7
Ajeno al dolor y con la mirada fija en la gruesa figura agazapada de Nicolai, lista para desenvainar su cuchillo y cortarle la garganta, con una postura que conocía más que bien, prácticamente a la perfección, pero era incapaz de situar el origen ni el dueño de esta.
Su torso, incomodo por la inmensa barriga, estaba contorsionando hacia la derecha, marcando la destreza natural del mismo por el lado dominante de su cuerpo mientras que el izquierdo se mantenía relajado, listo para tensarse en cualquier momento y generar la fuerza suficiente como para liberar la fuerza almacenada. Conocía los pasos intermedios para desencadenar la fuerza que generaría esa postura, al menos en un cuerpo disciplinado.
Su cuerpo seguía estando adormecido, algún efecto secundario de los ungüentos y los calmantes que seguían presentes en su piel, pero su mente seguía igual de despierta que en sus viejos años de gloria. Solo necesito un vistazo para poder prever el ataque, tal como si fuese una línea curva ascendente.
— No volveré a repetirlo, ¿Quién coño eres? — Su acento, brusco y seco, como si estuviese arrastrando las letras o más bien mordiéndolas, lo delataba como un originario del lejano Principado de Nóvgorod. — Habla o me asegurare de que sea tu último día.
— Ya te lo dije, soy Alarico. Y tú eres quien entro en mi casa, curo mis heridas y ahora me amenaza como si fuese la mayor amenaza de toda la habitación. — Realmente no quería tener nada que hacer en su estado actual, sin aura ni un cuerpo educado para la pelea está completamente destinado a perder cualquier enfrentamiento posible sin alguna condición externa o la ayuda de un tercero participante. — No sé qué crees que puedo hacer o si realmente soy de importancia, pero gracias por curar mis heridas, y, mira no sé quién eres, no tengo ningún recuerdo de ti así que me disculpo de ante mano si te he molestado en algún punto de mi vida.
— Responde a la pregunta.
Podía distinguir el acero en su mirada, la letalidad correspondiente a un veterano del gremio, y era uno más que conocido para él. Una variación de las técnicas de corte usando cuchillos y navajas más básicas y fáciles de aprender, una que había usado desde que salió del Pozo en el Mar de Roca, que con los años había modificado hasta que se volvió más cómoda de usar y, sobre todo, de aprender. Lentamente su cabeza estaba empezando a atar cabos, revolver sus recuerdos no era algo fácil en la mayoría de los casos, pero en este era algo más que sencillo. Solo les había enseñado esa forma a tres personas, una de ellas fue Guldfrid, su mayordomo cainita, otra fue Roland y por último el mocoso de Nicolai, el mocoso que Brutus había acogido en uno de sus viajes.
Ese niñato asustadizo, más delgado que un simple palo y con una cara similar a la que tendría el más manso de los perros domésticos, se había convertido en un oso gordo a punto de entrar en la hibernación. Su pelo castaño había desaparecido, sustituido por una cabeza completamente rapada, y los ojos afables se habían convertido en una mirada cansada y carente de cualquier rastro de amabilidad. Si estaba en lo correcto, algo que dudaba, había dos posibilidades y ninguna de las dos le gustaban en lo más mínimo; o se había dejado llevar por los lujos de tener un local o había pasado algo de peso para obligarle a cambiar tanto su apariencia.
— Convoca a Trunco, solo el podrá demostrar quién soy. — El cambio en su mirada, más afilada de lo que podría ser, ya le decía más de lo que podría describir las palabras. — La bestia espiritual más quisquillosa de todas, solo se presenta ante los heridos y los necesitados para calmar sus corazones. La única que firma contratos con aquellos destinados a sanar a otros, no a dañarlos.
— ¿Quién te ha contado eso?
— El mismo que te ayudo a sentar tu aura.
— Esa persona lleva muerta más de treinta años. ¡Di la verdad!
