· I'm Looking Through You ·


El verano de 1976 es un verano de lo más confuso para Eva. No puede creerse que vaya a ser su último verano de libertad, y es por eso que siente la extraña necesidad de hacer que sea un buen verano.

Sabe que, cuando termine el siguiente curso, terminará con su educación mágica. Eso significa que sus padres no perderán el tiempo y la casarán con Rabastan, con quien le han estado haciendo quedar esporádicamente durante el último año para hacer a todo el mundo creer que son novios. Eva sabe que, en realidad, no podrían considerarse ni siquiera amigos. Cuando están juntos, ella se pierde en sus pensamientos y él bebe sin parar. Al final, ella también bebe solo para hacer que el tiempo pase más rápido.

Ha dejado que pase así el año porque ni siquiera se había dado cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Desde que se fue Amelia todo es diferente.

De todos los días en los que podía largarse de casa, Amelia había escogido el día en el que había muerto la tía Sylvia en extrañas circunstancias y de manera completamente repentina. Habían encontrado su cuerpo en mitad de una calle comercial muggle y esa era toda la historia que sabían.

Eva tenía un terrible presentimiento de que había algo más; que su tía no podía haberse ido así como así, de un día para otro, cuando era joven y estaba completamente sana. Alguien le había hecho eso, pero allá por donde había preguntado, nadie le había respondido.

—Preguntar eso es de ser morbosa, Evangeline —le recriminó su madre cuando se lo preguntó—. ¿Qué más dará? Tu tía ya no está. Fin de la historia.

La desaparición de Amelia y el fallecimiento de Sylvia habían supuesto el fin de los gritos y la música en la mansión Lyne. 

Parecían fantasmas. Si te sentabas en el sillón de la sala de estar y cerrabas los ojos, casi te parecía escuchar a Amelia discutiendo con Richard en el piso de arriba y a Eva practicando su piano junto a su tía un par de habitaciones más allá. Luego abrías los ojos y te dabas cuenta de que todo había sido un sueño.

Nadie se quejaba ya de nada en la mansión Lyne. Las únicas conversaciones medianamente airadas que tenían lugar entre esas paredes eran aquellas dirigidas a encontrar a Amelia para darle su merecido y para hacerla trabajar para el Señor Tenebroso, quien se lamentaba de una pérdida tan valiosa para su bando.

Eva era la que más sentía la ausencia de su hermana. Había días en los que se alegraba de que se hubiera marchado y abrazaba el único libro que había dejado, Emma de Jane Austen, suplicando por que, allá donde estuviera, estuviera sana y salva.

Otros días, lanzaba el libro en un cajón cualquiera con rabia y lo cerraba de una patada y se quedaba llorando sobre la tapa del piano, echándola terriblemente de menos y maldiciéndola por haberla dejado atrás. Sabía que su hermana había insistido incesantemente con que se fuera con ella.

Eva estaba más enfadada consigo misma que con Amelia, pero era más fácil resentir a otra persona que a uno mismo. Al menos, no tenía que enfrentarse a la dificultad que le suponía mirarse al espejo cada día si se quitaba un poco de la culpa de encima.

Se había quedado completamente atrapada y allá por donde miraba le parecía ver unas rejas a su alrededor. Pasaba las veladas con su familia y sus amigos sintiéndose como una prisionera. Ya no tenía ningún cómplice en la mesa porque Amelia se había marchado y, poco después, Sirius también.

Se había escapado de casa las navidades de su quinto curso, incapaz de poder aguantar a su familia. Aquello había sido un duro golpe para los Black, aunque había sido muy esperado por todos. Las dos ovejas negras de las familias de sangre pura —tres, si contabas a Andrómeda Black— ya no estaban entre sus filas. Casi parecía que todos estuvieran prestando especial atención a los jóvenes restantes, como preguntándose quién sería el siguiente que los traicionaría.

Aquello solo pone a Eva en un aprieto todavía más grande. Cree que en algún momento todos percibirán la duda en su mirada. Piensa que todos se van a dar cuenta de que no está a gusto y no se siente como los demás, así que intenta parecer uno de ellos aún con más ganas.

Solo flaquea el día que se encuentra a Regulus llorando en una habitación de la mansión Black, pocos días antes del curso escolar. Ha llegado hasta esa sala buscando ella misma un lugar donde apartarse un poco de los demás, y no esperaba encontrar al hijo pequeño de Walburga ahí agazapado sobre la cama.

Se queda ensimismada mirándole. No sabe por qué hace ese tipo de cosas, la verdad, pero las hace. Observa a los demás sin intervenir y piensa en lo que podría hacer por ayudarles, pero nunca da el paso. Solo lo hace cuando está ayudando a Madame Pomfrey y lleva un delantal alrededor de las caderas, como si eso le diera permiso o la transformara en alguien distinto. Ahora mismo, solo es Evangeline Lyne.

