· Till There Was You ·
Eva observa la pila de cartas sobre su regazo. Tiene que leerlas rápidamente y quemarlas antes de que alguien la descubra. Ha ido al Callejón Diagón a arreglarse una túnica nueva y una lechuza la ha perseguido hasta que ha aceptado coger las cartas cuando nadie la miraba. Quien sea que se la ha enviado, ha debido insistir mucho en que no se vaya sin conseguir entregar las cartas.
Hay una de Amelia y cuatro de Sirius. La de Amelia sabe que es la invitación a su boda, por la forma del sobre y lo decorado que está. Rompe el sello pasando el dedo bajo la solapa y la cartita sale despedida del sobre y se queda levitando en el aire. La suave voz de su hermana, ligeramente distorsionada, hace que se le llenen los ojos de lágrimas. Lleva dos años y medio sin escuchar su voz.
—¡Saludos! Somos Amelia y...
—¡Alfred! —interviene una voz masculina.
—¡Y nos complace invitarte a nuestro enlace!
—Será el veintisiete de noviembre, en el hotel Doddebridge, a las cuatro de la tarde.
—Por favor, confirma tu asistencia para que podamos añadirte a nuestra lista. ¡Tenemos muchas ganas de compartir este día con todos vosotros!
—Traed vuestras ganas de bailar, que yo me encargo de la música.
—¡Eh! ¡Yo también...!
La voz de su hermana se desvanece poco a poco, tanto que a Eva le da la sensación de que de repente se queda sola en esa callejuela escondida en la que se ha metido. Quema la invitación de inmediato y repasa la información tres veces en su cabeza para que no se le olvide. Le sobrecoge el alma saber que no podrá estar ahí con su hermana. Después de que se cancelara su compromiso con Bast, sus padres decidieron que Eva no saldría de casa en todo el verano, como castigo.
Ahora, en septiembre, la van citando con solteros en edad de casarse. No es como si fueran a dejarle que elija al que más le guste, claro. Lo hacen porque saben que Eva es tímida y no disfruta eso de conocer a gente nueva por obligación. Es otro castigo.
Querría enviarle una carta como disculpa a Amelia, pero sabe que es imposible, así que musita un lo siento al aire a sabiendas de que, si su hermana rebusca, encontrará ese momento y sabrá que no tiene que esperarla. Su don le hará saberlo.
Abre las cartas de Sirius. No sabe nada de él desde aquella noche. La primera son solo disculpas. Son líneas llenas de me precipité, sé que es mucho pedir y lo siento mucho, Evie. Las siguientes son mucho más sinceras.
Son necesito saber algo de ti porque la incertidumbre me mata.
También te esperaré lo que haga falta.
Y muchos prefiero tenerte un poco que no tenerte en absoluto.
Todas van firmadas por Bach y no por él. Igual que Amelia firmó la suya con otro nombre distinto.
Eva está cansada de estar en casa. Eva echa terriblemente de menos a Sirius y aunque ir a ver a Amelia es una locura porque requiere demasiados riesgos, quedar una vez con Sirius no debería ser tan imposible. En el sobre de la última carta, escribe un lugar, un día y una hora y se la entrega a la lechuza. El corazón le late tan fuerte que siente que se le saldrá del pecho. Cada día, las ganas de arriesgarse se multiplican. Conforme pasa el tiempo, casi decide que prefiere morir a vivir un solo día más atrapada.
Amelia no se casa de blanco. Se casa de morado, que por algo es su color favorito. Se decepciona ligeramente porque su hermana no se ha atrevido a acudir a la boda y ahora no tiene dama de honor, pero se consuela a sí misma sabiendo que Eva hace lo que puede. Se trenza el pelo en su honor e introduce florecillas por los cabos, a juego con su vestido.
Ha dejado todo preparado por si hace una aparición repentina. Ha levantado los hechizos pertinentes —¿qué probabilidades hay de que justo hoy elijan los mortífagos acudir a esa dirección en concreto?— y ha dejado un mensaje en el Ministerio de que si una chica joven que se parece a ella la busca, la ayuden a encontrarla. Es mejor no perder la esperanza con su hermana.
No hay demasiados invitados: de parte de Amelia acuden un par de compañeros de la editorial y ya está. Nadie de su vida anterior. Ni siquiera se ha atrevido a enviarle algo a Sybill, a Caitlin o a Molly. No quiere que alguien se entere y les haga daño a ellas solo por conseguir esa información. Con Eva es diferente porque lo que quiere es hacerla ir a Chicago y obligarla a quedarse. Un billete de ida sin retorno.
