Capítulo 21
Capítulo 21. Rey
*Historia creada y escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico y digital en Amazon. También se encuentra disponible en Patreon en formado digital. 💖 Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar este y otros libros completos, así como capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
Seokjin bajó junto a Jungkook del metro de Sokcho. Se encontraban en el centro de la ciudad, en una agradable mañana de otoño, donde las nubes se revolvían en la cúpula celeste sobre sus cabezas. Pasearon tranquilamente por la calle, con chaquetas de cuero y botines, vaqueros oscuros y el armamento justo enfundado en sus cinturones. Sumergiéndose en un callejón enladrillado, Jungkook advirtió que Seokjin comenzaba a titubear en lo que levantaba la cabeza buscando algo.
—Hmnh, creo que es esa de ahí —indicó el dhampir.
Jungkook enarcó una ceja, siguiendo la dirección de su mirada.
—¿Estás seguro?
Su compañero se encogió de brazos, los dos caminaron hacia la tienda en silencio. Se trataba de un diminuto local llamado «Nature» con el símbolo del pentáculo, velas aromáticas, tarros de té a granel y piedras naturales.
Seokjin empujó la puerta con la mano, asomando la cabeza en el interior. El móvil de viento resonó sobre su cabeza.
—¿Se puede?
—Adelante —sugirió la mujer.
El dhampir entró en la tienda seguido de Jungkook. Seokjin le mostró una tarjeta de la comunidad cénit con el grabado del sol a la señora. Ella captó rápido de quién se trataba.
—Síganme, por favor —añadió.
Con las manos guardadas en los bolsillos, Jungkook siguió los pasos de Seokjin atravesando y entrando a una sala interior. Allí había todo tipo de armas colocadas en vitrinas. El lugar gritaba «aprovisionamiento dhampir», el cual estaba formado por puñales, dagas encantadas, cuchillos, espadas cortas, catanas y otros tantos amuletos hechizados por algún elemento, formados por anillos, pulseras y collares simples.
—¿Buscan armamentística básica, o estacas?
—Estacas —contestó Seokjin, en busca de su aprovisionamiento—. Necesito tres de madera de roble. Por casualidad, ¿le queda coagulante?
La mujer sacó una llave y abrió un estante metálico, similar al de una caja fuerte. Había tantas estacas, que Jungkook decidió retroceder y perderse por el lugar, curioseando el resto de elementos.
Seokjin escogió entre los distintos tipos de empuñadura, y después, la señora regresó con unas pequeñas jeringas guardadas en una cartera de cuero.
—Coagulante —le ofreció—. ¿Cuántos quiere?
—Dos.
Jungkook ya tenía dos espadas cortas de plata y doble filo, con unas Tigridias grabadas, un anillo mágico encantado con el espíritu que reflectaba la luz solar, y la suficiente seguridad en sus dotes físicas como para saber que no necesitaba nada más. No obstante, durante su ronda por la sala, sus pupilas se posaron sobre un puñal de acero. Estaba bien afilado, acababa en punta, y la empuñadura tenía una estrella.
Sólo alguien que sabía de armas y había practicado lo suficiente lanzando cuchillos, sabría si aquel puñal merecía la pena sosteniéndolo en su mano. Él tomó con la derecha y comprobó si estaba equilibrado entre sus dedos. La mujer se aproximó a Jungkook con una mirada inquisitiva.
—Joven, las armas encantadas no se tocan —expresó con voz grave—. Esa tiene una carga elemental de fuego. No querrá hacer saltar este lugar por los aires.
Jungkook apretó los labios.
—¿Es un puñal ígneo? —dudó, compartiendo una mirada de soslayo con Seokjin—. Me lo quedaré.
Ella aceptó a regañadientes, les señaló con la cabeza para realizar el cobro junto a la caja, y los dos se aproximaron a la pequeña mesa preparando el pago de wons. La mujer desapareció unos instantes.
—Es una bruja —susurró Seokjin, antes de que regresase—. Ten cuidado, son un poco malhumoradas, y detestan a los vampiros.
Jungkook abrió la boca y volvió a cerrarla antes de que regresase. Guardó el puñal en su cinturón. Los strigoi podían utilizar cualquier arma con una carga elemental, pero una de cuatro, como las estacas elementales, podían matarle si se le ocurriese utilizarla.
Junto a la mesa donde realizaron el pago, el strigoi arrastró sus iris sobre un puñado de barajas de cartas.
«¿Las brujas también echaban las cartas, como en las series de televisión mundanas?», se preguntó el más joven.
Ella le devolvió el cambio de wons a Seokjin, cobrando la compra de sus estacas, coagulante más el puñal ígneo. Sus iris se encontraron con los castaños de Jungkook. Él llevaba unas lentillas opacas que ocultaban el resplandor de sus halos strigoi, sin embargo, la bruja parecía detectar algo en él.
—¿Necesitan algo más? —preguntó la mujer.
Seokjin negó con la cabeza, pero Jungkook no pudo evitar preguntar con su habitual curiosidad.
—¿Sabe echar las cartas?
—¿Me pregunta si sé leer el tarot? —pronunció la bruja con orgullo—. Es un arte que ha crecido en mi familia durante siglos, joven. Se trata de sabiduría, no magia elemental.
—Oh, jamás me han leído el futuro de esa forma —valoró Jungkook cortésmente—. ¿Cuánto exige por una lectura?
Ella extendió una mano y tomó una vieja baraja de cartas que se encontraba bocabajo.
—No hago lecturas desde hace tiempo —dijo ella, barajando deliberadamente las cartas—. No obstante, puedo improvisar algo para saciar su interés mundano.
Jungkook ladeó la cabeza, observando el dorso azul marino y estrellado de las cartas. Seokjin se rascó la sien a su lado, esperando que resumiese lo máximo posible. Ella le ofreció a Jungkook que cortase la baraja, y el joven lo hizo, depositando la mitad de esta sobre la mesa.
—¿Izquierda o derecha?
—Izquierda —eligió Jungkook sin pensárselo demasiado.
La mujer levantó la primera carta que se encontraba bocabajo, depositándola sobre la mesa, frente al muchacho.
