Capítulo 16
El Sol ya se estaba poniendo cuando salieron del baobab tomados de la mano. Luan le dio un beso en la frente y fue en busca de la camioneta que se hallaba a pocos pasos para llevarla nuevamente al camino. Caroline permaneció bajo la sombra del árbol, recomponiéndose el cabello que debía estar hecho un desastre y observando los hermosos colores del crepúsculo.
Estaba perdida en sus pensamientos cuando un sonido sordo, como un disparo de escopeta, la privó del habla por unos segundos. Miró a Luan y advirtió, con horror, cómo llamas salían del motor de la camioneta.
Luan tomó un extintor para incendios eléctricos y acabó con el fuego con bastante rapidez. Sin embargo, el capó de la camioneta estaba parcialmente destruido.
―¡Mierda! ―exclamó el biólogo observando la magnitud del desastre.
―¿Estás bien? ―Caroline se acercó a él nerviosa. Temía que se hubiese hecho daño.
―Yo estoy bien, pero al parecer explotó la batería.
―Oh. ―Caroline sabía que era algo serio.
―Él ácido ha salido al exterior y ha dañado parte de los cables y el motor. ―Luan se llevó las manos a la cabeza―. ¡Mierda! ―volvió exclamar mientras pateaba una rueda, lleno de frustración.
―Cálmate, así no resuelves nada ―le recomendó ella, con la cabeza más fría.
―Carol, estamos a casi diez kilómetros del hotel y la camioneta no funciona.
―Llama a tu padre. ¿Tendrás señal?
―En esta parte debe haber ―reconoció, y fue corriendo a tomar su teléfono. Fue en ese instante cuando se percató de que el asunto podía ser más serio de lo que imaginaba: había dejado su teléfono en la camioneta cargando, y tal vez se hubiese dañado con la explosión―. Por favor, no me hagas esto ―murmuró.
Caroline estaba tras él, y de inmediato comprendió lo que sucedía. No quiso agobiarlo, permaneció a su lado esperando con un hilo de esperanza, que el teléfono funcionara. Sin embargo, las cosas no pintaban nada bien: la pantalla estaba en negro y cuando intentó como un loco encenderlo, la batería no funcionó. Luan se giró hacia Caroline, buscando una solución, pero sabía que no tenía ninguna.
―Lo siento ―susurró ella―. He dejado el mío en el lodge.
―Lo sé.
―Ha sido una pésima idea. Lo lamento
―No, yo lo siento. ―Luan la abrazó―. No debí haberte traído solo, debía haber sido más precavido.
―Los accidentes suceden ―lo confortó ella dándole un beso en la mejilla―. Todo estará bien. Podemos regresar andando...
―No, Caroline, no podemos. Al menos tú no ―le dijo él apartándola un poco de su lado para mirarla a los ojos―. Es peligroso. Dentro de poco va a anochecer y la oscuridad no puede pillarte por el camino, indefensa.
―Estaré contigo. No estaré indefensa.
―Es demasiado peligroso. No tenemos visión nocturna, podemos ser blanco fácil de los depredadores.
Ella meditó cada palabra y finalmente asintió con lentitud.
―Podemos pasar la noche en el baobab ―propuso―. En la mañana será más fácil regresar andando y quizás alguien venga por nosotros durante la noche. Saldrán a buscarnos, estoy segura.
―Precisamente por eso no puedo permitir que pasemos la noche juntos en el baobab.
―¡No comprendo! ¡Tú mismo dijiste que es muy peligroso andar en la oscuridad!
―Es peligroso para ti, pero yo he hecho miles de safaris nocturnos y me conozco la zona ―respondió―. Además, estoy armado. Puedo correr ese riesgo, pero no contigo.
―¡Luan, no puedes dejarme sola! ―Fue en ese instante que Caroline perdió la entereza que había sabido reunir y sus ojos se llenaron de lágrimas ante la perspectiva de ser abandonada por Luan.
