Capítulo 28
Capítulo 28. Frente a la costa
*Historia creada y escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico y digital en Amazon. También se encuentra disponible en Patreon en formado digital. 💖 Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar este y otros libros completos, así como capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
Los magníficos estandartes blancos colgaron y lucieron desde cada rincón de palacio la tarde de la coronación. El símbolo de un resplandeciente sol condecoró la simbología del cénit en cada uno de ellos, con bordados y flecos tostados oscilando sobre las cabezas de los asistentes. Las cristaleras resplandecieron salpicadas por diversos colores, filtrando los rayos gamma de un sol exterior que comenzaba a asentarse en su posición horizontal. El trono dorado de palacio se alzaba entre las frescas rosas blancas. Una veintena de bancos de madera de roble se encontraban frente al altar de coronación, cuyo pasillo céntrico lucía con una moqueta de terciopelo azul.
En una sala contigua, se preparó el más exquisito banquete que hubieran probado. Decenas de mesas circulares con mantelería blanca, esperando a que sus copas fueran servidas con el más delicioso champán, remesa de aperitivos, platos principales, y un delicioso pastel de fresas escarchadas para el postre. Por si algún moroi sentía el apetito algo insaciable, también contaban de una exclusiva barra de cócteles preparados con plasma y espuma hemoglobínica.
Los asistentes vistieron sus mejores ropajes, entre hanboks de seda, túnicas hechas a mano y una gran variedad de tonos y estilos, desde el más llamativo hasta el negro más clásico de aquel dhampir excesivamente costumbrista.
En el primer banco frente al excelso atril donde se encontraba el discurso del príncipe Kim preparado, alguien del Concejo miró el reloj y comprobó que quedaban veinte minutos exactos.
—Está por llegar —murmuró con expectación.
—Este día siempre será recordado —confirmó otro hombre moroi—. Por las eras, por los eones; es el día donde el sol se encuentra más alto.
Fuera del salón de coronación, el encargado de peluquería y estética del príncipe estuvo a punto de tropezar con sus propios pasos. Puede que fuera el nerviosismo, esos tontos zapatos suecos que estaba utilizando, o que habían abrillantado el mármol del suelo más de lo recomendable.
—Toni, ¿a dónde va? —Freyja le detuvo cerca del portón de la sala.
La moroi se encontraba elegantemente vestida, cabello largo, claro y ondulado con medio recogido tras la nuca. Su maquillaje era justo y discreto, labios de trufa y un elegante traje negro de pantalón, con un diminuto broche de un sol dorado sobre el bolsillo superior izquierdo de su chaqueta, que le identificaba como miembro del Concejo.
—Su alteza, ¡señora Yong! —proclamó desesperado—. ¡Su alteza!
Varias cabezas que aún no habían entrado en el salón posaron su mirada curiosa sobre ellos. Freyja agarró su codo y frunció levemente el ceño. Le chistó para que bajase la voz e intentó hacerle entrar en razón llevándoselo hacia otro lado.
—¡Su alteza, su alteza! —le imitó la moroi en un farfullo—. ¿Se puede saber qué ocurre con Kim Taehyung?
Toni le miró con los ojos muy redondos, más la boca abierta con un tono bobalicón y desorientado.
—Eso mismo iba a preguntarle a usted, ¡pensé que se había saltado la sesión de maquillaje! —masculló el moroi—. ¡El protocolo decía que tonos dorados y un sol en la frente!
Freyja apretó los labios y agitó la cabeza.
—¿Qué dice? ¡Hable con claridad, por el amor de dios!
—¡Que no ha pasado a verme! ¡Y debió hacerlo hace dos horas!
Freyja se mostró escéptica por un instante. Sus iris claros se alzaron y observaron el vacío y enorme pasillo de la zona en la que se encontraban. Desde dentro del salón de coronación escapaba una agradable música y el leve murmullo de los felices asistentes. Su cerebro hizo un clic excepcional cuando reparó en que llevaba horas sin ver a Park Jimin. Taehyung podía estar preparándose, pero no recordaba haber visto pasar por allí al guardián personal del príncipe en ningún momento. A esas alturas de la tarde, él debía estar junto a la puerta, esperando la aparición de Taehyung para acompañarle.
Y en cuanto a su único y particular hijo, la entrada de strigoi había sido aceptada desde el último enfrentamiento en la periferia de Sokcho. Jungkook no sólo tenía una especial invitación, sino que todo el mundo esperaba que Taehyung anunciase el compromiso con el strigoi que todo el mundo ya conocía extraoficialmente.
«¿Dónde diablos estaba su condenado hijo?».
—No me diga que... —pronunció Freyja con voz ronca, la mano que agarraba el codo de Toni se deshizo y sus ojos se transformaron en algo mucho más introspectivo—. Oh...
—¿Oh? ¿Qué no le diga qué? —repitió Toni al borde de un ataque de nervios—. ¿¡Que no le diga qué!? ¡Van a destituirme el primer día de mi cargo!
—Déjeme, yo me encargo —Freyja le alentó para que se marchase, dejándole unos prudentes toquecitos en su hombro—. Le aconsejo que aproveche ahora para asaltar el ponche.
—¿Huh?
Toni se mostró histérico, titubeó unos segundos antes de desaparecer de su vista refunfuñando algo sobre su sueldo. La moroi pasó de largo de la puerta, sus ojos se cruzaron con el viejo conocido de Hyun Bin, quien le siguió con la mirada discretamente percibiendo que algo no marchaba como pensaban.
