· You've Got To Hide Your Love Away ·

Las vacaciones navideñas son frías en la mansión Lyne.

Significan decoraciones justas, sobrias y anticuadas. Colocadas en los rincones de la casa que Imogen considere acertados. Si hay un solo centro de mesa en una cómoda donde ella quiere que haya velas, alguien sale perjudicado por haber tomado esa decisión. Si en la cena se sirve ponche de moras en lugar de ponche de limón...

Nadie cena esa noche. Augustus no lo hace porque pierde el tiempo y se tiene que ir de vuelta al trabajo, Imogen está encargándose del pobre elfo desafortunado, Richard está demasiado divertido ante la escena y a Eva se le cierra el estómago por la angustia. Al menos, ese año no está Amelia, quien de normal intentaba ayudar al elfo, en vano, y terminaba siendo castigada también.

Esas navidades, sin embargo, Eva siente calor en su interior. Igual que el año pasado. No son tan frías como de costumbre.

Ese calor se lo proporciona la certeza de que Amelia está bien y está feliz, seguramente disfrutando de sus vacaciones con su ahora marido, Alfred. Se pregunta cómo será el chico que finalmente ha conquistado el corazón de su hermana; la misma que aseguraba que jamás se ataría a nadie en algo tan ruin y anticuado como el matrimonio. Eva piensa que debe de ser un hombre excepcional para haberla cautivado así. Le encantaría conocerlo, pero sabe que no puede.

Hay otra fuente de calor. Le parece cursi, pero siente que viene directamente de su corazón, y que es porque se lo entregó a Sirius y como él lo guarda a buen recaudo, ella siente la calidez en su pecho. Como un miembro fantasma.

Hicieron las paces con besos. En un callejón, lo cual no fue demasiado romántico. Se susurraron tonterías después del sexo, mientras Eva se quedaba adormilada y Sirius fumaba un cigarro muggle. Dijeron algo de marcharse juntos, después de que él saliera de Hogwarts. O de luchar juntos, o algo así. Ya no se acuerdan. Cuando se ven, que es como mucho una vez al mes, no tienen tiempo de hablar de lo grave. No es justo oscurecer algo tan bonito como su relación con las nubes de la tragedia que tienen por encima de ellos.

En la fiesta de Navidad de ese año, en casa de los Black, Eva intenta pasar más desapercibida que nunca. Se ha llevado un castigo por manchar su vestido blanco —la teoría de Imogen es que si viste de ese color incita a los hombres a verla como una buena esposa— para así vestirse de negro y fundirse con las paredes. No quiere que nadie la vea. No quiere que piensen eso que su madre está desesperada por que piensen, porque necesita un perfil bajo y necesita que Sirius sea el único hombre en su horizonte.

Pero Imogen tiene otros planes. La lleva del brazo hacia una familia que no le suena de nada.

—Jacob, Rosamund, esta es mi hija, Evangeline —la presenta. Su rostro cambia por completo cuando habla con desconocidos y necesita su aprobación. Verla con una sonrisa es tan extraño como ver a una serpiente hablar—. Saluda a los O'Connor, Evangeline.

—Un placer conocerles.

Rosamund, de pelo rubio y rizado, la mira con una sonrisa tierna, aunque tiene el rostro muy pálido. Es extraño ver algo así en una reunión como esa. Jacob es muy alto, y tiene el labio superior oculto tras un gran bigote negro.

—Vaya, Evangeline, qué vestido tan elegante —saluda Rosamund. Ella lleva uno también muy bonito, debe de costar una fortuna.

—Muchas gracias, señora O'Connor.

—¿Ya has terminado tus estudios? —pregunta Jacob antes de darle un sorbo a su copa.

—Así es. En junio de este año.

—Con buenísimas notas —añade Imogen, con otra sonrisa apretada.

Eva asiente. No dice lo que piensa, que de qué le sirven unas buenas notas, si no va a poder trabajar absolutamente de nada. Observa, entonces, que Rosamund le hace un gesto a alguien al otro lado de la sala. Eva posa su mirada sobre un joven, también muy alto, con el mismo cabello dorado que Rosamund. Eva juraría que nunca lo ha visto antes.

—Evangeline, este es nuestro hijo, Benjamin.

—Solo Ben, por favor.

Estira la mano y toma la de Eva para depositar un beso sobre sus nudillos enguantados. Apenas la mira a los ojos cuando lo hace, como si no tuviera demasiado interés.

