Capítulo 2
Después de cenar juntos en el conocido restaurante Bayview para celebrar, Carol despidió a su hermano. Maximilien se había reencontrado con un viejo amor de la adolescencia y se iban juntos a su hotel. Al día siguiente regresaría temprano a Inglaterra, por lo que era una despedida.
―Te prometo que nos veremos pronto ―le susurró al oído antes de terminar el abrazo―, y a ti también, Franz ―añadió en voz más alta.
El aludido le estrechó la mano a su cuñado y le deseó buen viaje. Había llegado tarde a la exposición, pero al menos asistió. Eso le había valido a Caroline para olvidar el mal sabor de su ausencia en un momento tan importante para ella. Había puesto una piedra sobre todo eso, y pensaba que las cosas estaban bien.
Franz era muy apuesto: cabello dorado, alta estatura y ojos grises que escondía detrás de sus gafas. Era muy inteligente, y eso era lo que más admiraba de él. Tenía una capacidad inagotable de trabajo y le gustaba ayudar a las personas. Caroline lo miró de reojo y se abrazó a él antes de subir al auto. A Franz le gustaba conducir y evitaba a toda costa a empleados de su novia; aún no se había acostumbrado a que un coche con su personal de seguridad siempre lo siguiese cuando estaba con ella. Podía ser algo realmente molesto.
Llegaron a casa y la joven se descalzó; caminó sobre la alfombra hasta dejarse caer en el sofá.
―¿Realmente te gustó? ―le preguntó.
―¿La exposición? ―Franz estaba un tanto distraído.
―Sí.
―Estuvo excelente.
―Una persona me dijo que mis fotos eran inteligentes, pero que no le habían emocionado nada ―comentó. Por primera vez en toda la noche volvía a recordar al hombre de tez de bronce y ojos esmeraldas con el que había hablado.
―Probablemente fuese alguien que no sabe nada de arte. ―Franz se sentó frente a ella y se libró de la corbata que llevaba.
―Tal vez tengas razón.
Caroline permaneció unos instantes más pensando en ello, y se distrajo con el recuerdo de aquel enigmático hombre. ¿Habría descubierto al fin que era ella la fotógrafa de la exposición que lo había aburrido? No dejaba de ser sorprendente que hubiese acudido alguien que no la conociese... Despertó de sus cavilaciones cuando recordó que tenía algo muy importante que hablar con Franz.
―¿Qué era eso que debías decirme?
―Mejor lo dejamos para mañana, estoy cansado. ―Franz intentó marcharse, pero Caroline lo detuvo.
―Es importante, por favor, dime. No podré pegar un ojo en toda la noche si no me lo cuentas.
―No exageres ―replicó―. Me temo que tampoco puedas dormir si te lo digo ahora.
La princesa frunció el ceño y se levantó de su asiento.
―¿De qué se trata?
Franz suspiró, sabiendo que no podría demorar más el asunto.
―He sido designado como attaché culturel de una Embajada ―contó al fin.
―¡Agregado cultural! Eso es muy bueno, Franz. ¡Felicitaciones! ―exclamó ella con verdadera alegría. Iba a darle un beso cuando comprendió que algo no estaba bien.
―Carol, es en la Embajada de Suiza en Sudáfrica ―precisó en voz baja―. Me mudo a Pretoria a comienzos del año próximo.
Caroline se sentó con cuidado de nuevo en el sofá. Ciertamente no estaba preparada para un puesto tan lejos, pero tampoco era el fin del mundo.
―De acuerdo ―afirmó―. Nos mudaremos juntos. Prometo que te apoyaré siempre. Sé que este trabajo es importante para ti. Puedo continuar mi carrera desde...
Un ademán de Franz la interrumpió. Esta vez fue él quien se colocó de pie y comenzó a dar vueltas por la habitación.
―No estás comprendiendo: me voy solo.
―¿Qué? ―balbució ella―. ¿Por qué dices eso? ¡Yo quiero ir!
―Caroline, tu familia jamás lo permitiría.
―Hace mucho tiempo que soy mayor de edad ―le recordó.
―Pero eres parte de la familia real y tienes deberes que son incompatibles con el de esposa de un diplomático en África.
―Serían unos años... Franz, estoy dispuesta a estar a tu lado ―le rogó con lágrimas en los ojos.