Freyja adelantó el paso y tomó la escalera, deslizó la mano sobre la dorada y ascendente barandilla subiendo cada peldaño, y se dirigió con diligencia hasta el ala real donde se encontraba el dormitorio de Taehyung. Sus nudillos resonaron sobre la pesada puerta hasta en tres ocasiones.
Toc, toc, toc, y nada más que un silencio contestó a su insistencia.
—¿Taehyung? ¿Taehyung, estás preparado?
La evidente falta de respuesta clavó unos pálpitos sobre su pecho. Freyja posó una mano sobre la manija para tirar de esta prudentemente y asomar la cabeza. La luz estaba encendida, el perfume del moroi llegó a su olfato, la ventana se encontraba abierta y la cortina ondeaba derramando unos tímidos rayos solares sobre una franja del dormitorio.
Sus botas de tacón pisaron el suelo enmoquetado con un ruido amortiguado. El armario estaba abierto y algunas perchas libres se encontraban esparcidas por el suelo como si alguien las hubiese abandonado tras arrancar las prendas, la puerta del cuarto de baño mostraba un tocador desamparado. Y sobre la cama de dosel recogido y excelsa funda nórdica, se encontraba la corona real. Una preciosa corona de oro blanco con el símbolo de los cinco elementos y el alto sol del cénit. Los finos diamantes que adornaban su delicada base reflejaban la sutil luz solar derramada desde la ventana.
La sombra de Freyja eclipsó lentamente la corona. Bajo esta, divisó con claridad una nota bien doblada.
«No necesitaba leerla. Ya sabía lo que ponía», pensó. «Pero, ¿qué más tienes que decirles a todos esos invitados?».
La moroi se inclinó levemente extendiendo las yemas para atraparla, y con la corona en su otra mano, su dedo pulgar abrió el fino papel escrito a mano por Taehyung.
«Hace tiempo, les presté mi aliento y mi palabra. Pensé que el destino me escogió para nacer con el akash y enfrentarme al trono. No me he escondido, Freyja, cumplí con mi promesa, ¿recuerdas?; hasta que dejen de necesitarme. Ahora sé que mi legado se desvanecerá mientras abandono esta corona sin valor ni usufructo: no la necesito, yo ya honré a mi familia hace mucho. Y a pesar de que hoy no esté con ustedes, el sol seguirá alzándose cada madrugada, guiándose por la buena voluntad que persiguen desde la fundación de Revenant. Tanto los pájaros blancos como los cuervos carroñeros, abrirán sus alas para desafiar cualquier equilibrio. Guárdense. Sean prudentes. Escúchenlos a todos. No me recuerden, yo no lo haré... se lo aseguro. Ahora voy a correr en una sola dirección, hacia ese nombre y apellido, con un viento fresco, el corazón desbocado y los ojos cargados de fe, haciéndome entender que, por fin, finalmente, de una vez por todas, lo hemos logrado».
Freyja suspiró profunda y le dio la vuelta a la nota.
«Señora Yong, ¿alguna vez le agradecí que tuviera a un hijo tan chiflado?».
La moroi soltó una risita incontenible.
«PD: ¡Adiós, adiós! ¡Buena suerte! ¡Bon voyage! ¡Feliz banquete! ¡Ciao! ¡Au revoir! ¡Annyeong! ¡Buenas noches! Nos vemos no-sé-cuándo, quizá más tarde que temprano, Kim Taehyung».
La mujer esbozó una tierna sonrisa. Bajó la nota y apretó los dedos alrededor de la solitaria y abandonada corona.
—¿Dónde está el crío? —preguntó Nira, asomándose a la puerta—. Es la hora, Frey. Todo el mundo está empezando a preocuparse.
Su hermana giró la cabeza.
—Nuestro rey se ha... fugado —Freyja esbozó una sonrisa asombrosamente despreocupada—. Me pregunto con quién.
Nira se quedó boquiabierta, Freyja le pasó la nota y en sólo unos segundos, las comisuras de la moroi se curvaron discretamente.
—Tardaron demasiado —declaró Nira—. Pero el destino es así; dicen que corre como trescientos caballos, que vuela más alto que un pájaro y pasa tan rápido como un cometa.
Freyja se cruzó de brazos y arqueó una ceja.
—Qué poética saliste —ironizó la primera.
—¿Por qué crees que tú y yo estamos aquí, ahora? —le increpó Nira.
Freyja se encogió de brazos. «No podía rebatirle algo como eso».
—Bueno, quién se lo dice al Concejo, ¿tú o yo? —suspiró la progenitora de Jungkook.
Hyun Bin empujó la puerta del dormitorio con una mano. Entró como el lobo viejo que era, con sus instintos de guardián y veterano instructor dhampir puestos en todos lados. No tardó en discernir la situación de extrema delicadeza e importancia ante la que se encontraban. Gracias a su forma de meter la nariz respingona en todo lo que se movía, había escuchado a tiempo el intercambio de palabras de las hermanas desde el exterior del dormitorio. Y por su rápida ojeada en el desordenado y abandonado dormitorio del príncipe donde recibió los iris de las gemelas, no necesitó la explicación sobre que Jeon Jungkook acababa de liarla de nuevo. Como siempre.
—Cómo detesto que tu hijo se salga siempre con la suya —gruñó Hyun Bin con voz rasposa.
Freyja exhaló una sonrisa, sacudió la nota escrita como una bandera blanca y se sintió extrañamente orgullosa. Tras los ventanales, el cielo exterior se tornó como una acuarela de tonos pastel, rosa y púrpura en gradiente, salpicados por el rojo carmín que se derramaba del astro solar.
