Capítulo 11

Luan Edwards estaba acostumbrado a predecir el comportamiento de sus amados leones; intuía cuando podía sobrevenir un ataque e incluso cuando le solicitaban, cual amorosos mininos, alguna caricia. Tenía intuición para los felinos, pero en el caso de las mujeres estaba absolutamente perdido...

Caroline estaba en su cocina, ataviada con un hermoso vestido blanco, y con el rostro ruborizado. Había acudido a la cita, pero, ¿qué tenía para ofrecerle? ¿Acaso no había quedado claro que aquella invitación se había desvanecido con su bochorno? Al parecer, no había sido así, y la certeza de tenerla delante lo ponía cada vez más nervioso.

―Siento haber llegado sin avisar ―dijo Caroline para romper el silencio.

―Eh... ―No podía hablar. Qué estúpido se sentía―. Por favor, ponte cómoda. Iré a... ―Miró su torso desnudo―. Me pondré una camisa.

Luan lavó sus manos y salió de la cocina. Caroline se sentó en una silla, sin saber muy bien qué hacía allí. Luan no la esperaba y no podía culparlo. Ni ella misma sabía el propósito de su visita. Colocó la bolsa encima de la mesa de la cocina y esperó con paciencia los diez minutos que Luan tardó en llegar.

Luego de probarse cinco camisas distintas y de hacer una vez más el ridículo por su inapropiada tardanza, Luan regresó a la cocina. Se había echado algo de colonia que se mezclaba con su propio olor de una manera un tanto inquietante. Al menos Caroline lo percibió así.

El biólogo se sentó en la mesa frente a ella, la miró a los ojos por algunos segundos para luego bajar la cabeza.

―Me disculpo por lo que sucedió hoy. No fue mi intención quebrar tu intimidad.

―Me diste un susto terrible. ―Caroline se rio―. Tienes suerte de que no te haya creído un psicópata o un...

―¡Cielos, no! ―la interrumpió Luan riendo también, aunque sumamente avergonzado―. Lo siento, Caroline. Realmente no fue mi intención.

―Tengo una hipótesis sobre lo que sucedió esta mañana, pero quiero que me la corrobores.

―¿Es necesario? ―protestó―. Me siento demasiado humillado ya...

Caroline no se dejó convencer por sus suplicantes ojos verdes.

―Fuiste a recuperar el regalo, ¿cierto?

―Sí ―confirmó―, lo había dejado en tu lodge dos noches antes. Justo antes de... ―titubeó―, justo antes de la cena en la Embajada.

―Esa noche lo cambió todo, ¿no? ―Caroline hablaba en voz baja y se miró las uñas de las manos, inquieta.

―Percibí que tenías asuntos aún por resolver y que no debía interferir ―respondió con tacto―. Creo que es lo mejor.

―En parte tienes razón ―confesó mirándolo a los ojos―. El pasado en ocasiones se aferra al presente. Hoy no tengo claro si es realmente pasado o si jamás llegará a ser mi futuro, pero debo estar segura.

―Lo comprendo, no tienes que darme explicaciones. ―Luan se sentía realmente incómodo―. Mi conducta fue en extremo desatinada.

―Por supuesto que no ―replicó ella―. Obviando la parte del baño, que fue un desastre ―Luan sonrió―, tu obsequio me pareció muy hermoso y es por eso que estoy aquí.

―No creí que vinieras... Ni siquiera he preparado la cena. ―Cada vez se sentía más avergonzado.

Caroline soltó una carcajada.

―No tengo mucha hambre, tan solo quería verte a ti. Imaginaba que no la estabas pasando muy bien después de lo que sucedió. Lo cierto es que yo tampoco me sentía bien conmigo misma. Necesitaba verte.

―Necesidad. ¡Qué hermosa palabra! ―Caroline se turbó con su comentario, pero continuó hablando.

―Tienes una casa muy bonita ―comentó.

―Me independicé hace unos años, quería mi propio hogar. Mi padre opina que es una casa demasiado grande para mí solo.

―Me ha dicho lo mismo. Me mostró esta tarde dónde vivías y me lo comentó.

―¡Vaya! ―exclamó sorprendido―. Mi padre ha hablado mucho contigo entonces. Es un hombre de pocas palabras con las personas que apenas conoce. Contigo ha hecho una excepción entonces.

―Honor que me ha hecho. Por cierto, te he traído tu regalo de Navidad. ―Caroline le entregó la bolsa que llevaba―. Es algo retrasado, pero espero que te guste.

―¡Gracias! ―Luan tomó la bolsa y extrajo de ella la figura de cristal―. ¡Es preciosa! Muchas gracias, Carol.

