Capítulo 22
Capítulo 22. La Torre pt.1
*Historia creada y escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico y digital en Amazon. También se encuentra disponible en Patreon en formado digital. 💖 Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar este y otros libros completos, así como capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
Unos días antes de la amistosa reunión de los chicos, Jungkook y Jin se trasladaron desde el poblado agricultor de Sokcho al apartamento de Yoongi. El loft era lo suficientemente grande como para reunirlos a todos, pues se trataba de un apartamento de dos luminosas y espaciosas plantas.
Trasladaron parte de sus pertenencias hasta el lugar, manteniendo sus monturas en el poblado junto a una criadora de confianza. Jungkook se instaló en el piso superior del loft, tomando la habitación con ventanales y vistas directas a la ciudad. El cuarto de baño de ese dormitorio tenía una bañera enorme en donde Jungkook pensaba ponerse a remojo después de su entrenamiento (con una copa de Bourbon en la mano).
Estar con Yoongi les hizo recuperar el hábito de vivir en una ciudad, donde Seokjin se mostró interesado por salir a tomar algo una de esas noches. La vez que visitaron un club nocturno, Jungkook y Yoongi conversaron sobre sus recuerdos de la escuela primaria elemental de Busan, el lugar donde se conocieron. Según Yoongi, siempre pensó que Jungkook era guay, porque no tenía familia y estaba a cargo de un tutor. Durante la velada, Jungkook tuvo que lidiar con el coqueteo de la camarera en la barra, y sus instintos strigoi detectando el aroma de un dhampir y otro moroi entrando por la puerta. Pensó que se trataba de un par de trabajadores del no tan lejano palacio cénit ubicado a las afueras de Sokcho, quienes tomaban su noche de descanso saliendo a tomar algo en compañía.
Eso distrajo la mente de Jungkook por momentos, pues no pudo evitar pensar en Jimin y Taehyung. No obstante, trató de aislar lo mucho que les echaba en falta aquella noche, concentrándose en su salida con sus otros dos amigos.
Seokjin escuchó la conversación de Yoongi y Jungkook sobre su infancia, reconociendo en voz alta en ese momento, que, él apenas recordaba su vida como humano.
—Cuando Anna me trajo del otro lado, descubrí que había nacido como dhampir, y ni siquiera conocía el significado de eso —dijo Jin, sosteniendo su vaso de cristal—. Hasta entonces, había estado solo, ganándome la vida en los cultivos de mi pueblo mientras los forasteros robaban mi alimento y mataban a mis vecinos.
Yoongi se compadeció de él en silencio. Esa fue una de las cosas, en el pasado, que le hizo pensar que no podría pasar página cuando se conocieron. Yoongi se había sentido solo de joven y había cometido muchas estupideces, pero desde su perspectiva, Seokjin estaba demasiado cuerdo para el infierno que enterraba su pasado. Un nudo se formó en el estómago de Jungkook tras la mención de Saint Anna. No podía evitar sentirse identificado con Jin y su antigua pareja, la forma en la que Seokjin a veces recalcaba que ella no sólo le había revivido, sino le había dado un nuevo sentido a su vida.
«Luka y Anna. Jungkook y Taehyung. ¿Amor o... destino?», pensó el más joven, ignorando el resto de la charla de sus amigos.
Jungkook siempre creyó que el akash era un elemento en constante descubrimiento, pero sus casos eran tan particulares, tan únicos, que, en ocasiones, se preguntaba; «¿Y si el espíritu elegía a dos huéspedes? ¿Y si...? ¿la razón del quinto elemento era unir a dos seres?».
Después de tomar lo suficiente en aquella barra y jugar a una partida de billar entre los tres, los chicos abandonaron el local y caminaron por la calle sintiendo cómo sus mejillas se enfriaban en la refrescante noche. Yoongi se encendió un cigarro despreocupadamente en lo que regresaban a su apartamento.
—¿Puedo preguntarte algo? —formuló Jungkook dirigiéndose tímidamente a Jin.
—Oh, no, no voy a preparar parrilla coreana —declaró Seokjin completamente despistado—. Pero he visto un local en el centro, podríamos ir a cenar allí mañana.
Jungkook sonrió débilmente, desvió su mirada mientras caminaban y por su silencio, Seokjin se percató de que no se refería a eso.
—¿Qué? ¿Qué es?
—¿Crees en la reencarnación? —la pregunta de Jungkook fue inesperada, en un tono algo ronco e inquieto.
—¿Reencarnación? —repitió Seokjin alzando las cejas—. Hmnh, interesante cuestión. Supongo que hay múltiples teorías al respecto.
—Oh, venga ya, habéis bebido demasiado —soltó Yoongi tras una calada de humo, con un acento satoori un poco más marcado de lo normal—. ¿O soy yo el que ha bebido demasiado?
—Me refiero a... en todos estos años, ¿nunca pensaste en si Anna volvió a nacer? —formuló Jungkook—. Por ejemplo, si Taehyung...
—Oh —exhaló Yoongi abriendo la boca.
Seokjin giró la cabeza y clavó sus iris grisáceos sobre el azabache.