Un trono sin rey, una corona carente de valor y una comunidad sin monarquía, decretó la república del cénit y cerró un capítulo ese atardecer, para abrir uno nuevo el próximo día. Nada se interpuso en sus apetitos, sin embargo. La cena y velada transcurrió con calma, y los comensales disfrutaron de una ceremonia dedicada a ellos mismos, a su entrega, valor y sacrificio.
Y muy lejos de allí, frente a la costa de Busan, en una tibia playa de arena fina y tostada, se encontraba un arco de flores, cuyo dosel blanco osciló por la fresca brisa marina y aguardó apaciblemente su momento, mientras la rosada y escarlata puesta de sol se afianzaba. Cerca del lugar había una pequeña carpa blanca con una humilde barra de bebidas libres, luces con forma de flores y decoración marítima.
Jungkook contempló el suave oleaje un instante, sus mechones oscuros y largos recibieron el mismo soplo nostálgico, a pesar de que nunca antes hubiese visto una puesta tan hermosa. Su cabello se encontraba medio recogido sobre su coronilla, su vestimenta consistía en un sencillo traje blanco de tela suave y camisa con cuello de pico. La voz de Jimin y Yoongi le arrancaron de la escena cuando ambos se increparon, giró la cabeza y atisbó a su mejor amigo dejando un puñado de farolillos blancos sobre la tarima de madera.
—No me han regalado estos zapatos para caminar sobre la arena —se quejó Yoongi, comprobando sus exquisitos zapatos de brillante charol.
—Cállate —rugió el dhampir en voz baja, comenzó a imitarle intentando molestar—. Jimin, ¿por qué el cielo es azul? ¿tengo que caminar sobre la arena, Jimin?
Yoongi puso los ojos en blanco.
—Spoiler: tú y yo vamos a dejarlo en la última página —suspiró el humano seguidamente recolocándose la chaqueta gris.
Jimin ignoró su comentario y saludó con la cabeza al humano que, a alguien con más neuronas que las suyas (Kim Namjoon), se le había ocurrido contratar con la intención de oficiar una boda humana bajo la legalidad. No necesitaban mucho más que un tipo sin pelo y con un certificado activo para lograrlo, así como la contratación de una playa privada para garantizar que la celebración fuera algo íntimo y en primera línea frente al mar del Japón.
—Espera, ¿llevas un encendedor encima? —formuló Jimin.
Yoongi comprobó sus bolsillos.
—Sí, capitán —respondió como obediencia—. Esta noche prenderé la pista, y tú estarás en ella —canturreó de forma absurda—. ¡Vamos a quemarla, vamos a por ella!
Jimin exhaló una sonrisita, miró de soslayo a Jungkook, ubicándolo a unos metros de ellos. El pelinegro no tenía ni idea de lo guapo que estaba. Su aura podía haber dejado a cualquiera sin aliento, y a pesar de que hubiese abandonado su habitual color negro, Jimin pensó que había acertado. En el bolsillo superior derecho de su chaqueta blanca, el strigoi se recolocó correctamente la flor esmeraldo.
Su mejor amigo se aproximó con las manos guardadas en los bolsillos de su propio pantalón oscuro, advirtiendo su nerviosismo con una mueca burlona.
—Joder, creo que tengo alergia a las bodas —farfulló Jimin.
—¿Qué dices?
—Que aún estamos a tiempo de casarnos —ironizó su parabatai, en voz baja—. No se lo diré a Yoongi, tranquilo.
Jungkook sonrió levemente, pero se encontraba tan tenso que incluso su cara le clavó una punzada al hacerlo.
—¿Crees que tardarán mucho? —preguntó Jungkook con nerviosismo.
—Nah.
—Ahí están —señaló Yoongi, dejándose caer sobre una de las blancas y acolchadas butacas colocadas para el escaso puñado de invitados.
Sus pupilas no tardaron en atisbarlos atravesando la playa. Hoseok había peinado su cabello hacia atrás, llevaba unas pequeñas gafas de sol de lentes marrones y un elegante traje negro con una camisa abotonada del mismo tono. Namjoon caminaba a su lado, vestía un conjunto de un azul grisáceo que resaltaba su tono de piel. Habían aparcado el auto del que bajaron en el párking del paseo marítimo y por su forma de dirigirse hasta la zona reservada de la playa, casi parecían un par de multimillonarios en mitad de su rutina.
—Ahora es cuando digo que todos los moroi sois de una mafia —observó Yoongi.
—Eh, chicos —saludó Hoseok con una apasionante informalidad.
Namjoon solamente dibujó una sonrisa, y con una mirada puesta sobre Jungkook, golpeó con gentileza uno de sus brazos sintiendo un fuerte afecto por el chico. Para él, era el mismo crío al que tanto apreciaba desde los doce años, puede que ahora fuese mayor, e incluso el tipo de strigoi que podía estrujar a alguien entre sus manos, pero seguía siendo el mismo crío que le sonrió fugazmente la noche que le atrapó intentando devolver la llave robada de la piscina cubierta de la academia.
—Wow —le halagó el moroi con un único suspiro.
—Solamente wow —le aconsejó Jimin, levantando una mano—. No podemos dejar que se le suba a la cabeza, después de todos estos años haciéndole creer que yo era el sexy de los dos.
Los chicos compartieron una sonrisa.
—Buenas tardes —pronunció Hoseok en dirección al humano que oficiaba la boda.
El hombre le saludó con una inclinación de cabeza, y a unos metros de ellos, revisó su manual para no olvidar las palabras claves de la escueta ceremonia. Jungkook suspiró con una terrible agitación que aprisionaba su tórax, era como una enredadera, de las más pesadas y molestas, difíciles de apartar y que crecían casi sin darte cuenta.
