Capítulo 1

Ginebra, diciembre de 2017.

El vestido negro azulado de Dior era el elegido para el gran día. Caroline Alexandra Marie, Princesa de Liechtenstein y Condesa de Rietberg se miró al espejo con ilusión cuando terminó de vestirse; faltaban apenas dos horas para la inauguración de su primera exposición personal de fotografía conceptual y moría de nervios por saber cómo sería recibida por la crítica y el público.

Había optado por un sencillo recogido para su abundante cabello dorado, y unos pendientes de brillantes como única joya para completar su atavío. No pretendía resaltar más que sus obras, a las que les concedía todo el protagonismo esa noche. Sin embargo, cuando se miraba al espejo, debía reconocer que se veía muy guapa con su perfecto maquillaje y el tono oscuro de la sombra de ojos que resaltaba su belleza ambarina.

Habiendo nacido en Ginebra, Caroline realizó sus estudios en diversos colegios privados entre Zúrich y Viena. Cuando arribó a la mayoría de edad, fue aceptada para estudiar fotografía en Parsons, la prestigiosa Universidad de Nueva York.

Salir de Europa por varios años fue algo bueno para ella, mucho más vivir en la Gran Manzana con más libertad de que la que hallaba en su hogar. A pesar de ello, una vez terminada la Universidad, volvió a Suiza para estar junto a su novio, de quien estaba muy enamorada. Desde el punto de vista profesional, se intentaba labrar un futuro en el mundo del arte, sin recurrir a las conexiones e influjo de su familia, solo confiando en su talento y decisión. ¿Tendría éxito?

Un toque a la puerta la distrajo de sus pensamientos, y unos instantes después asomó la cabeza de su mejor amigo: Justin Samuels, a quien había conocido de sus años de preparatoria.

Justin era norteamericano, pero su familia se había mudado a Ginebra hacía tiempo, pues su padre era diplomático. Fue él quien primero la ilusionó con viajar a Estados Unidos a estudiar en la Universidad, y había tenido mucha razón en su consejo, pues Caroline amó sus años en Parsons, al igual que él. Justin se había graduado de Cine en la misma Universidad que la princesa, e incursionaba como documentalista en Europa, con algo de reconocimiento.

La voz del norteamericano se escuchó a la perfección:

―Su Alteza, se ve usted estupenda ―le sonrió Justin mientras hacía una pequeña reverencia a modo de burla. Justin siempre se reía de su origen aristocrático y lo llevaba con muy buen humor. Norteamericano al fin, la realeza europea no era para él más que una reliquia en el mundo moderno.

―No me llames así, sabes que no me gusta ―le reprendió Caroline, quien de inmediato se acercó para darle un abrazo―. Estoy nerviosa.

―¿Tus padres vienen por fin? ―Justin era un chico alto, delgado, de pómulos muy marcados y de una cabellera cobriza muy hermosa, que combinaba a la perfección con sus ojos azules clarísimos.

―Ellos no podrán venir, pero mi hermano sí ―afirmó la joven, quien lo adoraba.

Caroline era la única hija mujer de Luis de Liechtenstein, príncipe heredero del pequeño Estado europeo y de su esposa Sofía de Baviera. Era la mayor de cuatro vástagos, pero en la Constitución del país las mujeres no tenían derecho al trono, por lo que su hermano Maximilian era el segundo en la línea de sucesión después de su padre.

La joven princesa se debatía entre sus ideas liberales que la hacían no comprender la tradición sucesoral de Liechtenstein; y, por otra parte, la tranquilidad que sentía de no llevar el peso de un Principado, por más pequeño que este fuese. Era su hermano Maximilian quien había sido formado como futuro Jefe de Estado, por lo que estaba libre de aquellas ataduras para llevar su vida como mejor le pareciera. A pesar de ello, era una figura pública y con cierta regularidad aparecía en los tabloides y revistas. No obstante, la familia real era muy discreta, y su vida privada jamás fue motivo de murmuraciones.

―¿Dónde está Franz? ―preguntó Justin sentándose al borde de la cama.