—¿Estás preguntándome si he pensado en que Taehyung es Anna? —le arrojó Seokjin con claridad, comprobando su rostro. Creyó que sus palabras podrían molestar a Jungkook, pero los dos se conocían lo suficiente como para hablarse con claridad a esas alturas—. Sí, lo hice. Al principio creía que era así, pero...
—Triángulo amoroso a la vista —anunció Yoongi.
—Si lo fuera —prosiguió Seokjin, mirando directamente a Jungkook—, supongo que no me quedaría otra que aceptar que, en esta otra vida, eligió enamorarse de ti.
Jungkook bajó la cabeza, se mantuvo en silencio tras escucharle.
—No conocí a Anna, pero Taehyung no es ella, Jin —dijo Yoongi con una voz mucho más seria. Lanzó la colilla de su cigarro al suelo y lo pisó con el zapato—. Algo me dice que no.
Jungkook se lamentó interiormente, dudando de si él tendría la fortaleza de vivir sin Taehyung, como Seokjin vivía sin Anna. Estaba seguro de que su instinto strigoi cortaría el lazo con sus emociones antes de pensar en quitarse la vida como una vez trató de hacerlo. Y por muy útil que pudiera ser dejar de sentir cualquier tipo de emoción humana, el dolor no desaparecía realmente; seguiría allí, enterrado bajo una fina capa de amoralidad destinada a desgarrarle por dentro.
—Te mereces ser más feliz que nada, Jin —le dijo Jungkook.
Seokjin trató de no ponerse emocional. Expresar sentimientos en voz alta no era una facilidad que compartiesen, pero el dhampir hubiese deseado expresarle lo muy feliz que ya era con ellos.
«Eran sus amigos».
Esa noche la pasaron en el loft del humano, se quedaron durmiendo tarde, y en la madrugada, Jungkook fue el primero en abrir los ojos, como un gato antes del amanecer.
Toqueteando el anillo solar en su dedo, observó a la ciudad de Sokcho iluminarse desde el elevado balcón del edificio. El sol acarició su nívea piel tímidamente, regalándole una caricia confortable. Sus pupilas se contrajeron, su piel se sintió cálida por momentos. Sus pupilas observaron el astro solar sin verse lastimadas, junto a las estrellas de la mañana que la capota celeste ocultaba ante la vista de los mortales.
No mucho después, mientras Jungkook respiraba paz y aire fresco, Seokjin se asomó por la puerta con un café recién hecho en la mano, que llegó hasta el olfato de su compañero.
—¿Jogging? Hace tiempo que no salgo a correr —ofreció el mayor, recibiendo una mirada cómplice del azabache.
Horas después, las nubes se encontraban esparcidas por el cielo, en una mañana de otoño donde el sol brillaba en lo más alto de la ciudad de Sokcho. Jungkook hizo jogging a un buen ritmo, y cuando por fin logró romper a sudar, regresó al verdoso parque del que partió durante la mañana y se sentó en un banco clavando los codos sobre sus propias rodillas. Se quitó la capucha jadeante, sintiendo la liberación de endorfinas en su sangre, y el ansiado cansancio muscular tras más de un par de horas corriendo por las zonas más recomendadas para deportistas de la ciudad.
Jungkook llevaba el pelo atado tras su coronilla, y con unos dedos, apartó de sus sientes el flequillo largo y ondulado que se escapaba de su recogido. Desde que era strigoi, su resistencia se había elevado hasta tal punto, que se le volvía difícil aquello de sentirse cansado por entrenamientos simples. Por eso ahora practicaba boxeo en un viejo saco de arena, entrenaba cada madrugada, y practicaba combates por pura diversión con su mejor combatiente de la historia; Seokjin.
Puede que Jimin tuviese una mayor técnica que Jin, pero el dhampir de ojos grisáceos era más viejo, más sabio, y tenía demasiada experiencia en combates. Entrenarse con él siempre resultaba satisfactorio. Jin no sólo era su amigo, era una especie de mentor, el hermano mayor que tuvo con veinte años, y la persona con la que pensaba compartir su inmortalidad, además de su prometido moroi. Si pudiera elegir a un segundo parabatai después de Jimin, Seokjin era perfecto.
Mientras Jungkook estiraba los brazos, el mayor no tardó demasiado en aparecer en el parque. Los dos se habían separado un rato antes y Jungkook le había perdido por completo la pista cuando iban por la cuarta vuelta de jogging en tres kilómetros a la redonda.
—Estás oxidándote, hyung —soltó Jungkook con una sonrisa burlona.
Jin llevaba dos latas de refresco en la mano, y le ofreció una de ellas a regañadientes.
—Tengo cuatrocientos años, mocoso —refunfuñó—. No es mi culpa que tu absurda fisionomía strigoi te haya hecho quince veces más resistente.
Jungkook agarró el refresco con una sonrisa. Abrió la lata y tomó un trago helado que sació poco o más bien nada de su apetito vampírico. Se levantó perezosamente del banco, y ambos caminaron de vuelta al loft de Yoongi recubiertos de sudor. Se detuvieron improvisadamente frente a un supermercado, donde Seokjin aprovechó para comprar algunas hortalizas, filetes de ternera y kimchi preparado.