Arabella, la hermana de Alfred, entra a la habitación donde se está peinando. Lleva un ramo de flores que se parece al de Amelia.
—Sé que no soy una buena sustituta para tu hermana, pero hoy seremos oficialmente familia así que... he pensado que podría ser yo tu dama de honor.
Amelia sonríe con sinceridad y asiente. Arabella es un encanto y le recuerda un poco a ella misma: es descarada, directa y terriblemente generosa. Les ha financiado una parte de la boda y ha aceptado a regañadientes cuando le han dicho que le devolverán cada moneda. Es rubia, como Alfred, pero tiene los ojos castaños. Es más mayor que ella. Alfred tiene tres años más que Amelia, y Arabella tiene cuatro más que Alfred.
La familia de Alfred la ha acogido con los brazos abiertos. Están al tanto de que Amelia tuvo problemas con su propia familia —no había forma de explicar si no su ausencia en la boda—, así que, por supuesto, han decidido que ellos serán ahora su familia también. Amelia se hizo la fuerte y les dio las gracias, pero lloró sin parar en cuanto llegó a casa después de escuchar aquello. Siempre había querido una familia de verdad. Alfred le está brindando esa oportunidad.
Y ahora formarán una familia. Lo saben desde hace un par de meses. Amelia espera una niña y tiene sospechas de cómo va a llamarla, pero no se lo ha dicho todavía a Alfred porque quiere que él participe también en la elección. Tal vez, el nombre que sabe que tendrá será sugerencia de él. No quiere quitarle ese momento.
Él insiste en decir sus votos mientras toca de fondo la guitarra. No los canta porque sabe que su voz no es la mejor, pero con la música de fondo hace que todo parezca parte de un sueño. Amelia tiene miedo de despertar. De que esa fantasía en la que ella está sumida ahora, vestida de morado y con flores en el pelo, se desvanezca de repente y siga en su casa, en Inglaterra, escapando de los gritos y las maldiciones.
Pero no. La voz de Alfred la ancla al momento en el que está. Los escalofríos en la nuca confirman que todo es real. Que después de diecinueve años, la suerte le sonríe, por fin.
—Quiero ser el árbol en el que te recuestes a leer, o el hombro sobre el que duermes, aunque quien se quede dormido primero sea mi brazo... —los invitados se ríen. Amelia le saca la lengua—. Quiero ser la música que te hace bailar y menear tu melena y quiero ser Mick Jagger para que me dediques todos y cada uno de tus Tequila Sunrise. Quiero ser Jane Austen para que digas todos los días a aquel que esté dispuesto a escucharte lo mucho que te gusto. Quiero ser tu compañero y tu mejor amigo y tu escudo o tu piedra o tu pilar. Quiero ser nada, si eso es lo que necesitas, porque eres independiente y fuerte y vales mucho por ti misma. Quiero que me veas en tu futuro... —Alfred le guiña un ojo. Esa es una broma que los demás no entienden—. Quiero sorprenderte cada día para ver cómo se te ilumina la cara como se te iluminó cuando te dije que yo también era mago, de los tuyos. Quiero que sepas que siempre me tendrás a tu lado, en las buenas y en las malas, y que sepas también que siempre seré la persona más afortunada allá por donde vaya porque esa camarera tan atrevida que trabajaba en el bar que linda con la calle Crow decidió que yo era digno de darle un beso. Quiero estar siempre contigo, Amelia. Te quiero.
Amelia llora de felicidad cuando se dan el sí, quiero y juntan sus labios para sellar la promesa. Alfred recoge su cintura entre sus manos y termina de anclarla en el momento. Susurra su nuevo nombre cuando se separa para hacerle saber que no tendrá que seguir siendo esa Amelia del pasado que tanto sufrió. Amelia Blackwood será mucho más feliz que Amelia Lyne. Todo eso ya queda atrás.
Bailan entre todos los invitados con la música que ha seleccionado Alfred para la ocasión. Le susurra al oído que las canciones de The Beatles que ha escogido le recuerdan a toda la historia que Amelia le ha contado sobre su vida hasta el momento en el que llegó a él. La última, advierte, es la que le recuerda al momento en el que están ahora. Amelia apoya la cabeza sobre su hombro y deja que Alfred tararee suavemente contra su oído.
—There were birds in the sky, but I never saw them winging. No, I never saw them at all, 'till there was you. Then there was music and wonderful roses, they tell me in sweet fragrant meadows of dawn and you... —Alfred deposita un beso en su sien—. There was love all around, but I never heard it singing. No, I never, heard it at all. 'Till there was you.
