo sea. Si eres tú el hombre de su vida, no será el color de tu piel o tu nacionalidad quienes te aparten de su lado, sino tus propias acciones. No te tenía como a un hombre cobarde, Luan.
―No lo soy.
―Pues ya conoces toda la verdad. El resto depende de ti. Y de ella ―añadió mirando a su hermana―. Por cierto, mañana pensamos ir a la playa, ¿te sumas?
―De acuerdo. ―Luan estrechó su mano en señal de agradecimiento. Había juzgado mal a Max. Era un excelente chico, y por su oportuna intervención había recuperado la esperanza respecto a Caroline―. Gracias por todo.
―No me lo agradezcas. He sido justo, y estoy velando por la felicidad de mi hermana, que para mí es invaluable.
Caroline estaba nerviosa. Había visto a Max conversar con Luan, y aunque imaginaba el contenido de la plática, no conocía los detalles ni la manera en la que había reaccionado el sudafricano. Kande se acercó a ella, quien continuaba observándolos desde la distancia. Ahora charlaban más agradablemente e incluso se reían de algo, mientras se tomaban una segunda cerveza.
―Parece que se han hecho amigos ―comentó Kande a su lado con una sonrisa.
―Eso me hace feliz.
―A mí también ―repuso Kande, quien creía que Max se oponía a su relación.
―Hoy finalmente supe lo que Franz le dijo a Luan la noche del accidente.
―¿Luan te contó?
―No, fue mi hermano. Justin lo puso al tanto y Max supo de inmediato que se trataba de algo turbio. Ni él ni mis padres estaban al tanto de nuestra desaparición. Todo fue orquestado por Franz para hacer que Luan se mantuviera alejado de mí ―le narró―. Max debe haberle dicho ya la verdad...
―¡Oh! ¿Entonces se trató de un engaño?
―Sí. Ni mis padres ni mi hermano hubiesen tenido jamás esa conducta. Por eso Franz insistió en que no me lo dijeran, porque sabía que, de hacerlo, yo descubriría que no era cierto. Los conozco lo suficiente para saber que son personas de bien que no se dejan llevar por los prejuicios.
―Siento mucho los momentos tan difíciles que han vivido. Luan no la ha pasado bien.
―Yo tampoco ―reconoció Caroline―, y me pregunto si, a pesar de saber la verdad, las cosas podrán remediarse.
―Eso depende de ambos y de sus sentimientos. Espero que puedan reencontrarse ―les deseó Kande de corazón.
La charla se interrumpió cuando llegó el momento de apagar las velas de la tarta. Los invitados se reunieron en la mesa, y Caroline estaba a cierta distancia de Luan, pensativa, ansiosa, anhelante... No sabía qué decir ni qué esperar de él.
Alika apagó las treinta velitas de una única vez y repartió el pastel a cada uno de sus invitados. Luego la música comenzó a sonar y algunas parejas se decidieron a bailar. Max conoció a una chica a quien le propuso compartir una pieza; Kande y Quentin se animaron, al igual que Alika y su marido. Justin sacó a la pista a Charlie, para vergüenza de este último quien apenas si sabía moverse al ritmo de la música. Caroline miró a cada uno divertirse, sin advertir que alguien llegaba a su lado:
―¿Quieres bailar? ―La voz de Luan la erizó de pies a cabeza.
―¿Bailar? ―Carol se miró en sus ojos, como hacía mucho tiempo que no hacía―. No conozco este ritmo y...
―Yo te muestro. ―Luan colocó su mano en la espalda para llevarla al centro del jardín y Caroline se dejó conducir.
Una canción lenta sucedió poco después, haciéndolos acercarse más el uno al otro. A Luan no le salían las palabras de los labios. ¡Quería decirle demasiadas cosas! Sin embargo, permanecía en silencio, disfrutando de tener a Caroline en sus brazos y de su perfume embriagando sus sentidos. ¡Le parecía un sueño que su amor hubiese dejado de estar prohibido!
―Gracias por las flores ―comentó ella de la nada―. No había tenido oportunidad de decírtelo.
Mencionar San Valentín los hizo sentir un poco nerviosos. Luan no se había atribuido la titularidad del envío, pero era inútil esconderlo por más tiempo.
―Por nada ―respondió con voz ronca―. Me alegra que te hayan gustado. Ya sé que recibiste otras flores, pero...
―Las tuyas fueron mis favoritas ―le interrumpió la princesa―. Las únicas que deseaba recibir.
Luan asintió y continuaron bailando. No estaban preparados aún para conversar seriamente. Sin embargo, había cosas que, sin necesidad de decirlas, eran comprendidas a la perfección.
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