Se refería al novio de Caroline. Se conocieron el año anterior en Nueva York durante una pasantía de este en la sede de Naciones Unidas en la ciudad. Fue amor a primera vista, y desde entonces comenzaron a salir. Cuando Franz retornó a Ginebra al cabo de unos meses, continuaron la relación a distancia y al finalizar su curso, Caroline regresó por él y desde entonces vivían juntos en su casa.

―No sé dónde estará ―reconoció la princesa―. Está algo tenso últimamente. Luego de terminar su Máster ha tenido varias propuestas de empleo.

―Pensé que se quedaría a trabajar en las oficinas de Naciones Unidas aquí en Ginebra.

―Parece que hay algo más ―confesó―. Tal vez le ofrezcan un puesto en alguna misión diplomática. Algo de eso me ha dicho, pero no es seguro.

―¡Oh! ¡Eso estaría muy bien! Como hijo de diplomático he disfrutado mucho de vivir en varias ciudades, aunque es cierto que tiene sus aspectos negativos también. ¿Qué piensas al respecto?

―Lo seguiría a donde fuese, por supuesto. Yo puedo trabajar desde cualquier sitio.

―¿Sabes qué significa eso? ―Justin frunció el ceño.

―¿Qué?

―¡Qué tendrán que casarse, boba! ―replicó riendo―. Para estar a su lado en la embajada debes convertirte en su esposa.

―No había pensado en eso ―se ruborizó―, pero es una posibilidad.

―¡Qué maravilla vivir por una temporada en Madrid, Londres, París, o Bruselas!

―Olvidas que no sabemos dónde será ―apuntó ella―, y que puede que no sea ni siquiera en Europa.

―Cierto, pero si regresaran a los Estados Unidos me iría a visitarlos con frecuencia. Tendría el mejor de los pretextos para volver a casa. Aunque por supuesto, lo digo sobre todo por ti, ya sabes que Franz y yo... ―No terminó la frase, pero la verdad era que nunca se habían llevado verdaderamente bien.

―¡Tonterías! ―le interrumpió Caroline―. Franz es un poco recto, pero le agradas y... ―El timbre de su teléfono celular la hizo detener. La joven tomó el artefacto y advirtió que se trataba de su novio―. Dice que llegará algo tarde, pero que tiene algo importante que contarme... ―expresó en voz alta.

―¿Será la boda? ¿El nuevo trabajo? ¡Qué emoción! ―Justin saltó de la cama como un resorte, preso de la ansiedad, aunque ni siquiera se trataba de él.

―Ya veremos, no hay que precipitarte ―le respondió la princesa―. No quiero crearme demasiadas expectativas con esto y que después no resulte.

―Por cierto, he invitado a un amigo a tu exposición.

―¿Tendrás una cita? ―Caroline lo miró entusiasmada.

―Lo lamento, linda. Es solo un amigo ―afirmó―. Me temo que no es gay, de eso estoy absolutamente seguro. ―La princesa rio―. Lo cierto es que tenemos una buena amistad y eso es lo que importa. Nos conocimos durante mi viaje a Sudáfrica el año pasado y ha venido a Ginebra para...

Hellen, el ama de llaves, los interrumpió y Justin no pudo continuar explicándole. La pausa, sin embargo, estaba por completo justificada: Maximilien había llegado y eso era lo más importante. Caroline se puso muy feliz y no dudó en salir de la habitación para recibir a su hermano. Un alto joven de traje azul marino y cabello dorado la recibió con los brazos extendidos y la levantó en el aire para darle un beso. Hacía más de un mes que no se veían, pues Maximilien estudiaba de Oxford y había volado a Ginebra especialmente para la exposición de su hermana.

―¡Estoy tan feliz de verte! ―exclamó el heredero al trono con su límpida mirada de color celeste.

―Yo también a ti. ―Caroline le sonrió y recostó su cabeza en el pecho de Max.

―Hola ―saludó Justin―. Ya sé que se olvidan de mí ―añadió quejándose―, pero también me alegra verte.

Maximilien se apartó un instante de Caroline para darle un abrazo también a Justin. No eran tan cercanos, pero se llevaban muy bien.

―Siempre buscando pelea, ¿eh? Qué bueno que estás aquí con Carol.

―¿Dónde más podría estar? ―Justin se encogió de hombros.

―Al menos puedo percatarme de que Franz no está... ―hizo notar.