—¿Dónde se encuentra su alteza? Q-quiero decir, Taehyung —prosiguió el moroi de irises violetas—. Me costará un gran esfuerzo evocar que ha renunciado a sus títulos nobiliarios.
—Será mejor que vaya a buscarle —bufó Jimin—. Este tipo cobra por hora.
Yoongi se levantó ágilmente y tomó la oportunidad para entrometerse.
—Quedaos aquí. Y tú también, guardián dhampir —levantó una mano antes de marcharse, aprovechando para bromear con el adulto—. ¡Choque esa, cura aleatorio! ¡En seguida os traigo al príncipe perdido!
El tipo se quedó a cuadros, intercambió el encuentro de palmas con Yoongi y le siguió con la mirada en dirección a la carpa blanca. Yoongi aceleró sus pasos felizmente en un leve trote y desapareció un instante para comprobar qué pasaba. «Si es que pasaba algo».
—Me cae bien, en serio —bromeó Namjoon esporádicamente, dirigiéndose a Jimin—, pero, ¿no pudiste elegir a alguien un poco menos chalado?
Jimin se sonrosó levemente.
—Usted se calla, señor del hielo —le maldijo.
En el interior de la carpa, Yoongi tiró del codo de Taehyung con muy poca paciencia. El moroi vestía el traje ceremonial blanco de Sokcho. Su cabeza estaba cubierta por una fina y holgada capucha semitransparente que le protegía de los últimos rayos del atardecer. Él estaba increíblemente nervioso, casi descompuesto, al borde del colapso, como si una extraordinaria ola fuera a aparecer en aquella playa para llevárselo.
—Vamos, hay miles de personas esperándote ahí afuera —insistió Yoongi.
Taehyung le miró y frunció los labios, se resistió a su agarre con más oposición de la esperada. En realidad, él sabía que no eran más de seis; siete, contando al que oficiaría la ceremonia. Pero su corazón cabalgaba como si estuviese a punto de salir frente a un millar de personas.
—E-espera, Yoon —jadeó Taehyung con voz ronca, dejando el diminuto ramo de flores a un lado—. N-no. No sé si puedo. Creo que voy a vomitar, me sudan las manos.
—¡¿Cómo?! —chirrió el humano. Él agarró a Taehyung por los hombros y le miró fríamente, como un entrenador de un equipo—. Taehyung, escúchame: estamos en el tiempo de descuento, eres el base de un equipo que lleva entrenándose frente a una canasta imposible, dos años enteros. La estrella de los Lakers. Los Ángeles te están esperando, ahora toma la pelota y haz tuyo el partido.
—¿Quiénes son los Lakers? —formuló Taehyung ingenuamente.
Yoongi sacudió la cabeza.
—¡Ese no es el punto! —inquirió con energía—. Sal ahí afuera, ¡la persona por la que has estado esperando todo este tiempo, te está aguardando!
Taehyung levantó las cejas. Asintió con determinación y tomó aire buscando sentirse preparado. Su mano se extendió y agarró el ramillete entre los dedos, compuesto por rosas blancas, tigridias carmesíes y unas particulares esmeraldos de un tono lila y azulado.
—Vale, soy la estrella de los Lakers —confirmó Taehyung—. Vamos.
Yoongi le acompañó hacia el exterior de la carpa. El rubio estaba tan nervioso que tenía ganas de lanzar el ramo sobre la arena e irse a llorar como si aún tuviera cinco años.
—¿Quién tiene las alianzas? —preguntó Jimin junto al arco de flores.
Namjoon levantó un dedo y metió una mano en el bolsillo interior de su chaqueta. Sacó una pequeña caja de terciopelo negra que abrió entre sus dedos.
—¿Os imagináis que me doy cuenta de que me las dejé en otro lado? —emitió el moroi haciéndose el graciosillo.
—Sí, te hubiéramos pateado el culo —contestó Jimin.
Jungkook observó los delicados anillos. Dos alianzas de oro blanco con un fino trazo de diamantes engarzados.
«Eran preciosos», pensó con cierta timidez.
Jimin ni siquiera le prestó atención a las alianzas, sus ojos se detuvieron mucho antes en algo más importante. Tocó el hombro del distraído strigoi para avisarle, mientras el resto de los chicos se avispaban de la llegada de sus otros dos compañeros.
—Eh, Jungkook, mírale —murmuró Jimin.
El pelinegro giró la cabeza y encontró a Taehyung siendo acompañado por Yoongi. Sintió un tirón en su vínculo en el momento que lo hizo. Desvió la mirada un instante, creyendo que no estaba preparado. ¿Sus manos estaban temblado? ¿De qué tenía miedo, si estaba enamorado? Sus iris regresaron al moroi por el impulso gravitatorio de su pecho. Taehyung también estaba nervioso, «era eso». Pero cuando sus irises se encontraron mutuamente, sintió que, de alguna forma, todo estaba en su sitio.
Jimin se apartó, Hoseok y Namjoon se hicieron a un lado, y Yoongi se despistó hasta el último segundo, recordando espontáneamente que él no tenía nada que ver allí en medio.
Taehyung caminó hasta el arco de flores con el pequeño ramillete en una de sus manos, el cuál casi estuvo a punto de soltar de nuevo. Sus iris celestes se derramaron sobre el eclipse del azabache, sus pasos se detuvieron frente al arco. Su corazón latió muy rápido, empujando la inseguridad más lejos de lo esperado.
