Parte 1

En las noticias, en los periódicos, en las radios y en todos los medios de comunicación se habla sobre una droga que manipula a la gente y la vuelve completamente inconsciente de sus actos. Claro, como todo estupefaciente existente.
A cualquiera pueden comerle la cabeza hablando sobre cosas que no tienen idea. Los informativos, al contrario de como estipula su nombre, realmente no informan. Apenas dicen la mitad de lo que realmente saben, y cualquiera cree lo que escucha.
Yo sé que no es una droga, que es algo más allá de eso.
La droga, mucha gente la consume, y no aparece en los informativos la cantidad de muertes diarias que se dan a causa de consumir sustancias nocivas para el ser humano. ¿Por qué tanta atención sobre esta supuesta nueva droga?
No me creo nada.
¿Por qué no me lo creo? Tengo pruebas más que suficiente como para corroborar que tal droga no existe.
Por cierto, a este supuesto estupefaciente se le ha bautizado como Thightrope. Se dice que uno actúa de forma que pareceriese como si fuese manipulado por unas cuerdas... Como un mero títere, por unas voces que, supuestamente, se escuchan en la cabeza. Me recuerda bastante a la esquizofrenia, puesto a que la gente ve a una persona, y escucha voces, pero en realidad es algo totalmente diferente a esa enfermedad.

Y hablando de mis pruebas, quería decir que alguien bastante cercano fue víctima del Tightrope.
Estoy hablando sobre mi madre.

Un día, mi padre nos abandonó a mi madre y a mí, y puesto que él era el que traía el dinero a casa, nos quedamos a dos velas. Por aquella época, yo acababa de cumplir los dieciocho, y tuve que dejar mis estudios por la falta de dinero. Mi madre empezaba a sufrir algo así como una predepresión, pero la tranquilizaba diciendo que yo iría a conseguir un trabajo y traería dinero a casa, que no necesitábamos de un patán para alimentarnos.

Al principio, con mi poca experiencia en el trabajo, no podía encontrar gran cosa, y empecé de camarera en prácticas en una cafetería que, lamentablemente, cayó en quiebra. Llevé cerca de un año trabajando allí y, aunque lo que cobraba era poco, servía para traer el pan de cada día a casa.

Cumplí los diecinueve y comencé un nuevo trabajo en una tienda de ropa, como dependienta, pero tras una pelea que tuve con un cliente, éste acabó herido por accidente y yo acabé despedida.

Mi madre no dejaba de sentirse más y más culpable por lo ocurrido con mi padre, y por mi esfuerzo en encontrar un trabajo en lugar de ser ella, pero es que ella se sentía tan devastada, y con la mirada siempre en la tumba, que apenas podía moverse o siquiera salir de su habitación, siempre rezando por que Dios se la llevara de una vez.
Preocupada por su estado físico y mental, entré un día a su habitación y la encontré sentada, mirando hacia la ventana, con la mirada perdida. Aquella imagen me rompió el corazón; me senté a su lado y le agarré de la mano. Entonces, empecé a hablar.

—Mamá, sé que esto no está siendo fácil, pero en estos momentos de la vida, uno demuestra la fuerza interior de cada persona, y sé que tú puedes ejercer como padre y como madre, y que te sobran fuerzas. Confío en ti, y agradezco muchísimo todo lo que has hecho para seguir adelante.

Tardó unos segundos en responder. Su mirada aún seguía en la ventana.

—Ése hombre dijo que me llevaría. Creo que era Dios. Pero Dios no viste de negro... Le pedí tanto a Dios que me llevara...

No sabía qué era lo que estaba diciendo. Creí que había empezado a delirar por el choque emocional y la depresión.

—Aún no es tu hora, mamá. Vamos a salir de esto juntas —proseguí.

—Su aspecto era terrorífico. Creo que así es como luce el diablo. Querida, he pecado tanto en esta vida que creo que me calcinaré en los infiernos.

Me asusté tanto tras escucharle decir aquello, que decidí dejar la conversación. Cerré la ventana y eché las cortinas.

—No importa lo que hagas, aún nos sigue observando —decía ella.

Desde ese día, mi madre empezó a delirar y a actuar de forma extraña, escuchando voces en su cabeza y a ver a ese supuesto diablo por la casa o por la calle. No sabía qué era lo que estaba ocurriendo.
Nadie quería contratarme en ningún lugar puesto que creían que yo estaba tan loca como mi madre, y empecé a recibir una mala reputación. No tenía a nadie quien me ayudara, y me sentía tan sola y tan perdida...
Entonces, el ocho de diciembre del año pasado, ocurrió. El demonio se había llevado el alma de mi madre.
Suelo ser una persona escéptica, y por supuesto no creo en dioses o en demonios, pero me acordé de aquellas palabras que dijo mi madre en cuanto la vi sin vida en la cama.
Tenía los ojos muy abiertos, y la boca también, como si hubiese visto, precisamente, algún demonio. Me sorprendí al verle unas marcas de estrangulamiento en su cuello. Me preguntaba cómo se lo habría hecho pues no había nada como aquellas marchas de cuerda en su envejecido cuello. Tras muchos sollozos, contacté con la policía y se llevó a cabo una investigación.
La gente del barrio fue interrogada, por supuesto yo también fui interrogada. Tras recoger la información suficiente, todos se miraron como si supiesen algo que yo no. A los tres días, un policía llamó a mi casa diciendo que la forense había recogido nuestras de una droga en su estómago y sangre, que aún está en investigación.
Mi madre fue una de las primeras víctimas de aquella droga, y después de seis meses esa droga cada vez se propaga más.
Por supuesto, yo no me había movido del lado de mi madre, y ella no consumió ningún estupefaciente. No querían tampoco mostrarme el cuerpo de mi difunta madre, y recuerdo perfectamente que los de la CIA se llevaron el cadáver. Pensarían que soy idiota porque era una cría de diecinueve años, que lucía asustadiza.

Actualmente vivo en la cuidad de Nueva York, y trabajo en una cafetería a medio tiempo. Hace una semana cumplí veinte años. Mi nombre es Erica Sulkin.

Quiero saber qué es lo que le ocurrió a mi madre en realidad. Pienso investigar más a fondo sobre todo esto, y lo encontraré así tenga que contactar con el mismísimo diablo en persona.

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