Él le acarició la mejilla, para consolarla, y hacerle ver que era la mejor solución:
―Si no lo hago darán parte a las autoridades, y estaremos todos en un lío ―le respondió―. En el baobab estarás segura. Tendrás agua, comida, un lugar donde descansar y te aseguro que serán solo unas pocas horas. Vendré con mi padre en una camioneta a recogerte pronto, te lo prometo.
Caroline lo pensó por unos minutos y finalmente accedió. Sabía que él tenía razón, y de insistir regresar con él solo los pondría en riesgo a los dos. Pasar la noche juntos tampoco era opción, porque sin duda alarmaría a todos, y los estragos de su desaparición llegarían incluso a oídos de sus padres, poniendo en riesgo su permanencia en Sudáfrica y el documental de Justin.
―De acuerdo. Tienes razón ―asintió―. ¡Por favor anda con mucho cuidado! ¡Y regresa pronto! ―La voz se le quebró ante la soledad que la aguardaba y la preocupación de que Luan anduviese solo por diez largos kilómetros en mitad de una fauna que podía ser hostil y peligrosa.
―Todo estará bien, te lo prometo. ―Él le dio un último beso en los labios. Luego le entregó una de las linternas, agua, y un arma―. No abras la puerta bajo ningún concepto. Cuando regrese por ti te buscaré dentro.
―Así lo haré.
Caroline se encerró dentro del baobab y Luan emprendió su camino. No debía correr, porque perdería capacidad de reacción y llamaría la atención de los depredadores. Intentaba andar con agilidad, pero debía ser precavido. Llevaba una mochila al hombro con agua, una linterna, y en la diestra un rifle como arma de defensa. Ojalá no tuviera que utilizarlo.
Un par de horas después, de noche cerrada, divisaba al fin las luces del hotel. Estaba empapado en sudor y agotado. Por fortuna, no había tenido percances serios durante el trayecto, pero al llegar, la policía local se le abalanzó encima, así como el equipo de seguridad de Caroline.
―¡Calma! ―gritó―. Caroline está bien... ―dijo entre jadeos.
―¡Déjenlo respirar! ―exigió Quentin. La policía le dio su espacio, pues lo conocían y Quentin era muy respetado en la región.
―¿Dónde está su Alteza? ―inquirió Charlotte―. Nuestra gente lleva horas buscándolos...
―La batería de la camioneta explotó ―explicó a duras penas dejándose caer al suelo―. Está en un lugar seguro. Padre ―dijo mirando a Quentin―, Caroline está en el baobab.
Todos se miraron sin comprender, pero Quentin asintió. Él sabía donde se hallaba.
―Iré por ella.
―Yo voy contigo ―dijo Luan incorporándose.
―Lo lamento ―intervino el Jefe de la comisaría de Sabie―. Se ha hecho una denuncia y debemos hacerle unas preguntas. Un hombre nuestro escoltará a su padre, así como parte de la seguridad de la princesa. Usted deberá acompañarnos a la comisaría hasta que esto quede aclarado y aparezca su Alteza.
Luan no se rehusó. No podía, y además estaba agotado. Pidió tomar un poco de agua, y fue su madre quien lo acompañó a hacerlo, seguidos por un par de policías. Justin también estaba allí, su rostro se notaba profundamente ensombrecido por la preocupación, y aunque intentó acercarse a Luan, no se lo permitieron. Hasta que Caroline no apareciera sana y salva, Luan era responsable de lo sucedido con ella.
El biólogo estaba agotado, pero no le pasó desapercibida la figura de un hombre que, en la distancia, observaba todo lo sucedido: era Franz, el exnovio de Caroline, pero, ¿qué estaba haciendo allí? Franz también se fijó en él pero no hizo además alguno por saludarlo desde su sitio, y Luan miró de nuevo hacia el frente, sin disposición de saludarlo tampoco.