En unos minutos más, llegaron al piso del humano y dejaron las compras sobre la encimera. Jungkook aplastó la lata entre sus dedos, la tiró al cubo de basura y se aproximó al salón descubriendo la afición de Yoongi por los videojuegos. Estaba maldiciéndole a la pantalla y se encontraba al borde de lanzar el joystick contra el plasma.
—¿Cuándo vas a salir a correr con nosotros? —le preguntó Jungkook con media sonrisa.
Yoongi le miró de soslayo, finalizó la partida y enarcó una ceja como si estuviera de broma.
—Cuando yo sea el rey de las sombras —declaró, apuntándole con el joystick.
—¿El rey de las sombras? —repitió el otro, apoyando los codos en el respaldo de un sillón—. Suena potente.
—Ugh, ¿se puede saber por qué traéis tantas hormonas masculinas a mi apartamento? —se quejó Yoongi, detectando el olor a sudor y arrugando la nariz—. Me siento incómodo entre tanto gladiador sudado.
—Cállate —emitió Seokjin descaradamente, acto seguido se dejó caer en el sofá y señaló al televisor—. Dame ese mando, te voy a enseñar cómo jugar a esto.
Jungkook bufó levemente y se quitó de en medio, subió a la segunda planta del loft para buscar su ropa y darse una buena ducha. Pensó en la variedad de detalles que podría preparar para Taehyung, y sus iris fueron a parar a la bañera de hidromasaje como si una voz interior se lo susurrase.
«Si quería hacerlo necesitaba varios elementos».
Un poco después salió de la ducha con el cabello húmedo. Se vistió con unos jeans azul oscuro y ajustados, una camiseta blanca y una fina chaqueta vaquera. Pasando por el salón, vio a sus dos amigos sentados en el sofá, picando unas patatas de bolsa y algún aperitivo rápido mientras compartían algunas partidas. Jungkook se movió hacia la cocina, sacó una bolsa de sangre del congelador y abrió la válvula con los dientes. Regresó al salón para ver a Yoongi y Seokjin jugando, antes de anunciar que bajaría a comprar algunas cosas por su cuenta.
Yoongi le miró de medio lado; cabello húmedo, ropa informal, posiblemente armado, mientras chupaba de una bolsa de sangre despreocupadamente.
«Quién diría que era un vampiro sexy», se dijo cómicamente.
Seokjin se levantó tras derrotar tres veces seguidas a Yoongi y recibir una de sus maldiciones directas que incluían imperativos malsonantes.
—Necesito ducharme, apesto —reconsideró el dhampir abandonando su joystick.
—Concuerdo —reconoció Yoongi.
Cuando se quedó a solas en el salón con Jungkook, no pudo evitar clavar sus pupilas sobre el azabache.
—Qué —dudó Jungkook, atrapando los fisgones iris del humano.
—¿Qué, de qué?
—¿Qué? ¿Qué miras?
—Huh, p-pues... no sé... ¿a qué sabe... eso?
—¿Disculpa? —el strigoi parpadeó sintiéndose despistado. Levantó la bolsa de sangre en su mano con ánimo de vacilarle—. ¿Te refieres a esto? A regaliz, claro.
—A ver, reconozco que soy el típico que cuando se pincha un dedo —argumentó Yoongi—, se lo lleva a la boca, y esas cosas. Pero sigo encontrando el mismo placer a la sangre, que chupar un poste metálico.
Jungkook se carcajeó animadamente. Le pasó la bolsa de sangre a Yoongi insistiéndole para que lo probara, y el humano se sintió mareado cuando la sostuvo en su mano.
—No sé yo... —titubeó.
Yoongi observó la densidad del líquido rojizo en el frío el envoltorio de plástico, siendo apretada por sus dedos. Acercó la boca a la válvula sudando la gota fría. Su corazón se disparó, sus dedos temblaron, su garganta se cerró como si estuviese a punto de tragarse un cactus. De un momento a otro, Yoongi posó los labios sobre la válvula y succionó débilmente. Su degustación de la sangre llegó a su paladar. Estaba fría, insípida. Levemente ácida, con un desagradable sabor a hierro que se quedó en su boca. Yoongi se relamió con un rostro tan horrible como si hubiese mordido un limón.
—Asqueroso —condecoró, para su desdicha.
—Por cierto, ¿dónde está mi toalla? —Seokjin asomó la cabeza al salón, y los tomó totalmente desprevenidos.
El sutil diablo de Jungkook estaba aguantándose la risa con muchísimo esfuerzo. Yoongi sacó la lengua sintiendo el mayor asco de su existencia, emitió un sonido de desagrado, y justo entonces, Jungkook comenzó a troncharse.
Seokjin se llevó una mano a la cabeza cuando el humano se arqueó con ganas de vomitar.
—Sois horribles —confirmó el dhampir—. Como un par de críos de diez años.
Antes del almuerzo, Jungkook salió por su propia cuenta para acercarse a una pequeña boticaria que vendía todo tipo de aceites esenciales, especias, sales de baño, y pastillas de jabón que se efervescían en el agua. El joven compró una pequeña bolsa de sales con fragancias, un bote de aceite esencial y un tarro de pétalos aromáticos. Salió de allí esperando poder utilizar las velas que había encontrado en un armario del baño. El resto estaba en su mano.