—El rey de espadas —anunció—. Un gobernante, que sin duda tiene un gran poder. Mediante su intelecto y liderazgo, este rey posee la valentía de lograr todo lo que sueña y desea. Es un rey neto, con dotes de mando y nacido para luchar. De carácter templado y con la capacidad de mantener sus emociones bajo control, a pesar de ser alguien pasional. Diría que alguien estará dispuesto a usar su espada de doble filo para proteger lo que desea.
—¿Taehyung? —pronunció el azabache en voz baja.
—¿Sí? —preguntó la bruja, tras no haber escuchado su murmullo.
—No, nada. Continúe, por favor.
La siguiente carta que depositó a su lado fue una torre repleta de llamas.
—La torre —prosiguió la mujer—. Es algo repentino, un impacto, algo que sacudirá su vida de un modo feroz. La torre plantea un desastre inevitable, la destrucción y pérdida de un ser querido. La destrucción de la torre atrae la reconstrucción de una nueva vida, dejándole una profunda enseñanza.
Jungkook apretó la mandíbula, mientras la bruja continuaba hablando. La tercera carta fue mucho más alentadora que esa.
—Los enamorados —dijo, depositándolo tras la torre—. Representa la unión, el poderoso vínculo entre dos personas enfrentadas por una decisión importante. Anuncia una intensa felicidad, con una gran carga de sentimientos y afecto. Diría que se trata de una relación... predestinada. Existe un gran romanticismo y sensualidad en su liberación, que no muchas parejas disfrutan a menudo.
—Huh —emitió Seokjin descaradamente—. Me pregunto quiénes serán.
El pelinegro guardó silencio hasta la cuarta y última carta, la cual erizó su vello por completo.
—La muerte —colocó la bruja en cuarto lugar. Sus ojos fueron a parar al rostro de Jungkook, percibiendo su palidez—. No tema. La muerte sólo es el principio de algo nuevo. El final de un ciclo que debía terminar. El cambio que se anuncia es positivo, puede que sea algo repentino. Una pérdida, una situación difícil... pero hay una fase de su vida que concluirá, dando paso a algo nuevo. En realidad, se trata de un excelente augurio a pesar de la mala fama que posee este arcano, entre la gente que no conoce el tarot.
—Excelente lectura. Dará mucho que pensar —dijo Seokjin, acto seguido miró de medio lado a Jungkook indicándole con un gesto que se marchasen.
—Gracias, señora —expresó el chico—. Tenga un buen día.
La bruja les siguió con la mirada mientras abandonaban la tienda. En unos segundos, atravesaron la puerta y caminaron sobre la acera, dejando a un lado el callejón enladrillado.
—¿Por qué siempre tienes que meter las narices en todas las oportunidades que se te presentan? —gruñó Seokjin—. No podías, simplemente, ¿no preguntarle?
—Hmnh, ¿crees en el tarot?
Seokjin bufó, se tomó casi medio minuto para responderle mientras caminaban.
—Nah, no. No sé —contestó el dhampir con la respuesta más inconclusa de la historia—. Pero el rey de espadas no tiene por qué ser Taehyung. Podrías ser tú.
El corazón de Jungkook emitió un pálpito agitado.
—¿Yo? —dudó—. Dijo que era un líder nacido para gobernar.
—Jungkook, cuando la gente te conoce, te sigue. Mira al clan de Yul. Ese tipo es medio imbécil, su clan trafica en mercados negros y, aun así, confió en ti —argumentó Seokjin—. Además, eres el tipo de persona con una espada de doble filo; de esos que pueden cortar a alguien, aunque se corten a sí mismos. Sin duda, el arma más peligrosa de todas.
El debate se cerró con la conclusión de Jin, pues el pelinegro se vio incapaz discutirlo a pesar de que pensase que, en el fondo, Taehyung también era ese tipo de persona.
Esa mañana, después de comprar algo de armamento, los dos visitaron una tienda de ropa para cambiar sus viejas chaquetas de cuero por algo más a la moda, además de reciclar sus botas por otras negras de tacos.
Yoongi había conseguido un trabajo a tiempo parcial en Sokcho, lidiando con el poco tiempo que Jimin y él tenían para verse. Después de unas escasas compras, los chicos visitaron el local donde el humano trabajaba para matar su tiempo. Un local de hamburguesas y salchichas caseras, donde no le obligaban a llevar la estúpida visera amarilla fluorescente que durante tanto tiempo Yoongi tuvo que vestir en el Busan Chicken Express.
—Por el amor de dios, pero qué ven mis ojos —soltó el muchacho cuando llegó hasta su mesa.
Seokjin tenía una especie de expresión burlona en su rostro, y en cuanto a Jungkook, él sólo era el tío bueno de turno, que estaba a punto de preguntarle si también servían cerveza.
—No, sólo hay refrescos y batidos helados —añadió Yoongi como si alguien lo hubiera preguntado.
—¿Hmnh? —emitió Jungkook.
—Dos perritos dobles —solicitó Seokjin—. Con mostaza.
—Déjame adivinarlo, los dos son para ti —ironizó Yoongi, señalándole con ambos índices—. Y para el vampiro malo, una virgen degollada.
—¿Tengo cara de que me guste eso? —inquirió el strigoi, frunciendo el ceño.
—Sólo degollada —sonrió Jin.
—Tú eres el que tiene cuatrocientos años, viejo —le arrojó Jungkook.
—Eh, eh, eh —Jin soltó una risita—. Sin faltar.
—Es broma, tío. Relaja ese ceño, no me despieces —musitó Yoongi con un hilo de voz—. ¿Quieres un batido helado con tres bolas de chocolate?
—Y un perrito —aceptó Jungkook.
Yoongi se quitó de en medio momentáneamente, hasta que regresó con el almuerzo de ambos. Se sentó directamente al lado de Seokjin, sin la chaqueta de uniforme del local.
—Tenéis suerte —exhaló Yoongi hundiéndose en su asiento y mirando el reloj de su muñeca—. Mi turno termina en tres, dos, uno... ¡Ding, ding, ding! —canturreó teatralmente—. ¿A dónde queréis ir? ¿Beber? ¿Karaoke? Me muero por unos donuts con glaseado, creo que aún podemos pasarnos por el Grunch.