—Lárgate —espeta la voz de Regulus cuando se da cuenta de que ella está ahí.

—Perdón —musita ella. Tira a cerrar la puerta otra vez, pero entonces escucha otro sollozo y decide quedarse un segundo más.

Regulus esconde su rostro detrás de su brazo, y sus rizos negros hacen el resto del trabajo y lo ocultan aún más. Parece mucho más pequeño ahora que está hecho un ovillo. Eva le recuerda siempre así: pequeño y delgado, diferente al resto.

—¿Me puedo quedar?

—Evang...

—Me quedo.

No sabe de dónde saca esa valentía, pero cierra la puerta tras ella y se acerca hacia el chico con cuidado. Se queda a los pies de la cama, retorciéndose la tela de la falda con indecisión.

—Eres muy rara, Evangeline —escupe Regulus, limpiándose las lágrimas con las mangas de su camisa—. ¿No entiendes lo que significa la palabra "lárgate"? ¿O acaso eres como tu hermana y no sabes seguir órdenes?

—Tu hermano tampoco sabe seguirlas.

Regulus deja escapar todo el aire por la nariz y la mira con condescendencia, como todos miran a quien se atreva a mencionar el nombre de alguno de los traidores. Eva le devuelve una mirada exenta de expresión, una que lleva días practicando.

Regulus no lleva tanto, y por eso enseguida se le humedecen los ojos y arruga la barbilla para intentar dejar de llorar.

—No pasa nada si echas de menos a tu hermano.

—¡No echo de menos a ese traidor a la sangre!

Eva levanta una ceja. Apoya todo su peso en la madera que decora los pies de la cama y asiente muy despacio.

—Claro que no. Yo tampoco echo de menos a mi hermana.

Regulus coge aire. Le caen las lágrimas sin parar, y se las quita con mucho enfado, como si eso le devolviera un poco de dignidad.

—¿Por qué lloras, entonces?

—¿Y a ti qué te importa?

—Eres un poco maleducado, ¿no, Reggie?

—¡No me llames Reggie!

Sirius le llamaba Reggie.

Es evidente que Regulus echa de menos a su hermano, y Eva sabe que está así porque se siente culpable por hacerlo. Sus padres le deben de haber lavado el cerebro a base de bien, diciéndole que Sirius ya no es parte de la familia y que cualquier intento de comunicarse con él puede ser considerado como alta traición.

—Hace un año y dos meses que no sé nada de Amelia —le cuenta Eva, haciendo acopio de todo su coraje. No ha hablado con nadie de esto desde que se fue—. No sé dónde está ni si está bien. Solo sé que está viva porque no la han encontrado.

Regulus se remueve encima de las sábanas. Baja un poco las piernas y trata de erguirse un poco más, pero todavía utiliza sus mechones para ocultarse frente a Eva.

—La echo de menos, aunque sea una traidora que nos abandonara. Siempre fue distinta y no había nada que mis padres pudieran hacer para convencerla de seguir nuestras ideas. Está mejor lejos.

—Pero traicionó a su familia, y la familia...

—La familia la maltrataba, la dejaba sin comer y la despreciaba. No le debía nada a mis padres, Regulus. La falta de respeto entre ellos era recíproca.

Regulus se lleva las uñas a los labios y comienza a mordisqueárselas con ansia. Eva repara en que apenas le queda nada que morder. 

—Lo mismo pasó con Sirius, solo que tú sí que sabes que está vivo porque lo vas a ver por los pasillos de la escuela.

—¿Y se supone que eso es mejor? Lo voy a tener en frente de mis narices dos años enteros y se supone que no puedo hablarle.

—Entonces, ¿sí que quieres hablarle?

Regulus abre la boca para responderle, pero no dice nada y vuelve a esconderse detrás de su brazo. Eva se acerca un poco más y se sienta sobre el colchón.

—Dame, te arreglaré esas uñas.

No sabe a qué se refiere, pero cuando Eva le hace un gesto, él extiende su mano. Con un giro de su varita, Eva le cura todas las heridas de los dedos y hace que sus uñas vuelvan a crecer.

—No le echo de menos. No nos llevábamos bien.

—De acuerdo —responde Evangeline, sin hacerle caso.

—Es solo que... la casa está en silencio.

Eva asiente, curándole la otra mano. Regulus ha levantado por fin la cara para mirarla y ella se siente bajo el escrutinio de sus preciosos ojos azul claro. Son tan bonitos como los de su hermano.

—Y mis padres hacen como que jamás ha existido, como si todas las esperanzas no estuvieran puestas en mí.

—Sé lo que es. Te miran como si tú fueras a seguir sus pasos y te toca hacer el doble para que dejen de mirarte.