— Lo haría, pero mi alma volvería al limbo si gasto un poco más de mi fuerza espiritual. Trunco pude verificar mis palabras, que va a preferir ¿el mocoso muerto o la presencia que lo empujo a aceptarte como su maestro?
El sonido del aura siendo proyectada, algo similar al que hace la carne picada siendo obligada a pasar por un tubo, se fue elevando, que lejos de lo que cabría esperar era algo rítmico como las propias olas del mar. Lentamente la masa azul fue tomando forma, alargándose mientras se moldeaba. El hocico se alargó hasta formar una trompa, a ambos lados del grueso torso se formaron dos extremidades largas a modo de aletas y la parte trasera estaba adoptando la forma que tienen las colas de las langostas. La capa de aura paso de aquel azul oscuro hasta convertirse en un blanco hueso, dejando ver una gruesa capa de pelaje y dos colmillos amarillentos de marfil sobresaliendo a ambos lados de la trompa.
Ese es el proceso de invocación, la capacidad de convocar de forma parcial o completa a la bestia espiritual, una práctica habitual en todos aquellos con la capacidad de despertar el Don y el lujo de tener un contrato con algún espíritu. La velocidad de la invocación dependía tanto de la destreza y el control del portador como la propia animosidad del espíritu.
La criatura, una vez que termino de formarse, tenía un tamaño similar al que debería tener una cría de foca, avanzo lentamente hasta quedarse a poco más de medio metro de distancia para levantar su trompa hasta colocarla sobre uno de sus brazos. Podía sentir como inspiraba lentamente, analizando su olor y buscando el registro dentro de su pabellón olfativo.
— Nicolai, dice la verdad. — La voz de Trunco era aguda, pero melodiosa, casi infantil en el mejor de los casos, pero muy suave. Sus ojos negros brillaban con calidez mientras miraba a su contratista, una demostración de la lealtad y el compañerismo que solo el vínculo puede forjar. — Es débil, pero el aura del señor Pelayo está presente en él.
— ¿Cómo? — Su cara estaba empezando a cambiar, revelando sus propios sentimientos y dudas, terminando por relajar su cuerpo y liberando la habitación de la sensación de pelea. — Es imposible preparar un ritual para usurpar el cuerpo de alguien que ni siquiera había nacido y si realmente fue Pelayo su letra rúnica habría sido imposible que saliese adelante sin que algo explotase.
— Me aburrí de esperar a que la Muerte me arrastrase sí que decidí empezar a caminar.
— ¿Por qué será que eso no me sorprende? —Ante sus ojos el cuerpo de Nicolai finalmente termino de relajarse, debilitando su guardia y abriendo múltiples aperturas en la misma, permitiéndose el placer de acariciar suavemente los gruesos mechones de su compañero. — Solo tú te negarías a esperar a la muerte y te arrastrarías otra vez al reino de los vivos solo por ser impaciente.
— Puede, pero ahora mismo estoy sin información y sin aura. Incluso un maldito chucho callejero ha podido golpearme, este cuerpo es un maldito recién nacido sin colmillos. — Y tenía razón, no era capaz de sentir su propia aura y mucho menos el mar interno. En su estado actual no tenía ninguna posibilidad de enfrentarse a nadie. — No tengo el tiempo necesario para forjar el aura de este mocoso, en tres meses es imposible reunir los materiales necesarios y menos aún buscar alguna bestia espiritual para formar un contrato.
— Normal, ese cachorro nunca fue capaz de desarrollar su aura. Es el pequeño de la camada, nunca tuvo muchas expectativas para salir adelante.
— Peor me lo pones canijo. — Su expresión siguió la corriente calmada, pero algo en su voz denotaba sus propias dudas. — Hace años soñaba con que entrarías por la puerta grande, pateando algunas sillas y mesas, todo para entrar aquí y servirte una copa a cuenta de la casa. Luego vi como todos aquellos que conocía se arrodillaban o ya estaban siendo ejecutados, en su momento traté de pelear, pero yo mismo me arrodillé. — En su mente los movimientos de sus manos carecían de la precisión que recordaba, había caído en la monotonía y la autocomplacencia. No creí que volvería a verte... y menos en este estado.