—¿Están pagándote lo suficiente aquí? —preguntó Seokjin como si fuera su padre.
Yoongi le miró como un gato enfurruñado, mientras él y Jungkook devoraban sus perritos.
—No está mal.
—Está bien, yo pagaré el karaoke y la ronda extra de chupitos —declaró el dhampir—. Pero Jungkook se encarga del Bourbon.
Yoongi comenzó a esbozar una lenta y amplia sonrisa.
—¿Bourbon?
—Bourbon —confirmó Jungkook.
Los tres se fueron al apartamento en el que Yoongi se estaba alojando, después del almuerzo. Estaba en un edificio alto, uno de los dos bonitos rascacielos de lujo de Sokcho. Hoseok tenía que ver en eso. Sus contactos le habían proporcionado a Yoongi uno de los lugares más seguros de la ciudad, el propietario era humano, y ni siquiera conocía el mundo sobrenatural.
Jungkook entró tras recibir su expresa invitación. Pensó que era un apartamento excesivamente grande para él, teniendo en cuenta que dormía solo. Por un segundo, se preguntó si podría sacar a Taehyung de palacio para llevárselo a un sitio así, donde tuvieran un poco más de intimidad e incluso pudieran estar en compañía de sus amigos.
Por la tarde dieron un paseo por la bonita ciudad de Sokcho, y acabaron en un karaoke con gente aleatoria que terminaron cantando canciones en otro idioma. Después de un bol de ramen para Yoongi y Seokjin, terminaron bebiendo en un bar de pocamonta. Jungkook se pidió varias bebidas extras, logrando atenuar la sed. No sabía cómo demonios terminaron jugando al billar en un salón lleno de humo, bebidas, dardos y juegos de mesa con música jazz. Cuando el strigoi probó los dardos, ganó la ronda sobrado de puntos, pero en el billar, el amo del palo era Yoongi. Su pericia técnica era maravillosa. Seokjin se quedó cerca de ganarle ya que lo suyo era la suerte en los juegos.
Y Jungkook, por su lado, se sentó en un taburete viéndoles jugar. Se preguntó cómo hubiera sido que Jimin y Taehyung también estuvieran allí. Les echaba de menos y estaba seguro de que no era el único del trío que pensaba en ellos en momentos como ese. Puede que sus vidas no fuesen normales, pero en el pasado, disfrutaron de hacerse pasar por simples humanos.
—¿Crees que podríamos ir a tu apartamento? —dudó Jungkook en voz baja, cuando Yoongi y él se encontraron en la barra—. Me refiero a Tae y Chim.
Yoongi dudó de momento.
—No sé, queda poco para la coronación. Es como si Taehyung tuviera un radar en el trasero —dijo Yoongi—. Y Minnie está tan ocupado, que ni siquiera he logrado hablar con él estos días. Sin ofender, Kook, pero me apetece patear a los de la nueva comunidad como nunca antes.
Jungkook bajó la cabeza, exhalando una sonrisita. Por irónico que resultase, se sentía exactamente igual que Yoongi. Quería ser egoísta. Muy egoísta.
—Intentaré concertar una salida con Jimin, seguro que logramos sacarles de allí.
—Al menos tú has podido entrar —suspiró Yoongi—. Yo sigo esperando aquí, como un auténtico imbécil.
Jungkook posó una mano en su hombro y lo estrechó para alentarle.
—Jimin está deseando verte —le aseguró el azabache.
Yoongi miró de soslayo su mano. Sintió como si un escalofrío se expandiera desde las yemas de sus dedos, recorriendo su espina dorsal.
«La mano de Jungkook se encontraba destemplada, diría que casi fría», pensó el humano. «¿Esa era la temperatura natural de un strigoi?».
—Oye, Kook —comenzó a decir Yoongi, con un tono de voz especialmente amable—. ¿Es cierto que... los strigoi sentís todo mucho más... intenso?
—Ahá —asintió el azabache, tomando un trago.
Sus iris se dirigieron a Seokjin brevemente, quien se encontraba echando una partida ocasional con un par de desconocidos que les habían estado observando para después desafiarles.
—Y, entonces, Tae y tú... ya sabes... ¿hacéis cosas de...? —balbuceó Yoongi como un tonto, encontrando la expresión defintiva—. ¿Vampiros cachondos?
Jungkook casi se atragantó con su propia bebida. «¿De verdad estaba preguntándole eso?».
—¿Cosas de vampiros, Yoon? ¿En serio? —repitió Jungkook con escepticismo.
—Me refiero a... hacer bebés vampiros con mucho más entusiasmo.
El strigoi se frotó la frente. Soltó su vidrio vacío sobre la mesa y puso los ojos en blanco.
—No, Yoon, no voy a hablar contigo de sexo —gruñó.
—Paz, amigo —sonrió Yoongi—. Paz y amor. Sobre todo amor.
Seokjin regresó y escuchó sus dos últimas frases.
—¿Qué me he perdido?
—Yoongi quiere hablar de sexo —soltó Jungkook sin apurarse—. ¿Por qué no le explicas tú cómo funciona todo ese asunto?
—¡No, no! ¡No! —negó el humano ruborizándose. Rápidamente se acercó a la oreja de Jungkook y le amenazó de manera directa, seguida de una poco pacífica recomendación—. ¡Recuerda que es mi puto ex, mendrugo!
—Ñi ñi ñi —le imitó Jungkook.
—Oye, no te hagas el guay por tener un novio moroi desde los doce años —dijo Yoongi con pedantería.
Jungkook exhaló una sonrisa burlona, sin decir ni una sola palabra.
—Desde que se convirtió en un vampiro cazavampiros, no le aguanto —añadió el humano mirando a Seokjin de soslayo—. ¿Te recuerdo con quién ha tenido una aventura mucho antes de que te enterases de quién era?
Seokjin comenzó a toser con fuerza, y Jungkook se sintió abochornado por su referencia. Casi había olvidado que su madre había tenido una especie de rollo raro con el que consideraba como un hermano mayor.
—Bueno, voy al baño. Ehm, nos vemos afuera, oh, sí —emitió el dhampir desapareciendo fugazmente.
—No te hundo la cabeza contra la barra, porque mi mejor amigo te ama —dijo Jungkook entre dientes.
