Prólogo
PRÓLOGO
*Historia creada y escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico y digital en Amazon. También se encuentra disponible en Patreon en formado digital. 💖 Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar este y otros libros completos, así como capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
«Dos años antes. Busan».
Angus Young afinó su guitarra y colocó los dedos sobre las afiladas cuerdas de «aquella nena», el batería se posicionó emitiendo un ritmo que marcó su incontrolable movimiento pélvico, y mordiéndose el labio, Min Yoongi se vio forzado a dejar de lado un puñado de queso mozzarella. Afinando los acordes imaginarios de su guitarra onírica, escuchó la voz del cantante principal en sus earpods, y se convirtió a su lado en el mayor artista de rock del Chicken Busan Express. CBE para los amigos:
—¡Back in black! ¡I hit the sack! —repitió saltando por la cocina, patatas a punto de ser extraídas de un aceite a 180º en la freidora—. ¡I've been too long I'm glad to be back!
Uniforme amarillo y delantal azulado, imprescindible gorra clasificada por él mismo como «puta mierda de visera», y un sueldo a media jornada que no le alcanzaba ni para pagar la mitad del alquiler de su nuevo apartamento, mientras cateaba cada una de sus asignaturas en el instituto.
—¡Yes, I'm let loose! ¡From the noose!
Sí, ese era Min Yoongi. Recién emancipado e irrevocable dibujante de cómics, no tenía otra cosa mejor que ganarse el pan en un cutre restaurante situado en una de las olvidadas calles de la ciudad de Busan. Pero al menos acababa de hacerse su primer tatuaje, y estaba perforándose las orejas. Eso sí, su encantadora madre le había echado de casa sin ninguna explicación que no incluyeran gritos e improperios de por medio. Y ahora, trabajaba en esa mierda de local hasta los fines de semana, llegando a alcanzar las doce horas completas del sábado frente a la masa cruda de pizza.
—¿Qué haces? —le soltó a un niño que pateaba la máquina expendedora del local.
—¡Se ha tragado mis wons! ¡Hijo de puta! —pateó el crío agresivamente.
Yoongi levantó una ceja, sujetando la bolsita de papel y la caja de pizza de su pedido.
—¿Te pateo yo el culo a ti, mocoso de mierda? —aventuró a explicarle amablemente, mientras su madre aparecía en escena.
—¿Qué le ha dicho a mi hijo? —exclamó la mujer adulta—. ¡Repita lo que le ha dicho a mi niño!
—Que, si le importa que le patee el culo a su hijo educadamente, señora —pidió con cortesía—. ¿No sabe que una buena torta en esta vida lo cura todo a tiempo?
—¿¡Disculpe!? —chirrió arrancándole el pedido previamente pagado de la mano—. ¡Por el amor de dios, vámonos, Mike!
—Disculpada —declaró con voz grave—. ¡Disfrute de la piña en la pizza!
—Oh, qué maleducado, estos jóvenes... —farfulló atravesando la puerta del local junto al crío.
—¿Quién cojones le echa piña a la pizza? —gruñó Yoongi sin encontrarle el sentido, quedándose a solas y cruzándose de brazos—. La piña para la caipiriña. ¿Y tú que miras, niñato?
—¡Eres un tío muy raro! —le acusó otro niño de no más de 11 años, saliendo disparado—. ¡Se lo diré a mi mamá!
—¡Largo! ¡Sí! —profirió Yoongi a su espalda como un viejo carcamal—. No me pagan lo suficiente por este puto trabajo.
Acto seguido golpeó la misma máquina con la punta de sus tenis, y esta le escupió casualmente una lata de refresco de naranja.
—Huh —exhaló con sorpresa—. Okay... tú y yo nos vamos entendiendo...
«Gracias, Karma —se dijo mentalmente, inclinándose para agarrarla con una mano—. Fresca y gratis, lo que necesitaba. Ahora solo faltaba que su última compañera de trabajo le ofreciera quedarse a cerrar el BCE un sábado como ese».
Abriendo la lata se metió tras la barra para agarrar una bayeta con la que sacar brillo a algo que no fuera su brillante culo, y mientras que lo hizo, la joven salió de la zona del personal colgándose el bolso en el hombro.
—¡Hasta mañana, Min! —se despidió alegremente.
—Casi —murmuró Yoongi para sí mismo—. Buenas noches, Jenny.
Atravesó la puerta dejándole a solas, y con el local casi recogido, Yoongi volvió a colocarse el segundo auricular pulsando el «play» de su iPod.
Y al ritmo de Highway To Hell apagó el horno y limpió la condenada máquina de los helados, teniendo claro que jamás volvería a pedirse un helado con doble de caramelo y chocochips.
«1.37 AM», marcó en el reloj colgado en mitad del local. Casi veinte minutos para acabar la jornada (a pesar de que nadie pasase por allí a esas horas) y aún no había terminado de recoger las sillas.
Abrió el refrigerador para comprobarlo y anotó que faltaba más queso mozzarella, jamón cocido y esas condenadas rodajas de pepperoni picante.
«Dos cajas», apuntó en la libreta.
«Que sean cuatro —se dijo—. Esos malnacidos iban a saber lo que era el pepperoni en sus lenguas».
Y con la guitarra eléctrica de su grupo de rock favorito clavándose en sus oídos, captó con la visión periférica de sus ojos, cómo a través del cristal de la cocina algo atravesaba abruptamente el escaparate de la tienda. Yoongi levantó la cabeza y parpadeó, y frotándose los ojos con los nudillos pensó que estaba alucinando.