Caroline había perdido el sentido del paso del tiempo; no tenía reloj, tampoco su teléfono, y la soledad la estaba afectando bastante. Era incapaz de determinar si Luan se había marchado hacía una hora o tres, pues el tiempo parecía haberse congelado a su alrededor. Sabía que había anochecido, pues la luz de la Luna se filtraba por las pequeñas ventanas. El aceite de las lámparas comenzaba a agotarse, y algunas ya se habían apagado por completo.
La princesa suspiró, intentando mantener la calma. Confiaba en él, sabía que no había sido su culpa, y esperaba que no tuviese percance alguno. ¡Cuánto le preocupaba que Luan fuese a tener un accidente durante el trayecto! Alejó aquellos malos pensamientos y se acercó a la mesa de madera donde horas antes habían estado tan próximos...
No se había entregado a él porque Luan fue capaz de detenerse a tiempo. Era un caballero, y le dijo al oído que allí no era el mejor lugar. Su cuerpo, en cambio, lo ansiaba demasiado, y estaba sorprendida de cuánto podía despertar en ella... Todavía tenía su olor en la piel, aún podía sentir sus caricias y besos por todo el cuerpo, y aquellos recuerdos la volvían más loca en mitad de su soledad.
Jamás nadie la había besado así; nunca se había sentido tan viva, tan plena... No podía imaginar cómo sería una entrega mayor, más intensa, más profunda... "¿Cómo sería sentirse su mujer? ¿Cómo sería hacerlo suyo?". Caroline suspiró, su piel estaba caliente, y tal parecía que tenía fiebre, aunque bien sabía que se trataba de algo más...
Tomó un poco de agua, pero se interrumpió abruptamente cuando sintió ruidos en el exterior. "¿Era el motor de un auto?". Estuvo a punto de abrir la puerta, pero recordó lo que le advirtió Luan por seguridad y se mantuvo en su sitio, expectante. Sintió pasos, su corazón se agitó ante la alegría de ser rescatada. La puerta se abrió. Vio una alta figura en el umbral que pareció reconocer, sin embargo, la luz de la linterna del recién llegado la obligó a cerrar los ojos.
―¿Luan?
―Caroline, ¿estás bien? ¡Soy Quentin! ―El padre de Luan entró, escoltado por Charlotte y un policía, a juzgar por el informe. Sin embargo, aunque Charlotte se acercó a ella muy preocupada por su estado de salud, a ella solo le interesaba Luan.
Carol corrió hacia Quentin, angustiada al no ver a Luan con ellos, como le prometió.
―¿Luan está bien? ¿Le ha sucedido algo? ―Era evidente que al menos había transmitido la información sobre su paradero, pero su ausencia le parecía sospechosa.
―Está bien, no te preocupes. No le ha sucedido nada. Solo está cansado y... ―Quentin no quería hablar de ese tema allí―. Salgamos de aquí, todos te están esperando con gran expectación. Estábamos muy preocupados.
―La camioneta de Luan se averió ―explicó Caroline mientras salían al exterior―. Explotó la batería.
La camioneta estaba justo allí, así que tanto el policía como Charlotte pudieron atestiguar la veracidad de lo expuesto.
―El teléfono de Luan se dañó con la explosión, fue por eso que no pudimos llamar para solicitar socorro.
―Nos tenía muy preocupados, su Alteza ―expresó Charlotte en voz baja―. El asunto ha sido bastante grave.
―¿Por qué lo dices? ―Caroline subió a la camioneta 4x4 que los estaba esperando, pero no podía dejar pasar por alto el tono de preocupación y alarma de Charlotte.
―Su novio ha venido a buscarla. Ante su ausencia y mi imposibilidad de contactar con usted, dio parte a las autoridades.
―¡Franz!
―No lo culpe, yo estaba a punto de hacer lo mismo. Ahora debe dar su declaración puesto que el señor Edwards está acusado de su desaparición.
Quentin no dijo nada, pero pudo apreciar la ofuscación y el disgusto de Caroline ante semejante hecho.
