Capítulo 18

Lo primero que Caroline hizo cuando amaneció, fue ir a casa de Luan. Charlie mismo se brindó a llevarla, sin cuestionar la decisión de la princesa. Ella lo agradeció, al menos Charlotte no había dado indicaciones que restringieran sus encuentros. ¡Ella tampoco lo hubiese permitido, pero era mejor así!

Caroline llegó con el corazón en un puño, pero para su sorpresa, por más que llamó a su puerta, nadie atendió. “¿Estaría durmiendo?”. Aquello le pareció raro. Con un mal presentimiento, la joven pidió que la llevasen al área principal del hotel. Se encontró a parte de sus compañeros desayunando al aire libre. Se acercó a la mesa para desearles los buenos días y responder a su preocupación.

―Caroline, ¿estás bien? ―preguntó Mila.

―Sí, muchas gracias.

―Nos tenías muy preocupados ―comentó Eva―. Cuando vimos que apareció la policía…

―Eva, ya eso pasó ―la reprendió Kate por lo bajo―. Lo importante es que estás aquí con nosotros.

―Gracias, yo también me alegro de estar con ustedes ―susurró Caroline.

―Sin embargo, pudo haber metido a toda la producción en un gran lío ―apuntó Chris―, y retrasar el rodaje.

―Pero no ha sido así ―se apresuró a decir Percy, conciliador―, así que dejemos a Caroline en paz. ¿Te parece?

Chris se encogió de hombros y continuó devorando su bocadillo con gran apetito. A su lado, su hermano, no emitió palabra alguna.

Caroline no entendía por qué no les agradaba mucho. De todo el grupo, eran los menos amables con ella. A pesar de su actitud, tuvo que reconocer que Chris tenía razón: había puesto al rodaje en riesgo, y aunque Justin no se lo hubiese reclamado, debía pensar lo mismo. Se sentía mal por no haber hecho su trabajo, y mucho peor por no haber tenido noticias de Luan.

―¿Dónde está Justin? ―preguntó.

―Desayunando en su lodge ―contestó Martin―. Ha dicho que hoy terminaríamos de grabar en el laboratorio.

Caroline asintió. No tenía ánimos de establecer una conversación, pero aquello le había dado un hilo de esperanza. Si grababan en el laboratorio tal vez pudiese encontrarse con Luan. ¡Lo deseaba tanto! Fue al ver a Kande a lo lejos con un termo en las manos que creyó que podría encontrar algunas respuestas a sus preguntas. Sin pensarlo dos veces se despidió del grupo y se acercó a ella.

―Buenos días, Caroline ―la saludó la mujer con su acostumbrada sonrisa―. ¿Dormiste bien?

―Buenos días. En realidad, he dormido poco y mal ―confesó―. Estoy preocupada por Luan. He ido a verle, pero no lo encontré en su casa.

Kande asintió, comprensiva y con un perceptible dolor en su rostro al pensar en su hijo y lo que estaba pasando.

―Luan se marchó al alba.

―¿Se marchó? ―Estaba desconcertada―. ¿Por qué? ¿A dónde ha ido?

―Siéntate conmigo y tomemos algo de té ―le pidió ella―. Te hará bien, querida.

Caroline aceptó, pero difícilmente podría pasar algo por su garganta. Se sentía muy angustiada, y el hecho de que Luan desapareciese no era buen indicio.

―¿Qué está sucediendo, Kande? ¿Por qué se ha ido sin hablar conmigo?

―Tiene obligaciones en la Universidad ―respondió.

―¿Es eso cierto o es una excusa?

―Probablemente sea una excusa ―reconoció―, pero fue lo que me dijo antes de irse. Es cierto que tiene cuestiones importantes que atender en la Universidad, pero también es evidente que te está evitando.

―¿Está molesto conmigo?

―Jamás podría estar molesto contigo ―se apresuró a decir―. Tal vez consigo mismo, pero no contigo. Luan sabe que se equivocó ayer y se siente arrepentido de haberte puesto en riesgo.

―Luan no me puso en riesgo. Solo fue un hecho desafortunado, es todo. En ningún momento me percibí en peligro. En todo caso la culpa es toda mía, Kande. Quise ser independiente por un día, sin pensar en las consecuencias que mi soñadora decisión podría traerles a ustedes, en especial a Luan. Quisiera que me perdonara, como su madre que es, por el mal rato que les hice pasar ―añadió tomándole una mano.

―Eres una buena chica, y te aprecio. No tengo nada qué perdonarte, pero hay cosas que no estás viendo… ―le confesó.

―¿Qué?

―Solo Luan puede decirte cómo se está sintiendo. Tal vez exista más de lo que ahora mismo percibes, pero es él quien tiene que decirte toda la verdad.

―Me asusta, Kande. Si es Luan el que tiene que hablar conmigo, ¿por qué se ha ido? ―Aquello no podía comprenderlo. ¿Cómo había sido capaz de marcharse luego de lo vivido con ella el día anterior?