Amelia sospecha que Alfred estaba guardándose esa canción. Le suena haberle escuchado tararearla distraídamente en la ducha, mientras cocinaba el domingo pasado y mientras limpiaba las ventanas a mano. Aquel día, en el que echa de menos a su única familia de verdad, Eva, y a sus amigos que fueron su familia durante siete años, decide que ha terminado de sentirse culpable por marcharse. Decide que se merece ser feliz, dejarse cuidar por Alfred y cuidar de él y empezar a vivir de verdad.
Se lo dice a Alfred.
—Creo que no empecé a vivir de verdad hasta que llegaste tú, Alfred. Y no tiene nada que ver con el amor o con depender de ti. Creo que era porque tenía miedo, pero ya no. Necesitaba las alas y me las diste...
—Siempre las tuviste. ¿O no eres el gorrión más bonito de todos, eh?
—Te quiero.
Se quieren. Es bonito un amor así de recíproco. Sin condiciones y sin preguntas. Se quieren desde el primer minuto y una conexión así lo puede todo.
Alfred ha dicho en lo malo y en lo bueno.
Y lo malo llega después del banquete, cuando todos están ebrios y Amelia se masajea los pies porque le duelen de tanto bailar. Siente que se está mareando y se retira a su habitación unos minutos, y Alfred la sigue porque está preocupado. Ruega sin parar por que no tenga nada que ver con el bebé y solo sea el cansancio.
—¿Qué pasa...?
—Creo que...
Siente que le va a estallar la cabeza. Que las piernas no le responden del todo. Se lleva las manos al cabello y se deshace la trenza con desesperación para ver si tener el cabello suelto hace que le duela menos la cabeza. Siente que hay una enorme plancha de metal apretando su cráneo, estrujando su cerebro. Quiere gritar para hacer que todo pare.
Ahí es cuando empieza a escuchar un pitido ensordecedor y se le empiezan a teñir de negro los bordes de su visión. Casi se alivia al saber que se va a desmayar, porque eso significa que todo dejará de dolerle aunque sea unos segundos.
Cuando despierta, está sobre la cama del hotel, con un paño húmedo en la frente. Se lleva las manos al vientre, como si tuviera miedo de que la niña ya no siga ahí, a pesar de que está de cuatro meses y no se nota demasiado.
—La niña está bien —le promete Alfred, acariciándole la mejilla. Está tan pálido que sus ojos parecen más apagados que de costumbre—. Ha venido mi tío y ha comprobado que todo está en orden.
Amelia asiente con alivio. Tener un medimago en la familia siempre es de gran ayuda.
—Creo que estaba muy cansada y...
—Amelia, no te vas a creer lo que ha pasado.
Cuando le toma las manos, Amelia percibe lo temblorosas que están. Entra en alerta enseguida. Se le pasan cientos de cosas malas por la cabeza.
Su familia ha llegado al hotel y ha hecho algo malo.
Eva ha intentado acudir y la han pillado.
Unos mortífagos han...
—Has tenido una visión rarísima, Amelia, me he asustado mucho.
—¿Una visión?
Alfred siente un escalofrío al recordarlo. Inmediatamente después de desmayarse, Amelia ha abierto los ojos como platos y ha hablado con una voz gutural aterradora, como cien voces en distintos tonos hablando todas a la vez. Sabe que no ha sido una visión común. Sabe que ha sido algo mucho más terrible que eso, y solo siente desasosiego por la impotencia que ha sentido al ver a su ahora esposa en una posición así.
—Te has quedado como... como ida. Tu voz no sonaba a tu voz y... ¿no recuerdas nada?
Amelia niega rápidamente. Absolutamente nada. Le duele demasiado la cabeza como para forzarse a intentarlo.
—¿Crees que ha sido una profecía? —le pregunta a Alfred, apretando su mano todavía más.
Alfred deja escapar todo el aire. Esa palabra parece que pesa más que las otras.
—Puede ser...
—¿Y te acuerdas de todo lo que he dicho?
—No creo que pueda olvidarme nunca.
Amelia le pide con la mirada que la recite. Alfred la besa en la frente para coger fuerzas.
—El Señor Tenebroso podrá enfrentarse a su mayor enemigo en posesión de aquello que jamás muere y siempre permanece. Su enemigo estará marcado por él como tal y empuñará una gemela como muestra de la unión indeseada de dos almas.
—Alfred...
—Lo sé.
Lo de la profecía se sabía ya, lo de Till There Was You, un poco también jeje. La playlist oficial tiene de portada la fecha de la boda :)
Amo esa canción porque pájaros y rosas y canciones wkefnoqwifni mis niños. Los quiero mucho.
El próximo capítulo es el 10 de abril. Os tkm <3
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