Capítulo 10
Caroline quedó atónita ante lo sucedido. Las palabras no salían de su garganta, luego del grito inicial. La princesa observó cómo en segundos Luan corría como un guepardo en plena caza. No supo qué hacer, hasta que por fin tomó una bata y fue tras él. Sin embargo, había llegado demasiado tarde: no había ni rastro de Luan por ninguna parte.
Miles de pensamientos bullían en su cabeza: “¿Qué estaría haciendo allí?” “¿Habría ido a hablar con ella?” “¿Por qué se escondería en el baño?”. Si algo le quedaba claro era que Luan no era, ni por asomo, un depredador sexual. Se notaba tan nervioso y asustado por haber sido descubierto en su baño, que aquello tendría que tener otra explicación…
Luego del shock inicial, no se sentía molesta, sino más bien desconcertada. Jamás se le hubiese ocurrido posar frente a Luan en ropa interior, pero la escena había sido tan caótica que ni su pudor se había visto mancillado.
La joven volvió al baño y fue en ese momento que advirtió que el regalo continuaba en el suelo. Antes de tomarlo recordó lo dicho por Charlotte e instintivamente miró hacia la cama: allí no había nada. No recordaba haberlo visto tampoco cuando entró por primera vez al lugar, pero Charlotte había dicho que lo había dejado en su sitio. “¿Por qué Luan tenía su regalo? ¿Por qué lo había tomado de encima de la cama?”
Aún confundida tomó la bolsa en sus manos y se decidió a abrirla. Pesaba un poco, por lo que con cuidado extrajo de ella una hermosa caja en forma circular de color amarillo, que tenía el dibujo de un elefante en su exterior: era el famoso licor sudafricano Amarula, que por fortuna no se había quebrado con la caída. Caroline volvió a la habitación y se sentó sobre la cama con la bebida en las manos. Junto a la misma había un sobre de color blanco que no dudó en abrir:
“Bienvenida a Timbavati, prinses:
Deseo que tus labios prueben el néctar de esta tierra, producido a partir de la fruta del árbol de Marula. El hombre no ha logrado cultivarlo, por lo que los recolectores deben adaptarse a los caprichos de sus raíces.
A el Marula se le conoce como “Árbol de los elefantes”, pues a ellos les encanta esta fruta y pueden recorrer cientos de kilómetros cuando detectan su olor. En nuestro folklor también se le conoce como “Árbol del casamiento”, y muchos matrimonios se siguen celebrando bajo su copa, cual hermosa bendición para el amor que ha nacido y perdurará por siempre. Afrodisiaco o no, lo dejo en tus manos, con el deseo de que puedas disfrutarlo, tal vez sola o quizás, conmigo.
Me encantaría invitarte esta noche a cenar a mi casa, ¿aceptas?
Tuyo siempre,
Luan”.
Caroline terminó de leer con el corazón acelerado y el rostro sumamente encendido. Luan quería conquistarla, de eso no tenía la menor duda, y lo peor de todo era que disfrutaba sus formas de seducción. Confundida, dejó la botella encima de la cama y releyó la tarjeta: “Afrodisiaco o no, lo dejo en tus manos, con el deseo de que puedas disfrutarlo, tal vez sola o quizás, conmigo”. Aquellas palabras la hacían estremecerse toda, al punto de privarla de la cordura.
“Me encantaría invitarte esta noche a cenar a mi casa, ¿aceptas?”, se trataba de una cita en toda regla, pero no sabía qué hacer. Estaba Franz y… Sus pensamientos se interrumpieron de golpe cuando tocaron a la puerta de su habitación. La princesa se recompuso la bata y mandó a pasar, pensando que se trataría de Luan. Estaba tan sonrojada que cuando Justin la vio no dudó en comprender que algo le estaba sucediendo.
―¿Estás bien?
―Sí, estoy bien ―susurró.
―No lo parece. ―Justin se aproximó y advirtió que la botella de licor estaba encima de la cama―. ¡Cielos, esto es delicioso! ¿Quién te lo obsequió?
Los ojos de Caroline hablaron por ella, y Jus sonrió ampliamente imaginando la respuesta. Con un rápido ademán, el chico se hizo de la tarjeta pese a las protestas de Caroline y sus intentos por detenerlo. Con el menor de los escrúpulos, leyó la nota y sus cejas iban subiendo a medida que avanzaba con la lectura. Al terminar, su rostro era una mezcla de entusiasmo, nervios y ansiedad.
―¡Sabía que le gustabas! ―exclamó triunfante.
Caroline no lo discutió, ya era demasiado evidente como para negarlo. Hasta a ella le habían quedado claras sus intenciones.
―¿Vas a aceptar? ―Los ojos de Jus brillaban.