El joven asiente, mirando sus manos curadas como si quisiera volver a destrozárselas en ese momento. Cuando vuelve a mirar a Eva, se ve reflejado en ella.

—Son muchas cosas. Siento que me ahogo, Eva.

Cuando Eva sale de la habitación de Regulus tiene que contar hasta cincuenta para tratar de no ponerse a llorar. O chillar. O largarse de allí.

Se mete en la habitación que hay justo enfrente para ocultarse una vez más, esta vez, a solas. Regulus está sensible y parece dispuesto a mantener una conversación sincera, pero Eva sabe que no puede fiarse completamente de él. Quizás hoy quiera ser su amigo y quizás mañana esté dispuesto a venderla frente a toda la familia.

Cierra la puerta a sus espaldas y observa la habitación de Sirius. Está muy desordenada, como si alguien hubiera revuelto todo, cajones y armarios incluidos. Los posters de revistas muggles están pegados a la pared, impidiendo apreciar el papel pintado que hay debajo. Los apuntes de Sirius están dejados caer por encima del escritorio.

La cabeza de Sirius se asoma por la ventana.

¿Sirius está en la ventana?

—¿Pero qué...?

Intenta decir algo, pero no se le escucha a través del cristal. Eva mira detrás de sí para asegurarse de que no hay nadie en la puerta y luego corre a abrir la ventana. Sirius está montado encima de una escoba, con el cuerpo completamente invisible bajo lo que debe ser una capa de invisibilidad, manteniendo en el equilibrio mientras intenta avanzar en dirección a la casa, pero algo se lo impide.

—La mala pécora de mi madre debe haber hechizado la casa para que no pueda entrar —maldice él, chocándose tres veces seguidas contra una fuerza invisible.

—¿Qué haces aquí? ¡Si te ven intentarán hacerte daño!

Él suspira con exasperación. Saca su varita y ahora su brazo también flota por el aire y trata de romper el hechizo escudo alrededor de la casa, pero es magia demasiado avanzada para un chico de dieciséis años. Además, en teoría no debería practicarla porque es menor de edad.

—¡Necesito unas cosas!

Se ha dejado crecer el pelo este verano, y ahora lo lleva por debajo de las orejas. Le cae en ondas negras dispares, como si no hubiera tenido demasiado tiempo de peinárselo. Eva recuerda la pequeña obsesión que había tenido con él hacía ya más de un año, antes de que todo cambiara, cuando Eva aún se atrevía a hacerse ilusiones con su futuro.

Se le había ocurrido una estupidez tan grande como que, quizás, Sirius querría fingir junto a ella que eran una pareja purista solo por sobrevivir ante los ojos de los demás. A veces se acordaba de eso y se reía.

—Voy a intentar una cosa, un segundo.

Eva se aparta inconscientemente, esperando que Sirius haga una locura frente a sus ojos.

De todas las posibilidades que se habían pasado por su mente en un segundo, verlo convertirse en un perro negro ante sus ojos y saltar a través de la ventana abierta no era una de ellas. La chica ahoga un grito de sorpresa y pánico y se cae sin querer sobre la cama de él, aferrándose a las sábanas para no resbalarse y caer de bruces contra el suelo.

El perro negro mueve el rabo sin parar por la emoción y olisquea allá por donde pasa, hasta que vuelve a convertirse en un chico de dieciséis años otra vez.

—¡Eres ani...!

La mano de Sirius le tapa la boca para que no termine de decir aquello. Eva lo observa con ojos atónitos, tratando de procesar la información rápidamente. Sirius, mientras tanto, mira a su alrededor.

—Está todo igual —comenta, con una sonrisa de suficiencia—. No me extraña, le puse un hechizo a todo para que no pudieran cambiar nada de sitio.

Dirige de nuevo su mirada a Eva, decidiendo si quitarle la mano de la boca o no. Se encuentra con unos ojos de un color azul apagado, casi verde, que observan cada centímetro de su rostro con estupor y sobresalto. Tiene unas cejas negras tan marcadas que Sirius puede leer toda su expresión incluso viéndole solo la mitad de la cara. Nunca se había fijado en lo expresiva que es Eva Lyne.

Retira la mano lentamente, todavía con precaución por si ella se pone a gritar, y luego sonríe.

—Parece ser que el hechizo era para que no entrara mi forma humana. No contaban con... lo otro.

Eva mira la escoba, todavía flotando en el aire.

—¿Y cómo piensas salir luego?

—Saltando hacia la escoba.

—¿En forma de chucho?

—¡Eh! Soy un perro de lo más guapo.

Eva le mira con una ceja levantada y él se empieza a reír. Ella se calma un poco antes de apuntar hacia la puerta y susurrar un hechizo de silencio. Si la pillan junto a él, puede darse por muerta.

—¿A qué has venido?

