· All Things Must Pass ·

El día en que Amelia se gradúa por fin de su educación mágica, cae un chaparrón que obliga a la ceremonia a trasladarse al Gran Comedor. Los Premios Anuales observan con desdicha el funesto día que asoma por la ventana tras haber preparado durante meses el jardín para celebrar el evento tan esperado.

Los alumnos andan de acá para allá terminando de recoger sus pertenencias de la habitación que los ha acogido durante siete años. Ahora miran bien debajo de sus camas para asegurarse de no dejarse nada, encuentran calcetines de hace tres años y trozos de pergamino que habían dado por perdidos.

—¡Mira dónde estaba mi cepillo! —exclama Caitlin, quitándole pelusas con un gesto de asco—. ¡Qué asco! Me pregunto cómo es posible que los elfos no lo hayan visto...

—Seguramente no hayan querido tocarlo —bromea una compañera mientras se atusa la túnica frente al espejo.

Están todas felices y cargadas de melancolía por tener que finalizar su etapa escolar, pero ninguna está tan dispersa como Amelia, que no deja de observar las nubes negras desde la ventana.

No puede pensar en el discurso de graduación de sus compañeros ni en el hecho de que esa es la última vez que va a pisar esa habitación. Solo observa la tormenta sin moverse de su lugar porque está pensando en cómo va a dar el siguiente paso si siente que se va a marear en cualquier momento.

Le pasa cuando su don es demasiado para ella. Suele ser fácil de controlar. De hecho, se creía toda una experta porque había sido capaz de superar una etapa en la que el don había desaparecido por completo durante unos meses y había conseguido recuperarlo. Normalmente, cuando es demasiado se toma una poción tranquilizante y se echa a dormir para olvidarse de todo, pero hoy no puede hacerlo.

Las voces y las auras de sus compañeras son tan vibrantes que cabría pensar que tiene una resaca descomunal. La voz chillona de Caitlin le está poniendo la cabeza como un bombo y está haciendo un esfuerzo muy grande por no gritarle que se calle para no arruinarle el día.

Y aunque las auras desaparecen cuando cierra los ojos, el mal augurio no lo hace. Es como un malestar de estómago que no se va con nada o un dolor de huesos cuando estás en pleno crecimiento. Está ahí, en su mente, y hace que el dolor parezca físico y no puede pensar con claridad. Sabe que va a ocurrir algo terrible aquel día, y la tormenta ha terminado por confirmárselo.

Hoy es el día de la visión.

No sabe por qué le importa tanto la vida de ese muggle, si muere gente todos los días, pero el caso es que lo siente como algo personal porque la ejecutora es su propia madre. Además, lleva viendo el rostro de ese tal Edmund varias veces al día desde navidad, así que ya casi siente que lo conoce, y eso que no lo ha visto jamás en persona.

Ni lo veré.

—Vamos, Mel. Tenemos que bajar ya.

Cuando Caitlin le toca el hombro para sacarla de su ensoñación, Mel ve a su amiga hablando con Imogen y Augustus. Les jura que no sabe dónde está Amelia y que la última vez que la vio...

Fue durante la graduación.

Es hoy.

Hoy me voy.

Se pone alerta en ese mismo momento y Caitlin se queda mirándola con completo estupor.

—¿Qué mosca te ha picado?

—Nada, rubia. ¿Vamos?

Baja las escaleras repasando su plan sin parar.  No había planeado el momento de la huida para que Imogen no se lo arruinara y había estado esperando precisamente a que llegara aquello: una visión que le indicara cuándo era el momento oportuno para irse. Al fin y al cabo, las visiones siempre se cumplían.

Pobre Edmund.

Entra en el Gran Comedor encabezando el grupo de alumnos de Gryffindor como prefecta de séptimo, ya que los Premios Anuales pertenecen a Slytherin y Ravenclaw. Divisa a su padre desde lejos, porque es bastante más alto que los demás. A su lado está el insufrible de Richard y, junto a él, está Eva, que le sonríe con orgullo.

¿Y mi madre?

La ausencia de Imogen Lyne es casi más inquietante que su presencia. Que no esté no puede significar algo bueno.

Se coloca en el escenario improvisado junto a los demás y le pregunta a su hermana con la mirada y un movimiento de cejas por su madre. Eva se encoge ligeramente de hombros y le dice que no con la cabeza.

—Vivimos en un momento incierto y es verdaderamente aterrador salir ahí afuera...

La Premio Anual de Ravenclaw da un discurso que debe ser de lo más conmovedor por cómo sus compañeros lagrimean a su alrededor. A Amelia se le caen también las lágrimas sin parar por culpa de su don, que la hace sensible a los sentimientos de todos. Se permite llorar sin parar para descargar la tensión que siente y porque está intentando por todos los medios no apartar a todos a codazos y patadas y largarse de ahí de inmediato.