Cuando regresó al apartamento, guardó las cosas en el cuarto de baño del dormitorio que se había apropiado, y pasó por la cocina percibiendo el aroma a kimchi, carne y estofado.
—¿Qué compraste? —preguntó Yoongi—. Seokjin sigue en el baño.
Jungkook carraspeó levemente.
—Pues... eh... nada especial, sólo...
—Condones —sentenció Yoongi.
Jungkook se rascó una sien, contentándose porque su estupidez nublase sus sentidos. Repentinamente, la campana del loft resonó en sus oídos. Yoongi salió despedido hacia la puerta como si su alma se la llevase el diablo. Se escurrió con sus propios pasos y estuvo a punto de caer de boca, si no fuera porque Jungkook le agarró de la camiseta a tiempo.
—El interruptor está aquí arriba —masculló el azabache con un gesto burlón—. No en el suelo.
Yoongi le apartó, se recolocó la camiseta con los colores de las mejillas muy subidos y pretendió estar totalmente tranquilo.
—Y-ya lo sé, Kook —gruñó, tomando el telefonillo del portero con chulería—. ¿¡Sí!?
Tras un intercambio de palabras, Yoongi desbloqueó la entrada. En un par de minutos, Jungkook detectó el murmullo de las voces de sus amigos. Percibió el olor de un dhampir y dos moroi, el suave perfume que Namjoon había utilizado en el cuello de su ropa, el champú de Jimin, y la esencia de Taehyung como si fuese algo suyo.
El ascensor llegó hasta su planta, y Jungkook y Yoongi esperaron junto a la puerta. Las comisuras del humano se curvaron cuando Taehyung se aproximó para abrazarle. Namjoon saludó al resto, y estrechó a Jungkook con un cálido abrazo a pesar de su gélido elemento.
—No sabes cuánto me alegro de verte —le dijo el moroi con sinceridad, dejando unas cálidas palmaditas en su hombro.
—¿Cómo estás? —preguntó Jungkook cortésmente—. ¿Fue bien el viaje?
—Muy bien. Estuve más que ocupado cuando regresé a Seúl —sonrió Namjoon—. He hecho una labor social, cosa que nuestra comunidad necesitaba. Creo que me gusta la gente más de lo que pensaba.
—Kim Namjoon, prefecto en nuestros siete cursos en Incheon —canturreó Jimin—. Alias, ¡muermo!
—¡Oye! —se quejó Namjoon, lanzándole una miradita helada al dhampir.
Jimin se rio levemente, frotando su espalda con una mano.
—Es coña, hielitos —agregó Jimin con una voz coqueta—. Tú siempre eres el mejor. Mi moroi favorito.
Taehyung puso los ojos en blanco al escucharle.
—Idiota, te he extrañado —suspiró Yoongi.
Jimin apartó su refunfuño para saludar al chico, y de paso añadir que estaba muerto de hambre. «No era su culpa que Yoongi cocinase tan bien. A veces pensaba que iba a hacerle creer que sólo le quería por lo bien que saciaba su estómago», pensó el dhampir. Pero en realidad, él era demasiado tímido como para decirle lo mucho que le había echado de menos delante del resto.
Taehyung se hizo un hueco entre todos, y no perdió ni un segundo en dirigirse a Jungkook para abrazarle. El strigoi le envolvió entre sus brazos, considerando no volver a soltarle a pesar de su falta de aire. Su vínculo hizo aquel clic en lo más profundo de su pecho, como si su mundo recuperase el punto de gravedad, como si sólo hubiese estado esperando ese tiempo a poder volver a abrazarle lejos de las murallas de aquel palacio.
—Mhmn, te traje algo que te gustará —musitó Taehyung sobre su hombro, soltándole lentamente.
—¿A ti? —preguntó el pelinegro en voz baja.
Taehyung negó con la cabeza, con un leve rubor cruzando su rostro. Jungkook tomó su rostro con ambas manos y besó su sien con muchísima ternura, justo por encima de la rasgada comisura de uno de sus ojos. Rodeando sus hombros con un brazo, le mantuvo cerca de sí mismo.
—No estamos tan lejos, sólo tuve que patear a otros tres guardianes reales en el culo para quitárnoslos de en medio —dijo Jimin con soberbia. Seguidamente giró la cabeza y frunciendo el ceño con la rosada aura de enamoramiento de sus dos compañeros—. Ugh. Son como una tarta de fresa. Nunca voy a acostumbrarme.
—Yo tampoco, descuida —concordó Yoongi.
Jungkook les miró como un gato enfurruñado. Por el olor a ternera y estofado, todos se mostraron famélicos antes de ponerse cómodos.
—¿Hay estofado de Jin? Dios, creo que os amo —suspiró Jimin adelantándose en su entrada.
El dhampir acompañó a Yoongi para dejar un par de bolsos de cuero con sus pertenencias y las de Taehyung en el dormitorio de invitados. En compañía de su pareja humana, le echó un vistazo por encima al loft y se quedó boquiabierto.
—¿Se puede saber por qué este apartamento parece de cine? —formuló el dhampir, de regreso al salón junto al humano.
Yoongi se encogió de brazos.
—Porque es de Hoseok —contestó Namjoon—. Tiene lazos, gente de confianza, y pisos francos en todo el país.