―Sería una locura ―respondió―, recuerda que Franz…
―¿Qué importa Franz? ―dijo molesto―. ¿Acaso a él le importó marcharse sin siquiera pedirte matrimonio? Lo siento, cariño, sé que estoy siendo un poco duro contigo, pero aquí lo único que importa es lo que desees tú. Si eso significa tener una cita con Luan, pues adelante.
―No creo que la propuesta continúe en pie ―meditó―. Me encontré a Luan con la bolsa en el baño… Por poco morimos los dos de un infarto. Mi teoría es que estaba recuperando el obsequio, porque supuestamente estaba encima de la cama y luego lo tenía él. Lo dejó caer en su estrepitosa huida, estaba muy avergonzado.
Justin se rio, imaginando la escena, y luego se quedó pensativo.
―Debe haber hecho eso por Franz. Luego de haberte visto anoche en la fiesta con él, seguro pensó que no tendría sentido invitarte a salir…
―Eso creo ―concordó ella.
―De cualquier forma, sigo pensando que deberías hablar con él.
―Fui tras él y no lo encontré. Creo que es mejor dejar las cosas así. No sabría qué decirle…
Justin se sentó en la cama frente a ella. La botella de Amarula estaba entre ellos.
―Luan es un buen chico y se nota que le importas.
―A mí también me importa ―respondió con voz queda.
―Lo sé, por eso quisiera que pensaras muy bien lo que vas a hacer, Carol. Solo tú puedes decir cómo te sientes respecto a Luan, y si sigues amando a Franz de la misma manera como para darle una segunda oportunidad. Piénsalo con detenimiento, y luego habla con Luan con claridad. Creo que ambos lo merecen.
―Tienes razón. ―Caroline se inclinó y lo rodeó con sus brazos―. Te quiero mucho, Jus.
―Y yo a ti. Debemos darnos prisa, nos esperan para comer.
Ella se levantó de la cama como un resorte y corrió a darse una ducha rápida. Ya tendría tiempo de disfrutar de un baño largo y con espuma frente a la selva.
Luan se dejó caer sobre el sofá de su casa y se llevó las manos a la cabeza, exhalando un profundo suspiro. Había cometido un terrible error, hecho el ridículo y para colmo de males, la vergüenza no había servido para nada pues en su estrepitosa huida había dejado caer la botella con la consabida nota.
―¡Diablos! ―exclamó, y lanzó un cojín hacia el suelo de pésimo humor―. ¿Por qué tenía que esconderme en el baño? ¿Por qué tomé la botella? Si tan solo hubiese recuperado la tarjeta nada de esto hubiese pasado…
―¿Ahora hablas solo? ―La voz de su padre lo interrumpió.
―Parece que estoy loco…
―Yo también lo estuve ―reconoció Quentin con una sonrisa―. Cuando me enamoré de tu madre…
―Yo no estoy enamorado de nadie ―protestó.
―Puede que aún no, pero si sigues por ese camino pronto lo estarás. Sin embargo, no he venido por eso. Kande me ha pedido que venga por ti, pronto van a servir el almuerzo y…
―Excúsame con mamá ―se apresuró a decir―. Con todos. No tengo hambre ni deseos de compartir con nadie.
―Con Caroline, ¿no? El resto del equipo ni tu madre tienen la culpa.
―Tienes razón, pero de todas formas no pienso ir. ―Estaba tan decidido, que su padre no replicó.
―De acuerdo. Nos vemos después entonces, hijo. ―Quentin le dio una palmada en la espalda y desapareció.
Caroline se reunió con sus compañeros para el almuerzo. La conversación era muy entretenida, y en la distancia se podía observar a una pareja de jirafas.
―Lamento llegar tarde ―le dijo la princesa a Kande.
―Llegas más que a tiempo. Enseguida serviremos el almuerzo, espero que te guste.
―Así será. ―Carol le sonrió.
―El plato principal es bobotie, uno de los más típicos de nuestra gastronomía. Es una especie de pastel de carne de cordero y cerdo, condimentado con jengibre, limón y curry. Viene acompañado de frutos secos y arroz amarillo ―le explicó la anfitriona, mientras se sentaba a su lado en la mesa.
―Se escucha delicioso.
Caroline se interrumpió cuando vio llegar a Quentin, quien la saludó con amabilidad y tomó su puesto en la mesa.
―¿Dónde está Luan? ―preguntó Kande. Pese a que su hijo no le había garantizado su presencia, ella esperaba que se decidiera a acudir.
―Luan… ―Quentin no sabía qué decir―. Me pidió que lo excusara con ustedes, le ha surgido algo importante de trabajo.
―Comprendo. ―Kande asintió un tanto incómoda y Caroline no dijo nada. Era entendible que no quisiera compartir su mesa con ella.
Comieron con las agradables historias de Quentin y Kande sobre los inicios del hotel. La comida estaba realmente deliciosa, y como postre probó el koeksister, un dulce con masa en forma de trenza, recubierto de sirope.