Jungkook se quedó sin respiración durante segundos. La vestimenta de la pareja era algo diferente, pero les sentó como un guante a ambos; por un lado, el más tradicional estilo moroi, y por el otro, el apropiado y discreto de alguien como Jungkook. El strigoi bajó la mirada con timidez. Puede que no tuviera sentido, pero Taehyung siempre tuvo esos ojos rasgados y profundos con la capacidad de hacerle preguntarse qué pasaba por su cabeza. Y aunque tuviesen un vínculo que se lo susurrase, en momentos así incluso lo olvidaba merecidamente.
Las comisuras de Taehyung se curvaron lentamente, él ladeó la cabeza sin apartar sus iris de su apuesto prometido.
—¿Cómo puedes estar tan guapo? —pronunció el moroi sin poder contenerse.
—Le dije que el blanco era su color —comentó Jimin con una sonrisita, a un lado.
Jungkook carraspeó levemente, volvió a mirarle con un tenue rubor en sus mejillas y la boca seca. Para él, Taehyung no merecía palabras de halago. Su belleza moroi era arrebatadora y en ocasiones, hasta irritante. Recordaba perfectamente lo que pensó la primera vez que pudo verle, «un principito helado». Pero el día de su compromiso no fue un príncipe helado, que le miraba con timidez y unos tintes de desconfianza. Era mucho más que un rey sin corona, una flor cuyos pétalos ya habían florecido, y la persona capaz de hacerle sentir que todo ese tiempo, desde el inicio, había merecido la pena por un buen motivo.
—Pensé que no aparecerías nunca —reconoció Jungkook con una voz que le costó reconocerse a sí mismo.
—No te miento, por un momento estuve a punto de salir corriendo.
Taehyung alzó su mano libre y tomó la de Jungkook, en la distancia a la que se encontraban sus ojos titubearon sobre los del otro, su corazón reconoció el nerviosismo de su compañero.
—Pero Yoongi me dijo algo sobre que no podía abandonar un partido de baloncesto.
—¿Qué?
Jungkook soltó una leve risa, el moroi sonrió, bajó la cabeza un instante y cuando volvió a levantarla, su rostro le iluminó como nunca.
—¿Procedemos? —formuló el humano que se posicionó frente a ellos.
—Sí —afirmó Jungkook.
—Hmnh —asintió Taehyung.
La ceremonia dio comienzo, fue una celebración íntima y no demasiado extensa. Unieron sus manos ante la promesa de enlazar sus vidas y unirse en matrimonio, cuidarse, ofrecer su lealtad y fidelidad por el otro, en la salud, en la enfermedad, en el amor y en el respeto de todos los días de sus vidas. El hombre leyó unas cuantas frases ante la brisa marina mientras el sol se apagaba como ascuas sobre el húmedo horizonte. Preguntó atentamente a los prometidos sobre su voluntad de contraer el enlace, y cada uno de los contrayentes confirmó la declaración expresa de desposarse con el otro.
Cuando el intercambio de aceptaciones terminó, se enunció la firma del acta del matrimonio civil, ambos lo llevaron a cabo con una pluma similar con la que una vez firmaron el día que se unieron como guardián y moroi contratante, y finalmente, intercambiaron las alianzas que Namjoon les ofreció. El humano les declaró como esposos y la ceremonia íntima se dio por terminada.
—Pueden besarse —manifestó el hombre cerrando el acta matrimonial.
Taehyung se beneficiaba de la delicada capucha similar a la tela de un fino velo blanco que le protegió de los últimos rayos solares. Jungkook extendió los dedos, bajó la prenda, dejándola caer sobre los hombros del moroi, y después, atrajo su rostro cortésmente hasta sus labios. Taehyung entrecerró los párpados, sujetó sus muñecas con gentileza y probó los pétalos de sus rosados labios sintiéndose la persona más feliz del universo.
A un metro de ellos, Jimin apretó la mandíbula y contuvo las lágrimas tratando de pestañear todo lo posible para evaporarlas.
—¿Estás llorando? —dudó Yoongi mirándole de soslayo.
—No estoy llorando. Es la arena.
—Huh, sí —agregó Yoongi con sarcasmo—. Y tu alergia a las bodas.
La llama interna de Jungkook se apaciguó, a pesar de que su alma temblase de emoción desde lo más profundo de sus huesos. Se sintió mucho más seguro cuando sus dedos se entrelazaron, volvieron a mirarse y descubrió los iris de Taehyung vidriosos. Sus dedos apretaron cálidamente los de su compañero, con sus anillos gemelos en la misma mano.
Contener las lágrimas de felicidad fue difícil, Taehyung se vio superado y tuvo que sorber rompiendo el encanto del momento. Jungkook sonrió, tiró de su mano y le abrazó comprendiendo desde lo más profundo su dicha. Se estrecharon entre los brazos del otro, tras el murmullo de las olas y un naciente cielo salpicado por las estrellas
—A la mierda —maldijo Jimin, dando unos pasos hacia sus amigos.
Como él ya estaba envuelto en lágrimas, extendió los dos brazos y les abrazo con tanta fuerza que se le engarrotaron los músculos.
Namjoon sonrió con calidez se dirigió al trío, les abrazó a los tres por encima, sintiéndose muy feliz por ellos.
—No, no, no. No —renegó Yoongi, retrocediendo unos pasos—. Abrazos grupales no, por favor.
Hoseok empujó su espalda con una mano.
—Ve —le indicó con seriedad—. Vamos.
Yoongi se aproximó a los cuatro conteniendo las lágrimas, Jimin le hizo un hueco para que se acercara. Cuando los cinco se abrazaron, Hoseok se unió tímidamente al grupo. Taehyung esbozó una gran sonrisa, se vio aplastado por la abalanza humana de afecto; Jungkook se quejó porque alguien le había tocado el trasero.