Sirius parece acordarse por fin de su propósito y comienza a rebuscar por los cajones. Va lanzando objetos, ropa y libros hacia la cama, murmurando para sí mismo mientras lo hace.

—Cuando me fui no tuve mucho tiempo para agarrar todas mis cosas, solo lo imprescindible —explica él.

Eva empieza a doblar inconscientemente las camisas que él va dejando en la cama. Es una maniática del orden y no soporta la idea de que Sirius meta toda la ropa arrugada y de cualquier manera en la mochila diminuta que ha dejado a los pies de la cama.

—¿Y tenías que volver a por ellas una noche en la que están todos los amigos de tus padres en casa?

—Claro —responde él—. En primer lugar, porque es más divertido así. En segundo lugar, porque están entretenidos y hay mucho ruido y no me van a oír.

Eso tiene mucho sentido.

Eva apila toda la ropa plegada y comienza a ordenar también los libros. Son libros que pueden ser útiles para clase, pero la mayoría son sobre quidditch, mecánica muggle y...

Una libro con partituras de Bach.

La abre de par en par, sorprendida por la recopilación de partituras desgastadas. Disimuladamente, rebusca por la portada el nombre de Remus, pensando en que tal vez sea suyo, pero no encuentra nada que lo indique.

Cuando se gira a mirar qué más ha echado Sirius sobre la cama, se lo encuentra mirándola atentamente. Sus ojos bailan del libro hacia su cara sin parar.

—¿Te gustan?

Eva se pone nerviosa y traga saliva. A Remus no le costó nada confesarle que tocaba el piano, pero Sirius Black es distinto.

—¿De quién son?

—Mías, ¿de quién van a ser? —bufa él, poniendo los brazos en jarra—. Bueno, igual eran de Reggie, pero ahora son mías.

—¿Tocas el piano?

—Claro. En esta casa todos lo tocamos.

Eva no tenía ni idea de aquello. Pensaba que su tía Sylvia y ella eran la excepción.

—No conozco a muchos magos que lo toquen.

—¿Ah, no? Mi amigo Remus también lo toca.

Eva desvía la mirada una última vez, dejando el libro de partituras sobre la pila de libros y levantándose de la cama.

Mi amigo Remus.

Ella sabe que son más que amigos. Cuando mira a Sirius para ver qué cara pone, lo encuentra triste, como si no quisiera hablar mucho del tema.

¿Tal vez sí sean amigos?

—Debo volver, hace un rato que me he escabullido.

—Puedes fingir que te has quedado dormida sobre mi cama, si quieres.

Eva recuerda su conversación de hacía casi dos navidades. Le había dicho que esconderse y fingir que se había dormido era una de sus estrategias para soportar ese tipo de fiestas.

Se ha acordado.

—Funcionaba cuando tenía diez años. Ahora soy un poco más mayor.

—Puedes ponerte una botella de vino al lado. Para que se piensen que ha sido por el alcohol.

Eva sonríe. La perspectiva de dormirse sobre la cama de Sirius no es horrible del todo, pero no quiere volver a pensar en ese tipo de cosas. Si Sirius era inalcanzable hacía dos años, ahora lo es más aún.

—¿Sabrás salir de aquí?

Él asiente con fervor, observándola caminar hacia la puerta. Cuando ella no se da cuenta, Sirius la mira de arriba abajo y piensa para sí mismo que cuándo demonios Eva Lyne ha crecido tanto. Aunque sea unos meses mayor que él y vaya a un curso por delante, siempre ha pensado en ella como en una niña menuda y delgadita. La mujer que tiene frente a él es muy diferente.

—¿Sirius?

—Sí, sí, claro. No te preocupes. 

—De acuerdo.

—¿Puedo confiar en que no te chivarás, verdad?

Eva ahoga una risa. Si le preguntan y confiesa que primero ha consolado a Regulus y luego ha ayudado a Sirius a colarse en la casa, nadie la creerá.

—Claro que puedes. Soy la hermana de Amelia, ¿no? A ella también la ayudé.

Sirius abre los ojos como platos. Definitivamente, esa Eva no era quien recordaba. Se da cuenta de que no sabe nada sobre ella.

—Nos vemos en la escuela.

—Nos vemos, Evie.


Este capítulo no estaba planeado así en absoluto, pero a veces las cosas pues... salen así y tienen todo el sentido del mundo. Sí, ha pasado un año (y dos meses) desde el anterior capítulo, porque sabéis que me gusta saltar en el tiempo. 

Meter a Regulus y a Sirius junto a Eva en un capítulo es otro rollo si leísteis this is me trying mientras lo publicaba y creísteis que uno de los dos era el padre de Bella... No diré quién por si acaso alguien está leyendo esto primero ;)

¡Primer capítulo del año!

Mil gracias por leer y votar <3

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top