Yoongi fue el único en reírse, pero lo hizo exageradamente a pesar de su amenaza. Su corazón palpitó con calidez por su forma de referirse a Jimin. Meditó detenidamente sobre aquello de sacar al príncipe y su guardián de palacio para pasar una simple tarde de reunión de amigos.
Y por la noche, Seokjin, Jungkook y Yoongi se reunieron con Yanming, el líder del clan de Jeolla.
Inicialmente, la reunión iba a ser con Jungkook (por quien Yanming se sintió realmente interesado). El clan de Jeolla nunca se relacionaba con dhampir, y mucho menos con humanos, pero su interés por Jungkook le hizo aceptar a sus dos compañeros. Yoongi nunca había visto a un strigoi tan elegante, cuyo cabello largo se encontraba suelto sobre una túnica de terciopelo bermellón.
—Estamos alojándonos en la casa de residentes estos días —expresó el strigoi mientras caminaban.
—¿Todos? —preguntó Jungkook con despiste—. Quiero decir, son... cien.
—Sólo vine acompañado de mi pareja y dos consejeros —contestó Yanming con evidencia.
En la casa de residentes, Yoongi se sintió como si estuviera metiendo la cabeza en la boca de un lobo. Una delicada mujer con piel de porcelana bajó la escalera. Su cabello era rubio platino, con un medio recogido y un elegante vestido negro con gargantilla. Sus ojos tenían dos halos rojizos, como los strigoi en su mayoría.
—Selene, te presento a nuestros socios. El señor Jeon, el señor Kim y el señor...
—Min —contestó Yoongi con un carraspeo.
—Un placer señora —expresó Seokjin educadamente.
Jungkook inclinó la cabeza con cortesía. Detectó el olor a sangre fresca, y sus pupilas se dirigieron a la sala de recepción, donde dos strigoi más, parecían estar compartiendo el almuerzo de una atractiva pieza humana. Ellos se levantaron para recibirles con educación, relamiéndose las comisuras de sus labios manchados.
Yoongi tragó saliva sintiéndose tremendamente incómodo. Los vampiros detectaron su incipiente mortalidad al posar sus iris sobre él. Seokjin sabía que nadie le atacaría, sin embargo, su posición se volvió algo protectora colocándose frente al chico.
—Señor Kim —dijo Selene, arrastrando las sílabas con una sensual voz—. Dicen las lenguas que es el único dhampir que posee inmortalidad. Déjenme adivinar, ustedes son el grupo de magníficos. El strigoi inmune al sol, el dhampir imperecedero, y el humano...
—El humano sarcástico.
—¿Eh?
—Él es la pareja de uno de nuestros amigos —excusó Seokjin—. La mezcla entre razas es útil para la nueva comunidad, ¿no cree?
—Supongo —contestó la mujer—. No obstante, los strigoi no podemos reproducirnos, por mucho que... adoremos intentarlo.
Yanming liberó una risita grave a su lado.
—Quédense un rato, si gustan. Podemos ofrecerles algo más que sangre. Vulko, por favor —le pidió a otro strigoi, quien se retiró brevemente para traerles algo.
Los tres se sentaron en el gran salón, en compañía de los strigoi. A Yoongi le sudaban las manos, mientras la conversación se dirigía a terrenos vampíricos. Yanming mostraba un especial interés porque Jungkook se uniese a su clan. No sabía cómo, pero todo el mundo parecía conocer lo excelente guerrero que era, sus potenciales dotes le convertían en el perfecto miembro que cualquier clan strigoi pelearía por ofrecerle su entrada y la mejor de las estancias.
—Estaremos aquí durante una semana más. Le invitaron a la coronación del príncipe moroi, y Yanming solicitó que pudiera acompañarle —explicó Selene, cruzándose de piernas y sujetando una copa de vino entre unos alargados dedos—. El Concejo ha aceptado. Jamás se habían incluido a los strigoi en un acto monárquico de este calibre.
Los chicos probaron una bebida alcohólica. Jungkook rechazó la muñeca de un joven que se ofreció como tentempié, sintiéndose un poco cohibido entre las miradas de sus compañeros.
—¿Qué hay de Kyoahn? —preguntó el azabache durante la conversación.
—El señor Kyoahn se aloja a las afueras de Sokcho. Creo que también vino acompañado —dijo Yanming, ladeando la cabeza—, pero desconozco si asistirá a la ceremonia, o si siquiera le concederán el permiso para llevar a un acompañante.
—Bien, entonces, espero que disfruten de su estancia en Sokcho —habló Seokjin, incorporándose—. Nosotros debemos marcharnos.
—Ha sido un placer, Yanming —dijo Jungkook, ofreciéndole la mano.
El strigoi se la estrechó, con un tacto increíblemente frío que atravesó las células del más joven. Jungkook se preguntó si tenía que ver en que, tanto Yanming como su esposa eran strigoi. Tal vez él mismo no era tan frío porque el organismo de Taehyung le necesitaba más cálido.
Jungkook rechazó la oferta de unirse a ellos por motivos personales, los cuales sólo su corazón conocía a ciencia cierta. Después, abandonó la casa en compañía de Seokjin y Yoongi.
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En el crepúsculo de la puesta de sol, Taehyung observó cómo las cordilleras se ensombrecían a la par que el astro solar se escondía en el horizonte. Pasó por el jardín disfrutando los últimos instantes de calidez solar, la brisa que mecía los árboles y el murmullo de algunos trabajadores recogiendo los rastrillos y elementos de trabajo. Cuando el moroi entró a palacio, vio a un puñado de dhampir organizándose. Él cambió de pasillo para evitar a quien fuese. Estaba buscando a Jimin desde hacía un buen rato, pero su astuto olfato le decía que estaría en la cocina y se encontraba tan aburrido, que estaba a punto de echar raíces.
De repente, una mano agarró su muñeca y tiró de él. Taehyung estuvo a punto de tropezarse consigo mismo, pero sus piernas cedieron a tiempo y su pecho se topó con el de alguien muy conocido. Jungkook.
—Ssshhh —siseó el strigoi posando un dedo sobre sus labios.