—Esa respuesta empieza a cansarme —manifestó Jimin.
—¿Quién diría que vuestro colega es un moroi mafioso? —inventó Yoongi.
«Y por eso estoy saliendo con él y su condenada imaginación», pensó rápidamente Jimin.
Los chicos ayudaron a Yoongi a poner la mesa, y a colocar la silla extra que necesitaban en el comedor. Esperaron el almuerzo con ansia mientras el humano repartía unos aperitivos.
—¿Dónde está Seokjin? —dudó Namjoon de momento.
—Me lo he comido —dijo Jungkook, regresando a la mesa.
Su tono de voz fue tan grave y creíble, que absolutamente todos los que le escucharon, excepto Kim Taehyung, giraron la cabeza como si pudieran llegar a creérselo. Tae se inclinó junto a Jungkook con un par de palillos y un trozo de ternera que robó de su plato.
—Ten, Kookie —dijo con dulzura, sin llegar a percatarse de la miradita suspicaz del resto.
Se lo metió en la boca con toda la adorabilidad del mundo, como si él desempeñase la labor de alimentarle.
—Q-que e-es broma —declaró Jungkook con las mejillas llenas, a punto de atragantarse—. ¿Es que sois imbéciles?
—Huh, sí, sí —soltó Jimin repasándose el pelo con una mano—. Era broma, era broma.
—Ya —Namjoon esbozó una sonrisita falsa—. Exacto. Una broma.
Jungkook les hubiera hundido la cabeza en el suelo si hubiera podido. «¿¡Acaso dudaban de su autocontrol como strigoi a esas alturas!?».
—¡Prueba esto! —insistió Taehyung ofreciéndole más comida.
Él le tomó gentilmente por las muñecas para detener el absurdo encanto de su moroi.
—Tae, ya no como, ¿recuerdas? —masculló Jungkook, rechazando su último bocado con las mejillas sonrosadas.
Taehyung frunció los labios como si fuera un niño de cinco años. Sabía que Jungkook no había perdido el gusto por la comida, pues su organismo strigoi parecía funcionar como el de cualquier otro siempre que se mantuviese bien alimentado de sangre. Simplemente, a él le parecía innecesario comerse el almuerzo de sus amigos mientras sólo le obsesionaba morder una vena.
—¡Bueno, bueno! ¡Ha llegado la superestrella! —celebró Jimin arrancándose en un aplauso.
Namjoon exhaló una sonrisa al ver a Seokjin, Yoongi volvió a la mesa dejando una gran pizza casera sobre esta y les llamó ruidosos.
—¿Queréis que os lance un beso? —pronunció Seokjin con clase, el cabello húmedo y un bonito jersey blanco.
Él saludó a los chicos y se sentó para almorzar en su compañía. Namjoon les habló sobre su tarea como voluntario para la comunidad, Jimin se apoderó de todos los trozos de pizza posible antes de maldecir su labor como guardián alegando que el príncipe era un engreído, y Taehyung casi mostró los colmillos detestándole en voz alta. Por otro lado, se mostraron interesados en el trabajo parcial de Yoongi.
—Yo también quiero trabajar como un humano —dijo Taehyung.
—Tae, tienes una herencia familiar valorada en billones de wons —bufó Jimin, mirándole de medio lado.
Taehyung puso los ojos en blanco.
—¿Y? Eso no me impide trabajar —inquirió molesto, dirigiendo posteriormente sus iris a Yoongi—. Yo puedo ayudarte en tu trabajo, ¿verdad que sí?
Yoongi no sabía dónde meterse, pero su maravilloso cerebro argumentó rápido.
—Si me compras un nuevo apartamento en Busan, sin hipoteca, y con vistas al mar, hablaré con el dueño del Busan Chicken Express para que te metan de ayudante de cocina —dijo el humano con muchísima credibilidad.
—¿Oh?
Lo mejor de todo fue el ingenuo rostro de Taehyung. Casi parecía estar pensándose de verdad si lo de regalarle un apartamento a su amigo humano para que pudiese volver a estar cómodo en su ciudad natal, era una idea viable. Jungkook colgó un brazo por encima de sus hombros a modo de pantera protectora, sus iris oscuros se clavaron sobre los del chico como si le dijese «no tan rápido, figura».
—Tae, está bromeando —le dijo al moroi—. No caigas en sus tácticas depredadoras.
—Ya sé que está bromeando —refunfuñó Taehyung, pellizcando su mejilla infantilmente.
Jungkook le miró con la mejilla completamente deformada por su pellizco. Taehyung sonrió levemente por su gesto, estrujando profundamente su alma.
Seokjin se mantuvo en silencio durante un buen rato; todo lo contrario a su humor habitual. No pudo evitar pensar que, de alguna forma, había vuelto a tener una familia después de todos sus solitarios años. Extrañaba a Cecil y su poblado de hombres lobo, pero por un instante, apreció en silencio aquel momento y pensó que tal vez no necesitaría volver al asentamiento de licántropos. Con la madurez de Namjoon, el refunfuñón de Jimin, la familiar aura de Taehyung, y el gran afecto que guardaba por Yoongi y Jungkook, había encontrado su espacio.