―Es una artesanía de mi país. El color del cristal me hace pensar en los leones blancos, como aquel que vimos juntos en Suiza o los que me has contado que viven en Timbavati.

―Dicen que si un león blanco se cruza en tu camino es señal de buena fortuna ―comentó él, mirando la figura tallada.

―Entonces yo tendré suerte, porque te has cruzado en mi camino ―le dijo ella―. Luan significa león.

Él asintió.

―Solo que no soy blanco, y tampoco estoy convencido de ser portador de la buena fortuna.

―¿Vas a hablarme nuevamente de tu color de piel? ―preguntó ella un tanto disgustada―. Eso no importa realmente, Luan.

―Es algo que no puede olvidarse nunca: las raíces, la historia, la cultura, la segregación, van juntas de la mano. Hoy es distinto, pero yo soy una mezcla de todo eso.

―De acuerdo, no quise decir que lo olvidaras, sino simplemente que no te define. Eres mucho más que eso. Tu madre es una gran mujer, la admiro mucho, aunque todavía la conozca poco, y tengo la sensación de que este asunto lo lleva mejor que tú.

―A mi madre también le agradas ―susurró él observándola con detenimiento y variando la conversación.

―Debes estar orgulloso de ella. De su historia de amor con tu padre, de lo que han sabido construir. Ellos también están orgullosos de sus hijos.

―Gracias.

―Por nada. Ahora debo marcharme, es algo tarde y me preocupa que llueva.

―Parece que, en efecto, se aproxima una tormenta. Es raro, porque en febrero llueve poco ―comentó―. Te acompaño hasta tu lodge, si me lo permites.

Caroline asintió. Todavía no conocía mucho el lugar y le preocupaba regresarse sola. Tampoco quería molestar a Charlie o a Charlotte, luego de haberles dicho que tenían la noche libre. ¿Quién mejor que Luan para acompañarla? Aquel biólogo se conocía todos los caminos como la palma de su mano.

A los pocos minutos divisaron el lodge, luego de hacer el trayecto en silencio uno junto al otro. Caroline se acababa de bajar del carro eléctrico cuando la lluvia rompió sobre ellos con fuerza. La princesa no dudó en tomar a Luan de la mano y a obligarlo a entrar.

―Te vas a empapar ―le dijo y de inmediato le soltó la mano. Había sido tan solo un roce, pero se percibió como una descarga eléctrica.

―Estamos en verano, no me sucederá nada ―se quejó él, aunque lo cierto es que deseaba permanecer un rato más en su compañía.

―Espera a que amaine, por favor.
Luan no pudo sustraerse a aquella súplica y aceptó con un leve movimiento de cabeza. Caroline tomó aquel gesto como una respuesta afirmativa y lo condujo al interior.

―¿Te has mojado mucho?

―No, no ―se apresuró a contestar―. Apenas unas gotas.

―Pero ahora llueve mucho. ―Carol se aproximó a la ventana de cristal para ver llover. Tenía un estado de ánimo un poco extraño. Deseaba su compañía, pero al mismo tiempo le molestaba ser tan vulnerable ante su persona―. ¿Te he dicho ya que me encanta este sitio?

―¿La reserva? ―Luan se sentó en el sofá. Una hermosa alfombra de vivos colores estaba en sus pies.

―Sí. ―Caroline continuaba con la mirada perdida a través de la ventana.

―Apenas la conoces, Carol. Te falta mucho por ver todavía.

―Tienes que mostrarme el lugar.

―Me encantaría llevarte de safari, ¿qué dices?

La princesa se retiró de la ventana con una amplia sonrisa en los labios.

―¡Me encantaría!

―Tus compañeros ya lo han hecho al amanecer con los guías del hotel, pero faltan ustedes.

―Pero en este caso nos llevarías tú, ¿verdad? ―Caroline se mordió la lengua, sorprendida ante el interés que manifestaba. ¿Qué le estaba sucediendo?

―Por supuesto. Nadie conoce mejor el lugar que yo ―añadió con orgullo.

―Estupendo. ―Caroline se sentó a su lado en el diván―. ¿Tienes hambre?

―No, estoy bien. ―respondió.

―Cuando te interrumpí en la cocina te estabas preparando la cena... ―observó ella.

―Estoy bien ―repitió―, luego comeré cualquier cosa.

―Te diría de preparar algo, pero ignoro qué tengo en la despensa.

―Snacks, fruta, pan, cereal... ―respondió él―. Un poco de todo.

―Sabes mucho de mi despensa.