Ese día que debía ser feliz y tranquilo, despidiéndose de sus amigos desde hace siete años y diciéndole adiós al colegio que la había hecho ser quien era ahora, se había convertido en una completa pesadilla. Aquel día su madre mataría a una persona y luego llegaría a su casa para descubrir que su hija mediana se había fugado. Si todo salía bien.

Saldrá bien. Lo he visto.

Pero si sale bien, significa que ha hecho lo que le dijo a Sirius. Que le ha roto el corazón a Sybill y a Eva.

Sybill también parece molesta por todo lo que ocurre a su alrededor, pero ella no llora. Amelia la mira con ojos cargados de amor y se permite observarla de más, recordando cómo era antes de salir con ella. Sybill se peinaba ahora un poquito más y su postura había cambiado por completo. Ahora no agachaba los hombros y se abrazaba a sí misma de vez en cuando cuando se sentía observada. Amelia le había dado la confianza que necesitaba.

Y ahora se la arrebataré de cuajo.

Traga saliva y se pasa las mangas por la cara para limpiársela. No sabe cómo despedirse de una persona a la que quiere tanto.

Y entonces mira a Eva y es mucho peor, porque Richard está diciéndole algo al oído y ella hace una mueca de desagrado. Hacía unas noches, las hermanas habían hablado de lo que suponía que Amelia se graduara y de lo que pasaría una vez Eva lo hiciera. La querían casar con Rabastan Lestrange. Le esperaba una vida miserable, y verla alejarse de Richard todo lo que puede sobre su asiento hace que Amelia apriete los puños con una rabia que desborda sus sentidos.

Por Eva se quedaría. La abrazaría y la apartaría de todos los demás para que no la hicieran daño.

O se la llevaría. La tomaría del brazo sin miramientos y se la llevaría a un lugar donde las dos fueran felices y Eva tuviera que dejar de sufrir en silencio.

Pero no. Eva no se iría con ella, ya se lo ha dicho varias veces, así que hace tiempo que no se lo pregunta.

Además, Eva nunca aparece en sus visiones del futuro.

Cuando el carro llega por fin a Hogsmeade, Amelia sale del vehículo dando una bocanada de aire con desesperación. Cada vez que cierra los ojos ve a su tía corriendo de la mano de Edmund por la calle, mirando todo el rato hacia detrás.

—¿Se puede saber qué cojones te pasa, bicho raro?

Richard la atrapa de la muñeca para que deje de armar un escándalo mientras intenta coger aire. Amelia trata de zafarse de su agarre, pero Richard es mucho más fuerte. Amelia le propina un puñetazo en la nariz y luego le lanza un depulso que lo hace volar hacia atrás.

—¡Amelia! —asevera Augustus, sacando también su varita.

Ella no lo piensa demasiado. El siguiente hechizo que lanza no impacta sobre su padre o su hermano. La transporta directamente hacia Londres.

Tiene que mirar hacia todos los lados para asegurarse de que esa es la calle que tantas veces ha visto en sus visiones. Divisa la tienda de electrodomésticos y los cines con el cartel luminoso que anuncia la película American Grafitti. Sabe que su tía y Edmund pasan por ahí en...

Los ve pasar en ese mismo instante. Imogen va detrás de ellos, persiguiéndoles con la varita alzada sin importar que la lluvia cae sobre ella sin clemencia. Los viandantes los dejan pasar porque piensan que es una mujer loca con un palo de madera en la mano y una pareja que corre para escapar de la lluvia. No tienen ni idea de lo que está pasando, pero Amelia sabe que dentro de unos segundos ese palo de madera dejará escapar un hechizo mortal y el hombre caerá desplomado en el suelo.

—¡Tía!

Cruza la carretera sin pensar en los coches. Un taxi frena bruscamente sobre el asfalto y Amelia nota el impacto, pero no es lo suficientemente fuerte como para hacerle verdadero daño. Está tan decidida a llegar a ellos que se sube al capó del siguiente coche para correr todavía más y no detenerse a sortear los obstáculos.

Sylvia se gira rápidamente a ver a su sobrina, pero solo le dice que no con la cabeza y sigue corriendo, tomando del brazo al muggle. Imogen ni siquiera se ha dado cuenta de que Amelia está en la calle, porque sigue igual de decidida a acabar con la vida del muggle que, según ella, arruinará a la familia.

—¡Para, madre! ¡Para!