―Está exquisito, creo que aquí aumentaré algunos kilos ―comentó.
―Hace falta alimentarse bien para enfrentar el trabajo ―recomendó Quentin.
―Tienes razón, mi amor ―apoyó Kande―. Los chicos tienen un ambicioso plan de rodaje por delante. Necesitan comer bien. Siempre podrán hacerlo aquí, aunque también en el lodge es posible cocinar.
―Me temo que esta noche cenaré algo sencillo en el lodge, he comido mucho. ―Sin embargo, al hablar recordó a Luan y su invitación. ¿Y si fuera a verle? Descartó esa idea por descabellada, aunque se atrevió a indagar por él―. ¿Vive Luan cerca de aquí?
―Sí ―respondió su padre―. Cerca de nosotros, pero tiene su independencia desde hace algunos años.
Caroline asintió. Sus compañeros comenzaban a retirarse, pues todos estaban un poco cansados.
―Muchas gracias por el almuerzo, hasta pronto ―les dijo la princesa poniéndose de pie.
―Quentin, ¿por qué no llevas a Caroline hasta su lodge?
―No quisiera molestarlos más y…
―¡No es ninguna molestia! ―repuso el hombre―. Iré a buscar un carrito. De paso le muestro por el camino dónde se encuentra nuestro hogar y el de Luan. Puede acudir a nosotros siempre que lo necesite.
―Gracias por todo. ―Caroline sonrió, pero estaba algo nerviosa. En efecto, durante el trayecto, Quentin señaló una casa de dos pisos de piedra y balcón de madera blanca, que era donde vivía Luan.
―Como puede ver, es muy cerca de la nuestra.
―Es muy bonita ―respondió.
―Realmente es muy acogedora ―prosiguió Quentin―, y algo grande para él. Añoraría ver la casa llena de niños, pero pienso que tardaremos un poco aún. Luan está muy centrado en su doctorado, y al parecer no ha encontrado a la persona indicada para hacer su vida.
Carol asintió, la garganta se le cerró con el comentario, pero se esforzó a hablar.
―Aún es muy joven, tiene toda la vida por delante.
―Lo sé, pero entre la Universidad y la reserva tiene poco tiempo libre. Su gran amor son los felinos. Hicimos bien al nombrarle Luan. No sé si lo sabe, pero significa león.
―Sí, lo leí hace poco… ―Caroline se mordió la lengua una vez dicho esto. Quentin la miraba con interés, como quien realiza un descubrimiento―. Es un nombre muy adecuado para él.
―Así es. Ya llegamos ―añadió estacionando el carrito―. Que tenga una buena tarde.
―Igualmente. ―Caroline le dijo adiós antes de entrar.
La princesa pasó toda la tarde pensando en qué hacer. Aunque se instó a descansar, leyó un libro y puso en orden sus pertenencias, apenas podía concentrarse. Unos ojos verdes la perseguían en sus pensamientos, y una botella de licor le recordaba que su desasosiego tenía nombre de león.
Era casi el atardecer cuando salió de su lodge con una bolsa en sus manos, y un poco de ansiedad en su corazón. Charlie no dudó en interceptarla a mitad de camino, e insistió en llevarla a dondequiera que fuera.
Caroline quería caminar, pero finalmente aceptó. Le indicó a su guardaespaldas el camino y este condujo con cuidado uno de los carros eléctricos que Quentin les había cedido para su uso.
―Muchas gracias, Charlie ―le dijo cuando llegaron―. Puedes marcharte.
―¿Está segura?
―Completamente segura. Descansa un poco.
―Los nativos auguran lluvia ―prosiguió el hombre mirando al cielo oscuro―. Tenga cuidado y no dude en llamarme para socorrerla. Recuerde que los caminos pueden volverse algo cenagosos y…
―No me va a suceder nada ―lo interrumpió Caroline con una amplia sonrisa―. Esto es algo que debía hacer.
Charlie asintió y no discutió más, Caroline parecía decidida. Giró en redondo y desapareció por donde mismo había venido.
La princesa subió los peldaños hasta la entrada de la vivienda. La puerta estaba medio abierta, así que no dudó en entrar. La voz de Luan la sobresaltó, pero se dejó guiar por ella. Al parecer, estaba cantando en afrikáans.
De espaldas a ella y sin camisa, Luan Edwards cortaba algo de carne en la encimera de su cocina. Caroline se ruborizó cuando lo vio, y se aclaró la garganta. El biólogo se giró hacia ella profundamente sorprendido:
―¿Qué estás haciendo aquí? ―le preguntó, todavía con un filete en las manos.
―¿Qué sucede? ―Caroline intentó reír a pesar de su nerviosismo―. ¿Tú te escondes en mi baño y yo no puedo aparecerme en tu cocina? ―se burló―. Además, me invitaste a cenar, ¿lo olvidaste?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top