―Fue parte de lo que tu equipo pidió comprar para ti.

―Ya. ―La princesa miró al suelo. A veces se sentía un tanto incómoda cuando le recordaban a su equipo de seguridad―. Iré a preparar algo para los dos entonces. ―agregó mientras se ponía de pie.

―Carol, no es necesario... ―Luan también se puso de pie y sin darse cuenta le cerró el paso con su imponente figura.

Caroline lo miró a los ojos, se sintió perdida en sus hermosas esmeraldas y dio un traspié con un cojín que había caído al suelo. Luan la tomó hábilmente por ambos brazos y la ayudó a incorporarse en silencio.

Las manos que inicialmente la habían sujetado con fuerza, se relajaron sobre su piel como una caricia. Los ojos del león otrora más fieros, la miraban suplicantes como los de un dulce gatito. Caroline le sostuvo la mirada, con la respiración entrecortada y el corazón latiéndole muy aprisa.

Luan subió por sus brazos lentamente hasta enmarcarle el rostro con sus manos. Aquel recorrido la hizo estremecer por completo, al punto de saber si podría resistirse a lo que tanto anhelaba. Él acarició sus mejillas ruborizadas con ambos pulgares, apreció sus pupilas dilatadas y la curvatura de sus labios que expresaban más que ella misma. Caroline dio un paso hacia él tentada a besarlo, pero él se apartó al instante y se dirigió a la puerta.

―Es mejor que me vaya ―le dijo de espaldas a Caroline.

―Pero continúa lloviendo...―Fue lo único que pudo expresar ella.

―¡Qué bueno! ―respondió Luan para sí mientras bajaba de dos en dos los escalones sin mirar atrás. Aquel diluvio era lo que necesitaba para disminuir el calor de su cuerpo.

Caroline regresó al salón, muy confundida. Todavía recordaba las caricias de Luan, y no podía entender por qué se sentía tan frustrada. Él había demostrado mayor contención que ella misma. ¿Acaso no le había dicho que necesitaba tiempo para saber qué sentía por Franz? ¿Por qué era tan inconsecuente? ¿Por qué había dado un paso hacia él? Aquellas preguntas sin respuesta la atormentaban, mucho más el haber sido rechazada por el sudafricano. Luan se había ido, había buscado distancia, algo que debió haber hecho ella desde el primer momento si hubiese tenido más cordura. O si le hubiese gustado menos él... Lo cierto es que le encantaba, y aquella atracción era demasiado peligrosa.

Empapado de pies a cabeza, y dejando un rastro de barro sobre el suelo, Luan entró a su casa de pésimo humor. Luego de haber estado a punto de besarla, se había arrepentido en el último momento. Ella lo deseaba ―lo había percibido―, pero su dignidad, su caballerosidad y su orgullo herido lo habían hecho desaparecer a tiempo.

Caroline le había dejado claro que su relación con Franz no había concluido, ¿tenía derecho a aprovecharse de un momento de flaqueza luego de que ella hubiese sido tan franca con él? "La carne es débil" ―pensó―, pero se había sabido dominar y hacer lo que creyó más correcto para los dos. Si algo sucedía con Carol, debía nacer de otras circunstancias, no con el novio de ella de por medio.

Sin embargo, Luan estaba derrumbado, no creía que ella pudiese fijarse realmente en él. Pudiera ser que le gustara, pero no como algo serio. Él no era, ni por asomo, la clase de hombre que su familia querría a su lado. Si solo era un entretenimiento o una distracción, se quedaría alejado de la princesa.

Se miró al espejo del baño. Jamás podría ser oficialmente su novio. No encajaba en el prototipo. No era que se desvalorara a sí mismo o que creyera que su raza o cultura fueran inferiores... Era que, lamentablemente, muchas personas lo creían así y estaba agotado de convivir con esa clase de personas.

Aunque Caroline pareciera ser una mujer moderna y no lo discriminara, en el fondo de su corazón tampoco lo querría como su pareja. ¡Cuán distinto era de su novio diplomático! ¿Qué pensaría su familia? ¿Qué futuro tendría una princesa europea con un científico sudafricano? Ninguno. Y en todo caso, ¿cómo ganarle a esa imagen de pareja perfecta que proyectaba Franz en todos los sentidos?

Luan se metió a la ducha y ahogó sus pensamientos en el agua caliente que lo envolvía, creyendo firmemente que con Caroline no tendría oportunidad alguna y que alejarse de ella sería, sin duda, lo más sano para su corazón. A fin de cuentas, aunque ella se encontrara en Timbavati continuaban perteneciendo a mundos totalmente distintos.

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