— No soy quien era, Nicolai. Soy más débil, menos poderoso de lo que era y si es como dices entonces tampoco quedan contactos en mi agenda ni contratos rúnicos que pueda utilizar. — La voz de Alarico se había tornado suave y débil, casi podía intercalar cada sonido con la voz de su vieja vida, mientras que sus labios tomaban una sonrisa irónica. — ¿Te acuerdas de cuando te empecé a entrenar?
— Como para olvidarlo, creí que me ibas a matar.
En sus mentes los recuerdos de los buenos salieron a flote, más para uno que para el otro, recuerdos dedicados a las largas sesiones de entrenamiento en uno de los campos de entrenamiento del gremio. Esos momentos donde ninguno tenía que preocuparse por nada más que disfrutar y hacerse más fuertes. — Dime una cosa, ¿qué quieres esta vez? Porque si solo vienes a morir otra vez, prefiero que te largues y no vuelvas. Ya he enterrado a suficientes y no quiero ampliar tu tumba.
— Bueno, quizás no dejarme matar sea un buen cauce. ¿Qué puedes contarme del estado actual? ¿Siquiera sigue siendo Fulcaneda?
— Bueno, el viejo Maestro Tomas Fulcaneda ya no es tan bien visto. Poco después de tu muerte le cambiaron el nombre a la ciudad de Priestnegro y entonces ocurrió, el mundo nos declaró la guerra; La Guerra Demoniaca. — El dolor era palpable en la voz Nicolai, dándose el lujo de volver a servir dos vasos de licor solo para beberlos consecutivamente antes de servir un tercer y cuarto vaso. — Nos persiguieron, mataban a todos los que se resistían y a los más débiles nos torturaron. Me obligaron a vender a muchos, me torturaron, me mancillaron y me cerré a Trunko. Ellos rompieron mi aura y me dejaron medio muerto en las calles. Ahora incluso creo que soy el único en el que puedes confiar. Brutus ha seguido con su vida, con el contrato que hicisteis, pero eso no incluye a sus hijos y nietos. Si te ven, te mataran para tener acceso a tus viejas cuentas.
"Ahora mismo, sin los gremios, solo queda Caos. Los gobiernos siguen a la batuta de los ricos, la policía solo sirve para recaudar impuestos y hacer lo que digan quienes les sobornan. Drogas, tráfico de esclavos, tráfico de blancas... todo por lo que peleasteis para liberar al Corredor Settista se ha desmoronado en menos de treinta años. ¿Qué crees que puedes hacer tú contra eso?"
— No puede ser tan malo, solo sería imposible, pero puedo formar un gremio y volver al trabajo...
— Los gremios, incluso los de comerciantes, fueron declarados ilegales y penados con la muerte y en tu estado no sobrevivirías ni dos pasos más allá de la puerta. Si quieres vivir necesitas gente a en la que puedas sacrificar y escudarte detrás. Todas las ciudades tienen bandas que pelean para ganar territorios, si no es una es otra que se tragó a la derrotada para crecer.
— ¿Me estás diciendo que debo adoptar a unos mocosos? — Nunca fue alguien que disfrutase del "placer" de enseñar, muchos otros habían criado a una variada mezcla de niños para ingresarlos en sus gremios. Había visto a muchos hacerlo y fardar de sus logros, pero nunca le gusto la compañía de unos mocosos que solo le ralentizarían.
— Básicamente, los niños se reúnen alrededor del más fuerte o del más rico. Buscan tener un poco de comodidad en sus vidas, o simplemente anhelan en poder. Si vas solo morirás.
— No quiero reglas ni estructuras para que otros las destrocen sin siquiera poder quejarme, si es como dices. — Por primera vez iba a romper sus modus operandi, o eso es lo que estaba planeando. — No tendré aprendices, quiero tener perros. Gente que pelee, no porque se lo ordene, sino porque tienen que saber que no hay nada más por lo que vivir.
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