―¡Qué horror! ¿Cómo pueden pensar algo así? ―gritó―. Solo fue un accidente. Les dije que pasaría el día fuera...
―Y eso está contra las reglas. Solo puede hacerlo bajo supervisión ―le recordó Charlotte―. Salió con un hombre poco conocido, armado, y sin dejar dicho paradero o itinerario.
―¡Santo Dios! He hecho lo que cualquier persona haría en Timbavati: pasar un día de safari.
―Pero usted no es cualquier persona ―recalcó Charlotte―. Sin embargo, es mejor que hablemos de ello en otro momento ―añadió mientras observaba a Quentin.
―De acuerdo. ―Caroline se volteó hacia el padre de Luan, profundamente apenada―. Lo siento mucho, Quentin ―le dijo tomándole las manos―, aclararé esto en cuanto llegue al hotel. ¡Jamás pensé que mi paseo pudiese ocasionarle tantos problemas!
―No se preocupe ―respondió el hombre con una sonrisa cansada―, lo más importante es que los dos estén bien. Confío en que la verdad se abra paso y las aguas vuelvan a su sitio. ―Sin embargo, su corazón de viejo le alertaba que no sería así.
Luan salió de la comisaría de Sabie en cuanto la declaración de Caroline llegó. Lo trataron bien, pues era una persona querida en la comunidad, pero no pudo negar que era desagradable ser interrogado. Lo más importante era que Caroline estaba a salvo, y era en ella en quien único pensaba cuando salió de allí.
Su padre lo estaba esperando fuera y le dio un abrazo. También había vivido momentos extremadamente tensos.
―¿Y Caroline?
―Se encuentra perfectamente ―respondió―. Estaba muy preocupada por ti y ofendida por el trato que te habían dispensado.
―Es el procedimiento. ―Luan comprendía que habían tomado todas las providencias tratándose de alguien tan importante como Caroline.
―¿Estás bien? ―le preguntó su padre.
―Sí, estoy bien, aunque muy cansado.
―Entonces toma bastante café cuando llegues a casa, porque la noche tan solo comienza.
―¿De qué hablas, papá? Ya todo concluyó...
―La investigación, sí, pero en casa te están esperando el novio de Caroline y su jefa de seguridad, acompañados por el Embajador de Suiza.
―En primer lugar, es el exnovio de Caroline ―le rectificó―, y en segundo lugar, no les temo a ninguno de ellos.
Quentin le puso una mano en el hombro antes de subir al auto.
―Mide tus palabras, Luan, y tus actos. Recuerda que son funcionarios diplomáticos y que cualquier cosa puede ser malinterpretada. Por favor, piensa con la cabeza y no te dejes llevar por el corazón. ¡No seas impulsivo!
―De acuerdo, no lo seré. Te prometo que mantendré la calma, siempre y cuando ellos también sean razonables. No he cometido ningún delito.
Quentin subió al coche y lo puso en marcha.
―No has cometido ningún delito, es cierto, pero hiciste las cosas mal ―lo reprendió, aunque con esa dulzura de padre que no constituía una verdadera reprimenda―. La pusiste en riesgo, Luan. No fuiste todo lo precavido que debiste haber sido tratándose de alguien de su rango...
―Lo sé, tienes razón ―aceptó―. No pensé que algo así fuera a suceder. ¡Explotó la batería! ¿Cuántas veces sucede algo así?
―Casi nunca, es cierto, pero igual pudo haberles sucedido cualquier otra cosa. Debes estar preparado, te acusarán de irresponsable, y tratándose de la princesa, es probable que pagues las consecuencias de lo que hiciste, y no solamente por haberte ido de safari con ella.
―¿A qué te refieres?
―A que te has fijado en Caroline, y ella en ti. Muchos dirán que has mirado demasiado alto, y que no la mereces. Me temo, hijo, que en el camino a pretenderla has cometido el más grande de los errores: no velar por su seguridad, y eso, de alguna manera, te saldrá muy caro.
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