Amelia aterriza  de rodillas sobre el pavimento, rasgándose las medias con toda seguridad. Edmund parece querer seguir huyendo despavorido, pero se detiene al ver que Sylvia ha frenado también. Amelia jadea por el esfuerzo y susurra un hechizo que convoca una pared invisible a su alrededor para que el resto de viandantes no puedan ver lo que ocurre. Lo último que necesita es al Ministerio enterándose de que existe una vidente. La obligarían a registrarse como tal y a trabajar donde ellos quieran, y ese no es su deseo.

—¡Apártate, bicho! ¿Qué se supone que estás haciendo aquí? —espeta Imogen con asco, su mirada desplazándose de su hija a su hermana sin parar.

—¡Déjalo vivir, madre! ¡Es inocente!

—¡Es escoria, Amelia! —maldice Imogen, apuntándola con la varita y lanzándola por los aires.

La espalda de Amelia choca violentamente contra la pared invisible, provocando que el golpe vacíe sus pulmones de aire durante unos segundos.

Ahora es Sylvia la que está entre su hermana y Edmund y ella también ha sacado su varita, aunque su mano izquierda está levantada con la palma en vertical, tratando de calmar a Imogen.

—Vamos, hermana. Déjale ir. Te prometo que... que no volveré a verle.

—Sylvia —musita Edmund con desesperación. Se acerca por detrás a ella y tira de su gabardina con insistencia.

Sylvia le aparta para que se quede detrás de ella, sin dejar de mirar a su hermana.

—Ya es tarde, Sylvia. Ya has mancillado el apellido familiar yaciendo con un... un muggle. ¿Es que padre y madre no te enseñaron nada?

—Me enseñaron lo mismo que a ti —sisea ella, tragando saliva—. Puras mentiras, Imogen. Las dos estamos encerradas en matrimonios sin amor y creí que tenía que ceñirme a ese papel, pero ahora he visto que no.

—¡Estás engañada, Sylvia! —grita Imogen. Su mirada se dirige un segundo a Amelia, que por fin ha recuperado la compostura y parece que empieza a levantarse, así que vuelve a golpearla contra la pared para que se esté quieta—. Te ha llenado la cabeza de veneno esa asquerosa rata, te ha...

—Tú... ¡Tú tienes la cabeza llena de veneno, mamá! —gimotea Amelia.

Le duele horrores el hombro por el golpe, pero está intentando levantarse como puede porque no quiere que ocurra lo que ha visto tantísimas veces.

—No te conviertas en una asesina, madre —susurra Amelia, intentando apelar a su compasión.

Pero Imogen no tiene compasión.

—Cállate, bicho. Tú no deberías estar aquí.

—Imogen, tu hija tiene razón. No te ensucies las manos con sangre de muggle. El Ministerio...

—¡Me importa una mierda el Ministerio, Sylvia! ¡Estás sucia! ¿No lo entiendes? Tú ya... —Imogen balbucea, cegada por la rabia. Amelia jamás ha visto a su madre así de desquiciada—. Tú ya no eres mi hermana y todo es culpa de ese maldito...

—¡No!

Amelia se lanza sobre el muggle para apartarlo del hechizo. El fogonazo verde ocurre a su alrededor y ella es completamente capaz de notarlo a pesar de que ha cerrado los ojos esperando su impacto. Abraza a Edmund fuertemente para salvarlo, pensando que en cualquier momento notará algo que le indique que está muriéndose.

Pero no lo nota.

Cuando abre los ojos muy despacio, aterrada por lo que pueda ocurrir, su tía Sylvia yace en el suelo.

La lluvia cae sobre su rostro y sus ojos azules completamente abiertos, carentes de vida. Amelia escucha el grito ensordecedor de Edmund contra su oído, sus arañazos en el cuello porque quiere que le suelte para poder ir a socorrer a su amada.

Imogen observa a su hermana muerta sobre el asfalto. Su cuerpo se agita una y otra vez cada vez que respira con dificultad. Bajo la lluvia, con el cabello rubio pegado a la cabeza, la túnica negra envuelta a su alrededor y el arma homicida entre su dedos, Imogen Lyne parece un auténtico monstruo.

Amelia ahoga un quejido al verla así. Es la misma Imogen de sus pesadillas. La que siempre se cuela en sus visiones.

Pero su tía Sylvia muerta nunca había aparecido en ellas. Era siempre Edmund.

Por primera vez en su vida, Amelia había conseguido cambiar una visión.

Lo que no había conseguido cambiar era la muerte.


¿De qué nos suena eso de una muerte por otra? ¿Y eso de Amelia jurando que una muerte no podía cambiarse? ¿Que lo había intentado y había muerto otra persona inocente?

I did it again. I'm so sorry.

R.I.P Sylvia Lyne.

Nos leemos el próximo domingo 💙

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