—¡He sido yo! —bromeó Jimin.
—Os detesto —reconsideró Yoongi, poniéndose a llorar cómicamente.
—Espera, ¿te has puesto a llorar? —emitió Namjoon con voz aguda.
—No, estoy ensayando para mi próxima audición —resolvió el humano.
—El corazón de Namjoon es una granizada de menta.
—Pero, ¿qué dices? —bramó el moroi dándole una colleja con la palma de la mano.
—¡Eh, aparta tu mano de mi nuca! —gruñó Jimin.
Jimin se rio destartaladamente, Hoseok pisó a alguien sin querer, Namjoon soltó un gritito, y Taehyung aprovechó para abrazar el pecho de Jungkook mientras el resto les importunaban a propósito. En lo que duró el terrible abrazo, el strigoi giró la cabeza hacia el horizonte donde la playa se curvaba formando un golfo mucho más extenso que la parte en la que ellos se encontraban.
Pudo ver a Jin una última vez. Una silueta femenina y lejana le esperaba en la misma playa, arrastrando un vestido blanco mecido por la brisa marítima. Seokjin le sonrió sosegadamente, se desvaneció como la luz de una vela y jamás volvió a aparecer.
Jungkook no dijo nada, pero supo que esa noche no fueron los únicos en el reservado en la playa de Busan. Después de la ceremonia, el humano que ofició el enlace se retiró y los chicos prendieron unos cuantos farolillos que elevaron en el cielo. Cada uno pidió un deseo individual, aunque Jungkook expresó la intención del suyo.
—Por Luka —mencionó el strigoi, y lo dejó elevarse—. Por Jin.
—Por mis padres —le siguió Taehyung—. Y por nuestros amigos caídos.
Hoseok esbozó una débil sonrisa, dejó que el suyo se elevara sin decir una palabra. Yoongi también lo hizo, y Jimin mencionó a Mingyu. Namjoon pensó en todos esos inocentes que vio perecer en el reinado nosferatu.
Hoseok emitió una chispa con sus dedos, y su etéreo elemento los elevó mucho más alto, dejó que se perdiesen en el horizonte marítimo, donde las estrellas centellearon como las frágiles lámparas de papel que representaron sus buenas esperanzas.
No mucho más tarde pasaron a la pequeña carpa para tomar unos aperitivos, una cena casera conjunta que contrataron de un cáterin, y celebraron la unión de Taehyung y Jungkook con un poco de champán, música, y la mejor compañía. Se sintió como en una pequeña familia, a pesar de no compartir lazos de sangre. Namjoon les contó que Nira retomaría el cargo como Directora de la academia de Incheon en unos meses. Con los nuevos estatutos, la educación a los más jóvenes se volvería algo mucho más mixto entre moroi y dhampir que quisieran dedicarse a la seguridad de la comunidad, sin contratos de servidumbres.
—Me han ofrecido comenzar a impartir clases de control de la magia —comentó tímidamente—. He tomado la oferta, pero...
—Oh, dios mío, ¿volverás a Incheon? —Taehyung se sintió emocionado.
Namjoon se ruborizó levemente, trató de quitarle importancia a su trabajo y le pasó la palabra a Hoseok. El señor Jung tenía un hueco en la recámara de gobierno de Revenant, aunque él prefería un traslado a Sokcho.
—Me gustan más los edificios clásicos, como el palacio —expresó el moroi—. Ahora que no será la vivienda de Taehyung, es probable que se convierta en un edificio residencial para los miembros que trabajen en los órganos de gobierno.
Mientras los moroi conversaban, Namjoon giró la cabeza y vio a Yoongi haciendo un paso de baile muy raro.
—¿Qué hace? ¿está loco? —dudó en voz baja.
—No lo sé —masculló Hoseok—. Es probable.
Jungkook se encontraba tomando una copa de whiskey con Jimin, probaron a jugar a los dardos como antiguamente, y cuando el azabache se lo tomó muy en serio, se quitó la americana blanca y arremangó su camisa asegurándole que le ganaría esa ronda. En uno de sus intentos, su lanzamiento atravesó el blanco con un exceso de potencia. El dhampir se dirigió a la diana, agarró el dardo entre los dedos y tiró con fuerza para arrancarlo.
—Esto lo vas a tener que pagar tú —le acusó Jimin con malas pulgas, soplándole a la punta—. ¿Es que aún no sabes dominar esos músculos de pantera?
Jungkook arrugó la nariz.
—¿Hueles eso?
—¿Eh? —Jimin olfateó el ambiente—. ¿Qué? ¿El qué?
—Tu envidia —pronunció Jungkook—. Tiene dos kilómetros de diámetro.
Jimin carcajeó despreocupadamente, tomó un dardo nuevo y probó a clavarlo en el mismo lugar que él había perforado. Su tiro fue certero, no dio justo en el centro, pero sí a unos milímetros.
«Nada mal para estar borracho», se dijo a sí mismo con una mueca.
—Mira, Kook —comenzó a decir Jimin con un acento satoori algo más remarcado que de costumbre, apoyando el codo de espaldas en la barra—. Voy a dejar que te largues a tu luna de miel de ensueño con el desconsiderado, bobo, y memo de Kim Taehyung. Pero prométeme una cosa.
Jungkook le miró seriamente, ladeando la cabeza.
—¿Sí?
—Vais a cuidaros —pronunció su parabatai con una voz mucho más grave—. Y lo primero que harás cuando tu culo de recién casado regrese a Corea, es..., hmnh, llamarme por teléfono, ¿te queda claro?