Ya somos dos.

—Encantada.

Imogen asiente casi sin darse cuenta. Está aprobando la actitud de Eva, educada y calladita.

—Ben está de regreso en Inglaterra, lleva unos cuantos años trabajando en Praga, para el Ministerio de allí.

Eva alza las cejas. Nunca ha estado fuera de Inglaterra. Imogen parece muy interesada en que continúe la conversación

—Vaya, Benjamin, ¿y a qué te dedicas exactamente?

—Estaba en la oficina de Regulación de Comercio Internacional —explica. No mira demasiado a Eva. Eva tampoco le mira a él.

—Qué interesante, ¿verdad, Evangeline?

—Sí.

Les obligan a bailar juntos. Y a cenar el uno al lado del otro. Pronto, los dos saben lo que intentan sus padres, así que Eva intenta entablar conversación solo por contentarles y por saber un poco más por qué les parece un buen candidato, cuando apenas saben quién es.

Sus padres parecen estar en esa reunión porque son sangre pura, tienen dinero y saben que les interesa juntarse con personas de intereses similares. Si no han acudido antes a esas reuniones es porque Rosamund parece estar delicada de salud, y con Benjamin en Praga, ya tenían suficiente. Se entera, sin embargo, de que los Moor son familia suya. La hermana de Ben está casada con el hijo mediano. Ellos sí que le suenan un poco más.

Benjamin no es demasiado hablador. Es educado, con una belleza muy simple, y con un gusto impecable para vestir, pero no dice nada acerca de la comida, no hace demasiadas preguntas y no parece tener una opinión muy clara sobre nada. Eva entiende por qué le ha interesado a su madre. Es una persona maleable.

—Mi hermanita pequeña es buen partido —interviene Richard, pasando un brazo por sus hombros. Eva reprime el impulso de apartarlo.

Ben sonríe escuetamente. No dice mucho.

—Es la alegría de la fiesta, ¿no? —musita Richard con los labios torcidos, entre dientes. Eva le mira para reprenderle. Él sigue riéndose—. Y dinos, Bernard, ¿cuáles son tus planes de futuro?

—Se llama Benjamin —le corrige su hermana.

—Mil perdones.

—Continúo con mi puesto en el departamento de comercio internacional, pero aquí, en Londres.

Richard asiente. Solo por su sonrisa, Eva ya sabe que está pensando formas de ponerle incómodo. Siempre hace igual. Eva le da un pisotón disimulado, pero Richard apenas lo siente.

—Nosotros también tenemos una persona internacional en la familia, ¿a que sí, Eva? —se ríe Richard, haciendo caso omiso a la mirada de advertencia—. Nuestra hermana mediana. Es una prófuga internacional, ¿impresionante, eh?

Benjamin entrecierra ligeramente los ojos. Mira a Eva buscando una explicación, pero ella simplemente se encoge de hombros.

—Es un poco más independiente, ya sabes... —responde Eva para intentar arreglarlo, con la voz temblorosa—. Mel... Amelia —se corrige. Traga saliva porque nunca la llama así en público—. Amelia está viviendo fuera.

—¿Dónde?

—Buenísima pregunta, Benedict. Buenísima. Si descubres la pregunta, por favor, sé tan amable de hacérnoslo saber.

Tras la cena, ocurre uno de los momentos que más detesta Eva. Lleva meses observando escenas como esa, y todavía no consigue dejar de sentir los escalofríos y las ganas cubrirse para sentirse segura. Se siente a la intemperie, a la vista de todos.

Al final de la reunión es cuando los seguidores más cercanos a Voldemort enseñan sus marcas. Hablan de planes de futuro. Un futuro que solo brilla para los presentes en esa sala. Para todos los que hay fuera, aquellos cuyos nombres vienen acompañados de adjetivos despreciables y gestos de odio, no es un futuro en absoluto prometedor. Eva casi se siente agradecida de no ser uno de ellos. No sabe qué le da más miedo, si ser la víctima o el verdugo. Aunque ella no haga nada. Sabe que no hacer nada es lo mismo que hacerlo.

Esa noche, sin embargo, se alegra de no haber pegado bocado. La marca sobre el brazo de Regulus es la más escalofriante de todas. Es la que le hace sentir verdadero pánico.