Caroline suspiró, pero no dijo nada y se dejó caer sobre el sofá.

―No te desanimes, hermana. Estoy convencido de que llegará a tiempo.
Carol lo observó y no se atrevió a replicar. Ella deseaba eso, pero algo en su corazón le decía que no se hiciera falsas ilusiones porque era poco probable que estuviera a la hora justa. En ocasiones tenía la impresión de que ella no era lo más importante para Franz, y ese pensamiento la hacía sentir dolor.

Luan Edwards llevaba tan solo un día en Ginebra, pero no quería dejar de atender a la exposición de fotografía a la que lo habían invitado. Debía ser cortés con su amigo Justin, a quien había conocido el año pasado en Timbavati, la famosa reserva privada de animales de Sudáfrica donde nació tres décadas atrás.

Sus padres eran los dueños de un hotel de lujo en la reserva, donde se alojó en norteamericano por una semana durante las vacaciones de verano. Justin quedó tan enamorado de Timbavati que pretendía realizar un documental sobre el lugar, y con ese propósito pensaban reunirse en Ginebra, a fin de discutir los detalles. Asimismo, Luan cumpliría también su compromiso de dictar una conferencia en el zoológico Sikypark, sobre conservación de la vida silvestre en especial de leones, un área fascinante que estaba desarrollando en su tesis de doctorado en la Universidad de Pretoria.

El joven sudafricano despertó de sus pensamientos cuando tomó un taxi, enfundado en un elegante abrigo de color negro para protegerse del frío. Le pidió que se dirigiera al número 28 de la rue des Bains; allí radicaba el Centro de Fotografía de Ginebra, fundado varias décadas atrás y que actualmente ocupaba parte del Edificio de Arte Contemporáneo de la ciudad.

Una vez que llegó a su destino, advirtió que había bastante concurrencia aguardando fuera, incluyendo a personal de la prensa. Los flashes lo deslumbraron por un momento, y se preguntó si aquella exposición sería de alguien famoso. "¿Por qué había insistido Justin en que se reunieran allí?". Miró la invitación que tenía en la mano; era de color negro y dorado con una atractiva tipografía que esbozaba el nombre de Caroline de Rietberg. Por sí mismo aquel apellido no le decía nada.

Luan no tuvo dificultades para entrar, ya que llevaba invitación. Una vez dentro percibió que todos los invitados estaban elegantemente vestidos. Por fortuna él había acertado a llevar un traje para la ocasión. Escudriñó la concurrencia en búsqueda de Justin, pero no lo encontró. Un mesero se acercó para brindarle una copa de champagne, la cual él aceptó de buen grado.

Bebió lentamente mientras contemplaba las fotografías. Debía reconocer que no era un versado en la materia, pero sí amaba el arte en general. La fotografía conceptual tal vez no fuera lo suyo, después de todo. Las instantáneas le parecían extrañas, fuera de lo común... No era juez para evaluarlas, pero no le gustaban: un reloj deformado, al estilo Dalí junto a una agenda electrónica; una bañera con una mujer dentro y un teléfono celular en primer plano, conectado riesgosamente a un enchufe de la pared; un iPad con la carátula de un libro en primer plano ―se notaba que la batería se estaba agotando―, y, paradójicamente se apreciaba al fondo un librero repleto de volúmenes para ser leídos.

―La esclavitud de la tecnología ―escuchó decir a una mujer a sus espaldas. Y tenía toda la razón. Aquella era el eje temático de la exposición y de alguna manera toda la colección se vinculaba con la dependencia a la tecnología. Sin duda un tema muy actual y alarmante.

Luan se alejó un poco de la multitud y salió a una terraza pequeña para hacerle una llamada a Justin; lamentablemente, el teléfono saltaba continuamente al buzón. Había frío y por eso le asombró un poco encontrarse con una hermosa joven que lucía únicamente un elegante vestido negro.

―Lo siento, no fue mi intención molestarla ―masculló mientras daba par de pasos hacia ella.

Caroline no se sobresaltó por su presencia, solo se quedó observándolo en silencio. El desconocido tenía unos embriagantes ojos verdes que resaltaban sobre su tez café; era muy alto y estaba casi segura de no haberlo visto nunca.