―Porque necesita pensar y poner distancia. Sin embargo, es Luan quien tiene que decirte, Caroline ―insistió. Kande le había prometido a su hijo no hablar, y tampoco estaba segura de que Luan aceptara contarle la verdad del chantaje y la imposición por la que estaba pasando.

―¿Tengo alguna manera de hablar con él?

―No creo. Como conoces, su teléfono está roto. Me dijo que se encargaría de solucionarlo y que me llamaría. Si lo hace, le diré que he hablado contigo y que por favor también te llame.

―Por favor, Kande, se lo agradecería mucho ―le dijo Caroline de corazón.

―Yo no quiero inmiscuirme, Caroline ―prosiguió la mujer con el ceño fruncido―, pero he visto a mi hijo con el corazón roto antes, y no quisiera que pasara por lo mismo de nuevo. Me gustaría que, durante la ausencia de Luan, reflexionaras sobre lo que realmente deseas y a lo que estarías dispuesta a enfrentar por amor, si fuese el caso ―añadió―. Si de verdad estuvieses… Si realmente estuvieras enamorada ―dijo al fin―, yo sería la primera en apoyar su relación y sé que Luan tendría motivos para luchar por su imposible.

―Yo no soy un imposible ―alegó―, y en cuanto a lo que me pregunta…

―Perdona que te interrumpa, querida, pero no ha sido una pregunta ni es a mí a quien tienes que respondérsela. Es a Luan y a ti misma―explicó―. Solo la certeza de tu amor podría convencerlo de librar una batalla que, ahora mismo, le parece difícil de ganar.

Caroline se quedó desconcertada con el rumbo que había tomado aquella conversación, y no sabía qué pensar.

―¿Quieres más té?

―No, gracias, Kande.

―De acuerdo. Iré a buscar unos panecillos.

Caroline la observó marchar y pensó en todo lo que le había dicho. Estaba dispuesta a confesarle a Luan sus sentimientos, pero debía estar convencida de que él también la amara. "¿Acaso la actitud que estaba teniendo era la de un hombre enamorado?".

Tenía miedo, miedo de que lo que él sentía no fuese suficiente para el sacrificio que suponía estar a su lado. Ya había perdido a Franz, y sabía que estar junto a ella no era algo sencillo. Se necesitaba mucho amor para llevar la relación adelante, pero desconocía si el que Luan sentía por ella, bastaría.

Era un cobarde. Un completo cobarde. Luan se recriminó a sí mismo mientras caminaba por uno de los corredores de la Universidad. Había salido huyendo de Timbavati porque no podía mirarla a los ojos. "¿Qué explicación le daría cuando se encontraran? ¿Qué sus padres no los querían juntos? ¿Que si insistían en su locura terminaría de regreso a Suiza con el corazón roto y el documental sin terminar?". No podía someterla a ese enfrentamiento con su familia, ni podía privarla de la satisfacción de concluir su trabajo en Sudáfrica. Ella no se lo merecía; Justin tampoco.

Se convencía a sí mismo diciendo que, en efecto, él era muy poco para ella. Vivía del otro lado del mundo, y Caroline solo estaría unas semanas en Sudáfrica, "¿qué perspectiva tendrían? ¿Por qué luchar por ella y decirle la verdad si luego terminaría regresando a su mundo?". Un biólogo negro sudafricano no encajaba en el prototipo de pareja de una princesa europea. En eso el desgraciado de Franz tenía toda la razón. Sin embargo, se sentía tan frustrado con todo aquello, que pensaba que el corazón le iba a estallar en mil pedazos.

―¡Luan! ―Una voz conocida lo sacó de sus pensamientos cuando llegó al estacionamiento. Allí estaba ella…

―Tina. Hola…

La chica de cabello castaño y ojos claros se aproximó y le dio un beso con alegría.

―¿Qué tal has estado? ―preguntó él.

―Estupenda. ¿Y tú?

―Bien. ―Aunque sus ojeras no decían lo mismo―. ¿Cuándo regresaste?

―Hace un par de semanas. Ya terminé mi Maestría. Moría por regresar. Andalucía es una comunidad increíble, pero extrañaba mucho estar en casa.

―¡Felicitaciones por tu Maestría!

―Gracias. ¿Qué tal marcha el doctorado? ―le preguntó.

―He progresado mucho.

―Esas son excelentes noticias. ¿Por qué no nos ponemos al día mientras tomamos un café? ―propuso con una sonrisa.

―Tina, no creo que sea una buena idea… ―Todavía no había podido olvidar lo que sucedió hacía casi dos años.

―¡Tonterías! ―exclamó ella―. No nos guardes rencor. El pasado es pasado, ya lo dejamos atrás. Acéptame el café, por favor. Muero de ganas por saber qué estás investigando. De paso, si te interesa, puedo darte una copia de mi tesis de Maestría.

Luan dudó un instante, pero finalmente aceptó.

―De acuerdo.

Se dirigieron hacia un café que estaba cerca de allí, en el campus; ambos pidieron un capuchino. Luan se quedó en silencio observándola: no había cambiado mucho, continuaba siendo la mujer hermosa e inteligente que había amado tanto en el pasado.