No obstante, aún tenía algo guardado entre su arsenal de armas que no le había mostrado a nadie. Era un secreto. En Seúl la guardó bajo unas viejas tablas de la casa de proveedores de los Jung. La llevó encima hasta Revenant, después, hasta el poblado de Sokcho donde se habían alojado. Y, por último, la trajo consigo hasta el apartamento de Yoongi. Sus motivos para llevarla encima habían variado con el tiempo. Ya no era por defensa propia. No formaba parte de una amenaza. Realmente, no pretendía usarla. Sólo era una opción más; una oportunidad para Jungkook.
Mientras los jóvenes se levantaban de la mesa, Taehyung tocó el codo de Seokjin y le preguntó si se encontraba bien.
—S-sí, sí —respondió Jin—. Estoy bien.
El moroi detectó cómo uno de sus pensamientos se hacía más pequeño en sus ojos, hasta desaparecer por completo.
—Salgamos al atardecer —le dijo Taehyung—. Me apetece pasear por calles humanas. Es agradable.
Seokjin asintió acorde. Mientras todos conversaban de nimiedades, llevaban los platos a la cocina y se esparcían por el loft, el azabache tiró de la muñeca de Taehyung y se lo llevó hasta el sofá para hablar sobre algo.
—¿Qué te dijo el coronel? —le preguntó el pelinegro cuando se sentaron.
Taehyung flexionó las piernas bajo sí mismo, sus rodillas toparon con el muslo del chico y sus iris se posaron sobre Jungkook, dando paso a todo lo que sospechaba.
—Les prendieron fuego a los nidos de strigoi después de un intento de negociación —dijo Tae con seriedad—. Creen haber arrasado con la base del clan de la luna invertida. Pero no encontraron a Shin Ryuk por ningún lado, y según los escuadrones que regresaron con vida, podemos esperar cualquier tipo de represalia... aunque tal vez, simplemente hayan decidido retroceder. Deben saber lo de las alianzas con otros strigoi. Los rumores se extienden rápido.
—Pero la coronación es en un par de días —razonó Jungkook, pasándose una mano por la mandíbula—. Pueden estar esperando ese momento. Piénsalo, es donde habrá más gente reunida, y es evidente que tú estarás allí...
—Por eso se celebrará en una capilla. Jungkook, será un lugar seguro, sin la entrada de strigoi o draugr —explicó Taehyung, liberando su aliento lentamente—. El problema es que eso nos ha obligado a cancelar las invitaciones de Yanming y su esposa, así como de Yul, y Kyoahn.
Jungkook se vio convencido por su argumento, decidiendo que él se encargaría de estar por los alrededores junto a Seokjin y Jimin, para cerciorarse de que no había nada extraño.
—Vale, estoy seguro de que lo entenderán —le concilió Jungkook en voz baja —. Es un momento delicado. La seguridad es lo más importante.
—Sí, sé que sí —murmuró el ojiazul, bajando la cabeza—. Pero... tú...
—Yo estaré afuera —aseguró el strigoi con calidez, convirtiendo su tono en algo sarcástico—. Mientras renuncias a la corona, estaré afilando mi nuevo puñal ígneo junto a la puerta, y escuchando cómo los antiguos miembros del ministerio nosferatu maldicen en mi nombre —suspiró despreocupadamente—. Me muero de ganas por ver cómo la mitad de la comunidad me señala con el dedo mientras me llevo al último príncipe moroi de este siglo conmigo.
Taehyung soltó una suave risita. Pero de sólo imaginarse que estaría esperándole, su corazón repiqueteó en su pecho como un pájaro feliz. Con las piernas flexionadas, se deslizó junto al regazo de Jungkook y abrazó su pecho como si fuese su almohada preferida. Jungkook le envolvió con unos brazos, apoyó el mentón sobre su cabeza y acarició con suavidad el brazo del moroi que rodeaba su propia cintura.
—Tú y yo... —murmuró Jungkook—. Vamos a tomarnos unas vacaciones lejos de aquí.
—Echaré de menos a los chicos.
—Volveremos antes de que nos echen en falta.
—Hmnh —asintió el moroi sin despegarse de él.
El momento de ser libres estaba tan cerca, que esos últimos días hasta su abdicación, parecían estar siendo ralentizados por la mano de alguien ajeno. El ojiazul entrecerró los párpados sobre su hombro, encontrándose en su lugar favorito del mundo. Sus dedos juguetearon con los del strigoi, entrelazándose levemente para luego huir de ellos. El hormigueo que provocaban las cálidas yemas del moroi en Jungkook le suplicaba concentrar todos sus sentidos en él. La delicadeza de un moroi bajo su brazo, su corazón latiendo en su pecho, su tenue respiración junto a la del chico. Su pierna levemente apoyada sobre su propio muslo.
Durante unos instantes, escucharon las distantes voces de sus amigos en la cocina, una risa destartalada y un intercambio de chistes malos.
—¿Sabéis por qué mataron a Kung-Fu? —escucharon la voz de Jin—. Porque lo Kungfundieron.
Jimin se partió de risa allí mismo, y Yoongi se atragantó con el café.