―¿Desea algo? ―preguntó ella de mala gana, pensando que quizás quisieran hacerle una entrevista.

―Solo salí para hacer una llamada. ¿No tiene frío? ―Luan se colocó justo frente a ella con curiosidad.

―¿Tiene fuego? ―Él no comprendió de inmediato la pregunta hasta advertir que la joven tenía un cigarrillo en su mano―. No tengo encendedor ―se explicó mejor al comprender su expresión confundida.

―No fumo y usted tampoco debería. Es muy joven.

―Y usted muy viejo ―rio ella, aunque sabía que no era cierto, pero él también sonrió―. ¿Ya hizo su llamada?

―Sí, pero la persona no me respondió.

―Ya somos dos ―murmuró ella con pena de sí misma.

―¿Le aburrió la exposición? ―Luan pensó que aquella era una buena pregunta, sin saber exactamente que hablaba con la fotógrafa.

―¿A usted sí? ―La mujer lo miró frunciendo el ceño.

―No soy muy apasionado de este tipo de fotografía ―reconoció―. Entiendo que el concepto de la esclavitud tecnológica a la que estamos sometidos. Es inteligente y actual, pero no me ha transmitido ninguna emoción. Y se supone que el arte emocione, ¿no es cierto?

―¿No será usted el del problema? ―terció la dama con calma―. Que le haya pasado a usted no signifique le suceda a todo el mundo...

―¿Y usted que pensó la primera vez que las vio esta noche?

La chica sonrió con ironía e iba a responderle cuando alguien los interrumpió.

―Carol, te estaba buscando. ―Un hombre alto de cabello rubio se acercó a ellos―. Franz ya ha llegado y pregunta por ti. Todos preguntan por ti ―añadió, mirando con interés al hombre que la acompañaba quien era un total desconocido para él.

Sin embargo, Caroline no satisfizo su curiosidad, pues tampoco sabía quién era él. No hubo tiempo para presentaciones y tal vez fuese mejor así.

―Disfrute del resto de su noche. ―Fue lo único que le dijo antes de desaparecer del brazo de su hermano.

Luan le agradeció y los observó marchar. Poco después abandonó también la terraza en dirección a la exposición. No faltó mucho para que se encontrara con Justin; el norteamericano le dio un cálido abrazo cuando lo vio.

―¡Te estaba buscando! ―exclamó el chico de ojos azules.

―Y yo a ti ―repuso Luan. En cambio, permaneció con la mirada perdida en la joven que había conocido hacía unos instantes y que se hallaba a unos metros de distancia. Varias personas se le acercaban para felicitarla y él sintió una sensación de temor al comprender que tal vez había cometido un error―. ¿Sabes quién es ella? ―le preguntó a su amigo con una súbita y tardía intuición.
Justin se volteó en dirección a la princesa que estaba a unos metros de distancia y sonrió ampliamente.

―Es Caroline, la anfitriona y artista del lente. Ven conmigo, que te la presento. ―Justin lo tomó del brazo muy dispuesto a hacerlo, pero Luan se libró de su agarre con suavidad.

―Ya nos conocimos ―afirmó, aunque no explicó las circunstancias―, y no quisiera importunarla más. Al parecer son muchos los que desean felicitarla. ―Se sintió estúpido, pero luego dejó de mirar a la joven―. Justin, gracias por invitarme y me ha alegrado mucho verte, pero estoy algo cansado ―mintió.

―De acuerdo, lamento que te marches tan pronto, pero imagino estés agotado. ¿Nos vemos mañana para comer y hablar de trabajo?

―Por supuesto.

―Ya tienes mi dirección. Te espero sobre las diez de la mañana, ¿puede ser?

―Estupendo. ―Luan le dio un último abrazo y desapareció aún un poco confundido.

Le había dicho a la artista que se había aburrido con su exposición y que no le había transmitido nada. Era la verdad, pero de haber conocido su verdadera identidad se hubiese abstenido de verter un comentario de esa clase. ¿Por qué le molestaba haberlo hecho? Tal vez le estuviera dando demasiadas vueltas al asunto puesto que estaba convencido de que no la volvería a ver. El destino, en cambio, tenía otros planes.

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