«Debía estarlo —repitió mentalmente—. ¿Cuántas horas llevaba sin fumarse algo?».
El joven toqueteó la gorra de su visera, estirando el cuello por ventanilla se aseguró del desastre. Cristales destrozados, luz del local parpadeando y un tipo vestido de cuero negro entraba con cautela, con una estaca en la mano.
—¿Estaca? —Yoongi se arrancó los auriculares y exhaló todo su aliento.
—Ven aquí, hijo de puta —profirió el tipo desconocido.
Una bestia se levantó entre los escombros sacudiéndose. Su ropa estaba cubierta de polvo de ladrillo y sangre fresca.
—¡No tienes poder aquí! —masculló el strigoi con voz ronca—. Llanero solitario, no formas parte de ellos, no formas parte de nada. Nadie se aliará contigo en esta ciudad.
—Estás rompiendo el código de los nidos. Si no te mato yo, te matarán ellos —amenazó el dhampir de cabello negro, avanzando lentamente hacia él—. Has tenido demasiadas oportunidades, ¿cuántas víctimas han sido, Choi? ¿Seis... en la última semana?
—Uno tiene que saciar su apetito, ¿no te parece? —sonrió mostrándole sus afilados colmillos—. Y he pasado mucha hambre.
Su rostro se tornó en una sonrisa grotesca, mientras sus ojos se oscurecían y el hueso de su frente se curvaba violentamente adquiriendo un aspecto demoníaco.
—Tu apetito es insaciable —masculló el dhampir, elevando su voz y apretando la estaca elemental entre sus dedos—. Por eso debes ser detenido.
El strigoi atacó a su enemigo dhampir, y ambos se movieron a una velocidad sobrenatural, cortando el sonido del viento en un golpe brusco y seco. La estaca elemental atravesó su pecho, clavándose en el frío corazón de la bestia.
El joven de cabello negro arrancó la estaca con un segundo tirón, y antes de que las llamas boreales irrumpieran en el BCE y el sistema antiincendios se activara, emitió un pulso de luz que escapó de su mano empujando su cadáver hacia el exterior de la calle.
Yoongi dio unos pasos más, posicionándose tras la barra con la boca abierta y el rostro más perplejo que esbozó en su completa existencia.
—Qué... cojones... ha sido eso... —expresó en voz alta.
Sus iris castaños claros se clavaron en el tipo vestido de cuero cuya la brillante y afilada estaca manchada de sangre, comenzó a evaporarse antes de volver a enfundarla en su cinturón.
—Oh, cuanto lo siento, ¿aún está esto abierto? —dudó despreocupadamente, rebuscando su billetera en el interior del bolsillo de su chaqueta y acercándose a la barra—. Ponme un bocata de huevo y beicon.
—¿Huevo y beicon? —repitió Yoongi incrédulo—. Estás de coña, ¿no? Me quedan quince minutos para cerrar.
—Eh, no —insistió amablemente, señalando el escaparate reventado—. ¿Te parece eso cerrado? Por cierto, ¿aún puedo pedir un helado?
Sin dejar de mirarle con perplejidad, Yoongi extendió unos dedos y encendió con una mano la plancha junto a la cafetera.
—Huh... acabas de matar a un tipo en mi local —le informó en voz baja—, ¿de qué quieres el helado?
—Técnicamente, está ardiendo en la acera, no en tu local —exhaló con neutralidad—. Oh, y no te preocupes, no es un tipo. Es un vampiro strigoi, esto está a rebosar de ellos, te sorprendería. De hecho, hay un club nocturno que... olvídalo.
—¡¿Vampiro?! —exclamó Yoongi, esparciendo las tiras de beicon sobre la planta—. No jodas, tío, y no me ha dado tiempo a fotografiar eso.
El dhampir se sintió extrañamente satisfecho y divertido por su breve conversación.
—¿Quién eres? —formuló como si dudase de un simple humano.
—Min Yoongi —pronunció el humano, con un pestañeo prolongado—. Y, por cierto, odio trabajar aquí. Tendrás que pagarme el doble por el bocata. Y no voy a ponerte ese helado.
—Encantado, Min Yoongi —sonrió levemente, sentándose en el taburete mientras la luz del local parpadeaba sobre ambos—. Jamás había conocido a un humano... tan... ¿ocurrente? Deberías estar gritando y llamando a la policía, y yo debería estar encargándome de tu...
—Espera, espera, ¿eres un cazador de vampiros? ¿es eso? —le interrumpió golpeando la barra con ambos puños—. Joder, eres un puto cazador de vampiros. ¡Eres un cazador de vampiros!
—¿Yo? Eh...
—No, no, no, un momento. Esto es como la serie de Buffy Cazavampiros —soltó emocionado—. ¿Cómo te llamas? Tú eres de los buenos, ¿no?
El joven dhampir sonrió abiertamente.
—Kim Seokjin —pronunció entonces, ofreciéndole su nombre más humano—. Encantado de conocerte una noche como esta, Yoongi.
—¿Tienes algún tipo de poder mágico? —preguntó, sin recibir una aparente respuesta—. ¿P-podemos ser amigos?
—Te acompañaré a casa —expresó Seokjin con calidez—. Últimamente, no es seguro caminar por esta calle a estas horas.
Él ladeó la cabeza contemplando sus iris dorados. Hasta ese momento, no advirtió del irrealismo de estos. Como los rayos del sol en primavera, sin ser excesivamente intensos, y tampoco apagados.
«¿Había visto alguna vez unos ojos tan dorados como los suyos? Yoongi estaba seguro de que no, y que, desde entonces, tampoco los olvidaría».
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