Acalló a Taehyung, vislumbrando cómo sus iris celestes pasaban de la sorpresa al encanto. Tras él, pasó un moroi con un enorme cuaderno de notas, donde le había tomado las medidas al príncipe para el traje ceremonial de la coronación. Por suerte, iba tan distraído que ni siquiera advirtió la cola de la túnica de Taehyung arrastrándose tras una de las pesadas columnas cinceladas, siendo incautado por un travieso strigoi.
—¡Has venido! —masculló Taehyung como un niño.
Jungkook sonrió, con el tipo de sonrisa que expresaba un «¿creías que no lo haría?». Vestía de su tono habitual negro, posiblemente armado y con el cabello mucho más largo que de costumbre. Sus mechones formaban ondas en sus sienes, y la parte de la coronilla se encontraba recogida en un diminuto moño atado.
—Pueden verte aquí —añadió el moroi en voz baja, girando la cabeza hacia otro lado.
—No me importa —pronunció Jungkook con desobediencia.
Él tomó su rostro con ambas manos y besó sus labios con un agradable descaro. Taehyung se dejó besar unos instantes, permitiendo que el mareo, el nerviosismo y la emoción se agolpasen en él formando un cóctel donde volvía a sentirse como un adolescente.
—Espera. Tengo una idea mejor —murmuró el moroi apartándose de sus labios y agarrando su mano—, ven.
Jungkook siguió los pasos de Taehyung, estuvieron a punto de toparse con uno de los celadores de palacio, de no ser por el asombroso movimiento del moroi para evitarlo. Durante un instante, se sintió como en Bucheon, estaba emocionado y su sangre efervescía como si fuera un juego. Recordó el pasado, cuando Taehyung pasaba demasiadas horas en la capilla, en sus clases extraordinarias después de la academia, y faltando a todas esas reuniones reales de las que se escaqueaba por su culpa.
—Vale, un momento.
—¿Cuánta gente hay aquí? —formuló Jungkook en voz baja y con media sonrisita—. Y yo que pensé que lo teníamos difícil en Bucheon.
Taehyung reprimió su sonrisa. Cuando vio que Meredith, la encargada del cáterin con la que había estado conversando una hora antes pasó de largo, el moroi tiró de los dedos entrelazados con Jungkook y pasó al ala de los dormitorios. Se dirigió a su puerta y la empujó con mucho ánimo, atravesándola con el chico.
—¿Dónde está Jimin? —le preguntó Taehyung al otro lado, echando el cerrojo dorado tras él.
—Con Seokjin —respondió Jungkook, arrastrando sus iris sobre el enorme dormitorio—. Él entró de manera oficial. Me dijeron que estarían tomándose algo en la zona del comedor.
Su visión se detuvo en el armario entreabierto, en el tocador con decenas de elementos de estética que tanto valoraban los moroi, en la bata de seda azul echa una bola sobre el elegante sillón color crema que había a los pies de la cama. El olor de Taehyung estaba allí, y de alguna forma, su organismo strigoi se sintió extrañamente satisfecho de haber llegado al considerado nido donde se refugiaba su moroi.
—Perfecto —declaró Taehyung agarrando su cuello con los brazos. Recuperó la mirada del pelinegro fugazmente, en lo que atraía su rostro hasta el propio—. Tengo un buen plan mientras tanto.
Sus labios fueron tomados antes de tiempo por Jungkook. Si pensaba que su plan iba a ser interferido por él o algo por el estilo, se equivocaba. El strigoi pensaba tomarlo y convertir el guion en algo suyo. Sus hormonas gritaban su nombre, y su instinto necesitaba mucho más que el consuelo de la sangre en ese momento.
Taehyung cayó de espaldas en su cama tras un leve movimiento de su compañero para alzarle. Una de sus piernas rodeó la cintura del azabache, en lo que Jungkook deslizaba sus labios por su cuello. Sus dientes arañaron con suavidad su dermis, mordió la base de su cuello sin perforarlo, por el puro placer de marcarle. Los dedos de Taehyung se enterraron en los mechones ondulados de su cabello negro, sus labios fueron besados con detenimiento, mordiendo el belfo inferior con admiración mientras se deshacía de la prenda superior de la túnica desabotonada. La suavidad de su piel extendía su textura bajo las yemas de Jungkook, el strigoi retuvo su ansiedad vampírica recordando que debía disfrutarlo. Necesitaba disfrutarlo, pues estaba a punto de hacerle el amor al príncipe mientras un puñado de guardias, cocineros, trabajadores y otros tantos, ignoraban la excitante situación en la alcoba real.
«¿Era su sueño besarle así desde que tenían trece años?», se planteó Jungkook. «Era posible, pero en ese momento no sabía ni que le gustaba Taehyung».
El strigoi le mordió sin permiso, ni avisos previos. Sus colmillos se hundieron en la zona baja de su cuello, donde el pulso del moroi latía para él, tal y como Taehyung le explicó en una ocasión. El ojiazul resistió el mordisco apretando la mandíbula, los colmillos de Jungkook le perforaron como dos agujas heladas, puntiagudas y cargadas de una característica y ambivalente sensación entre dolor y satisfacción. Su organismo conectó con el del strigoi como una explosión de acuarelas, diluyéndose en un angustioso placer por su mordisco. Una mezcla natural de sus instintos, el vínculo y su relación amorosa.
—Kookie... —jadeó el rubio enterrando los dedos en su ropa.
Cuando Jungkook se deshizo de su mordisco, lamió con suavidad la zona, permitiéndole que sanara lentamente sin que ni una gota de sangre se desperdiciara. Trató con delicadeza a su moroi, mimándole entre besos y caricias.
—¿Puntuación? —emitió Jungkook con una maliciosa sonrisa, liberándose de su prenda superior.
El azabache besó su abdomen, Taehyung se encogió levemente por las cosquillas que le provocaron la respiración del joven.
—Seis —exhaló con timidez.
La punta de su lengua delineó la forma de su ombligo, mientras una de sus manos descendía por la cintura hasta la cadera.
—Cuatro —agregó Taehyung cómicamente—. Y bajando.