Jungkook apretó los dientes, tratando de evitar una sonrisa sin mucho éxito. Se desdibujó lentamente cuando Taehyung, con un par de dedos, orientó gentilmente su rostro hasta el suyo. Se miraron en la corta distancia, iris derramándose sobre los del otro, con la diferencia de unos centímetros de altura a causa de que el moroi se encontraba recostado en su hombro. Lentamente, Jungkook inclinó la cabeza y posó sus labios sobre los suyos. Fue un beso tierno y mimoso. Sus labios se rozaron gratamente, los dedos de Taehyung se deslizaron enterrándose entre los oscuros mechones de su cabello. Su nariz se acarició con la del otro en la tibia pausa de sus labios. Con los párpados cerrados, la densa capa de sus pestañas cosquilleó en las mejillas del pelinegro.
—¿Qué era lo que traías para mí? —formuló Jungkook en voz baja.
Taehyung pestañeó brevemente y se sintió como un tonto por aún no habérselo dado.
—Ah, casi lo olvido —emitió reincorporándose brevemente. Rebuscó algo en el bolsillo de su pantalón de lino y sacó un papel doblado—. Es esto.
El moroi abrió entre los dedos y se lo ofreció a Jungkook para que lo viese. Él esperaba cualquier cosa, excepto encontrarse con una fotografía antigua, de esquinas dobladas y desgastados colores sepia, que portaba los familiares rostros de algunas personas. Al principio pensó que en el centro se encontraba Freyja, pero por la vestimenta oscura, falda larga y sombrero de ala ancha, supo que era Nira, la hermana gemela de su madre. A su lado estaba el joven profesorado que tomó las riendas de la academia de Incheon a su lado; entre ellos Hyun Bin, quien parecía mucho más joven. Tenía una mandíbula menos cuadrada y el pelo completamente oscuro. La cicatriz que poseía bajo el ojo se encontraba mucho más rojiza y remarcada, como si fuese reciente. Myler también se encontraba en la instantánea, junto una profesora que tuvieron en álgebra, el tipo de entrenamiento cardíaco, y Villemin, el celador del colegio, con un ceño tan fruncido como el que recordaba.
En una esquina de la fotografía estaba el anciano de Yeong-Su, el profesor de historia que le ofreció más información sobre Saint Anna, y quien por desgracia vio fallecer aquella noche de infierno antes de escapar del palacio de Bucheon. Jungkook encontró a su tutor Seojun en el otro extremo. Su cabello castaño estaba mucho más corto y sin canas grisáceas. Vestía un traje marrón con una camiseta de cuadros, tenía la misma barba de tres días, y la exacta montura plateada de sus gafas, enganchadas a un cordón plateado. Al lado de Seojun, Jungkook encontró la emoción que hizo vibrar su corazón. Su padre Jungseo, con un brazo por encima de los hombros del dhampir.
Su sonrisa era tan amplia, que las comisuras de sus ojos se encontraban arrugadas. Sus ojos eran de un castaño oscuro especialmente intenso, como chocolate suizo. Su cabello, tan negro y espeso como la noche dentro de un bosque. Taehyung advirtió la imperceptible sonrisa que curvó las comisuras de Jungkook. Sus globos oculares se recubrieron de una película vidriosa, humedeciéndose discretamente.
—Ese es tu padre, ¿verdad? Con Seojun —dijo Taehyung, posando un dedo sobre la instantánea—. Le reconocí al instante. Te pareces tanto a él —exhaló cálidamente—. Freyja me dio la fotografía cuando le dije que vendría a verte. Me dijo que esa es la única que tiene. La consiguió cuando el último claustro de profesores fue admitido por el Ministerio, el día que Nira tomó el cargo de Directora en la Academia. Jungseo acompañó a su mejor amigo. Dijo que puedes quedártela, si quieres.
Jungkook asintió permaneciendo en un solemne silencio. Guardó la fotografía en el bolsillo de su chaqueta vaquera y sorbió la nariz con cierta emoción, reprimiendo su nostalgia. Taehyung posó una cálida mano sobre su hombro. Comprendió su emoción, y prefirió guardar silencio para no incomodarle. Él era de esas personas que tendían a buscar su espacio cuando se veían sobrecogidos por algo.
—Es la primera fotografía que veo —confesó Jungkook con pesar.
—Lo sé —Taehyung abrazó su cuello y le habló en un susurro—. Pero nunca es tarde para hacerlo, sobre todo cuando se trata de personas que hemos amado, ¿no te parece?
Jungkook entrecerró los ojos en su hombro, sintiéndose extrañamente reconfortado.
Durante la tarde, los chicos esperaron salir a la puesta de sol para evitar la fatiga y migraña de los moroi. El rubio tomó el anillo del zafiro estrellado de Jungkook un rato antes de su salida, sólo para comprobar que la carga elemental del espíritu permanecía intacta. Por suerte, su amuleto parecía funcionar perfectamente.
Salieron bajo un cielo anaranjado, con la gran bola de fuego llameante ocultándose en el horizonte crepuscular. El otoño enfrió la última hora del atardecer, y Taehyung, bajo su capucha, sintió las manos frías hasta que Jungkook tomó la suya.
Jimin y Yoongi decidieron visitar una pizzería, Taehyung adoraba la comida basura y se mostró emocionado. A él le encantaba estar entre humanos, fijarse en sus costumbres y quedarse embobado cada vez que veía a un niño de la mano de su progenitor. En su comunidad eran tan difícil encontrar niños con todo lo que estaba pasando.