Él sintió un fuerte dolor en su corazón, pero creía que hacía lo correcto. Se acercó y le acarició su mejilla antes de responder:
―No puedes pretender mudarte por años a Sudáfrica, cariño. No tiene sentido. Si ya me estoy volviendo loco con tu equipo de seguridad, imagina si viviéramos en Sudáfrica. Entorpecerían totalmente el trabajo de la Embajada.
―Puedo renunciar a todo eso.
―Los dos sabemos que es imposible que tu familia lo permita ―insistió.
―¿Y si papá mueve sus influencias para que te coloquen en un puesto semejante pero aquí en Europa?
El rostro de Franz enrojeció ante la sugerencia.
―¡Por supuesto que no! Quiero obtener mi puesto de trabajo por mis méritos, no por estar saliendo contigo. ―Las palabras fueron dichas con cierta acritud―. ¡No puedo creer que hayas dicho eso!
―Lo siento, Franz. ―Caroline intentó abrazarlo, pero no pudo―. Te prometo que no interferirán, pero permíteme ir contigo. Podemos casarnos y...
―Lo siento, Caroline ―la interrumpió―. Sé que no es un buen momento para decirte esto, pero si te vas conmigo es inevitable que tu familia intervenga de una forma u otra. A los pocos meses me transferirán de puesto a otro sitio alegando cualquier excusa, y todo el mundo sabrá que habrá sido por ser tu esposo. Es mi reputación la que está en juego y quiero este puesto.
―¿El puesto es más importante que yo? ―Una lágrima de decepción bajó por su mejilla―. ¿Estás terminando lo nuestro?
―No estoy terminando. Te quiero, pero me voy a Sudáfrica. Lo nuestro durará lo que tenga que durar. Podrás visitarme y...
Caroline se enjugó las lágrimas con sus manos y sonrió con tristeza.
―No pienso continuar contigo, Franz. No después de lo que me has dicho. Si no quieres crecer conmigo a tu lado, si no me ves como a una compañera de vida o a una esposa, no tiene sentido que prolonguemos lo inevitable. Te quiero ―confesó con voz trémula―, pero no al punto de continuar una relación que para ti es un problema. Tarde o temprano terminarías rompiéndome el corazón, así que prefiero que haya sido esta noche.
―Carol, no es así... ―Franz intentó detenerla, pero ella prosiguió su camino rumbo al dormitorio.
Cuando cerró la puerta, se echó a llorar. Franz lo pensó mejor y no la buscó más. Esa noche dormiría en la habitación de huéspedes mientras Caroline recogía todas sus pertenencias para marcharse de allí. Al amanecer, apenas había pegado un ojo, pero estaba convencida de su decisión. Franz ni siquiera la sintió marchar, continuaba profundamente dormido, sin ningún peso en su conciencia.
Luego de desempacar en un hotel, Caroline se sentía muy sola. Decidió llamar a su chofer para salir y preparó un neceser con lo indispensable para pasarse el día en el único lugar donde se sentiría mejor: la casa de Justin. El vuelo privado de su hermano Max ya había partido, por lo que ni siquiera con él podía hablar. Ante la distancia que los separaba, prefería no preocuparlo.
Había estado allí miles de veces y no era la primera vez que se quedaba algunos días con él cuando Franz se iba de viaje. Era algo temprano, pero sabía que Justin no tendría reparo alguno en recibirla. El chico tenía un cómodo y lujoso departamento en Plain Palais; vivía solo, salvo cuando tenía novio y llevaba el último año sin tener a nadie serio, por lo que Carol esperaba no interrumpir nada.
Charlotte, su jefa de seguridad, y Charles, su guardaespaldas, despertaron a Justin, revisaron su departamento para corroborar que todo era seguro ―algo que hacían siempre―, y luego Carol subió. Aunque no amaba en lo más mínimo aquellos protocolos, no le quedaba más remedio que obedecerlos.
―Menudo buenos días me han dado esos dos ―se quejó Justin ahogando un bostezo―. El portero me avisó que estaban subiendo, pero no creía que vinieras tan temprano.
―No te quejes, has dormido más que yo. ―La princesa le dio par de besos y entró al lugar.
Justin permaneció mirándola en silencio: estaba demacrada y en efecto con signos de no haber conciliado el sueño.