Jungkook liberó una risita maliciosa, su dedo pulgar acompañó la caricia tibia de sus labios hasta uno de sus pezones erizados, donde se detuvo para besarlo y humedecerlo con muchísimo encanto. El roce de sus dientes provocó que Taehyung evitara ponerle nota gracias a su forzado intento por reprimir un jadeo.
«Eso era un doce», pensó Jungkook retornando hasta su rostro.
—¿Oh? ¿Qué tan bueno fue eso? —murmuró el strigoi sobre él.
Tirando del cuello de su chaqueta, Taehyung fundió sus labios en los suyos con un entrecortado beso. El pelinegro sonrió entre sus labios, detuvo su racha de besos y mordiscos lentamente para mirar su rostro, sumergirse en sus ojos y adorarle sosteniendo una de sus mejillas con la mano.
—¿Quieres hacerlo?
Con una rodilla entre las del moroi, clavándose sobre el colchón, y una mano apoyada por encima de su hombro, contempló desde arriba sus carnosos labios, cabello claro, y facciones alargadas y felinas.
—Sí —confirmó Taehyung.
—Pero no tenemos toda la noche —susurró Jungkook cálidamente.
—La tendremos en otro momento —insistió el moroi. Sus dedos se deslizaron por la cabeza el pelinegro, apartando un par de largos mechones oscuros—. Tu pelo está muy largo, incluso puedes recogértelo.
Jungkook sonrió un poco, aquello de atar su cabello siempre había sido una idea que tuvo en su cabeza y que por fin había logrado tras varios meses de descontrol cabelludo. Taehyung tiró de la tela de su chaqueta sin más demora, desnudando sus hombros. Levantó la prenda hasta su abdomen, delineando su vientre con los dedos y ayudándole a quitarse la camiseta con ansiedad.
—Hmnh —enunció el pelinegro—. ¿Continúa?
Los dientes de su compañero moroi rozaron su barbilla, sus labios presionaron bajo la nuez de su cuello, permitiendo que su lengua apreciase la forma de esta. Besando sus hombros, mordiendo sobre una de sus clavículas, arañó los brazos del azabache en lo que ambos desabrochaban el pantalón. Sus yemas contornearon la forma de sus blancos pectorales, la piel marcada y apretada sobre la esbelta musculatura del strigoi eran una delicia.
Taehyung besó su pecho, acarició el tatuaje plateado de Jungkook en su brazo derecho. Su piel era cálida en su tacto, suave como la tela de cachemir, envidiablemente tonificada. La temperatura les abrasaba indiscriminadamente. No necesitaron liberarse de toda la ropa para disfrutar del otro, sus caricias bajo esta eran suficientes. Sus dedos apretaron su trasero reconsiderando el buen culo de su pareja. Jungkook sonrió por su apretón de trasero, liberó el miembro de Taehyung cuidadosamente y comenzó a masajearlo a un ritmo lento. Inclinándose sobre él, besó la punta con mimo y delineó la forma arqueada del tronco con su tibia lengua antes de introducirlo en su boca. Succionó despacio, permitiéndose extenderlo durante unos minutos en los que su otra mano contorneó su cadera. Los dedos de Taehyung acariciaron su cabeza, recompensándole por su trabajo.
Si así era como trataba a un príncipe, pediría una noche más para devolvérselo. Cuando el joven pelinegro retornó a los labios del moroi, el roce de miembros entre ambos le hizo perder los nervios. Sus pupilas se encontraban dilatadas, sus colmillos suplicaban por enterrarse en su carne. Sin embargo, Jungkook resistió el impulso en esa ocasión. No podía permitir que sus instintos vampíricos se antepusieran a su amor por Taehyung. No pensaba convertirse en su depredador, no deseaba herirle, magullarle, o llenarle de moretones como la vez que lo hicieron en Revenant.
—Despacio —murmuró Jungkook, mientras el moroi se posicionaba para estar más cómodo.
Con un almohadón en su cabeza, y rodeando la cadera de su compañero con ambas piernas, Taehyung apretó los párpados en su primera y lenta embestida, acompañada de un jadeo mutuo. Sus labios entreabiertos dejaron ver sus finos colmillos, su gemido fue retenido por la presión de su abdomen. Jungkook respiró sobre él, ejerciendo un ritmo lento y considerado para su chico. El aliento del ojiazul se volvió húmedo en su cuello, sus dedos se clavaron en uno de sus apretados bíceps.
—Mmnh —fue todo lo que recibió Jungkook como halago de su moroi.
El strigoi orientó su rostro al propio, apreciando los iris claros de Taehyung.
—Mi príncipe —murmuró sobre sus labios, seguido de un siseo para acallarle.
Su sesión de sexo fue mucho más silenciosa que cualquier otra, pues no podían olvidar donde estaban; en la alcoba real de un futuro rey, sin que nadie más que sus dos amigos supiesen de su compañía. En el vaivén de sus embestidas, Taehyung confesó que moriría por él, asunto que hizo a Jungkook preguntarse si se refería a que iba a morir mientras se lo hacía, o si hablaba de parar una estaca con su propio pecho. Pero eso eran ellos dos, de un amor sempiterno y persistente fe en el otro. Y sin importar si hacían el amor o tenían sexo más rápido y apasionado, liberar el chorro de emociones resultaba más que suficiente para sentir que no había nada más importante en ese momento.
Antes de llegar demasiado lejos, Taehyung le detuvo entre jadeos y tomó la iniciativa para reposicionarse sobre el azabache. Subió sobre Jungkook cuando el joven se tumbó sobre el hundido y mullido edredón. Sujetando su cintura y apartando la prenda inferior de la vaporosa túnica sobre sus muslos, el pelinegro orientó al moroi para que se recolocase y cabalgase sobre él gratamente. Taehyung posó las manos sobre su abdomen, extendiendo el cuello y dejando caer la cabeza hacia atrás mientras se unían. Lo disfrutaron tanto, que el moroi se forzó a apretar los labios para no gemir su nombre.
El punto más álgido le invadió, descargando su frustración con un intenso y buscado orgasmo. Jungkook gruñó unos instantes después, desgarrando ferozmente la falda de la túnica que había mantenido alzada entre los dedos.