Los ojos del strigoi se estrecharon, asintió con la cabeza brevemente y pensó en que definitivamente, sería la primera vez que se separasen durante un tiempo indefinido.
—Por supuesto —afirmó Jungkook—. Lo haré, Jimin. Y si ocurre algo, no dudes en levantar el teléfono para que yo...
—Descuida —le interrumpió el dhampir con suficiencia—, no pienses en eso. Si ocurre algo, salvaré al mundo por mi propia cuenta. Además... Taehyung y tú os merecéis estar lejos de aquí.
—Huh, qué dulce —Jungkook se burló un poco de él—. No me digas más, ¿vas a echarme de menos?
Jimin empujó su hombro con el suyo, apretó la mandíbula enfurruñado, y sin mirarle, tomó un trago de su propia copa.
—¡Que no! —gruñó algo sonrosado—. Chst.
El pelinegro se rio alegremente.
—Disculpa, Jungkook —Hoseok apareció tras él, sin que apenas se percatasen—. ¿Puedes acompañarme?
El moroi le indicó con la cabeza para que le siguiese.
—Ten, cuida de mi copa —Jungkook le pasó su bebida a Jimin, conociendo que el traicionero de su parabatai se la terminaría de un trago en cuanto él se diese la vuelta.
El azabache siguió a Hoseok hasta la entrada de la tienda, cuya cortina blanca y recogida mostraba unas preciosas vistas al mar índigo. Sus iris advirtieron rápidamente para qué requería su atención el moroi. Le ofreció un arma envuelta en un recubrimiento de piel de cuero, aderezada por un lazo negro.
—Es tuya. Me encargué, como te dije —formuló con una humilde sonrisa—. Creo que te gustará como ha quedado.
Jungkook la desenvolvió, desenfundó la espada corta y observó su hoja reconstruida. El doble filo reflejó su rostro sobre la hoja, y por encima de la empuñadura, la flor de Tigridia se mostró con un doble grabado donde un dragón la abrazaba.
—Es increíble —suspiró el pelinegro—. Te lo agradezco.
—Un buen rey necesita una buena espada.
—¿Hmnh? —Jungkook le miró de soslayo.
Hoseok sonrió levemente, con los brazos cruzados tras su propia espalda.
—Es una forma de hablar, claro.
«Jungkook, cuando la gente te conoce, te sigue», recordó la voz de Seokjin en su mente. «Eres el tipo de persona con una espada de doble filo; de esos que pueden cortar a alguien, aunque se corten a sí mismos».
Jungkook guardó la hoja en su funda, reconsiderando el significado de sus palabras.
—Eso es todo. Espero que la lleves contigo, así como su recuerdo —comentó Hoseok desviando su mirada—. Para mí siempre estará presente, hasta que mi vida de moroi se marchite.
El más joven inclinó la cabeza con un profundo respeto por Hoseok. Los dos estaban a punto de regresar a la pequeña fiesta cuando Taehyung pasó por su lado y tomó uno de sus brazos.
—¿Podemos salir un momento? —le preguntó en voz baja.
Jungkook asintió, dejó el regalo de Hoseok junto a su chaqueta blanca y se dejó arrastrar por la mano del moroi descalzo.
—¿Descalzo? —pronunció Jungkook con sorpresa.
En el exterior, Taehyung soltó su mano, caminó delante de él con un puntito más feliz de la cuenta. Sus pies descalzos se enterraron en la arena de la orilla, sus dedos tocaron el agua húmeda y sus tobillos se hundieron en la tenue marea mientras se sumergía hasta las rodillas. Jungkook se preguntó a sí mismo si su moroi también estaba borracho, pero cuando Taehyung se dio la vuelta, su amplia sonrisa le habló sobre otro tipo de embriaguez mucho más profunda.
Él le siguió hasta el agua, su pantalón blanco se salpicó por la marea nocturna y el suave vaivén de las olas.
—¿Qué? —sonrió Jungkook entrelazando sus manos—. ¿Por qué me miras así?
—Porque cuando estoy contigo, todo lo que soy tiene sentido.
Jungkook se sintió conmovido por sus palabras, por sus iris, por la sensación física del agua meciéndose en sus pantorrillas.
—Eres mi lugar seguro, Taehyung —murmuró Jungkook—. Ahora, y siempre.
—¿Hmnh? —el moroi se aproximó a él hasta que su pecho se topó con el suyo.
—Que te amo —expresó el strigoi.
—Oh, sí —sonrió Taehyung, tomando su rostro con las manos. Sus labios dejaron un beso superficial sobre las comisuras del pelinegro—. Sobre eso, yo...
—Espera.
Él se humedeció los labios, le detuvo un instante sintiéndose fugazmente inquieto. Tomó los brazos de Taehyung y los bajó prudentemente de su cuello.
—E-escucha, hay algo que quiero intentar.
—¿Sí? —parpadeó el moroi.
—Q-quiero comprobar sí... no sé si va a funcionar, o...
—¿Kookie?
Jungkook titubeó brevemente frente a su pareja, se distanció un paso como si el vaivén del mar entremezclase sus emociones. Taehyung exhaló una sonrisa, que se desvaneció en un instante.
—Me estás asustando —admitió Taehyung.
El pelinegro expulsó su propio aliento lentamente, trató de abrirse como lo había planeado. Como estuvo intentando aquella noche, después de que Jung Hoseok le sugiriese que debía intentarlo. Con una suave ola invisible, su psique se conectó con la del moroi abriendo el vínculo.