Todos compartieron una agradable cena, vieron una exposición de arte situada en la calle, un músico que tocaba la guitarra en busca de propinas y pasearon cerca de una pequeña feria.
Jungkook tuvo que lidiar con la cantidad de olores dulces y amargos, personas, ruidos y atracciones en movimiento. Aunque verse arrastrado por la mano de Taehyung facilitó las cosas, a pesar del mareo que le causaba el estridente bullicio.
—¿Qué es eso? —preguntó Tae con los ojos muy abiertos.
—Son coches de choque —respondió Jungkook, deteniéndose a su lado—. Coches locos, carros chocones... depende de la región.
Taehyung se quedó con la boca abierta.
—¿Por qué la gente paga para chocarse?
—Porque el ser humano es así de fascinante —concretó Yoongi, lanzando su colilla al suelo.
Jungkook sonrió otorgándole la razón, pero Jimin estaba igual de asombrado a su lado.
—¿Se necesita algún carné para conducir eso? —dudó Jimin.
—Chim, es un condenado juego —dijo el humano—. No vas a conducir un tanque alemán.
—Okay, sujeta mi cerveza —soltó el dhampir, creciéndose—. Voy a comprar tickets para eso.
—¡Yo también quiero! —Jungkook se apuntó de inmediato, esperando no arrancar ningún volante de cuajo.
Yoongi siguió sus pasos, y Namjoon se quedó junto a Seokjin y Taehyung buscando un hueco donde la gente no tropezase con ellos.
En la siguiente ronda de juego, los tres subieron individualmente a los cochecitos y comenzaron a divertirse como nunca. La competitividad de Jungkook y Jimin chocaron entre sí, aunque Yoongi le sacaba ventaja debido a una mayor práctica.
Namjoon se separó de ellos para buscar un par de manzanas de caramelo, una para él y otra para Taehyung. Y en ese momento en el que Jin y el ojiazul se quedaron en compañía, Taehyung percibió la felicidad de Seokjin como si se tratase de una vibración causada por el elemento.
Podía ver la palpable conexión entre él y Jungkook. Y lo que más le emocionaba, era saber que Seokjin no tendría que volver a afrontar la soledad de la inmortalidad nunca más.
—Le quieres, ¿verdad? —formuló Taehyung, ladeando la cabeza.
Seokjin giró la suya, sus iris grisáceos hicieron contacto con los celestes del moroi. Uno de sus plateados pendientes se balanceaba bajo su oreja. No tenía los ojos grandes por nada; era un gran observador y siempre había poseído una maestría especial para detectar qué tipo de ojos se posaban sobre Jungkook.
—Él nunca tuvo un hermano —prosiguió Taehyung—. Bueno, Jimin... pero él es más como...
—Como un cachorro con el que sólo sabe jugar y pelearse.
—Exacto —pronunció Tae entre un par de carcajadas. Seguidamente se serenó, pensando en algo más—. Dentro de un tiempo, nos asentaremos en la parte de Corea del Sur que tú decidas, ¿qué te parece?
—¿Por qué? —dudó Seokjin.
El moroi tardó en responder, pero lo hizo con sus palabras más sinceras.
—No quiero que estés solo. Han sido unos años muy largos, como errante, como lobo solitario —dijo Taehyung como si pudiese leer el fondo de sus ojos—. Ahora nos tienes a nosotros.
—Taehyung —exhaló el dhampir, desviando su mirada.
Taehyung entrecerró los ojos, extendió su mano y tocó la de Seokjin para confortarle. Inesperadamente, algo atravesó la palma de sus manos. El moroi se quedó sin respiración unos segundos. Fue una sensación desconocida, una onda acariciando su psique. Felicidad, dicha, paz. Descanso. Un corazón fracturado encontrando la medicina que uniría sus trozos.
Un deseo de Jin, de Luka, de su alma.
Los ojos de Taehyung se llenaron de lágrimas como si esa felicidad ajena le desbordara. Apartó su mano rápidamente, y el dhampir, quien se hallaba a su lado, vislumbró el cambio de expresión en su rostro.
—¿Qué ocurre?
El ojiazul negó con la cabeza, tragó saliva y levantó su rostro con una genuina sonrisa.
—No, nada —respondió Taehyung tratando de tranquilizar su corazón—. Es sólo que... sentí que pronto, serás muy feliz. Más que nadie.
Seokjin se sintió tocado por sus palabras. «¿Se trataba del oráculo del akash, o de su amabilidad? ¿Era esa una de las predicciones del espíritu?».
—¿De verdad? —preguntó Jin, esperando que no sólo quedase en palabras.
—Verás que sí —le aseguró el moroi entre el gentío de la feria, entre las luces, voces, risas, el aroma a las manzanas caramelizadas que trajo Namjoon, bajo el cielo estrellado de esa fresca noche en Sokcho, en la que se permitieron actuar como simples humanos—. Confía en mí.
*Historia creada y escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico y digital en Amazon. También se encuentra disponible en Patreon en formado digital. 💖 Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar este y otros libros completos, así como capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
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