Taehyung se inclinó sobre él, jadeante, intentó tragar saliva y peinó el cabello de su compañero con unos dedos durante los próximos segundos. Mientras ambos buscaban recuperar el aliento, sus respiraciones húmedas se unieron, sus frentes se encontraron, y la sudoración de su piel afloró junto a la del otro.
Esta vez, sin marcas de dedos sobre su piel, ni moretones por los pellizcos del joven strigoi, Taehyung exhaló media sonrisa sabiendo que se sentiría menos compungido consigo mismo. Contempló el rostro de Jungkook bajo el suyo, y con las piernas aun rodeando su cintura, permaneció sobre él negándose a abandonarle.
—Si vas a romper mi ropa, desnúdame antes —jadeó Taehyung.
Jungkook sonrió con debilidad. Sus labios estaban más rosas, mordidos y casi sin aliento.
—¿Crees que Jimin terminará tocando a tu puerta si nunca más sales de este dormitorio? —preguntó el pelinegro con diversión.
«Estaba seguro de que Jimin no tocaría a su puerta», pensó el moroi. «Él más bien la derribaría, si no diese señales de vida».
Jungkook le estrechó y permitió que reposase la cabeza en el hueco de su cuello, con piernas enredadas, respiraciones concurridas, y una dosis de dopamina en vena. El pelinegro posó sus labios sobre uno de sus pómulos, tratando con muchísima delicadeza al muchacho.
—Cuando me tratas así, me siento tan pequeño —musitó el moroi, revolviéndose contra él.
—Porque eres mi pequeño —declaró Jungkook con altivez—. Aunque a veces muerdas, arañes y te quejes como un crío de cinco años.
—¿Hmnh?
—Sí...
—Tú eres el mío —contestó Tae con dulzura—. Aunque a veces quiera golpearte con mi puño de hierro.
Jungkook se rio animadamente. Taehyung se bajó con lentitud de él, obligándose a pisar tierra de nuevo. Jungkook era su edén, su pasión, el lugar del mundo donde gastaría las almohadillas de sus labios y el resto del tik tak de un reloj eterno.
El pelinegro posó los ojos en el dormitorio, reincorporándose lentamente. Era enorme, de un exquisito gusto moroi, bien adornado y con alguna ropa de Taehyung colgada en un perchero. Puede que no hubiese entrado en sus planes lo de tener sexo en el palacio, pero no podía negarse que había sido «divertido» eso de hacerlo a escondidas. Cuando Taehyung se movió para tomar una muda de ropa limpia, Jungkook comenzó vestirse sintiendo la boca reseca por la sed que le había provocado probar su piel.
—Queda poco para la coronación —comentó distraídamente, redirigiendo su mente a algo más—. Quiero que vengas conmigo a Sokcho. Seokjin y Jimin están de acuerdo, podríamos estar un día en el apartamento de Yoongi, juntos, como hace tiempo.
—¿En ese rascacielos? —formuló el rubio, volteándose.
—Quiero que cenemos juntos —agregó Jungkook, extrañando aquella unión que tenían en el pasado—. Podrías quedarte a dormir con Jimin. Ojalá pudiera venir Namjoon con nosotros. Pero él sigue en la capital, ¿no es así?
—Hmnh —le confirmó Taehyung—. Es voluntario en el hospital de la comunidad, en Seúl. Le llamaré. Me dijo que vendría un día antes de la coronación, pero seguro que le apetece estar con nosotros. Además, a Jimin le hará ilusión volver a ver a Yoongi. Últimamente está más cascarrabias que de costumbre.
Jungkook se contentó con la idea de volver a ver a su viejo amigo, aunque lo que más le ilusionaba era pensar que todos podrían volver a estar juntos. Además, la idea de tener a Tae acurrucado entre sus brazos mientras se dormía le quemaba como el infierno. Mientras conversaban, trataron de vestirse y arreglar el desastre de su cama y ropa manchada. Taehyung se colocó un pantalón de lino y una blusa blanca anudada que sacó de su armario. Retiró una manta y enjuagó su cara en su baño personal, tratando de quitarse aquel rostro bobo que se le había quedado. Cuando regresó a su dormitorio, se aproximó a Jungkook, adueñándose deliberadamente de la labor de abotonar su camisa negra. El azabache le cedió el trabajo, mientras le contaba sobre la otra noche, en la que había estado con Yanming y su esposa strigoi. Por lo que supo, ambos parecían bastante encantados con la firma de alianzas.
—Entonces, ¿te quieren... con ellos? —preguntó Taehyung lentamente.
—Sí... han mostrado su inclinación por que reconsidere unirme a su clan —le explicó Jungkook en un intento de resumir—. También estuvieron hablando de la coronación. Me sorprende que un strigoi tan antiguo me considere como un buen candidato para un clan tan exclusivo como ese. Apenas han pasado unos meses desde que yo me convertí...
—Eres valioso, te lo dije. No sólo son tus habilidades mágicas, eres un buen guerrero. Seguro que desean que perfecciones a los suyos —expresó el moroi, deteniéndose en el último botón de su camisa para mirar su rostro—. Oye, Kookie. Respecto a la coronación... yo... Lo anunciaré esa noche.
—¿Anunciar? —repitió su compañero en un murmullo—. ¿Anunciar, qué?
Taehyung bajó la cabeza, mostrando cierta timidez.
—Mi renuncia a la corona —expresó el ojiazul con claridad—. Tengo el derecho de abandonar mi cargo voluntariamente. Las alianzas ya están hechas y la comunidad cénit ha firmado todos sus estatutos. Yo no tengo ningún poder más allá del representativo; sólo soy su símbolo, y en el Concejo, mi voto es igual que el de Freyja o cualquier otro miembro. Cuando me vaya, se las arreglarán sin mí. En realidad, sólo necesitaban mi influencia...
—¿Y qué hay de este lugar? —titubeó Jungkook, con los ojos muy abiertos.
Taehyung se mordisqueó el labio levemente.
—Lo utilizarán como un palacio burocrático cuando ya no esté —respondió con seguridad—. Esta no es mi casa, Jungkook. Sólo es un lugar de transición.