Taehyung sintió la extraña sensación, fue inesperada, colisionó contra su propio corazón y la agarró con una mano invisible como si la reconociera. La sostuvo, la contempló sin moverse. Era Jungkook. Escuchó sus notas musicales, su razón como en una nota escrita en tinta invisible y el chorro de sus emociones palpitantes, tan vivas como una refrescante bebida de burbujas recién abierta, con tantos colores como un arcoíris bajo una tímida lluvia de primavera.
Una auténtica y mansa ola cargada de espuma acarició sus tobillos y se llevó la arena de entre los dedos de sus pies.
—¿Qué es eso? —articuló el moroi con los ojos vidriosos.
—Yo. Bueno, mi... mente... —especificó el pelinegro lentamente, desviando sus iris hacia las ondulaciones del agua salada—. Creo que he estado bloqueando parte de nuestro vínculo desde hace tiempo. Pero necesitaba que percibieses eso con lo que he estado conviviendo casi desde que nos conocimos. Eso es lo que hay en mí, Taehyung. Y cómo puedes ver, no es gran cosa, excepto cuando me enfado, porque soy un poco-
—Dios, Jungkook —farfulló Taehyung. Se aproximó a él con los ojos llenos de lágrimas, le abrazó con mucha fuerza, con una gran emoción y con la sensación más dulce que jamás había sentido—. Yo también siento eso. Desde el principio.
Jungkook pareció temblar por un momento. Rodeó su espalda con unos brazos y reprimió las lágrimas sintiéndose muy tonto.
—Te quiero más que a nada —le dijo Taehyung.
—Mmh.
—¿Mnh? —el moroi se retiró para mirarle, con una mano orientó su mejilla—. Eres adorable.
—¿Y-yo? Oh, venga ya —exhaló Jungkook, teniendo más que suficiente—. Detente. No hagas eso.
—¿Qué? ¿Por qué? —Taehyung comenzó a juguetear con él—. Eres mi niño, te lo dije el otro día.
Jungkook se apartó del rubio arrugando el ceño.
—En realidad, soy mayor que tú por unos meses —declaró el pelinegro con arrogancia—. He sido tu guardián durante años, y hasta donde sé, ser strigoi me ha posicionado como el primero en la escala de depredadores.
Taehyung abrió la boca exageradamente. «Genial, ahí tenían su primera brecha matrimonial».
—Muy bien, señor Jeon —dijo cruzándose de brazos—. Inconquistable corazón de piedra, al que no le gusta reconocer que le encantan los mimos.
Repentinamente, una salpicadura de agua llegó al rostro de Taehyung, empapándole por completo. Él parpadeó sin poder creérselo, Jungkook se movió rápidamente hacia atrás con una sonrisa maliciosa dibujada en su rostro.
—¿Estabas diciendo algo?
—¡J-Jeon Jungkook! —vociferó Taehyung—. ¡Deja que te atrape!
El moroi intentó empujarle en el agua, pero Jungkook era mucho más ágil, rápido, y absurdamente estable. Se alejó de él en las suficientes ocasiones como para continuar desafiándole burlonamente. En un acto de rebeldía, Taehyung elevó un centenar de gotas de agua con su propia magia y le salpicó de todos modos, le miró con orgullo y sopló sus propias uñas con arrogancia como si sus dedos fueran un arma de fuego.
—Eso es trampa —bufó Jungkook con una enorme sonrisa.
Los mechones de su cabello se encontraban húmedos, así como su camisa blanca, que actuó como una segunda piel marcándose por encima del torso y brazos del chico. Taehyung se aproximó a él sin que Jungkook volviera a poner ningún impedimento.
—No lo es, tú usas tus dones y yo los míos —formuló el moroi con orgullo—. Ahá, empate, listillo.
El gesto del azabache se dulcificó cuando su rostro se aproximó al propio.
—Okay, me tienes —murmuró Jungkook cálidamente—. Soy tuyo.
—Ahora, ¿sí? —Taehyung se mostró satisfecho.
—Hmnh, desde el principio.
Una mano del pelinegro apartó unos mechones de su rostro, sujetó su nuca con delicadeza y su frente se posó contra la de Taehyung, entrecerrando los ojos. Tenían la ropa arruinada por el agua salada, y Taehyung supo que necesitaría una toalla para superar el frescor nocturno en cuanto salieran de allí. Pero el suave retintineo de la mente de Jungkook le mantuvo distraído y con el estómago lleno de unas molestas mariposas.
—¿A dónde iremos después de esta noche? —preguntó su compañero.
—A todos lados, a ninguna parte —contestó Jungkook con anhelo—. Tú eres el que sueña con viajar, y yo con seguirte.
Taehyung sonrió levemente. Sus labios se encontraron con dulzura, y en el vaivén lento de la noche en la que por fin sus corazones se sintieron libres y sin restricciones por el otro, el oleaje de besos juguetones, una sonrisa cómplice y sus manos entrelazadas, acompañaron a sus pasos de vuelta a la iluminada carpa de la playa en la que se reunieron hasta el amanecer con sus amigos. Un nuevo amanecer que marcó un final, y un nuevo principio.
*Historia creada y escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico y digital en Amazon. También se encuentra disponible en Patreon en formado digital. 💖 Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar este y otros libros completos, así como capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
Hola, chispitas. Gracias por haber leído el fic! Me encantaría hacer un epílogo inédito y agregarlo al final de este libro, taekook de viaje juntos, siendo felices, la continuación del resto de los personajes, etc. No va a suceder ahora porque estoy liadísima con otros asuntos :( pero espero en unos meses retomar alguna otra de mis historias, y quién sabe, si en algún momento reeditase los libros, me encantaría traeros esa romántica luna de miel que siempre ha estado en mi cabeza y en su momento no pude escribir.
Besos, Bea💖
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