―Cuéntame, Luan, ¿en qué estás trabajando?

―En mi protocolo de inseminación de leones. He avanzado bastante, y espero que dentro de un mes puedan nacer los primeros cachorros.

―¡Oh! ―exclamó―. Eso se escucha interesante, sé cuánto querías desarrollar una línea así, pero pensé que te habías arrepentido… Algunos ambientalistas piensan que la inseminación de leones solo contribuirá a aumentar la población para la caza enlatada…

―Lo sé, algunos ambientalistas como tu padre ―recalcó con acritud―, piensan así. Lo cierto es que la inseminación, bien utilizada, puede contribuir a lograr poblaciones más sanas, sin los efectos negativos de la consanguinidad, así como contribuir al aumento de leones blancos. La ciencia siempre debe utilizarse con inteligencia, Tina. Cualquier progreso puede convertirse en un arma en las manos equivocadas, pero los científicos tenemos ética y responsabilidad con la vida.

―Estoy de acuerdo contigo ―se apresuró a decir―. Sabes que yo siempre te apoyé y me sigue pareciendo una idea excelente. Estoy feliz de que lleves adelante tu protocolo. Me encantaría conocer tu laboratorio.

―El laboratorio lo tengo en Timbavati, es pequeño pero funcional. Eres bienvenida, cuando lo desees.

―Gracias. ¿Cómo están tus padres?

―Están bien, con mucho trabajo ―respondió―, pero bien. Ahora cuéntame de ti, ¿en qué área desarrollaste tu Maestría?

―En un estudio de la reproducción del lince ibérico.

―¡Enhorabuena!

―Por eso te comentaba que tal vez pudiera interesarte el tema. A fin de cuentas, son felinos.

―Por supuesto que sí. ―Luan le sonrió.

―Te enviaré mi tesis para que le eches una ojeada ―prosiguió―, y te llamaré para visitar Timbavati en estos días. ¿Cuándo estarás disponible?

―Eh… ―Luan dudó. No quería volver por el momento, quería estar lejos de Carol. ¡Cuánto le dolía pensar en ella!―. Pretendo pasar unos días en Pretoria, te avisaré cuando esté en la reserva. Están filmando un documental allá, incluyendo parte de mis estudios.

―¡Qué excelente noticia! Eso le dará mucha visibilidad a tu trabajo.

―Pienso que sí. ―Se encogió de hombros. No quería pensar en ella, aunque era imposible, desde el día anterior no abandonaba sus pensamientos.

―Me alegra mucho haberte visto, Luan. ―Tina tomó su mano por encima de la mesa por un instante.

―Yo también me alegro de verte. ―Luan se apresuró a tomar su café.

La conversación había sido agradable, pero ya no sentía lo mismo cuando estaba a su lado. Tal vez Caroline lo había marcado para siempre, porque era ella quien le dolía en el alma. Era a ella a quien deseaba ver.

Luego de despedirse de Tina, Luan se dirigió a casa del tío Bill, pues había quedado en cenar con la familia. No tenía mucho ánimo, pero debía hacerlo, así como llamar a sus padres, que estaban preocupados por él. Su teléfono continuaba roto y no tenía pensado apresurarse para repararlo. Prefería el silencio, este que ahora tenía, aunque se sintiera como un hombre absolutamente miserable.

Fue su madre quien le contestó en casa cuando llamó. Su tono de voz denotaba lo agobiada que estaba por su causa. Ella padecía, como nadie, la discriminación que sufría su hijo. Quentin podía imaginar lo que se sentía, pero solo Kande conocía la profundidad del dolor, el sentimiento de inferioridad, la frustración de no creerse suficiente.

Luego de intercambiar frases triviales y de preguntar por la familia, Kande le habló de Caroline.

―La he visto, quiere hablar contigo ―le contó―. No comprende tu ausencia y se ha quedado muy triste. Pienso que deberías hablar con ella. Caroline merece que le digas la verdad, sin importar lo que suceda después.

Luan hizo un largo silencio del otro lado de la línea. Lo había pensado muchas veces durante la madrugada: decirle la verdad, pero creía que eso la pondría en una posición muy difícil frente a su familia, que no solucionaría nada y que, de una u otra manera, terminarían separándose.

―No voy a decirle la verdad. Lo mejor es que todo esto se desvanezca lo antes posible. Solo le traería problemas.

―La estás haciendo sufrir ―opinó Kande.

―Sufriría más con un enfrentamiento con su familia por mi causa o viéndose obligada a marchar a casa. Créeme, hago lo correcto.

―No estoy segura, pero es tu decisión. Al menos habla lo antes posible con ella para aclarar las cosas. Esperar por alguien, indefinidamente, es muy doloroso.

―De acuerdo. ―Luan también sufría, pero creía fervientemente que tenía la razón.

Cada vez se convencía más de que él no era hombre para Caroline. Si no lo había sido para Tina, ¿cómo pensar que pudiese pretender a una princesa? Estaba loco cuando creyó que podría hacerlo, y más aún cuando se enamoró de la utopía.

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