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PRÓLOGO



En el corazón de Dorne, los Jardines de Agua se erguían como el centro de la residencia de los Martell. Allí, el calor abrasador del desierto se encontraba con la frescura del agua cristalina, complementado por la brisa refrescante que ofrecían los arbustos y árboles a su alrededor.

Orys Targaryen hallaba una paz y tranquilidad que creía haber perdido hacía mucho tiempo, e incluso dudaba de haber nacido con ella.

Su llegada a Dorne ocurrió meses atrás, al alcanzar finalmente el destino más lejano en su travesía por todo el país. Además de su escaso equipaje, el príncipe cargaba consigo un corazón roto por el dolor no expresado durante años y las heridas no sanadas.

Cada vez que pensaba en el matrimonio de Rhaenyra con Laenor Velaryon, aún sentía el nudo en el estómago y en la garganta, pues aquella unión había puesto fin a las esperanzas que ambos guardaban.

Rhaenyra era una mujer casada, e incluso con hijos, según lo que había oído. Mientras Orys permanecía despierto en su lecho durante las horas más oscuras de la noche, se decía a sí mismo que marcharse había sido la mejor decisión.

Sus sentimientos lo consumirían día y noche si permanecía en Desembarco del Rey después de la boda, probablemente llevándolo a hacer algo de lo que podría arrepentirse. Nunca había sobrepasado sus límites con la princesa que amaba, ni siquiera cuando eran jóvenes enamorados; mucho menos se permitiría hacerlo ahora que ella estaba casada y con la responsabilidad de ser la heredera al Trono de Hierro.

La capital y sus costumbres se habían convertido en un recuerdo distante y difuso en la mente de Orys, cada vez más opacado por el esplendor que le ofrecía la vida dorniense. La familia Martell, aunque parezca increíble, lo había recibido con una calidez que era tan sorprendente como sincera.

Qoren Martell y Orys estaban instruyendo a los jóvenes príncipes de Dorne en el arte de las armas. Sus hijas, Aliandra y Coryanne, manejaban sus espadas con una precisión elegante y letal, mientras que su hijo, Qyle, mostraba una intensidad en sus golpes con la lanza que desmentía su corta edad.

El Targaryen no podía evitar soltar carcajadas cada vez que esquivaba un golpe brutal de los niños, sin querer indagar el dolor que pudiera esconderse tras sus ataques. Disfrutaba de la compañía de los Martell; eran un bálsamo para su espíritu herido.

Una carta con un emblema reconocido logró interrumpir su tarde de diversión bajo el caluroso sol. Cuando uno de los sirvientes se acercó con el pergamino sellado en la mano, Qoren se dirigió a él de inmediato. Al ver el emblema del sellado, su mirada se volvió hacia Orys y su expresión se tornó seria. La paz y tranquilidad de su mente se desvanecieron al instante.

No tardó en reconocer la letra de su adorada hermana, Rhaenys. Las manos de Orys temblaron por un momento mientras abría la carta entregada por un cuervo negro. Supuso que los latidos acelerados de su corazón eran fruto de la alegría de recibir noticias de su hermana mayor tras tanto tiempo.

Su rostro cambió de expresión en cuestión de segundos mientras leía el contenido de la carta.

―Orys, ¿te encuentras bien? ―preguntó el pequeño Qyle, dejando a un lado su lanza para acercarse a él.

El impacto tras la noticia de Rhaenys fue inmediato y profundo. De repente, el atardecer en Dorne, con sus hermosos Jardines de Agua, se volvió distante y vacío. La mente de Orys se inundó de recuerdos.

El Targaryen de cabellos oscuros levantó la mirada, tratando de controlar su voz y la manera en que iba a pronunciar las siguientes palabras. ―Mi sobrina, Laena... murió.

Las palabras en el pergamino eran breves pero significativas: Laena Velaryon, hija de Rhaenys y sobrina de Orys, había fallecido durante el parto de su tercer hijo. Una tragedia dolorosa, pero no extraña para las mujeres de su familia.

No necesitaba saber más. La carta era de Rhaenys, la letra era de Rhaenys, y hasta podría notar las lágrimas derramadas sobre el pergamino si se esforzaba en observar. Saldría hacia Marca Deriva de inmediato.

Una confrontación que su corazón tanto esperaba y temía.

En el puerto de Lanza de Sol, justo cuando estaba a punto de embarcarse en su barco, no pudo evitar reflexionar sobre la decisión que acababa de tomar: abandonaría Dorne después de lo que había parecido una eternidad.

Dorne había sido un refugio, el mejor de todos, un lugar donde creyó que podría comenzar una nueva vida. Sin embargo, ahora se sentía impulsado a enfrentar las decisiones precipitadas que había tomado en el pasado, guiado por la lealtad y el cariño que sentía por su hermana.

Hasta sus últimos días, los jardines de Dorne y la calidez del sol en su piel persistirían como un atesorado recuerdo, una memoria de lo que podría haber sido. Sin saber que este viaje hacia Marca Deriva marcaría el comienzo de un nuevo capítulo en su vida.

Un capitulo en el que podría enmendar las pérdidas pasadas con la promesa de futuras alegrías y un camino sellado para los profundos anhelos de su corazón.

Así que, mientras el sol se ocultaba bajo el horizonte, proyectando sus rayos dorados sobre los ojos lilas de Orys Targaryen, el príncipe se entregó a su destino y a lo que le aguardaba una vez desembarcara.

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