La mirada del pelinegro se dulcificó, su corazón se agitó en su pecho con una intensa felicidad, sabiendo perfectamente lo que significaba eso. Sonaba como un sueño en sus labios, como si estuviese a punto de rozar el cielo con los dedos o morder una manzana jugosa y caramelizada tras meses de sed. Él tomó una muñeca de Taehyung, retirando las yemas de sus dedos del cuello de su camisa. El silencio se extendió entre los dos, su anillo de pedida permanecía en el dedo anular del ojiazul, recordándole la promesa que permanecía intacta. Sus dedos se entrelazaron lentamente con los del rubio.
—Mi hogar eres tú —le recordó el moroi con suavidad—, así que, te seguiré hasta la otra punta del mundo, hasta que te aburras de mi compañía y me supliques que te deje en paz.
—Aburrirme de ti... ya... —sonrió Jungkook con escepticismo—. Suena demasiado bien.
La puerta resonó con el repiqueteo de unos nudillos y los dos levantaron la cabeza. Por suerte, el pestillo del dormitorio estaba perfectamente cerrado, velando por la intimidad de ambos.
—Señor Kim —dijo una voz femenina al otro lado, acompañada de otro golpeteo—. Su alteza, disculpe. ¿Se encuentra en su alcoba?
Taehyung rodó los ojos, suspiró y sonrió levemente cuando Jungkook le hizo un gesto de silencio, posando un dedo índice sobre sus propios labios.
—Vaya, alteza —masculló, guiñándole un ojo.
El moroi se levantó de la cama, pasándose unos dedos por el cabello.
—¿Sí? ¿qué ocurre? —formuló Taehyung, aproximándose a la puerta.
—El coronel Sunghoon requiere hablar con usted —dijo la chica desde el otro lado—. Está en la sala de estrategia militar.
Taehyung tiró del pestillo, posó la mano sobre la manija dorada de la puerta y miró de soslayo a su cama, comprobando que Jungkook ya se había hecho a un lado astutamente. Él ya se encontraba apoyando la espalda en la pared, a un metro de él. El joven tiró de la manija y se asomó por la rendija, posando sus iris claros sobre la oportuna dhampir. Ella se quedó cautivada con Kim Taehyung. La culpa la tenía el atractivo aura del moroi; cabello claro y revuelto, excelente facciones alargadas, mejillas algo sonrosadas, felina mirada y gracia vampírica. El espíritu también influenciaba, y a pesar de que Taehyung no lo usase para adular a su entorno, muchas de las féminas (incluso las que tenían el corazón de piedra) caían como moscas en la miel cuando se trataba de interactuar con el joven príncipe.
—¿Conmigo? ¿por qué? —inquirió Taehyung.
La chica tardó unos segundos en responder, inclinó la cabeza en un gesto cortés como saludo, y después, se forzó a distanciarse un paso de la puerta, reclamándose interiormente para que su corazón dejase de dar brincos en su pecho.
—Es información confidencial —respondió desviando la mirada—. Sólo hablará con usted, pero... creo que se trata del clan de strigoi que atacó a la última cumbre en Seúl. Me han contado que los escuadrones de los renegados regresaron anoche del sur del país, la mayoría fueron gravemente heridos en su intento por extinguirlos.
—Oh, dios mío —exhaló Taehyung, quedándose sin aliento—. ¿Hemos perdido vidas?
Ella asintió con la cabeza, y con un rostro circunspecto, la joven se retiró de allí pidiéndole que fuese discreto con la información que le había dado. Taehyung le prometió que buscaría al coronel de inmediato, mientras un nudo se formaba en su estómago. Un instante después, cerró la puerta de la habitación tras su espalda, y tomó aire tratando de reorganizar sus prioridades en la cabeza. Aún tenía el pecho lleno de mariposas y la piel hormigueante por los dedos que le habían acariciado hasta entrar en ascuas.
«¿Habrían acabado con el clan de la familia Shin? ¿Seguiría algún otro de esos peligrosos strigoi por ahí, esparciendo el virus sacre para crear más draugr?», se preguntó el moroi. «Fuera como fuese, algo le decía que el final de la especie de muertos vivientes se encontraba muy cerca».
Jungkook y él se miraron en silencio. El pelinegro lo había escuchado todo.
—Tranquilo. Escucha su información primero, estoy seguro de que habrán congregado a todos los miembros que se encuentren disponibles en palacio —razonó Jungkook con los brazos cruzados y la espalda apoyada contra la pared.
—Cada vez somos menos —dijo Taehyung en voz baja, sin mirarle—. Si se pierden más vidas, la comunidad correrá peligro...
—Tenemos el apoyo de las alianzas strigoi, Tae —razonó Jungkook con seriedad—. Si existiese alguna represalia después de ese ataque, lucharemos contra ellos con toda nuestra fuerza.
El moroi giró la cabeza, posando sus iris claros sobre su compañero.
—¿Crees que tendremos que enfrentarnos? —preguntó Taehyung con sinceridad.
Jungkook no sabía qué responderle. Esperaba que no fuese necesario, pues si fuera por él mismo, hubiera deseado tomar sus manos y prometerle que nada más ocurriría. Taehyung era alguien empático, mucho más que él. Y de alguna forma, Jungkook comprendía que su pareja se sintiese responsable por esas muertes.
Al fin y al cabo, él era el «rey de espadas», y esa gente era «su pueblo».
—Debes saber que la rendición no forma parte de la raza strigoi. Si aún quedan miembros del clan de la luna invertida ahí afuera, o de la familia Shin, colisionarán contra la comunidad, así sea lo último que hagan —dijo Jungkook con voz grave, bajo unos afilados y amenazantes iris—. Tienen un poder con la capacidad de revivir a los muertos, y dudo que tengan pudor en perder a los suyos, así retornen como seres monstruosos. Pero estoy preparado para luchar, Taehyung. Si quieren guerra contra nosotros, perderán hasta el tuétano de sus huesos.
Taehyung no dijo nada. Avanzó hacia él y tomó su rostro con ambas manos. Los cortos centímetros que separaban su altura le obligaron a levantar levemente la cabeza. Los iris de Jungkook se derramaron sobre los suyos.
—Mi amor, no les tengo miedo —le confesó en voz baja—. Ya no.
*Historia creada y escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico y digital en Amazon. También se encuentra disponible en Patreon en formado digital. 💖 Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar este y otros libros completos, así como capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
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