―¿Qué sucedió?
―Franz y yo nos hemos separado ―contó―. Me he ido de casa.
Justin no se lo esperaba. Franz no era su amigo, pero creía que se iban a casar.
―¡Cielos! ¿Por qué?
Caroline se aclaró la garganta y narró todo lo acontecido la víspera. Las horas transcurridas no habían aliviado en nada su tristeza y Justin comprendió que estaba destrozada; la acogió entre sus brazos y le dio un beso en la frente.
―Es un estúpido. Cuando recapacite será demasiado tarde, porque ya habrá perdido su oportunidad. Aún no sabe bien lo que hizo.
―Creo que sí lo sabe.
―Franz es demasiado egoísta y no le gusta tener al lado a una mujer que vale más que él.
―Jamás he pensado eso ―le reprochó.
―Claro que no, pero él solo mira dinero y títulos; por supuesto que sabe que tu mayor valor radica en la persona que eres, pero cuando lo vea con claridad será demasiado tarde ―repitió―. Soy medio brujo. ―El comentario la hizo sonreír a su pesar.
―Gracias por recibirme. ¿Puedo quedarme hoy? El hotel es demasiado impersonal.
―Por supuesto que puedes quedarte todo el tiempo que desees. ―Le dio otro beso―. Creo, no obstante, que deberías tener tu propia casa.
―Ya veremos.
―¿Piensas realmente volver con él y mudarte a Sudáfrica? No me lo tomes a mal, no lo digo por el país, sino por la compañía... Franz no es hombre para ti. En fin, ya lo dije. ―Se llevó la mano al corazón―. Nunca me agradó y ahora mucho menos.
―Lo extraño ―reconoció la princesa―, pero no sé aún lo qué haré. Necesito algo de tiempo.
Justin la abrazó.
―Eres el amor de mi vida. Lástima que sea gay...
Caroline soltó una carcajada y lo besó en la mejilla, pero su humor se fue por la borda cuando leyó un par de artículos de críticos especializados que hablaban de su exposición de forma poco halagüeña: "Nada nuevo que ofrecer" ―decía uno―. "Gran expectación por la primera exposición de la princesa, pero decepcionó al final" ―decía otro.
―¿Cómo pueden decir eso? ―exclamó Justin airado―. ¡A todos nos encantó!
―Tal vez tengan razón ―expresó Caroline con voz apagada―. Los halagos venían de personas poco objetivas. Los amigos y otros tantos que pretenden adularme hablaron maravillas, como era de esperar. Sin embargo, tal vez la crítica tenga razón.
―¡Tonterías! Estudié cine, cariño. Sé exactamente de lo que hablo. Tus fotos son realmente buenas.
La princesa negó con la cabeza, hundida en su depresión, y pensando una vez más en el caballero de bronce de ojos verdes que fue el primero en decirle la verdad. Estaba decepcionada de sí misma, y profundamente agotada.
El sonido del intercomunicador quebró el silencio, y Justin se acercó a hablar. Se trataba de Charlotte, la jefa de seguridad de Caroline. La voz de la dama fue perfectamente audible:
―Aquí abajo tengo a un visitante que afirma estar citado por usted para un asunto de trabajo. Su nombre es Luan Edwards ―dijo la mujer.
―¡Diablos! ¡Lo había olvidado! ―exclamó Justin apenado―. Aguarda un momento.
El dueño de la casa soltó el botón del intercomunicador y se giró hacia la princesa:
―Lo siento, ya habíamos quedado, pero...
La joven lo interrumpió con un ademán:
―No te preocupes, recibe a tu amigo. Yo iré a descansar un rato a la habitación de huéspedes. Muero de sueño ―añadió mientras se ponía de pie.
―Gracias, corazón. Se trata del amigo que invité a tu exposición. Vamos a hablar de trabajo. Por cierto ―recapacitó de pronto―, él me dijo anoche que te había conocido.
Caroline se encogió de hombros.
―Anoche conocí a muchas personas, pero su nombre no me es familiar. No te preocupes, cariño, recibe a tu visita. Soy yo quien está invadiendo tu espacio. ―Carol le lanzó un beso antes de marcharse a la habitación.
Justin se acercó al intercomunicador y mandó a subir a su amigo.
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