Regulus, con lo menudo que es. Con su piel pálida. Sus brazos escuálidos. Sus rizos desordenados sobre la cabeza que le hacen parecer unos cuantos años más pequeño de lo que verdaderamente es. Verlo lucir la marca con esa sonrisa de satisfacción es el peor de los augurios. Eva no necesita ver el futuro para saber que es de color negro.

Se escabulle en mitad de la noche porque no puede dormir después de ver eso. Le manda la señal a Sirius porque le necesita más que nunca.

—Tampoco me sorprende, Evie.

Eso es lo que dice Sirius cuando se entera de lo de Regulus. Lo dice con un gesto de indiferencia, con la voz pausada. Eva sabe cuánto le duele, aunque no lo diga. Sirius tiene esta obsesión por jurar y perjurar que todo aquello que tenga que ver con su familia no le afecta, pero Eva ha visto las cicatrices. Las ha notado cuando habla con él. Cuando le roza la piel. Están por todas partes. Son la prueba fehaciente de que ha salido de un infierno y no consigue nunca deshacerse de las llamas.

—No todos llevan la marca. Mi familia no la lleva.

—No los hace menos mortífagos, ¿no? —bufa él.

Se queda unos cuantos minutos mirando a la nada, fingiendo ser la persona más fuerte del lugar. Eva se queda en silencio. No sabe cómo hace Sirius para mantener la compostura. Ella empieza a sentir el frío agitándole los huesos, haciendo que le tiemble la mandíbula.

Pero entonces, Sirius rompe a llorar. Es un llanto silencioso, está acostumbrado a que la gente no le oiga llorar, pero en esa habitación solo está Eva y solo lo separan unos cuantos centímetros. Es obvio que le va a escuchar llorar.

—Siento mucho lo de Regulus.

—Yo nunca te digo que lo siento por Richard.

—Richard nunca tuvo otra opción. Con él siempre fue demasiado tarde, pero con Regulus...

—También. A él también le habían lavado el cerebro.

Eva lo abraza. Por primera vez, es ella quien lo sostiene entre sus brazos y no al revés. Están en casa de los Potter, pero los Potter no están. Están con los abuelos, y la casa se ha quedado sola. La habitación de Sirius en esa casa es espaciosa, con todos los lujos, incluido un piano.

Eva toca para él. Sabe que Sirius odia hablar sobre su hermano, así que no le hace hablar innecesariamente. Para qué, si ya saben lo que van a decir. Para qué, si hablen lo que hablen, no van a encontrarle solución. Regulus ha tomado su decisión. Ya ha cumplido los diecisiete. No es como si pudiera echarse atrás ahora: esa marca no se quita con nada.

Eva toca despacio. Vuelca su tristeza sobre las teclas. Toca las piezas que sabe que le gustan a Sirius. Le anima a tocar con ella, le recuerda cómo era.

Hacen el amor sobre el piano. No es demasiado cómodo, y la tapa es de madera barnizada y se les queda la piel pegada. Tendrán que limpiar las huellas que deja su cuerpo después.

Golpean las teclas con los pies y los codos y se ríen cuando eso ocurre. Eva se agarra a la tapa en busca de apoyo.

Tienen miedo, pero se tienen el uno al otro. Sienten la misma seguridad de que lo suyo durará que de que todo se puede venir abajo de un día a otro. Se están acostumbrando a eso de improvisar, de ya nos preocuparemos cuando llegue la hora de preocuparse.

Y aún así, se pasan el tiempo preocupados. Sin saber que la preocupación más grande de todas está a la vuelta de la esquina.

No me creo que este sea el penúltimo capítulo de Till There Was You. No quiero despedirme de esta historia, es como si estuviera agarrando a Emma (y digo a Emma porque es la que inició todo esto) de la pierna y no la quisiera dejar ir.

AVISO IMPORTANTE SOBRE ESTE CAPÍTULO: justo entre este capítulo y el siguiente, iría un trozo de la historia que ya subí hace muuuuchos meses :) Es el capítulo especial "Mel", que está en this is me trying. Podéis ir a leerlo para refrescaros la memoria antes del siguiente. No quería repetir lo mismo o copiarlo y ya está, así que os recomiendo que os paséis por ahí antes del último cap, solo por refrescar :)

Nos leemos el 20 de abril con el final. Mil gracias a quienes me leéis aquí desde el principio. Os quiero <3

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